Enrique, por supuesto, ni siquiera intentó buscarse algún trabajo. Tampoco hizo llamada alguna a los fotógrafos cuyos nombres traía en su agenda. Por dicha sus padres nos ayudaron un poco desde Chile.
Y de repente lo llamaron de urgencia porque su mamá está grave y se tuvo que ir de un día para otro. Él estaba tranquilo con su viaje, que se presentó como algo indispensable, de manera que no tuvo que pensarlo ni beberlo mucho. Pobre señora, su madre. Yo apenas tuve tiempo de conocerla cuando viví en Santiago, pero me escribe y me da una gran tristeza que no haya conocido a sus únicos nietos. No se sabe qué pasará.
El lunes, o sea ayer, fui al colegio de Rodrigo a cobrar y me salieron con que si renuncio sólo me deben doscientos dólares por todo el mes de trabajo, ya que deben descontar lo de Rodrigo. La culpa fue mía por no tener un contrato claro. Pero ni modo. Por dicha Anne, mi amiga más pobre, es una mujer que ha luchado mucho y es una roca plácida y benévola, cuya casa respira esa fuerza y dulzura.
Y ahora tú y el recuerdo de tu visita, Juan Manuel Carpio. No te puedes imaginar lo que siempre ha significado para mí la seguridad de tu cariño hacia todo lo mío, en medio de todas las circunstancias difíciles que se han presentado. Me has dado siempre mucha seguridad por tu sola existencia y por la existencia de tu cariño. Te quiero muchísimo y tus canciones, cada día más tiernas, más lindas, más finas, me acompañan y me llenan de ánimos y logran que camine sonriente y valiente por las calles de Berkeley, sintiendo incluso la sensación de bienestar y optimismo típica del momento en que Tarzán se arroja al agua.
Ayer encontré en la calle a una pareja que dijo que viajaba a París y, aunque sé que tú últimamente vives a salto de mata entre Mallorca y la Ciudad Luz, te mandé un libro con ellos, que parecían muy serios, gente buena y formal para mandar un regalo y que no se pierda. Espero que así será. Me gusta mucho D. H. Lawrence. Y, si no logras descifrar la dedicatoria que te he puesto, busca elephants en el index y verás un título, Elephants are slow to mate, y estoy segura que pensarás inmediatamente en nosotros cuando leas que «los elefantes, esos mastodontes, son muy lentos de domesticar». Pero resulta que al final de todo son buenísimos los elefantes, los más dóciles y nobles de todos los animales. En fin, lentísimos y segurísimos… ¿No te recuerda esto a alguien? ¿O más bien a álguienes? Y te abrazo y te beso una vez más, Juan Manuel Carpio, mientras camino y sonrío en Berkeley.
Hoy he estado buscando empleo. Fui a la universidad y hay muchos puestos buenos, pero el único amigo profesor que tengo ahí resulta que anda de sabático en Buenos Aires. Esperaremos. Veremos. Seremos pacientes.
Releo esta carta y es disparatada como una conversación en la tarde de un verano feroz, con mosca y todo. Escríbeme aquí, por favor:
c/o Anne Gotman. 1893 Londonderry St., Berkeley, CA 94710. USA.
Te abrazo, te beso, y te quiero tanto
Tu Fernanda
Quedan algunas notas en la copia del cuaderno que me envió Fernanda, que muy probablemente pertenezcan a mis desaparecidas respuestas a esta carta e incluso a alguna de las que la siguen. Por lo pronto, le agradezco su envío del libro de D. H. Lawrence, que felizmente me encontró en París y no en Mallorca, donde cada vez me iba mejor, trabajaba más, tanto actuando como componiendo, e iba alargando mis estadías. En fin, ato algunas frases de aquel cuaderno, porque al hacerlo vuelvo a sentir la maravillosa ilusión de que la correspondencia entre Mía y yo no se detuvo jamás, ni se fue espaciando hasta desaparecer, casi diría que como todo en esta vida. Finalmente, son frases que a Mía le encantaron. Por eso las anotó. Sólo por eso. Y, agradecida, me envió copia de aquel cuaderno que hoy me sirve para responder, aunque sólo sea ya imaginariamente, al amor de una gran amiga y a la amistad de mi más grande amor.
París, julio de 1981
Tan querida Mía,
Infinitas gracias por el estupendo libro.
Y alargo lo infinito para el agradecimiento paralelo al cariño con que me tratas. En interminable carta anterior, desde Palma de Mallorca, que pareces no haber recibido, pero cuya verdad juro en ley de hijodalgo, te hablo de ese rotundo amor que siento por ti. Quizás ahora, al escribirte esta vez, no logre el mismo calor afectuoso, pero no hace falta. Ahora más bien tú estás para repartirlo como programa de toros.
En cuanto a tu economía, en este momento hecha de prestidigitación, parece que muy pronto tendrá que iluminarte la gracia divina. En fin, digo semejante barbaridad por aquello de que, en casa de los pobres, siempre Dios proveerá. Y porque quiero que sepas y cuentes con que si Dios no existe, yo salgo al quite.
Recalcitro: Si te mantienes firme un rato más, saldrás del remolino. Te lo dice quien salió de uno distinto, pero remolino al fin.
Y no seré ningún modelo, pero no me siento peor que mis prójimos. Además, como tú, en el fondo soy un tímido que pelea, aunque en mi caso el asunto se agrava pues de un tiempo a esta parte he notado que, aunque algo prematuramente, empiezo a peinar canas en los cojones.
