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El abogado cacareó como una gallina. Volvió a mirarme con un fuego final y me tomó la mano ardiente. La suya helada.

– Regrese a casa de Vlad, Navarro. Esta misma noche. Pronto no habrá remedio.

Quería desprenderme de su mano, pero Eloy Zurinaga había concentrado en un puño toda la fuerza de su engaño, de su desilusión y de su postrer aliento.

– ¿Entiende usted mi conflicto?

– Sí, patrón -dije casi con dulzura, adivinando su necesidad de consuelo, vulnerado yo mismo por el cariño, por el recuerdo, hasta por la gratitud…

– Dése prisa. Es urgente. Lea estos papeles.

Me soltó la mano. Tomé los papeles. Caminé hacia la puerta. Le oí decir de lejos.

– Espere usted todo el mal de Vlad.

Y con voz más baja: -¿Cree que no tengo escrúpulos de conciencia? ¿Cree que no tengo una fiebre en el alma?

Le di la espalda. Supe que jamás lo volvería a ver.

XI

"En el año del Señor 1448 ascendió al trono de Valaquia Vlad Tepes, investido por Segismundo de Luxemburgo, Sacro Emperador Romano-Germánico, e instaló su capital en Tirgovisye, no lejos del Danubio, a orillas del Imperio Otomano, con la encomienda cristiana de combatir al Turco, en cuyas manos cayó Vlad, quien aprendió velozmente las lecciones del Sultán Murad II: sólo la fuerza sostiene al poder y el poder exige la fuerza de la crueldad. Fugándose de los turcos, Vlad recuperó el trono de la Valaquia con un doble engaño: tanto los turcos como los cristianos lo creyeron su aliado. Pero Vlad sólo estaba aliado con Vlad y con el poder de la crueldad. Quemó castillos y aldeas en toda Transilvania. Reunió en una recámara a los jóvenes estudiantes llegados a estudiar la lengua y los quemó a todos. Enterró a un hombre hasta el ombligo y lo mandó decapitar. A otros los asó como a cerdos o los degolló como corderos. Capturó las siete fortalezas de Transilvania y ordenó tasajear a sus habitantes como pedazos de lechuga. A los gitanos, insumisos a ser ahorcados por no ser costumbre de zíngaros, los obligó a hervir en caldera a uno de ellos y luego devorarle la carne. Una de sus amantes se declaró preñada para retener a Vlad: éste le abrió el vientre con una tajada de cuchillo para ver si era cierto. En 1462 ocupó la ciudad de Nicópolis y mandó clavar de la cabellera a los prisioneros hasta que muriesen de hambre. A los señores de Fagaras los decapitó, cocinó sus cabezas y se las sirvió a la población. En la aldea de Amlas le cortó las tetas a las mujeres y obligó a sus maridos a comerlas. Reunió en un palacio de Broad a todos los pobres, enfermos y ancianos de la región, los festejó con vino y comida y les preguntó si deseaban algo más.

"No, estamos satisfechos”.

"Entonces los mandó decapitar para que muriesen satisfechos y jamás volviesen a sentir necesidad alguna.

"Pero él mismo no estaba satisfecho. Quería dejar un nombre y una acción imborrables en la historia. Encontró un instrumento que se asociase para siempre a él: la estaca.

"Capturó el pueblo de Benesti y mandó empalar a todas las mujeres y a todos los niños. Empaló a los boyares de Valaquia y a los embajadores de Sajonia. Empaló a un capitán que no se atrevió a quemar la iglesia de San Bartolomé en Brasov. Empaló a todos los mercaderes de Wuetzerland y se apropió sus bienes. Decapitó a los niños de la aldea de Zeyding e introdujo las cabezas en las vaginas de sus madres antes de empalar a las mujeres. Le gustaba ver a los empalados torcerse y revolverse en la estaca “como ranas”. Hizo empalar a un burro en la cabeza de un monje franciscano.

"Vlad gustaba de cortar narices, orejas, órganos sexuales, brazos y piernas. Quemar, hervir, asar, desollar, crucificar, enterrar vivos… Mojaba su pan en la sangre de sus víctimas. Se refinaba untando sal en los pies de sus prisioneros y soltando animales para lamerlos.

"Mas empalar era su especialidad y la variedad de la tortura su gusto. La estaca podía penetrar el recto, el corazón o el ombligo. Así murieron miles de hombres, mujeres y niños durante el reinado de Vlad el Empalador, sin jamás saciar su sed de poder. Sólo su propia muerte escapaba a su capricho.

Oía las leyendas de su tierra con obsesión y deseo.

"Los moroni capaces de metamorfosis instantáneas, convirtiéndose en gatos, mastines, insectos o arañas.

"Los nosferatu escondidos en los más hondo de los bosques, hijos de dos bastardos, entregados a orgías sexuales que los agotan hasta la muerte, aunque apenas enterrados los nosferatu despiertan y abandonan su tumba para jamás regresar a ella, recorriendo la noche en forma de perros oscuros, escarabajos o mariposas. Envenenados de celo, gustan de aparecerse en las recámaras nupciales y volver estériles e impotentes a los recién casados.

"Los lúgosi, cadáveres vivientes, librados a las orgías necrofílicas al borde de las tumbas y delatados por sus patas de pollo.

"Los strigoi de Braila con los ojos perpetuamente abiertos dentro de sus tumbas.

"Los varcolaci de rostros pálidos y epidermis reseca que caen en profundo sueño para imaginar que ascienden a la luna y la devoran: son niños que murieron sin bautizo.

