Este trecho de camino es más bien monótono, la llanura abierta entre las montañas que se alzan a izquierda y derecha y el sol de justicia que golpea fuerte en nuestros ojos. Pasamos junto a Batel, otra antigua posición española, y continuamos recorriendo en sentido inverso la ruta de la retirada. Antes de llegar a Dríus, cruzamos el río Kert, uno de los más importantes de la región y barrera estratégica en muchas de las campañas. La de 1911, contra el caudillo llamado el Mizzián, recibió precisamente el nombre de guerra del Kert. El río marcó tras esa campaña el límite de los dominios que España podía defender con relativa firmeza. Aquí se mantuvo más o menos estabilizado el despliegue militar español, hasta que Silvestre fue nombrado comandante general de Melilla y empezó a soñar con Alhucemas. Desde el Kert avanzó por los montes hasta Annual, a medio camino de su objetivo. Cuando Abd elKrim le desbarató allí el sueño, las tropas derrotadas intentaron efímeramente mantener la línea del Kert, pero el empuje del enemigo la hizo saltar en pedazos. Hoy el Kert es sólo un río, que surca encajonado la roja tierra rifeña. En este día de julio apenas lleva un reguero de agua en el que algunas mujeres lavan ropa y unos pocos chavales se refrescan los pies.
Poco después de cruzar el Kert está Dríus, una población bastante extensa que se desparrama sin accidentes notables por la llanura. Ya era importante en tiempos de los españoles, y también fue una estación durante la retirada de 1921. Aquí tomó el mando el general Navarro, y aquí le ordenó el Alto Comisario Berenguer resistir. Dríus era una buena posición, con un parapeto de planta cuadrada de unos 100 metros de lado, donde había abundante munición y que disponía de agua a sólo treinta metros, un lujo para el promedio de las posiciones españolas, siempre construidas a tal distancia de la fuente de agua más cercana que cada día era necesario que unos cuantos soldados se jugaran el pellejo para traerla. Otra ventaja de Dríus era el ancho llano que se extendía ante ella, que habría obligado a los moros a atacar desde campo abierto, cosa que no les gustaba nada. Pero el general Navarro, desmoralizado como todos sus hombres, no quiso quedarse aquí. Incluso llamó al orden a un teniente coronel que gritó a sus hombres que Dríus no se abandonaba. La disciplina obligó al oficial exaltado a seguir al general deprimido y el 23 de julio todos evacuaron el campamento y cruzaron el Kert. En el informe Picasso, elaborado por la comisión encabezada por el general del mismo nombre que investigó las causas del desastre, se afirma que con esa decisión el general determinó el exterminio irremediable de la columna, cuya agonía se prolongaría hasta Monte Arruit.
Los españoles regresaron a Dríus en los primeros días de 1922, seis meses después de su pérdida. La reconquistaron sin dificultad, empleando por primera vez en la campaña carros blindados, que en el terreno propicio de la llanura causaron graves daños a los rifeños. Los hombres de Abd elKrim no tenían experiencia en defender una línea de posiciones fijas. Habían cavado trincheras, pero cuando los españoles las ocuparon comprobaron que habían echado la tierra hacia atrás, y no hacia adelante, donde les habría servido de parapeto. Durante los días siguientes los soldados se dedicaron principalmente a recoger del llano los huesos de los muertos, cuyo regimiento identificaban por el número cosido al cuello del uniforme. Los que llevaban el 59 eran todo lo que quedaba de lo que había sido el regimiento de Melilla. Los que lucían un 42 pertenecían al de Ceriñola. Y así sucesivamente. Los moros de los poblados cercanos se sometieron de nuevo a toda velocidad. Muchos de ellos habían participado en la matanza, y cuenta el entonces comandante Franco que costaba contener la sed de venganza de los legionarios, cuando descubrían en las paredes de los aduares la sangre reseca de los españoles fusilados.
