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(Le dijo el coronel Frutos García: -Nos ahogábamos en esos pueblos de la provincia, señorita Winslow. Hasta el aire estaba siempre de luto allí. Usted aquí ve a veces pueblo pueblo, viejos cuatreros, campesinos que no tuvieron otra o que de plano les gusta el mitote. Pero véame a mí que soy hijo de comerciante y pregúntese cuántos como yo han tomado las armas y apoyan la revolución y le estoy hablando de profesionistas, escritores, profesores de escuela, industriales pequeños. Podemos gobernarnos a nosotros mismos, se lo aseguro, señorita. No queremos más un mundo dominado por los caciques, la sacristía y las aristocracias ridículas que aquí siempre hemos tenido. ¿Usted no nos cree capaces, pues? ¿O sólo le teme a la violencia que antecede a la libertad?)

– Pregúntales a ellos, entonces -dijo Arroyo señalando su gente; le dio la espalda a Harriet, alejándose con orgullo, con la cabeza ladeada.

Desde la plataforma del pullman el viejo vio y oyó e imaginó. "¿Cuál es el pretexto más hondo para amar? ¿Se diferencia del pretexto para actuar?"

Entendió, sin embargo, que Arroyo le estaba demostrando de lejos "lo que traía en la cabeza" en vez de un alfabeto.

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