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tumbados en la tierra boca abajo.

«Adhaesit pavimento anima mea »

les oí exclamar con tan altos suspiros,

que apenas se entendían las palabras.

– ¿Sólo tenemos esto para empezar? -preguntó, escéptico, Farag-. Es muy poco y Estambul es muy grande.

– También tenemos el Apostoleion -le recordó Glauser-Róist, cruzando tranquilamente las piernas como si no sufriera en absoluto el dolor de las cicatrices ni esas molestas agujetas que la carrera de Maratón nos había dejado a los demás como recuerdo-. La Nunciatura vaticana en Ankara y el Patriarcado de Constantinopla están trabajando desde anoche sobre ello. Cuando llegamos al hotel, me puse en contacto con Monseñor Lewis y con el secretario del Patriarca, el padre Kallistos, quien me informó de que el Apostoleion fue la famosa iglesia ortodoxa de los Santos Apóstoles que sirvió de Panteón Real a los emperadores bizantinos hasta el siglo XI. Era el templo más grande después de Santa Sofía. Hoy día, sin embargo, no queda nada de ella. Mehmet II, el conquistador turco que puso fin al imperio bizantino, ordenó su destrucción en el siglo XV.

– ¿No queda nada de ella? -me escandalicé-. ¿Y qué pretenden que hagamos? ¿Excavar la ciudad en busca de sus restos arqueológicos?

– No lo sé, doctora. Tendremos que investigar. Parece ser que Mehmet II, intentando emular a los emperadores, mandó construir allí mismo su propio mausoleo, la mezquita de Fatih Camii que aún sigue en funcionamiento. Del Apostoleion no queda absolutamente nada. Ni una piedra. Pero habrá que esperar los informes de la Nunciatura y del Patriarcado para saber algo mas.

– ¿Qué les ha pedido que investiguen?

– Todo, absolutamente todo, doctora: la historia completa de la iglesia con el mayor lujo de detalles, también la de Fatih Camii; los planos, mapas y dibujos de las reconstrucciones, nombres de los arquitectos, objetos, obras de arte, todos los libros que hablen sobre ellas, el ritual de enterramiento de los emperadores, etc. Como verá no he dejado ningún detalle al azar y estoy seguro de que tanto la Nunciatura como el Patriarcado están trabajando a fondo en el tema. El Nuncio apostólico, Monseñor Lewis, me dijo, además, que podíamos contar con la ayuda de uno de los agregados culturales de la embajada italiana, experto en arquitectura bizantina, y el Patriarcado está especialmente ansioso por colaborar con nosotros porque también ha sufrido las fechorías de los staurofílakes: lo poco que quedaba del fragmento de Vera Cruz que el emperador Constantino recibió directamente de su madre, Santa Helena, desapareció hace menos de un mes de la iglesia patriarcal de San Jorge, y eso que estaban avisados. Pero el antiguamente poderoso Patriarcado de Constantinopla es hoy día tan pobre que no dispone de recursos para proteger sus reliquias. Al parecer, apenas quedan fieles ortodoxos en Estambul. El proceso de islamización ha sido tan intenso y el nacionalismo se ha vuelto tan violento que, en la actualidad, casi el ciento por ciento de la población es turca y de religión musulmana.

En ese momento, el comandante del Westwind nos comunicó por los altavoces que en menos de media hora aterrizaríamos en el Aeropuerto Internacional Atatürk de Estambul.

– Deberíamos darnos prisa con el texto de Dante -apremió Glauser-Róist, abriendo de nuevo el libro-. ¿Dónde estábamos?

– Acabábamos de empezar -le respondió Farag, ojeando a su vez su propio ejemplar de la Divina Comedia -. Dante estaba oyendo recitar a los espíritus de los avariciosos el primer versículo del Salmo 118: «Mi alma está pegada al suelo.»

– Bueno, pues, a continuación, Virgilio pide que les indiquen dónde está la entrada que da acceso a la siguiente cornisa.

– Pero ¿a Dante le han quitado ya la marca de la frente? -le interrumpí. Me escocía un poco la cruz decussata del muslo derecho.