Dríus es nuestra última parada en el llano. Tomamos el desvío que lleva a Ben-Tieb y abandonamos la carretera general, rumbo a los montes que hasta ese momento hemos mantenido siempre a nuestra derecha. Ésa es la ruta de Annual, por donde seguimos cubriendo en sentido inverso los distintos jalones de la retirada. La carretera hasta el propio Ben-Tieb es sólo regular, pero decente. A partir del pueblo empeorará.
En Ben-Tieb nos detenemos para aprovisionarnos. Es otro pueblo más o menos grande, en el que también son muchas y apabullantes las casas de emigrantes en construcción. Entramos en una tienda de comestibles, donde tratamos de comprar pan y algo con lo que acompañarlo. Pensamos que lo más fácil de encontrar será queso, y le pedimos a Hamdani que pregunte si lo tienen. El pan es visible tras el mostrador y basta con señalarlo.
Hamdani inicia su parlamento con el hombre que regenta la tienda de comestibles. Al poco tiempo observamos que algo no va bien. Hamdani se dirige a él en árabe, pero el rifeño no le habla en el mismo idioma. Utiliza probablemente una variedad del cheja, o de cualquier otro de los dialectos bereberes tradicionales en la región. He leído en alguna parte que no es raro que los hablantes de distintos dialectos del Rif, aun pertenecientes a tribus cercanas, se entiendan entre sí con dificultad. Pronto se hace obvio que nuestro conductor y el de la tienda no se entienden en absoluto.
Hamdani prueba en francés, todavía con menos éxito. En ese momento, mi hermano me pregunta, en español, qué es lo que hemos pedido.
– Queso -le respondo, en español también.
– Ah, queso -repite mi hermano.
Al oírlo dos veces, el hombre de la tienda se dirige a otro rifeño que está con él y exclama una palabra en su idioma que suena parecida al alemán "Käse ". La palabra española le ha resultado más familiar que la francesa (fromage ) o la árabe (yeben ). Nos saca un paquete de queso en porciones.
El incidente me hace reflexionar sobre los oscuros vínculos que existen entre los bereberes y los europeos, de los que proximidades lingüísticas como ésta suelen ser un plausible indicio. Hay quien especula con la posibilidad de que los habitantes del Rif procedan originariamente de la península Ibérica. Incluso parece que se han señalado afinidades entre el euskera y algunas lenguas bereberes, aunque ésta es cuestión discutida. Lo que sí es cierto, como hemos podido comprobar en el poco tiempo que llevamos en el Rif, es que una buena parte de los rifeños son rubios y tienen los ojos verdes o azules. La versión marroquí, según la expone por ejemplo \Douard Moha (con algunos antecedentes españoles, como el de Gonzalo de Reparaz), es inversa: en realidad eran los iberos los que procedían de los bereberes, y los actuales rubios del Rif son sólo un residuo de los vándalos germánicos que cruzaron tardíamente el Estrecho. (Reparaz, sin embargo, rechaza lo de los vándalos, alegando jeroglíficos egipcios que ya en el 1800 antes de Cristo mencionan bereberes rubios). En cualquier caso, y sea cual sea la siempre incierta verdad antropológica, resulta bastante gracioso que los rifeños digan queso igual que los alemanes. Siempre hubo buena relación entre ellos. Abd elKrim era germanófilo, como su padre, y los alemanes comerciaron desde antiguo con los habitantes de estas tierras. Con su industriosidad característica, copiaban los diseños de las piezas de la artesanía tradicional, que fabricaban en Alemania y vendían luego a los propios marroquíes.
Antes de subir de nuevo al coche estiramos un poco las piernas por las vacías calles de Ben-Tieb. También este lugar fue escenario de algunos hechos singulares bajo el protectorado español. Durante la derrota de 1921, por ejemplo, fue una excepción al caos general. La posición que aquí había la mandaba un tal capitán Lobo, quien al ver llegar a los primeros fugitivos de Annual trató inútilmente de contenerlos para restablecer el orden de la columna. No tuvo éxito, y pidió instrucciones que nunca recibió. A la vista de las circunstancias, ordenó a sus hombres que se replegaran hacia Dríus, a diez kilómetros de distancia. Pero no lo hizo de cualquier forma, sino manteniendo el orden de combate. Llegó a Dríus sin una sola baja.
