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III. Tarzán en el gimnasio

C uando vuelvo a una carta como la que sigue, cuando compruebo una vez más la ingenua alegría y la tremenda firmeza, la casi irresponsable elegancia y esa suerte de descarado optimismo basado en un amor total por la vida, cuando veo que Fernanda María vuelve a despertarse alegre una mañana, en otro país, en otro mundo, ante un nuevo y muy distinto problema, cuando la imagino sentada escribiéndome como si nada hubiera pasado, nada le hubiera pasado, como si realmente no estuviera experimentando la más mínima angustia, el más mínimo dolor, y como si jamás hubiese recibido amenaza de muerte alguna, aún quiero correr hacia ella para cuidarla y mimarla, para quererla y protegerla como nunca he podido hacerlo, salvo por carta, claro, pero Dios sabe que por correo yo siempre parezco haber sido mejor, al menos a juzgar por los comentarios que la propia Fernanda María hizo muy a menudo de aquella tonelada de cartas mías que una banda de negros perversos le robó con otras joyas -de familia éstas- el día que la asaltó en Oakland.

Pero, por supuesto, Tarzán ha sido ella, siempre fue ella, y ahora Tarzán como que acabara de descubrir la completa voracidad de cada célula viviente de la selva. Ahora Tarzán como que empezara a madurar, de una vez por todas, para cuidar a sus criaturas entre el follaje y la vorágine y entre sus habitantes devoradores, cual hiena, o venenosos, cual tarántula. Y ahora Tarzán como que hubiera tomado conciencia de mil horribles y perversas acechanzas Rambo, y, al comprobar que su grito en la selva no contiene aún la suficiente energía, la suficiente ferocidad o Emulsión de Scott o lo que ustedes quieran, acaba de inscribirse en un gimnasio.

Y desde ahí, entre un cargamento de pesas y otro de lianas y poleas, entre un millón de abdominales y tres de dorsales y cuatro de flexiones de piernas, desde ahí parece que Tarzán respirase suave y armoniosamente mientras me cuenta, mientras me da cuenta, más bien, o, por qué no, mientras me envía el más hermoso parte de campaña jamás escrito desde un frente de batalla, esta carta en la que un genio feliz y enredado parece haber logrado una vez más que Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes esté muy alegre esa mañana, mientras escribe:

Trinity Beach, California,

27 de diciembre de 1980

Tan querido Juan Manuel Carpio,

Contento estarás de saber que he salido de San Salvador con los niños. Estamos en la opulenta California, en casa de mi hermana María Cecilia, que queda al lado del mar. La linda costa californiana nos recibió con días brillantes y noches tranquilas, lejos de las bombas y de la muerte continua y más y muy serias amenazas de rapto de esas que te mencioné. Después de la muerte de tantos amigos, los nervios y el ánimo comienzan a fallar, aunque todos mantenemos un verdadero y bien fundado optimismo sobre el resultado final que sin duda será difícil y costoso. Por hoy, estoy feliz de estar aquí. Y espero poder regresar a fines de febrero o principios de marzo. Enrique se quedó en San Salvador. Tal vez venga aquí más adelante. Excelentes amigos y excelentes compañeros han caído, pero todavía quedamos muchos, y machos contimás. De manera que no hay que desfallecer. Por el contrario, como que hay que armarse de una nueva piel que, sin perder su frescura y lozanía, tenga bastante también de coraza, de lanza, de cañón y hasta de portaaviones.

Si quieres escribir, o si quieres cualquier cosa, estamos en

c/o María Cecilia Weaver. P. O. 372.

Trinity Beach, California 94901.

En realidad, ya no podía seguir en San Salvador ahorita, pero pronto se podrá regresar. A veces pienso en ti, sentada en un café en Berkeley, con el rico sol calentándome las manos y la nariz, tan friolenta la nariz. O caminando por San Francisco. O en Santa Cruz, que es un lindo lugar. Por suerte el clima se ha portado de maravilla. Ayer los niños se metieron en el mar. Mi hermana tiene niños, y caballos, y perros, y gatos, y la playa al lado. El retiro perfecto.

Escribe y pormenorízame cómo te va. Tu amistad es siempre uno de los más brillantes tesoros con que cuento, en el fondo de mi más amado mar.

Te abrazo y te deseo todo lo bueno para el año nuevo, como siempre.

Tu Fernanda

Por allá, por la década de los treinta, o de los cuarenta, o de los cincuenta, qué sé yo y qué importa, además, si aún me invaden sus voces, los Ink Spots grabaron la canción aquella que dice: Times out for tears, because I'm thinking of you… Pues esto es todo lo que tengo que decir acerca de aquella carta de Fernanda María, de la primera carta que Mía me escribió desde California. Y, a juzgar por la fecha en que me escribe por segunda vez, me alegra deducir que le respondí muy pronto, causándole además algún contento.

California, 30 de enero de 1981

Queridísimo Juan Manuel Carpio,

¡Tu carta, por supuesto, una bomba! Más que nada porque estuve pensando tan fuertemente en ti al nomás llegar a California. Fui con mi hermana a Berkeley, donde nos sentamos en una terraza al sol, viendo pasar toda esa gente de por ahí. Y tú estabas tan presente que yo me sonreía contigo más que con el sol de ese lindo día, haciéndome cosquillas en la cara. De manera que el más lógico próximo paso era verte llegar a Berkeley, en ese mismo instante.

