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– ¿Merece la pena escapar del infierno?

– Me lo pregunté cien veces y nunca encontré una respuesta que me dejase tranquila.

En los alrededores de Kirkagac y de Kinik los campesinos crían unos patos hermosos que venden a los turistas aficionados al pecado de bestialidad, son más caros los patos que las patas, también tienen el amor más bravo. El uniforme de a diario de los sacerdotes de estas afiligranadas y falsas nupcias, de esta vergonzosa ordalía, de este juicio de Dios que puede llevarnos a todos al infierno, es aún más austero que el de hace un siglo y va ribeteado de plata o de rojo, según la estación del año, las sacerdotisas cubren sus asquerosas carnes tumefactas, sus hediondas carnes quebradizas, con sudarios de color gris perla o amarillo limón bordados en plata y con botones de plata y ellos y ellas comulgan con ruedas de molino de miga de pan, se atragantan casi todos, no quiero seguir por este tortuoso sendero, es preferible el hambre.

– ¿Por qué obedeces tan a ciegas las ordenanzas municipales?

– Lo ignoro.

– ¿Por qué a tu marido le huelen las ingles a pachulí?

– No es a mi marido sino a Sanyowananda, mi amante tuerto, a quien le huelen las ingles a pachulí, a mi marido le huelen a canela en rama.

Insisto en decirle a usted, lector estúpido, que las mujeres vulgares tenemos historia natural como las algas y los líquenes, nuestro historiador es Buffon, pero no historia sagrada como san Joaquín y santa Ana, su historiador es cualquiera de los cuatro evangelistas.

– Tómese un breve descanso y continúe.

– Gracias.

Matilde Verdú hizo aguas en el tiesto de geranios del zaguán y continuó:

– Con la venia, señor vicepresidente adjunto. Sabéis de sobra cómo me llamo y tampoco os importa mi declaración, sólo quisiera juraros solemnemente que ignoro cuanto me preguntáis y que mis respuestas no son sino falaces falsedades, podéis quitarme la vida, bien lo sé, pero no mi hondo pesar ni mis escrúpulos. Perdonadme porque tampoco he querido ofenderos.

A Loliña Araújo, la abuela de Matty, Betty Boop y Becky, la compañera sentimental de Roque Espiñeira, el de la Escuela de Artes y Oficios, no se le había perdido nada en las ruinas de Kamliyayla, iba de excursión con su marido y otros dos matrimonios también coruñeses, a su amiga Araceli, la de don Fabio Picatoste, le mordió una rata rabiosa y tuvieron que rematarla con un destornillador kurdo muy tosco, costó mucho trabajo porque no se dejaba, a los muertos los vuelve amarillos la envidia, sólo la envidia.

– Todo eso que usted cuenta es mentira.

– No, señor, parece mentira pero es verdad, eso pasa siempre.

A Betty Boop y a Rosendo Cagiao, el orador, les gustaba el riesgo, eso le pasa a cualquiera, ¿a quién no? En el ciclón de aquel año, los más recios suelen ser en el mes de noviembre, después del día de difuntos, cuando las mareas vivas, en el ciclón de aquel año una tarde, al salir de clase de ortofonía, hay que aprender a impostar la voz, hay que saber hablar con el diafragma o con la garganta, según convenga, al salir de clase Betty Boop y Rosendo tuvieron ganas de riesgo y aventura, quisieron vivir el peligro de cerca y estuvieron de acuerdo en que sería muy emocionante, sería fantástico llegarse a hacer el amor hasta la torre de Hércules, esto no hay que decírselo el uno al otro, basta con pensarlo los dos al tiempo, justo donde la mar se enseña salvaje como un tigre, con olas de hasta quince metros y vientos de ciento noventa kilómetros por hora, el cielo estaba de color gris barco de guerra y en el paisaje no se veía más que a la naturaleza zurrando al coche con ellos dentro, aquello parecía el resquebrajamiento de la luna pero con agua; entre el rijo desatado y el tiempo cabreado, el coche volcó sobre la cuneta y a los amantes cachondos, satisfechos y felices, también muertos de risa, les costó mucho trabajo salir del encierro y llegar hasta la ciudad calados hasta los huesos y temblando de frío.

– Tampoco hubiera sido un mal ataúd.

– ¡Calla, mujer!

Estos amores emocionantes no duraron demasiado tiempo; todo se vino abajo cuando Betty Boop descubrió un día viéndolo en cueros en el invernadero de San Pedro de Nos, que Rosendo tenía ojos y nariz de pájaro, boca de gusano, los hombros caídos y el pipí demasiado oscuro, además era culibajo.

