Rosaura le agradeció infinitamente su ayuda y rápidamente salió a la huerta a recoger hojas de menta, no sin antes suplicarle absoluta discreción en este delicado asunto. El rostro de Rosaura reflejaba un gran alivio. En cambio Tita estaba destruida. ¡Qué era lo que había hecho! ¿Cómo resarcir el daño a Rosaura, a Pedro, a ella misma, a John? ¿Con qué cara lo iba a recibir dentro de unos días, cuando regresara de su viaje? John, la persona a quien sólo tenía cosas que agradecer, John, el que la había vuelto a la cordura, John el que le había mostrado el camino a la libertad.
John, la paz, la serenidad, la razón. ¡Verdaderamente él no se merecía esto! ¿Qué decirle, qué hacer? Por lo pronto lo mejor era que continuara preparando la rosca de Reyes, pues la masa con levadura que había dejado reposando mientras platicaba con Rosaura ya estaba lista para el paso siguiente.
Con el kilo de harina se forma una fuente sobre la mesa. En el centro se ponen todos los ingredientes y se van amasando empezando por los del centro y tomando poco a poco la harina de la fuente, hasta que se incorpora toda. Cuando la masa que contiene la levadura ha subido al doble de su tamaño, se mezcla con esta otra masa, integrándolas perfectamente, hasta el punto en que se desprendan de las manos con toda facilidad. Con una raspa se quita la masa que se va quedando pegada en la mesa, para intregrarla también. Entonces se vacía la masa en un recipiente hondo, engrasado. Se tapa con una servilleta y se espera a que suba nuevamente al doble de su tamaño. Hay que tener en cuenta que la masa tarda aproximadamente dos horas en duplicar su tamaño y es necesario que lo haga tres veces, antes de poder meterla al horno.
Cuando Tita estaba cubriendo con una servilleta la vasija donde puso a reposar la masa, una fuerte ráfaga de viento azotó la puerta de la cocina abriéndola de par en par y permitiendo que un frío helado la invadiera. La servilleta voló por los aires y un gélido estremecimiento recorrió la espalda de Tita. Giró su cuerpo y asombrada quedó frente a frente con Mamá Elena que la miraba duramente.
– Te dije muchas veces que no te acercaras a Pedro. ¿Por qué lo hiciste?
– … Yo lo intenté mami… pero…
– ¡Pero nada! ¡Lo que has hecho no tiene nombre! ¡Te has olvidado de lo que es la moral, el respeto, las buenas costumbres! No vales nada, eres una cualquiera que no se respeta ni a sí misma. ¡Has enlodado el nombre de toda mi familia, desde el de mis antepasados, hasta el de esa maldita criatura que guardas en las entrañas!
– ¡No! ¡Mi hijo no está maldito!
– ¡Sí lo está! ¡Lo maldigo yo! ¡A él y a ti, para siempre!
– No, por favor.
La entrada de Chencha en la cocina hizo que Mamá Elena diera media vuelta y saliera por la misma puerta por donde había entrado.
– Cierra la puerta, niña, ¿no ves el frío qui’ace? Últimamente te veo muy despatoladota. ¿Pos qué tráis pues’n?
Nada. No le pasaba nada más que tener un mes de atraso en su menstruación, la sospecha de estar embarazada; tener que decírselo a John en cuanto regresara para casarse con ella, tener que cancelar ese matrimonio, tener que abandonar ese rancho si es que quería tener a su hijo sin problemas, tener que renunciar para siempre a Pedro, pues no podía hacerle más daño a Rosaura.
¡Sólo eso le pasaba! Pero no se lo podía decir. De hacerlo, con lo chismosa que era Chencha, al otro día todo el pueblo lo sabría. Prefirió no darle ninguna respuesta y cambiarle el tema sin más ni más, tal y como Chencha se lo hacía a ella cuando la sorprendía en alguna falta.
– ¡Qué barbaridad! La masa ya está desbordándose. Déjame terminar la rosca, o nos va a caer la noche encima sin haber terminado.
