Литмир - Электронная Библиотека

A comienzos de mayo Francia y España lanzaron un ultimátum para que los rifeños liberasen a todos los prisioneros. El ultimátum fue desoído y comenzó el mes terrible de Abd elKrim. Entre el 8 y el 10 tuvo lugar la batalla de Ait-Hishim (colina de los santos), al sudeste de Axdir y a orillas del Guis, donde el general Castro Girona, a costa de fuertes pérdidas, consiguió exterminar prácticamente a los beniurriagueles. El 23 de mayo, los españoles entraron en Targuist; unos días antes, los hombres del coronel Pozas ganaban las ruinas de Annual, el lugar mítico donde Abd el-Krim había iniciado su ascensión. Los españoles no encontraron al caudillo en Targuist. Tuvo tiempo de huir y refugiarse en Snada, hacia el norte, en el corazón del territorio de los Bocoya, los mismos que le habían fallado en Alhucemas. Los suyos, los Beni-Urriaguel, ya eran historia. Pero alguien reveló el escondite de Abd el-Krim a los franceses, que bombardearon el pueblo (según otra versión, las bombas las tiró un hidroavión Dornier Wal español que hizo una incursión casual por allí). Temiendo ser asesinado por los suyos, que ya no veían en él al líder victorioso, o ser capturado por los españoles, que deseaban vengarse desde aquel ya remoto julio de 1921, ordenó liberar a los prisioneros y se entregó a los franceses, no sin antes obtener garantías sobre su seguridad y la de su familia. "Es hora de partir", admitió, con lágrimas en los ojos, antes de salir de su reducto de Snada. Abatido sobre su caballo, como un antiguo guerrero derrotado, pero protegido aún por cincuenta miembros de su guardia personal, distinguibles por sus turbantes verdes, fue al frente de los suyos al encuentro del coronel francés Corap, al que se rindió. Luego achacaría su infortunio a la voluntad divina: "Dios, que me alzó, me ha derribado". Los notables rifeños que luchaban del lado de los franceses, y que hasta hacía no mucho le habían temido, le mostraron el más ostensible de los desprecios. Uno de ellos, un tal Medboh, ni siquiera quiso verle. "Qué me importan los perros vencidos", exclamó ante el ofrecimiento de un oficial francés. Era el 27 de mayo de 1926. Ese mismo día, los prisioneros españoles liberados llegaban a Targuist. Quedaban un centenar de soldados (ningún oficial), dos mujeres y cuatro niños. Todos los que no podían andar habían sido expeditivamente fusilados.

Abd el-Krim siempre había dicho que los rifeños resistirían hasta el final, y muchos de sus hombres, durante los cinco años precedentes, cumplieron con aquella consigna. Pero él prefirió salvarse y salvar a todos los miembros de su familia. También dicen los malévolos que salvó unos 250.000 dólares. Sin duda era demasiado inteligente para aceptar el destino que tantos combatientes rifeños habían sufrido sin rechistar. Los franceses no le trataron mal, porque le respetaban como jefe militar y porque les halagaba haber sido sus captores. Llevaron a Abd el-Krim y a su familia a Taza y después a Fez, salvándoles de los españoles y de los rifeños resentidos. Los españoles, rabiosos porque se les hubiera escapado en sus narices aquel odiado adversario, después de haber liquidado a los suyos y haberle cercado con una sangrienta ofensiva, reclamaron a los franceses que se lo entregaran para hacerle pagar sus crímenes. Los franceses se negaron, alegando haber dado su palabra de protegerle. Debieron de encontrar cierto placer en hurtar a los españoles el desahogo de la venganza. Todo lo que éstos pudieron hacer fue confiscar las posesiones de Abd el-Krim, y restituir a sus dueños originarios las que él había confiscado durante su gobierno. Muchos beniurriagueles se pasaron en seguida a los españoles, y fueron de inestimable ayuda contra los que seguían resistiendo y negándose a creer que Abd el-Krim hubiera podido entregarse. Los españoles dieron incluso altos cargos a algunos generales rifeños. A mediados del verano de aquel decisivo año de 1926, la resistencia sólo continuaba en el Yebala y en algunos núcleos aislados del Rif.

Abd el-Krim pasó varios meses en Fez. Allí le dijeron que se le deportaría a la isla de Reunión, en el Índico, que se consideraba apropiada para él por tener un clima semejante al del Rif. Los franceses le prometieron que su alejamiento no sería demasiado largo, y con esa promesa embarcaron él y los suyos en el Abda , en el puerto de Casablanca, el 2 de septiembre de 1926. Durante el viaje hacia Marsella, con las costas de Marruecos ofreciéndose ante sus ojos por última vez, el caudillo vencido declararía al periodista francés Roger Mathieu: "Yo he venido demasiado pronto, pero estoy convencido de que todas nuestras esperanzas se realizarán algún día". Consolado con esa convicción, y sin saber que nunca volvería al Rif Abd el-Krim embarcó dócilmente con toda su familia a bordo del Amiral Pierre , que lo llevaría desde Marsella al lejano exilio.

En Reunión recibió un trato deferente, una pensión de 100.000 francos anuales y una residencia propia, la villa Morhange, a pocos kilómetros de la capital de la isla, Saint Denis.