– ¡Confiad en Dios, muchachos, y mantened la pólvora seca! -dijo Oliver Cromwell, el que nos quitó la isla de Jamaica, a sus huestes, en la batalla de Dunbar.

Jugando a la tala, otros le dicen marro, unos chiquillos estuvieron en un tris de saltarle un ojo al alcalde, no faltó nada, la verdad es que hubo suerte. En realidad la ley de Frienberg o de Freyberg para descubrir si una moneda es verdadera o falsa o está endemoniada, que los tres supuestos se consideran, se debe a Kafavis, el físico, Alphonse Kafavis, no a Kavafis, el poeta, Constantino Kavafis, su aplicación está muy lejos de producir resultados medianamente fiables. Todo es muy riguroso y cierto, todo se desmelena quizá en demasía, cuando Eva descubrió que las criadas pertenecían a la especie humana se llevó una gran sorpresa.

– No es justo, lo admito, pero no acierto a explicármelo, si Dios las hizo nacer abajo por algo será, también culpo a los padres de la Iglesia por no haberse pronunciado con mayor claridad, de los negros y de los criminales pudiera decirse lo mismo, todos estamos predestinados, todos acabaremos en el cielo, en el infierno o en el limbo, lo más probable es que el purgatorio esté vacío y con la tapicería de los muebles toda rozada.

El capitán Brandariz es chusquero y lleva bigote a lo káiser, el capitán Brandariz, del regimiento de infantería Zamora número 29, es una mala bestia que rapa al cero las cejas de los reclutas torpes o desobedientes, al capitán Brandariz, don Ramiro Brandariz Cascales, le untaron de mierda el pasamanos de la escalera y tanto él como su señora se pusieron perdidos, por el olor no se puede descubrir a los culpables, el olor es más o menos siempre el mismo.

Las echadoras de cartas estaban medio prohibidas, tampoco prohibidas del todo, ahora hasta se anuncian en la televisión pero entonces eran casi clandestinas, Betty Boop estaba siempre metida en brujas y santiñas y echadoras de cartas, la señora Aurelia vivía en Los Castros, detrás de los depósitos de Campsa, en una casita minúscula, muy modesta, de techo bajo, la calle era un barrizal pero a la puerta había siempre cola, los clientes tenían que esperar varias horas bajo la lluvia, leyendo tebeos o rezando el rosario, la verdad es que no hablaban mucho, nadie quiere contar sus desgracias. La señora Aurelia antes se llamaba la señora Evangelina, pero se mudó de nombre cuando la prendió la guardia civil.

– ¿Por roja?

– No.

– ¿Por proxeneta?

– Tampoco, por estraperlista, le traían aceite de Jaén y trigo de Palencia y de Valladolid y ella se ganaba la vida repartiéndolo entre los compradores, todos tenemos que vivir, la verdad es que disimulaba poco porque lo sabía todo el mundo.

La señora Aurelia echa las cartas sobre una mesa de camilla con mantel de hule a cuadritos blancos y de color de rosa, en la pared hay tres cromos grandes de mucho brillo, el Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora de los Dolores y su padre, que fue sargento en la guerra de Melilla, vestido de uniforme de gala; también tiene La Sagrada Cena en alpaca.

– ¿No es en plata Meneses?

– No sé, bien mirado es lo mismo.

La señora Aurelia pronuncia bien las ges y las jotas, pero no las ces, habla con la ese.

– Verás, filliña. Un caballero ronda por las puertas de tu casa, lo que quiere es entrar en tu corazón. Hay una viuda relacionada con un hombre de mando, un general o un gobernador, que no te quiere bien, le gustaría que te preñase un tiñoso y te pegara la tiña y más la tisis. Recibirás carta de un pueblo de fuera, recibirás carta de un americano y vas a hacer rabias, vas a criar rabias por unas prendas que esperabas de un hombre joven y que no te llegan ni te llegarán nunca. Aquí salen también lágrimas pero no te preocupes, neniña, porque sale otra vez victoria, ¿veslo?, el as de oros, durante siete mañanas has de tomar el jugo de un limón amargo y rezarle siete avemarías a Nuestra Señora del Buen Fin para que el as de oros coja fuerza, el limón puedes echarlo en agua si ves que está muy, ácido. Ahora vamos a hacer los tres montones.

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