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Pedro salió con el niño en brazos, Mamá Elena no dejaba de observar detenidamente a Tita, había en sus ojos un destello de turbación que no le gustaba nada.

– ¿Ya está listo el champurrado para tu hermana?

– Ya mami.

– Dámelo para que se lo lleve, necesita tomarlo día y noche, para que baje la leche.

Pero por más champurrado que tomó, nunca le bajó la leche. En cambio Tita tuvo desde ese día leche suficiente como para alimentar no sólo a Roberto sino a otros dos niños más, si así lo hubiera deseado. Como Rosaura estuvo delicada algunos días, a nadie le extrañó que Tita se encargara de darle de comer a su sobrino; lo que nunca descubrieron fue la manera en que lo hacia, pues Tita, con la ayuda de Pedro, puso mucho cuidado en que nadie la viera.

El niño, por tanto, en lugar de ser un motivo de separación entre ambos, terminó por unirlos más. Tal parecía que la madre del niño era Tita y no Rosaura. Ella así lo sentía y así lo demostraba. El día del bautizo, ¡con qué orgullo cargaba a su sobrino y lo mostraba a todos los invitados! Rosaura no pudo estar presente más que en la iglesia pues aún se sentía mal. Tita entonces tomó su lugar en el banquete.

El doctor John Brown miraba a Tita embelesado. No le podía quitar los ojos de encima. John había asistido al bautizo sólo para ver si podía conversar con ella a solas. A pesar de que se veían a diario durante las visitas médicas que John le hacía a Rosaura, no habían tenido la oportunidad de platicar libremente y sin ninguna otra persona presente. Aprovechando que Tita caminaba cerca de la mesa donde él se encontraba, se levantó y se le acercó con el pretexto de ver al niño.

– ¡Qué bien se ve este niño, al lado de una tía tan bella!

– Gracias doctor.

– Y eso que no es su propio hijo, ya me imagino lo bonita que se va a ver cuando el niño que cargue sea el suyo.

Una nube de tristeza cruzó por el semblante de Tita. John la detectó y dijo:

– Perdón, parece que dije algo incorrecto.

– No, no es eso. Lo que pasa es que yo no me puedo casar, ni tener hijos, porque tengo que cuidar a mi mamá hasta que muera.

– ¡Pero cómo! Eso es una tontería.

– Pero así es. Ahora le ruego que me disculpe, voy a atender a mis invitados.

Tita se alejó rápidamente, dejando a John completamente desconcertado. Ella también lo estaba, pero se recuperó de inmediato al sentir en sus brazos a Roberto. Qué le importaba su destino mientras pudiera tener cerca a ese niño, que era más suyo que de nadie. Realmente ella ejercía el puesto de madre sin el título oficial. Pedro y Roberto le pertenecían y ella no necesitaba nada más en la vida.

Tita estaba tan feliz que no se dio cuenta de que su madre, lo mismo que John, aunque por otra razón, no la perdía de vista un solo instante. Estaba convencida de que algo se traían entre manos Tita y Pedro. Tratando de descubrirlo, ni siquiera comió, y estaba tan concentrada en su labor de vigilancia, que le pasó desapercibido el éxito de la fiesta. Todos estuvieron de acuerdo en que gran parte del mismo se debía a Tita, ¡el mole que había preparado estaba delicioso! Ella no paraba de recibir felicitaciones por sus méritos como cocinera y todos querían saber cuál era su secreto. Fue verdaderamente lamentable que en el momento en que Tita respondía a esta pregunta diciendo que su secreto era que había preparado el mole con mucho amor, Pedro estuviera cerca y los dos se miraran por una fracción de segundo con complicidad, recordando el momento en que Tita molía en el metate, pues la vista de águila de Mamá Elena, a 20 metros de distancia, detectó el destello y le molestó profundamente.

Entre todos los invitados ella era realmente la única molesta, pues curiosamente, después de comer el mole, todos habían entrado en un estado de euforia que los hizo tener reacciones de alegría poco comunes. Reían y alborotaban como nunca lo habían hecho y pasaría bastante tiempo antes de que lo volvieran a hacer. La lucha revolucionaria amenazaba con acarrear hambre y muerte por doquier. Pero en esos momentos parecía que todos trataban de olvidar que en el pueblo había muchos balazos.

La única que no perdió la compostura fue Mamá Elena, que estaba muy ocupada en buscar una solución a su resquemor, y aprovechando un momento en que Tita estaba lo suficientemente cerca como para no perder una sola de las palabras que ella pronunciara, le comentó al padre Ignacio en voz alta:

– Por cómo se están presentando las cosas padre, me preocupa que un día mi hija Rosaura necesite un médico y no lo podamos traer, como el día en que dio a luz. Creo que lo más conveniente sería que en cuanto tenga más fuerzas se vaya junto con su esposo y su hijito a vivir a San Antonio, Texas, con mi primo. Ahí tendrá mejor atención médica.

– Yo no opino lo mismo doña Elena, precisamente por cómo está la situación política, usted necesita de un hombre en casa que la defienda.

– Nunca lo he necesitado para nada, sola he podido con el rancho y con mis hijas. Los hombres no son tan importantes para vivir padre -recalcó-. Ni la revolución es tan peligrosa como la pintan, ¡peor es el chile y el agua lejos!

– ¡No, pues eso sí! -respondió riéndose-. ¡Ah, qué doña Elena! Siempre tan ocurrente. Y, dígame, ¿ya pensó dónde trabajaría Pedro en San Antonio?

– Puede entrar a trabajar como contador en la compañía de mi primo, no tendrá problema, pues habla inglés a la perfección.

Las palabras que Tita escuchó resonaron como cañonazos dentro de su cerebro. No podía permitir que esto pasara. No era posible que ahora le quitaran al niño. Tenía que impedirlo a como diera lugar. Por lo pronto, Mamá Elena logró arruinarle la fiesta. La primera fiesta que gozaba en su vida.

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