– No en todos los círculos Dante menciona explícitamente que los ángeles le vayan borrando las cicatrices de los pecados capitales, pero siempre señala en algún momento que, tras cada nueva subida, se siente más ligero, que camina con más facilidad y, de vez en cuando, recuerda que le han quitado alguna «P». ¿Desea conocer algún detalle más, doctora?

– No, muchas gracias. Puede seguir.

– Continúo… Los avariciosos contestan a los poetas:

Si venís libres de yacer aquí con nosotros,

y queréis pronto hallar el camino,

llevad siempre por fuera la derecha.

– Es decir -interrumpí de nuevo-, que deben ir hacia la derecha, dejando de ese lado el precipicio. -El capitán me miró y afirmó con la cabeza.

Fiel a su costumbre, el florentino se enzarzaba a continuación en una de sus largas conversaciones con alguno de los espíritus, en este caso el del papa Adriano V, calificado por la historia como un gran avaricioso. De repente, caí en la cuenta de que el poeta situaba un gran número de Santos Pontífices entre las almas del Purgatorio. ¿Habría igual proporción en el Infierno?, me pregunté. En cualquier caso, no cabía la menor duda de que la Divina Comedia no era, como se decía tradicionalmente, una obra que ensalzara a la Iglesia Católica; más bien, todo lo contrario.

Cuando volví a prestar atención, el capitán estaba leyendo los primeros tercetos del Canto XX, en los que Dante describe las dificultades que encuentran su maestro y él para caminar por aquella cornisa, pues el suelo está lleno de almas adheridas y llorosas:

Eché a andar y mi guía echó a andar por los

lugares libres, siguiendo la roca,

cual pegados de un muro a las almenas;

pues la gente que vierte gota a gota

por los ojos el mal que el mundo llena,

al borde se acercaba demasiado.

Nos saltamos completamente la parte del Canto en la que espíritus variados van cantando ejemplos de avaricia castigada: el del rey Midas, el del rico romano Craso, etc. De repente, un apocalíptico temblor sacude el suelo del quinto círculo. Dante se espanta pero Virgilio le tranquiliza: «Mientras vayas conmigo, no te asustes.» El Canto XXI empezaba con la explicación de tan extraño suceso: un espíritu ha cumplido su castigo, ha sido purificado, y puede, por tanto, poner fin a su permanencia en el Purgatorio. Se trata, en esta feliz ocasión, del alma del poeta napolitano Estacio [40], quien, consumada su penitencia, se acaba de despegar del suelo. Estacio, que no sabe con quien está hablando, explica a los visitantes que se hizo poeta por su profunda admiración al gran Virgilio y esta confesión, naturalmente, provoca la risa de Dante. Estacio se ofende, sin entender que la hilaridad del florentino está motivada por el hecho de que tiene delante a quien tanto dice haber respetado. Disuelto el enredo, el de Nápoles cae de rodillas ante Virgilio y da comienzo una larga ristra de versos admirativos.

En este punto, nuestro avión empezó a descender tan bruscamente que se me taparon por completo los oídos. La joven Paola hizo acto de presencia para suplicarnos que nos abrochásemos los cinturones y para ofrecernos, por última vez antes de aterrizar, sus exquisitas golosinas. Acepté encantada un vaso del horrible zumo envasado que traía en la bandeja para evitar, bebiendo, que la presión me destrozara los tímpanos. Estaba tan agotada y dolorida que no veía la hora de descargar el peso de mi cuerpo en alguna superficie mullida. Pero, claro, ese lujo oriental no podía permitírmelo a punto de comenzar la quinta prueba del Purgatorio. Quizá los aspirantes a staurofílax estaban mucho más solos que nosotros y no contaban con tanta ayuda, pero disponían de todo el tiempo del mundo para culminar las pruebas y eso, desde mi punto de vista en aquel momento, resultaba de lo más envidiable.

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[39] Salmo CXVIII (118), 25:»Mi alma está pegada al suelo.»

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[40] Publio Papinio Estacio (50-96).

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