Aún no se estaba desbordando la masa de la vasija donde la había puesto a reposar, pero era el pretexto ideal para distraer la atención de Chencha hacia otro asunto.
Cuando la masa ya dobla su tamaño por segunda vez, se vacía sobre la mesa y se hace una tira con ella. En medio se le ponen, si se desea, algunas frutas cubiertas en trozos. Si no, solamente el muñeco de porcelana, al azar. Se enrolla la tira metiendo una punta en la otra. Se pone sobre una lámina engrasada y enharinada con la unión hacia abajo. Se le da la forma de rosca, dejando bastante espacio entre la misma y la orilla de la lámina, pues todavía va a doblar su tamaño una vez más. Mientras tanto se enciende el horno para mantener una temperatura agradable en la cocina, hasta que termine de esponjarse la masa.
Antes de introducir el muñeco de porcelana en la rosca, Tita lo observó detenidamente. Según la tradición, la noche del 6 de enero se parte la rosca y la persona que saca el muñeco que viene escondido dentro de ella queda obligado a celebrar una fiesta el 2 de febrero, día de la Candelaria, cuando hay que levantar del nacimiento al niño Jesús. Desde que eran muy niñas esta tradición se había convertido en una especie de competencia entre ella y sus hermanas. Se consideraba muy afortunada a la que tenía la suerte de quedarse con el muñeco. Por la noche podría pedir un deseo apretándolo fuertemente con las dos manos.
Observando detenidamente las delicadas formas del muñeco, pensaba lo fácil que era desear cosas durante la niñez. Entonces no hay imposibles. Cuando uno crece se da cuenta de todo lo que no se puede desear porque es algo prohibido, pecaminoso. Indecente.
¿Pero qué es la decencia? ¿Negar todo lo que uno quiere verdaderamente? Ojalá que nunca hubiera crecido, ni conocido a Pedro, ni tuviera que desear no estar embarazada de él. Ojalá que su madre dejara de atormentarla, de toparse con ella por todos los rincones y de gritarle lo indigno de su proceder. ¡Ojalá que Esperanza se casara, sin que Rosaura lo pudiera impedir y nunca conociera de estas angustias y dolores! ¡Ojalá que esta niña tuviera la fuerza que había tenido Gertrudis para huir de la casa, en caso de ser necesario! ¡Ojalá que Gertrudis regresara a casa, para darle a Tita el apoyo que tanto necesitaba en estos momentos! Pidiendo estos deseos introdujo el muñeco en la rosca y la dejó sobre la mesa, para que siguiera aumentando su tamaño.
Cuando la masa dobla su tamaño por tercera vez, se decora con las frutas cubiertas, se barniza con huevo batido y se le pone el azúcar. Se mete al horno per veinte minutos y después se deja enfriar.
Cuando la rosca estuvo lista, Tita le pidió a Pedro que la ayudara a llevarla a la mesa. Le hubiera podido pedir ayuda a quien fuera, pero necesitaba hablar con él en privado.
– Pedro, necesito hablarle a solas.
– Es muy fácil, ¿por qué no va al cuarto obscuro? Ahí lo podemos hacer sin que nadie nos moleste. Llevo muchos días esperando que vaya- -Lo que tengo que decirle es precisamente sobre esas visitas.
La entrada de Chencha interrumpió la conversación, para informar que los Lobo acababan de llegar a la fiesta y sólo estaban esperando por ellos para partir la rosca. Entonces a Tita y a Pedro no les quedó otra que suspender la conversación y llevar la rosca al comedor, donde era esperada con ansiedad. Cuando iban atravesando el pasillo, Tita vio a su madre parada junto a la puerta del comedor, lanzándole una mirada de furia. Tita se paralizó. El Pulque empezó a ladrarle a Mamá Elena, que caminaba amenazadoramente hacia Tita. El perro tenía el pelo del lomo erizado por el miedo y caminaba defensivamente, hacia atrás. Su aturdimiento hizo que metiera una pata trasera dentro de la escupidera de latón que se encontraba al final del pasillo, junto al helecho, y que al tratar de salir corriendo la azotara contra el piso, dejando regado por todos lados el contenido de ésta.
