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A

– Sí.

– ¿Crees que vale la pena vivir?

– No.

El piso de recién casada de Matty es una monada, parece una caja de bombones, quizá sea algo amaneradito, pero eso le da más confort.

– ¿Está usted segura de que esto es así?

– Pues no, la verdad es que no.

Matty propende a la delicadeza y al gusto exquisito y se pasa el día hojeando revistas de decoración, el piso de recién casada de Matty es muy acogedor y coqueto, pero de poco le vale porque el bestia del marido no da la talla, no está a la altura de las circunstancias, pone los pies encima de la mesa, se limpia los zapatos con la cortina, se tumba encima de la cama sin quitar la colcha, se tira pedos, se hurga con un palillo en los dientes y cuenta siempre los mismos chistes, Jaime Vilaseiro es un mierda, perdone usted de nuevo, es muy impulsivo y maleducado, no se controla, le gusta jugar con el arma y apuntarse en la sien, esto le da mucha risa, en el campo dispara contra los mirlos de los carballos y las golondrinas de los cables del telégrafo, no suele atinarles, Jaime Vilaseiro se siente medio avergonzado de su familia y de su clase social, pero no lo dice, tampoco está muy seguro de sus condiciones, esto no se lo quiere confesar y por eso grita a cada momento, los policías varían poco y suelen venir todos cortados por el mismo patrón, muchos se suicidan, Matty empieza a mirarlo con asco, empezó va antes de casarse, es malo esto de no decirse las cosas ni siquiera a uno mismo.

– Escucha, Sarah Bertolomeu la Roja, ¿por qué acatas con tan vergonzoso comedimiento los necios e inertes mandatos del Boletín Oficial del Estado?

– Lo ignoro, Simeón Stephanipoulus el Bravo, no me lo explico, pero lo ignoro.

– Dime ahora, ¿por qué a tu amante tuerto le huelen las ingles a canela en rama?

– No, eso es a mi marido, a mi amante tuerto le huelen a pachulí, es muy deleitoso y reconfortador.

En el café Triana se sirven tapas calientes, fabada, callos, gambas con gabardina hechas en el acto, sandwichs de jamón y queso, mollejas, riñones y también tapas frías, claro, Santiso, Julián Santiso Faraldo, solía recalar por el café Triana a tomarse el aperitivo, media combinación o sea ginebra con vermú rojo, hielo, una guinda y una hojita de menta (la conciencia no se calla jamás, yo no debería consumir alcohol, bien lo sé, pero al buen propósito lo frena siempre la quebradiza voluntad).

– Lo primero que hay que hacer es cambiarse el nombre, antes hay que pensarlo mucho porque no se deben dar pasos en falso, es muy peligroso y desorientador dar pasos en falso, no se puede uno mantener a flote arrastrando vergonzosa y tímidamente un nombre impuesto, lo primero que hay que hacer es borrar toda conexión con el tiempo ido, con nuestro propio tiempo ido, que suele venir condicionado por los demás, uno nace en una precisa época, en un determinado país y en una cierta o falsa familia pero al margen de su voluntad e incluso contra su voluntad, ¿los negros del centro de África no hubieran preferido ser ingleses y victorianos?, probablemente sí, aunque a lo mejor ni se lo plantean siquiera, los negros no están atentos a nada, todos somos hermanos de todos los seres vivos, incluidas las víboras, las medusas y las margaritas, pero no de nuestros propios hermanos de la sangre, las guerras se hacen siempre por dinero, al hombre no le mueven generosos ideales nobles sino bastardos intereses políticos, mientras los que se mueran de hambre sean los negros todo va bien, negros hay muchos y todos son carne de derrota, lo malo será cuando el hambre llegue a morder a los blancos fabricantes de armas, todavía falta mucho.

Cuando el viento sopla del sur la mar se arbola porque el Gulf Stream viene del norte y las dos fuerzas chocan, la boya de luz roja de Punta Bestia se fue a pique, el capitán de corbeta don Tadeo y sus tres hijos son más bien de corta estatura, la única medio alta de la familia es doña Lourdes, la santanderina, la tarantela es una canción muy bonita, muy sentimental y melodiosa, cuando don Tadeo vuelve a casa de su trabajo en la Comandancia de Marina los suyos le cantan a coro una tarantela medio misteriosa.