No sabes cuánto me alegra que hayas tomado la decisión de volver a tu país, aunque todavía puedas demorarte en hacerlo. París, como bien dices, es a menudo una fiesta, pero sólo para los invitados, y puede llenarse de tristeza y de cansancio, como puede también enfriarse tanto. Y uno no sabe ni escoge el momento en que deja de ser un invitado en esa linda ciudad, pero un día ya no hay más fiesta allí para uno, y lo más sano es salir. Estoy feliz de que hayas tomado esa decisión y de que estés ahora en un lugar tan bonito como Mallorca, escribiendo, componiendo, cantando, y meditando la forma en que has de llevar a cabo tu regreso al Perú, en la primera buena ocasión que se te presente y sin tener que contar nunca con la ayuda interesada de nadie. Todo eso me alegra, como me alegró recibir tu carta y tu «Te quiero mucho, colorada». Me sentí bien fuerte y bien mujer, ¿sabes?

En cuanto a mí, my most charming hands están dedicadas a pintar y hacer letreros grabados en madera, para tiendas, restaurantes y todo tipo de establecimientos. Ahorita estoy haciendo el letrero de una panadería. Es bastante alegre y gano un poquito para la supervivencia. Por dicha, estando en casa de mi hermana, no necesito mucho más. A la pobre le toca todo lo pesado en su casa, ya todos conocemos eso. Pero trato de ayudar en lo que puedo, y no ser demasiada carga. Realmente, no quiero regresar muy pronto. Ahora que lo he pensado más, no quiero regresar tan pronto como cuando llegué aquí. Dejé muchísimas cosas sin decidir. También la tristeza de la matanza que estaba ocurriendo en El Salvador me estaba volviendo loca. Aquí no se borra eso, pero sí la vida se hace más posible. También mi trabajo allá me tenía bastante aburrida, y todas las presiones de todo tipo. En fin, pienso en mi regreso con muy pocas ganas.

De la oficina me han llamado para pedirme que por favor regrese lo más tarde a mediados de abril, porque mi tío viaja a Europa a principios de mayo y quiere dejar alguien responsable. Personalmente, casi preferiría pasarme un año entero afuera y aclararme. Ya se verá cómo suceden las cosas. No me gusta tener a todo el mundo esperándome en abril y no llegar, pero no puedo decidir todavía. Lo único que sé es que por ahora me quedo aquí. Además, cabe la posibilidad de viajar nuevamente a Inglaterra en marzo, para la oficina, a fin de asistir a otro curso como el de la vez pasada. Pero si acepto ir de parte de la oficina, saldría de aquí y volvería también aquí, hasta ver más claro. Los niños están ya en colegios y tratando de aprender inglés, y con mis letreros ya medio comienzo a funcionar normalmente, de manera que no se trata de salir corriendo y volver a las fauces del tigre, sin entrenarse por lo menos un poquito antes.

Parte de la idea de salir era empujar a Enrique a salir también y tratar por lo menos de sacar adelante su trabajo. Ya nadie aguanta su neurastenia del fracaso de una obra que sólo él mismo puede llevar a buen puerto, como se dice. Adolfo Beltrán, su gran amigo, lo llamó desde México, donde estuvo exponiendo en el Museo de Arte Moderno del Parque de Chapultepec, para conectarlo con gente de allá, pero por misteriosos motivos no logró salir. Ahora supongo que estará tratando de tramitar su visa para venir aquí. Tengo bastante tiempo de no tener cartas y me temo que esté bebiendo horrores. Sin embargo, esta vez no quiero ayudar en nada, empujar en nada, obligar en nada. Seré, te lo prometo, la más pasiva de las mujeres y esperaré que el joven se pare en sus propias dos patitas. Al fin y al cabo, todos somos debilísimos, fragilísimos, tristísimos, fracasadísimos, si dejamos que ese lado de nosotros nos domine. Por otra parte, también somos fuertes, resistentes a todo (ya eso está comprobado, aunque a veces nos falte un poquito de entrenamiento). Y creo que en el caso de Enrique, ni él ni nadie lo aguanta andar más en la vida de llorón. Con lo grandazote que es, fíjate tú, y con el gran talento que tiene, por lo menos podría disciplinarse y tener un poco de alegría. Creo y espero que este viaje, si lo logra hacer y no se esconde a beber en el patio de la casa, le podría resultar sumamente beneficioso. Todo esto también lo veremos con el tiempo.

Como ves, lo que más necesito, y por dicha lo que más tengo ahora, es tiempo. Mi hermana es muy cariñosa conmigo y juntas nos ayudamos y acompañamos mucho. Y aquí puedo estar con Rodrigo y Mariana el tiempo necesario para aclararlo todo. Creo que en este momento de mi vida eso se hace indispensable. Por lo demás, también encuentro bastante alegre estar en la bellísima California.

Lamento tanto que no puedas venir en febrero. Ya en abril, si es que todavía estoy aquí, es más posible que haya llegado Enrique, lo que hará más difícil conversar largamente y cariñosamente en la playa de mi hermana.

Si acaso viajo a Europa te lo haré saber, aunque si dejo a los niños aquí en California será por poquísimo tiempo, y estaré en Edimburgo. Pero seguro me escaparé un par de días a Londres a visitar a mi otra hermana, Andrea María. Por suerte tenemos una mafia internacional de hermanas, como podrás ver.

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