Adelante, amada mía, que se hace camino al andar. Aguanta y a la vez recibe un huaico (pero limpio) de abrazos y de enorme afecto. Y, como Tirano Banderas, quedo mandado.
Juan Manuel
PS. Salgo muy pronto, al menos de acuerdo a mis deseos, rumbo a Mallorca. O sea que no me escribas a París, salvo que me quede tullido o me salgan también verrugas en los cojones, lo cual me impediría ponerme escotado a la hora del volapié.
Otrosí. Olvidé contarte, en mi carta anterior (es signo de amor el que otra vez se cruzaran nuestras cartas), que, al bajar del avión que me llevó de San Francisco a Nueva York, pesqué un frío de aire acondicionado como para mear raspadilla. Resistí con dosis millonarias de antibióticos y vitaminas.
Bien, ahora sí te abraza y aupa tu humildísimo. Y más abrazos (oprimentes) de tu intejjérrimo amigo (dicción puneña),
Juan Manuel Cantautor (se lo oí decir a tus niños, allá en Acuérdate de Acapulco, con frío).
Berkeley, 12 de noviembre de 1981
Mi adorado Juan Manuel Carpio,
Hace tanto tiempo que no te veo y que no siento tu cercanía que ya es casi como un relámpago de repentino sentir ganas de estar contigo, y conversar, y escucharte, y caminar juntos. Adoro tus cartas llenas de amor, que además me ayudan por lo que me dicen tanto como por lo que me hacen reír. En fin, todo esto por dos cosas, o tres, o cuatro, o mil. Hace unos días me llamó Rafael Dulanto y me contó que había estado contigo y con don Julián d'Octeville, en Mallorca, y que en tu casa de Palma lo primero que se ve al entrar es una foto muy ampliada de nosotros dos, por lo que supuse que en algún lugar de tus viejos armarios siempre estoy de alguna manera presente, como tú en mí. Aunque sé cómo somos los dos de limitados, y los dos sin límites, inútiles y perdidos para esto del amor.
Y hoy, por el largo abrazo que rodea el mundo de la gente que te quiere, me llamó desde Roma Charlie Boston, para decirme que viaja a verte y que te está llevando una serie de novedades musicales que, piensa, pueden resultarte muy útiles para tu trabajo.
Y bueno, el resto ya lo sabes. Te quiero siempre tanto y me emociona tantísimo cuando alguien acaba de verte o está a punto de hacerlo. Y así pasó con Rafael y Charlie. Me hablaron casi seguido de ti y por ello me alboroté hasta no poder controlarme más. Y te llamé por teléfono y te estuve hablando horas. Y ahora me muero de vergüenza de que tenga que ser a cobrar a tu cuenta, pero por aquí yo me debato como gato panza arriba y parece que nunca me alcanza para nada el sueldo. Bueno, es un mal muy repartido, una especie de epidemia mundial, aunque a ti parece que te va bastante mejor ahora. Pero ni modo, con lo de mi llamada tendrás que hacer como que me invitaste a cenar riquísimo y comimos excelentes ostras con Dom Perignon, y nos reímos y disfrutamos como nunca. Porque así fue de alegre para mí escucharte.
Entiendo que, por más a gusto que estés en Mallorca, y a pesar de la buena casa que por cuatro reales podrías comprar en Menorca, insistas en que quieres regresar a Lima. Cada día se hace más difícil vivir fuera de las costumbres de uno. A mí hasta me cuesta un mundo hablar en inglés (y mira que dizque soy bilingüe), y de repente salgo con un acento espantoso, sólo para sentirme a gusto, y saber que al fin y al cabo no es mi idioma y que no estaré obligada a hablarlo toda mi vida. Es curioso, siempre me gustó más hablar en inglés que en francés, pero en este momento no le encuentro casi ningún placer y más bien me resulta frío y feo idioma. No me gusta decir malas palabras, porque me suenan horribles. Y las buenas palabras no me salen. Creo que tendré que irme, o comenzar a comunicarme con la gente por carta o por señas, como una muda.
Bueno, Juan Manuel, nuevamente te digo: fue divertido, alegre, entretenido, inteligente, fue grandioso escucharte. Y, aunque no sea yo quien deba decirte esto, cuídate más que nada del bendito teléfono, cuyas cuentas pueden congelar los testículos del más macho y perforar el bolsillo del más rico, según tengo leído por ahí: Paul Getty, el millonario petrolero, se protegía instalando un complicadísimo aparato a monedas.
Y ahora espero esa carta tuya que siempre todavía no ha llegado.
Tu Fernanda
San Francisco, 24 de noviembre de 1981
Mi queridísimo Juan Manuel,
Al fin llegó tu carta, tan llena de verdadero cariño y los mejores deseos para nosotros que me conmovió mucho. Me imagino que te has de preocupar bastante por los niños y por mí, porque realmente damos motivo de preocupación, por aquí tan a la pampa. Pero el tiempo, aunque no sea el mejor de los tiempos, me está sirviendo de mucho. Poco a poco siento con mucha felicidad terminarse en mí el rencor y el odio que he sentido y la sensación de estafa en mi relación con Enrique. Los niños, si bien me necesitan mucho, también me ayudan mucho porque son tan buenos y tan limpios. El sólo hecho de recuperar la serenidad vale todos los sacrificios realizados, y que ni siquiera han sido sacrificios puesto que nunca hubo mucha opción, y todo el esfuerzo que se ha venido haciendo hasta hoy ha sido el único posible.