Sentir los fuertes lazos de amistad y de amor con que me apoyas ha sido como tener un ángel a mi lado. Espero que Enrique también haya encontrado en su tierra a los buenos amigos de siempre y esté más tranquilo. Hace algún tiempo que no me escribe y es de esperar que ese tiempo le sea de utilidad. Ha hecho dos exposiciones de sus fotografías. Eso le dará fuerza, al ver su trabajo apreciado, así como sentirme querida y respetada me ha hecho bien a mí.
Es bien triste, pero con Enrique siempre me sentí rechazada y a la vez utilizada. Para mi pequeño ego de mujer, era un verdadero desastre. Hasta me había olvidado de que yo también soy una mujer como otras, y no tengo que aceptar ser despreciada, ni tratada sin ningún respeto. Pobre Enrique, no creo que el problema sea falta de amor, pero qué manera tan espantosa tiene de quererme. Ahora, en este momento, no sé lo que esté sintiendo él, porque como te digo no me ha escrito recientemente. Pero deseo que él, como yo, haya recuperado alguna serenidad para ver las cosas con respeto, amor, y pensando en el bien de los dos y de los niños.
Sólo el tiempo dirá la última palabra, pero hoy por hoy le agradezco al tiempo la paz recuperada. Me veo en el espejo, y a veces me sonrío. Me arreglo, y a veces me siento bonita. Juego con mis niños y los disfruto. Este tímido progreso, paso a paso y lentamente, justifica estar lejos de todo lo que conozco. Además, en realidad no se puede estar en El Salvador ahora y, como tú bien dices, salir corriendo a Chile no tiene mucho sentido sin antes ver las cosas bien pausadamente y pensarlo mucho. Ya no estamos para recorrer el globo y acabar con nada más que amarguras.
Escríbeme. ¿Sabes que muchas veces mis mejores pasos los he dado después de leer una de tus cartas?
Te ama, te besa, te abraza,
Fernanda Tuya
San Francisco, 10 de diciembre de 1981
Querido Juan Manuel Carpio,
Aquí me tienen presa, en una enorme oficina con grandes ventanas que miran hacia la bahía, en un lindo día azul con barquitos veleros bajo los puentes. Y, enfrente, una secretaria tan eficiente que contesta teléfonos, escribe a máquina, toma dictado, todo eso a un tiempo, mientras yo en mi máquina te escribo una carta llena de amor.
Resulta que me han puesto en la oficina de un vicepresidente de este gigante de compañía que es la Rogers and Brooks. Y su secretaria es tan celosa de su trabajo que no me deja siquiera contestar el teléfono, sea cosa de que le quite un ápice de su prestigio. Si vieras qué fastidio. Y al contestar el teléfono hay que tener un cuidado bárbaro porque puede ser, Dios Santo, el mero mero señor Brooks o el mero mero señor Rogers, o el Henry Kissinger, o el Georges Schultz, o el Reagan himself. Y uno allí sale diciendo cualquier tontería. Lástima grande que sea tan fastidioso el trabajo, porque de no ser así lo aceptaría de manera permanente, ya que significaría más dinero, y sin duda algún prestigio del tipo de prestigio que no me importa. Pero un poco más de plata no estaría mal. Sin embargo, no lo voy a aceptar. En realidad, no soy tan buena secretaria, y me arruinaría ver tanta eficiencia por todos lados. No sé ni siquiera por qué me han puesto aquí.
Pensaba anoche en la cantidad de tiempo que uno pasa hablando de música, recordando música. Tu última carta casi sólo habla de este tema, de canciones que hemos bailado juntos, de discos que necesitas, de discos que llenan tu departamento. Y, viendo dónde vivimos ahora, todas las fotografías de Enrique que tengo también tienen que ver con música. Tengo un pianista suyo y también otra foto de unos bailarines de tango, y un afiche de su última exposición, del cual te estoy enviando un ejemplar, porque pienso que te gustará. Habla mucho de la soledad y la música y se llama «Salón de belleza sentimental», ya que todas las pobres y muy cursis peluqueras aparecen con la cabeza metida en enormes bocinas de victrola, olvidándose por completo de una clientela también adormecida por la música. El afiche pertenece a toda una serie de fotos con victrola, y no sé si viste algunas cuando estuviste aquí, aunque me parece que no nos quedó mucho tiempo que digamos para el arte.
Aquí con los niños nos preparamos para la Navidad. Vamos a ir a ver el Cascanueces en la ópera de San Francisco, que es un espectáculo lindísimo. También hay cánticos antiguos españoles en una iglesia, y música navideña medieval en otra. Iremos a ver lo más posible de estas cosas que son todas de aprovechar. La Mariana está muy entusiasmada y Rodrigo también porque ella va a clases de ballet con la compañía de San Francisco, y algunas de sus compañeritas van a figurar en el Cascanueces. Rodrigo se pone orgullosísimo con todo lo que concierne a su hermana.
Como ves, ya estamos hablando de música otra vez.
Espero que tus Navidades sean lindas. Y te abrazo y te beso con ese amor medio santo y como bien misticón que a uno le entra por estas épocas del año. Y con música de la que tú quieras, por supuesto,
Tu Fernanda
Berkeley, 19 de diciembre de 1981
Mi adorado Juan Manuel, indiscutiblemente incansable,
¡Cuánto me alegro de que me haya llegado tu nuevo disco y de que nunca te canses de mí!
