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A la mañana siguiente mandó que Chencha bajara a Tita. Mamá Elena no podía hacerlo pues sólo había una cosa que temía en la vida y era el miedo a las alturas. No soportaba ni el pensamiento de tener que subir por la escalera, que media siete metros, y abrir hacia fuera la pequeña puerta, para poder entrar. Por lo tanto le convenía fingir más orgullo del que tenia y mandar a otra persona para que bajara a Tita, aunque ganas no le faltaban de subir personalmente y bajarla arrastrándola de los cabellos.

Chencha la encontró con el pichón en las manos. Tita parecía no darse cuenta de que estaba muerto. Intentaba darle de comer más lombrices. El pobre tal vez murió de indigestión porque Tita le dio demasiadas. Tita tenía la mirada perdida y miraba a Chencha como si fuera la primera vez que la viera en su vida.

Chencha bajó diciendo que Tita estaba como loca y que no quería abandonar el palomar.

– Muy bien, si está como loca va a ir a dar al manicomio. ¡En esta casa no hay lugar para dementes!

Y efectivamente, de inmediato mandó a Felipe a por el doctor Brown para que se llevara a Tita a un manicomio. El doctor llegó, escuchó la versión de la historia de parte de Mamá Elena y se dispuso a subir al palomar.

Encontró a Tita desnuda, con la nariz rota y llena de suciedad de palomas por todo el cuerpo. Algunas plumas se le habían pegado en la piel y el pelo. En cuanto vio al doctor corrió a un rincón y se puso en posición fetal.

Nadie supo qué le dijo el doctor Brown durante las horas que pasó con ella, pero al atardecer bajó con Tita ya vestida, la subió a su carretela y se la llevó.

Chencha, corriendo y llorando a su lado, apenas alcanzó a ponerle a Tita en los hombros la enorme colcha que había tejido en sus interminables noches de insomnio. Era tan grande y pesada que no cupo dentro del carruaje. Tita se aferró a ella con tal fuerza que no hubo más remedio que llevarla arrastrando como una enorme y caleidoscópica cola de novia que alcanzaba a cubrir un kilómetro completo. Debido a que Tita utilizaba en su colcha cuanto estambre caía en sus manos, sin importarle el color, la colcha mostraba una amalgama de colores, texturas y formas que aparecían y desaparecían como por arte de magia entre la monumental polvareda que levantaba a su paso.

Continuar á…

Siguiente receta:

Masa para hacer fósforos

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