"Este era el ferviente deseo de Vlad el Empalador. Traducir su cruel poder político en cruel poder mágico: reinar no sólo sobre el tiempo, sino sobre la eternidad.

"Monarca temporal, Vlad, hacia 1457, había provocado demasiados desafíos rivales a su poder. Los mercaderes y los boyardos locales. Las dinastías en disputa y sus respectivos apoyos: los Habsburgos y su rey Ladislao Póstumo, la casa húngara de los Hunyadis y los poderes otomanos en la frontera sur de Valaquia. Estos últimos se declaraban “enemigos de la Cruz de Cristo”. Los reyes cristianos asociaban a Vlad con la religión infiel. Pero los otomanos, por su parte, asociaban a Vlad con el Sacro Imperio y la religión cristiana.

"Capturado al fin en medio de su última batalla por la facción del llamado Basarab Laiota, ágil aliado, como es costumbre balcánica, a todos los poderes en juego, por más antagónicos que sean, Vlad el Empalador fue condenado a ser enterrado vivo en un campamento junto al río Tirnava y conducido hasta allí, para su escarnio, entre los sobrevivientes de sus crímenes infinitos, que le iban dando la espalda a medida que Vlad pasaba encadenado, de pie, en un carretón rumbo al camposanto. Nadie quería recibir su última mirada.

"Sólo un ser le daba la cara. Sólo una persona se negaba a darle la espalda. Vlad fijó sus ojos en esa criatura. Pues era una niña apenas, de no más de diez años de edad. Miraba al Empalador con una mezcla impresionante de insolencia e inocencia, de ternura y rencor, de promesa y desesperanza.

"Voivod, príncipe, Vlad el Empalador iba a la muerte en vida soñando con los vivos en muerte, los moroni, los nosferatu, los strigoi, los varcolaci, los vampiros: Drácula, el nombre que secretamente le daban todos los habitantes de Transilvania y Moldavia, Frahas y Valaquia, los Cárpatos y el Danubio…

"Iba a la muerte y sólo se llevaba la mirada azul de una niña de diez años de edad, vestida de rosa, la única que no le dio la espalda ni murmuró en voz baja, como lo hacían todos los demás, el nombre maldito, Drácula…

"Estos son, amigo Navarro, los secretos -parciales- que puede comunicarle su fiel y seguro servidor

(fdo) ELOY ZURINAGA"

XII

Leí el manuscrito sentado al volante del BMW. Sólo al terminarlo arranqué. Puse en cuarentena mis posibles sentimientos. Asco, asombro, duda, rebeldía, incredulidad.

Conduje mecánicamente de la Colonia Roma al acueducto de Chapultepec, bajo la sombra iluminada del Alcázar dieciochesco y subiendo por el Paseo de la Reforma (el antiguo Paseo de la Emperatriz) rumbo a Bosques de las Lomas. Agradecía el automatismo de mis movimientos porque me encontraba ensimismado, entregado a reflexiones que no son usuales en mí, pero que ahora parecían concentrar mi experiencia de las últimas horas y brotar de manera espontánea mientras las luces del atardecer se iban encendiendo, como ojos de gato parpadeantes, a lo largo de mi recorrido.

Lo que me asaltaba era una sensación de melancolía intensa: el mejor momento del amor, ¿es el de la melancolía, la incertidumbre, la pérdida? ¿Es cuando Más presente, menos sacrificable a las necedades del celo, la rutina, la descortesía o la falta de atención, sentimos el amor? Imaginé a mi mujer, Asunción, y recuperando en un instante la totalidad de la pareja, de nuestra vida juntos, me dije que el placer nos deja atónitos: ¿cómo es posible que el alma entera, Asunción, pueda fundirse en un beso y pierda de vista al mundo entero?

Le hablaba así a mi amor, porque no sabía lo que me esperaba en casa del vampiro. Repetía como exorcismos las palabras de la esperanza: el amor siempre es generoso, no se deja vencer porque lo impulsa el deseo de poseer plena y al mismo tiempo infinitamente, y como esto no es posible, convertimos la insatisfacción misma en el acicate del deseo y lo engalanamos, Asunción, de melancolía, inquietud y la celebración de la finitud misma.

Como si adivinase lo que me esperaba, dejé escapar, Asunción, un sollozo y me dije:

– Este es el mejor momento del amor.

Caía la tarde cuando llegué a casa del conde Vlad. Me abrió Borgo, cerrándome, una vez más, el paso. Estaba dispuesto a pegarle, pero el jorobado se adelantó:

– La niña está atrás, en el jardín.

– ¿Cuál jardín? -dije inquieto, enojado.

– Lo que usted llama la barranca. Los árboles -indicó el criado con un dedo sereno.

No quise correr al lado de la mansión de Vlad para llegar a eso que Borgo llamaba jardín y que era un barranco, según lo recordaba, con algunos sauces moribundos sobresalientes en el declive del terreno. Lo primero que noté, con asombro, fue que los árboles habían sido talados y tallados hasta convertirse en estacas. Entre dos de estas empalizadas colgaba un columpio infantil.

Allí estaba Magdalena, mi hija.

Corrí a abrazarla, indiferente a todo lo demás.

– Mi niña, mi niñita, mi amor -la besé, la abracé, le acaricié el pelo crespo, las mejillas ardientes, sentí la plenitud del abrazo que sólo un padre y una hija saben darse.

Ella se apartó, sonriendo.

– Mira, papá. Mi amiguita Minea.

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