Te oigo y te oigo y cada canción es más lograda y maravillosa que la anterior y todas y cada una de ellas es y son mis favoritas. Y los niños te escuchan a fuerza de escucharme escuchándote. Diríase que ellos empiezan a entenderte y que empieza también a gustarles tu música, sus melodías, sus palabras, tu voz que reconocen, Juan Manuel Cantautor.
Una cosa va a misa, mi amor, una cosa es verdad como una catedral. Si te sigues estabilizando, producirás lo mejor. Tú vas para arriba, Juan Manuel Carpio, cantautor mío.
Y no te escribo más porque te sigo escuchando y te sigo adorando. No te escribo más porque no se pueden hacer tantas cosas maravillosas al mismo tiempo. Pero una última cosa más sí: gracias por haber titulado el disco Motel Trinidad, a sabiendas de que esto del motel apenas existe en la cultura nuestra. Pero es que lo haces sentir con tanta gracia y ternura eso de que el amor lo puede llevar a uno incluso al colmo de la incomodidad y a la más húmeda y fría y feliz sordidez. Eres tan hondo, eres tan triste, eres tan divertido, que, te guste o no te guste, ya no te escribo una línea más.
Musicalmente tuya, eso sí,
Fernanda
La siguiente es una de las contadísimas cartas que Fernanda María copió íntegramente en aquel cuaderno del que me envió fotocopia. Me imagino que lo hizo porque hacía muy poco que le habían robado años de nuestra fiel y entrañable correspondencia y, ante el temor de una nueva pérdida, la reprodujo de principio a fin con esa caligrafía tan suya, entre nítida y ordenada y veloz y catastrófica. En fin, ahí va esa respuesta mía, llena de una alegría tan grande como le produjo a ella la recepción de aquel nuevo fruto de mis andanzas y cantares.
Palma de Mallorca,
enero de este feliz año nuevo
Fernanda María fabulosa y grandaza,
Veo que mi disco te puso la bandera al tope, como te corresponde en tu calidad de amiga que me perdonaría hasta que me casara con otra mujer y te nombrara testigo por lo civil, lo penal, lo militar y lo ocular. En fin, si te despachas con cuchara grande con mi Motel Trinidad, peor tantito, por aquello que los gringos llaman higo y que ha hecho de la Argentina un país tan necesariamente grande en su geografía, ya que hay que darle cabida a tan tremendo y freudiano higueral, repleto además de angustia psicoanalítica, sin duda alguna porque más al sur, Patagonia abajo, como quien dice, los espera le néant del fin del mundo congelado. En conclusión, mi ego está que sobrepasa los límites de la mayor de las islas Baleares y empieza a proyectarse hacia las Ibizas y las Menorcas, las Cabreras y Formenteras.
Te oprime con un abrazo sostenido, al tiempo que te estruja y apachurra tu ínfimo en Xpo. y capellán.
Juan Manuel
Berkeley, 2 de febrero de 1982
Mi adorado Juan Manuel Carpio,
No sé cuándo te llegará esta carta con tanto ir y venir de Palma a París. Pero me gustaría que te llegara rápido, por dos razones. Una, que pronto tendré que viajar yo también. Parece que la mamá de Enrique sigue grave en Chile y está reclamando a sus nietos. De manera que el viaje se hace ya inevitable. Saldré con los niños a fines de este mes. Con mil temores de que quieran acapararnos allá, pero pensando que es una injusticia saber la gravedad de la pobre señora y tener aquí a sus únicos nietos asoleándose en California. Se supone que estaría en Chile más o menos un mes. Camino al sur, pasaremos dos semanas en San Salvador para ver a mi familia (el peligro directo, para nosotros, ha pasado por completo, y además me interesa ver con mis propios ojos cómo va mi pobre paisito), de manera que estaremos llegando a Chile a mediados de marzo. Me parece bien pronto, y no deja de asustarme. Ojalá sea un buen viaje.
Bueno, no dejes de escribir. Si puedes hacerlo antes de que salga a este horrible viaje, será muy alegre siempre saber de ti. Estaremos aquí todavía todo febrero.
Tu disco sigue y sigue sonando en esta casa de música.
Te quiere cada día más y más,
Tu Fernanda
California, todavía un ratito más. 18.2.82
Mi queridísimo Juan Manuel Carpio,
Tienes razón y así lo he sentido también, que al dejar esta linda, soleada, pacífica tierra, que ha sido buena, tranquila y solitaria para mí, dejo en cierta manera tu casa, tan parecida a la mía, siempre llena de música, de nostalgia y de soledad. No sé cuándo nos encontraremos otra vez. Tampoco sé a lo que voy, ni por qué, para decir la verdad. Pero de alguna manera este reposo tan necesario se ha terminado. Ha sido tan bueno para mí que a veces pienso que esta soledad es mi verdadero aire de vida, y que en este aire estoy bien. Siendo tan torpe con los contactos habituales.
Pero, en fin, a lo habitual volvemos. Cediendo hasta el fin a todas las presiones. Y pienso que por eso no estamos juntos. Los dos lo hemos respetado todo de una manera increíble. Nunca nos hemos permitido presionar al otro. Por temor, por respeto, por amor, por todo lo que tú eres y yo amo en ti, como una presencia tan cercana, como un espejo que sólo conoce mi más bonito yo. Y es por amor también a ese bonito yo que no he hecho presión en tu vida en momentos en que quizás un leve peso hubiera cambiado la balanza a favor nuestro. Ni tú ni yo nos hemos atrevido a ser ese peso.