El escándalo que provocó llamó la atención de los doce invitados, que ya se encontraban reunidos en la sala. Se asomaron al pasillo muy alarmados y Pedro les tuvo que explicar que el Pulque, tal vez por la vejez, últimamente hacía este tipo de cosas inexplicables, pero que todo estaba bajo control. Sin embargo, Paquita Lobo se dio cuenta de que Tita estaba a punto del desmayo. Pidió que alguien más le ayudara a Pedro a llevar la rosca al comedor, pues ella veta a Tata muy indispuesta, la tomó del brazo y la llevó a la sala. Le dieron a oler sales y después de un momento se recuperó por completo. Entonces decidieron pasar al comedor. Antes de salir, Paquita detuvo a Tita un segundo y le preguntó:
– ¿Ya te sientes bien? Aún te noto medio mareada, ¡y tienes una mirada! Que de no ser porque yo sé perfectamente que eres una muchacha decente juraría que estás embarazada.
Tita, riendo y tratando de no darle importancia, le respondió- -¿Embarazada? ¡Sólo a usted se le ocurre! ¿Y qué tiene que ver la mirada con eso? Yo puedo ver en los ojos de una mujer inmediatamente cuándo está embarazada.
Tita agradeció que el Pulque la salvara nuevamente de una situación difícil, pues el escándalo de los mil demonios que estaba armando en el patio le evitó tener que seguir conversando con Paquita. Además de los ladridos del Pulque se escuchaba el sonido provocado por el galope de varios caballos. Todos los invitados ya estaban en casa. ¿Quién podría ser a estas horas? Tita se dirigió rápidamente a la puerta, la abrió y vio cómo el Pulque le hacia fiestas a la persona que venía al frente de una compañía de revolucionarios. Hasta que se acercaron lo suficiente no pudo apreciar que quien venía al mando de la tropa era nada menos que su hermana Gertrudis. A su lado cabalgaba el ahora general Juan Alejandrez, el mismo que la había robado tiempo atrás. Gertrudis se bajó del caballo y como si el tiempo no hubiera pasado, dijo con desparpajo que sabiendo que era día de partir la rosca de Reyes, había venido por una buena taza de chocolate recién batido. Tita, abrazándola emocionada, la llevó de inmediato a la mesa para cumplirle el deseo. En la casa lo hacían como nadie, pues ponían mucho esmero en todos los pasos a seguir para hacerlo, desde su fabricación hasta la batida del chocolate, que es otro capítulo importantísimo. La impericia al batirlo puede ocasionar que un chocolate de excelente calidad se convierta en detestable o por su falta de cocimiento o por estar pasado de punto, o muy espeso o aun quemado.
El método para evitar todas las fallas anteriores es muy sencillo: se pone en la lumbre una tablilla de chocolate con agua. La cantidad de agua debe ser un poco mayor que la que se necesite para llenar el pocillo en que se ha de hervir. Cuando da el primer hervor, se aparta del fuego y se deshace la tablilla perfectamente, se bate con el molinillo hasta que esté bien incorporada con el agua. Se vuelve a la hornilla. Cuando dé otro hervor y quiera subir, se aparta de la lumbre. En seguida se vuelve a poner y así hasta que dé el tercer hervor. Entonces se aparta por última ocasión y se bate. Se sirve la mitad en el pozuelo y se vuelve a batir el restante. Entonces se sirve todo, dejando la superficie cubierta de espuma. Se puede hacer también con leche en lugar de agua, pero en este caso sólo se le da un hervor, la segunda ocasión que se pone al fuego se bate para que no quede muy espeso. El chocolate hecho con agua es de mejor digestión que el de leche.