Como la morte, como l'amore

che muove il sole e la fantasía

ela ela verigüía

la bufera del cucú.

Don Severino Fontenla es muy putañero y alborotador, la verdad es que tampoco lo disimula, a don Severino le gustan los toros, la manzanilla La Guita y el tabaco de cuarterón, es difícil que los curas castrenses sean castos como lirios o como azucenas, el ambiente cuartelero no los ayuda demasiado, eso es cosa de monjas, eso es más propio de frailes mínimos y desnutridos, aquí nadie dice ni nadie piensa siquiera que Guillermina Fojo, la nuera de Loliña Araújo, sea lesbiana, no, aquí se está hablando ahora de otra cosa, aunque la verdad es que a Guillermina se le está poniendo pinta de virago tentenelaire.

– ¿Y eso qué es?

– Aquí no se explica nada y el que quiera saber más que vaya a Salamanca o que se matricule en la UNED, ¡pues estaría bueno!

Adelita la poetisa es tímida y modosa, es muy circunspecta y propende a mirar siempre para el suelo con recato, parece una mosca muerta, pero se la menea al profesor de violín con verdadera aplicación, sin darle importancia pero con mucho énfasis, escrúpulo y meticulosidad.

– ¿Tanto?

– Como usted lo oye, ni siquiera sonríe. Y le aseguro que no exagero ni un ápice.

La mamá de Adelita trabaja en la Delegación del Gobierno y tiene una imaginación calenturienta, don Severino la invita a vermú y le tira de la lengua, lo que tampoco es difícil porque ella está siempre dispuesta a hablar por los codos, a hablar como una tarabilla.

– ¿Me cuenta usted un cuento de la Delegación?

– Con mucho gusto. ¿Verde?

– Sí, preferible.

– Bueno. Y que Dios y Nuestro Señor el Apóstol Santiago me eximan del respeto que debo a su condición de sacerdote. Verá. Don Mauricio, el del registro de entrada, hizo un agujero con un berbiquí en la pared del guáter de señoras, o sea el servicio, para ver orinar a las empleadas, doña Mencía, la secretaria de la asesoría jurídica, va sin bragas y orina en equilibrio, se conoce que para no contaminarse, entonces don Mauricio le gasta bromas y le dice que se va a acatarrar, pero ella no entiende, la verdad es que tampoco salió muy lista, es más bien tonta y caprichosa.

Don Severino se ríe mucho con los cuentos de la mamá de Adelita, pero después no se los quiere contar a nadie, se conoce que por discreción. Doña Mencía se ve algunas veces con don Severino en el bar Hong-Kong, en la calle de la Galera, ellos creen que no lo sabe nadie, doña Mencía le cuenta las cochinadas de la mamá de Adelita, aquí nadie puede hablar de nadie porque todos tienen muchas cosas que ocultar, a don Severino le gusta oír misterios e intimidades, eso es frecuente y no debe sorprender.

– ¿Vienes sin bragas?

– ¿Y a ti qué te importa?

– Nada, ya ves, curiosidad.

– Pues, sí, vengo sin bragas, tú sabes que voy siempre sin bragas, compruébalo si quieres.

Don Severino, por debajo de la mesa, comprobó lo que ya sabía, la mujer abrió un poco las piernas y se tapó con El Ideal Gallego, no cuesta ningún trabajo ser discreta.

– Mi primo Eleuterio colecciona opiniones sobre la discreción, tiene lo menos siete.

– ¿Puede decirme alguna?

– Sí, poder sí puedo, lo que no me parece es que pegue.

– Quizá tenga usted razón.

Raimundo Fanego, el guardia civil pelirrojo del puesto de La Estrada, le preguntó a Hipólito, el practicante:

– Si un hombre sólo tiene una muerte y los cobardes se mueren muchas veces antes de morirse, ¿le deberemos siempre a Dios una muerte, como dice el inglés?

– ¿Qué inglés?

– Eso es lo de menos, ingleses hay muchos, usted responda a mi pregunta, ¿le deberemos siempre a Dios una muerte?

– Sí, yo creo que sí, no podría asegurarse, pero lo tengo como lo más probable.

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