El segundo episodio ocurrió en 1922, poco después de la reconquista de Dríus. No fue exactamente en Ben-Tieb, sino en Tuguntz, un pueblo cercano, y en él se vieron envueltos los carros blindados que habían aplastado a los rifeños en la llanura de Dríus. Tras aquel éxito, el mando español decidió utilizarlos para continuar la ofensiva, que entonces se internaba en terreno más áspero. Los rifeños, escarmentados de su primer encuentro con los blindados, los rodearon y trataron de buscar los ángulos muertos de sus ametralladoras. Durante un rato el combate fue patético, con los moros apedreando inútilmente las máquinas de guerra. Pero las ametralladoras Hotchkiss de los carros terminaron por interrumpirse y los rifeños consiguieron inutilizarlos. Aquella pequeña victoria subió tanto la moral de las fuerzas de Abd el-Krim como abatió a los españoles. Los blindados eran mejorables (para empezar, convenía dotarlos de una segunda ametralladora, como sugeriría Franco, testigo de aquel traspiés), pero ante todo había que aprender a utilizarlos. España siempre progresó así en Marruecos, equivocándose varias veces, y siempre costosamente, antes de acertar.
Un tercer hecho célebre que vivió Ben-Tieb ocurrió en julio de 1924, durante una inspección del entonces dictador Miguel Primo de Rivera a la base que la Legión tenía en el pueblo. Primo de Rivera no era por aquel entonces un entusiasta de la guerra marroquí. De hecho, se mostraba partidario de proceder a un repliegue significativo, si no de abandonar aquella empresa absurda que demandaba al país tanta sangre y tantos recursos. A tal extremo llegaba su reticencia a seguir con el empeño que en cierta ocasión se la confesó a un periodista británico: "Abd el-Krim nos ha derrotado. Posee las ventajas inmensas del terreno y del fanatismo de sus seguidores. Nuestras tropas se hallan agotadas por una guerra que ha durado años. No ven el porqué de tener que luchar y morir por un territorio sin valor alguno. Personalmente soy partidario de una completa retirada de Africa y de permitir a Abd el-Krim la posesión de sus dominios". El general, con ostensible imprudencia, declaró al reportero que la presencia española en el Rif servía a los intereses de Francia y de Gran Bretaña mucho más que a los de la propia España, y que la influencia de la reina, que después de todo era una princesa inglesa, tenía bastante que ver en la prolongación de aquel error. El curioso destino de Primo de Rivera, que ostentará siempre el mérito poético de haber explicado el holocausto español bajo el sol de Marruecos como un aparatoso homenaje a una princesa del país de la niebla, sería el de ganar aquella guerra tras el desembarco en la bahía de Alhucemas, el codiciado objetivo adonde nunca llegó Silvestre. Pero aquel día de 1en que visitó Ben-Tieb, el dictador estaba resuelto a abandonar y los legionarios, con Franco a la cabeza, lo sabían. Para tratar de avergonzarle, le dieron una comida en la que todo el menú constaba de platos elaborados a base de huevos. A los postres, osaron recordarle el deber sacrosanto que tenían para con todos los españoles que habían muerto por defender estas tierras. En opinión de los jefes legionarios, la sangre aquí derramada impedía abandonar el Rif al enemigo. Primo de Rivera salió al paso de la insubordinación y reclamó respeto a su autoridad, pero no mantuvo su intención y decidió continuar la guerra. Gonzalo de Reparaz, pese a coincidir con Primo de Rivera en el diagnóstico de que la aventura española en Marruecos beneficiaba sobre todo a Gran Bretaña, afirmaba que el dictador sólo tenía ideas cómicas y grotescas sobre el problema marroquí, del que a su juicio nunca llegó entender una sola palabra. Quizá eso explique sus idas y venidas. Lo cierto es que al final los legionarios se salieron con la suya, y especialmente Franco, que desembarcó el primero en Alhucemas, donde con desprecio de su vida ganó por fin su ansiado fajín de general.