En aquella desvencijada casa colonial, en mitad de una finca de catorce hectáreas y un bosque de miles de bananos, viviría recluido diez años. En 1932, desde su encierro, el emir que había desafiado orgulloso el poder de España y de Francia escribió al presidente de la República Francesa en los términos más humildes que pudo emplear:

El exilio es duro, es el castigo más penoso que se me puede infligir. Tengo conmigo a mi madre, ya muy anciana, que no querría morir sin volver a ver su país natal y a sus hijas, mis hermanas, que quedaron allí. Mis esposas, cuyas familias están en Marruecos, mis hijos, los de mi hermano y los de mi tío, a los que he criado en el amor a Francia y a los que me empeño en dar una instrucción y una educación francesas… Vuestra Excelencia no querrá que estos seres, cuya inocencia es evidente, permanezcan en el exilio… Estaría por tanto infinitamente reconocido a Vuestra Excelencia y hacia Francia si tuvieran a bien examinar mi situación con benevolencia y justicia. Deseo volver al Marruecos francés o, si eso es imposible, viajar a Argelia o Túnez. Aun si fueran puestas a prueba, mi fidelidad y mi gratitud hacia Francia serán inquebrantables. Mis sentimientos de sincera lealtad no han variado jamás después de mi sumisión. Francia y Su Majestad el Sultán de Marruecos no tendrán más obedientes y leales servidores que yo, los míos y todos mis amigos .

Su petición no fue acogida, aunque a partir de 1936 el régimen de encierro y visitas se relajó algo y le trasladaron a una residencia mejor acondicionada. El antiguo rebelde pasaba los días dedicado a la jardinería, la lectura y el estudio del francés, que nunca llegó, sin embargo, a dominar como el español. Sus hijos estudiaron en la escuela primaria y luego en el liceo francés de la isla. En el exilio conoció Abd el-Krim la proclamación de la República en España, que le causó gran alegría, y después la sublevación militar de 1936, que le dolió saber que contaba con el apoyo de tropas rifeñas. Incluso llegó a escribir a algunos notables del Rif para que no secundaran aquella causa. También vivió desterrado la Segunda Guerra Mundial, en la que se declaró leal a Francia. En 1943 ofreció al general De Gaulle el alistamiento de todos sus hijos y sobrinos en sus filas.

Abd el-Krim permaneció en Reunión hasta la primavera de 1947, un total de veinte años. Entonces los franceses le anunciaron que sería llevado a Francia, maniobra a la sazón ingeniada por el Gobierno de ese país para tratar de ensombrecer la popularidad de Mohammed V, que acababa de ser recibido en olor de multitud en Tánger. La madre de Abd el-Krim ya había muerto, pero su hijo no la dejó enterrada en aquella remota isla del Índico. Cuando los franceses le embarcaron en el carguero Katoomba, el 1 de mayo de 1947, el envejecido emir hizo que subieran a bordo el féretro con los restos de su madre, a la que esperaba poder sepultar algún día en el Rif. Aquel barco de pabellón australiano y tripulación griega le llevó a Adén y de ahí a Suez. En Suez subió a bordo una delegación del Comité de Liberación del Magreb, formada por varios activistas marroquíes y argelinos y dirigida por Habib Burguiba, el futuro presidente de Túnez. Al principio Abd el-Krim no quiso recibirles. Burguiba llamó a la puerta del camarote y pidió que les abriera, asegurándole que venían por su bien. Abd el-Krim, calmoso, respondió: "Cualquiera puede decir eso. Para empezar, ¿quién es usted?". Finalmente los recién llegados se ganaron su confianza y pasaron gran parte de la travesía hasta Port-Said en el camarote del antiguo caudillo. Los gendarmes franceses que lo custodiaban no creyeron que hubiera nada que temer, e incluso permitieron a la familia Abd el-Krim que desembarcara en Port-Said para dar un paseo por el muelle. Eran las cuatro de la mañana y todo estaba silencioso. De pronto, una turba de exaltados irrumpió en el muelle y rodeó rápidamente a Abd elKrim y a los suyos. Uno de los organizadores del complot, el marroquí Abd el-Jaleq Torres, gritó con su voz potente, que rasgó la madrugada: "¡Yahya Abd el-Krim !". Los gendarmes franceses acababan de perder su presa.

Desde entonces, Abd el-Krim vivió exiliado en El Cairo, bajo la protección del rey Faruk primero y de Nasser después. Desde su retiro egipcio fue una especie de santón para los movimientos de liberación nacional norteafricanos. Poco después de que escapara de los franceses, alguien le preguntó si volvería a comenzar la guerra del Rif. "Seguro, ahora más que nunca", respondió. Hasta el final de su vida consideró a Francia su única enemiga. Incluso abdicó en cierta medida de su aversión a los españoles, enmendando lo que había declarado cuando era el invicto emir del Rif. Puede que sintiera nostalgia de sus tiempos de escolar y periodista en Melilla, o que comprendiera que en aquel momento la única fuerza que impedía la independencia de Marruecos era Francia. En 1960 se entrevistó con Mohammed V en El Cairo, pero esa entrevista no tuvo como resultado que el emir volviera a su tierra. Hay quien dice que no aprobaba las estrechas relaciones entre Marruecos y Francia, pero tampoco se le insistió mucho en que regresara. Lo último que necesitaba la monarquía marroquí era la vuelta triunfal a su guarida del viejo león rifeño. El 6 de febrero de 1963, casi cuarenta y dos años más tarde que aquel general Silvestre que un día le había despreciado y al que él había machacado en Annual, Abd el-Krim, la pesadilla de españoles y franceses, el hombre que había venido demasiado pronto, moría dulcemente en su villa frente al Mediterráneo egipcio. Le había dado tiempo a conocer un mundo y unos acontecimientos que aquel pobre espadón con mostacho ni siquiera había llegado a imaginar, pero hubo algo que probablemente le envidió: a Silvestre, al menos, Alá le había concedido morir en el Rif.

32
{"b":"87725","o":1}