Un día, sucedió lo que yo imaginaba. Un tipo alto, ~¡o, lleno de pecas, no se ha contentado con ver todo el muslo descubierto: a la aparición fugitiva del slip, se le fue la mano y, con sus dedos de animal, atenazó fuertemente a mi Javanesa. Como ella tenía una jarra de cristal llena de agua en la mano, no le ha costado mucho rompérsela en la cabeza. Bajo el golpe, se cae al suelo. Me precipito para ayudarle a levantarse, cuando unos amigos suyos creen que le voy a pegar y, antes de que pueda decir uf, recibo un puñetazo magistral en pleno ojo. ¿Quizás este marino boxeador ha querido de veras defender a su compañero o arrearle un porrazo al marido de la bella hindú responsable de que no se pueda llegar a ella? ¡Cualquiera sabe! En todo caso, mi ojo ha recibido un directo de frente. Sin embargo, el hombre aquel había contado demasiado de prisa con su victoria, porque se pone en guardia de boxeo ante mí y me grita. Boxe, boxe, man! De un gran puntapié en las partes, seguido de un cabezazo al estilo Papillon, el boxeador cae en el suelo tan largo como es.
La pelea se hace general. El manco ha salido en mi ayuda desde la cocina y distribuye golpes con el bastón con el que hace su spaghetti especial. Cuic llega con un largo tenedor de dos dientes y lo clava aquí y allá. Un granuja parisiense retirado de los bailes con gaita de la rue de Lappe se sirve de una silla como maza. Violentada, sin duda, por la pérdida de sus bragas, Indara se ha retirado de la riña.
Conclusión: cinco gringos han sido seriamente heridos en la cabeza, otros llevan dos agujeros producidos por el tenedor de Cuic en diversas partes del cuerpo. Hay sangre por todas partes. Un policía negro se ha puesto en la puerta para que nadie salga. Afortunadamente, porque llega un jeep de la Military Police. Con polainas blancas y la porra levantada, quieren entrar a la fuerza, y en vista de que todos sus -marinos están llenos de sangre, seguramente tienen intención de vengarlos. El policía negro los rechaza, luego pone el brazo con su porra a través de la puerta y dice:
– Majesty Police (Policía de Su Majestad).
Sólo cuando llegan los policías ingleses se nos hace salir y montar en el camión. Nos conducen a la Comisaría. Aparte de mi ojo tumefacto, ninguno de nosotros está herido, lo que hace que no quieran creer en nuestra legítima defensa.
Ocho días después, en el Tribunal, el presidente acepta nuestra tesis y nos pone en libertad a todos excepto a Cuic, a quien le caen tres meses por golpes y heridas. Era difícil encontrar una explicación a los múltiples dos agujeros repartidos profusamente por Cuic.
Como a continuación, en menos de quince días ha habido seis peleas, nos damos cuenta de que no podemos seguir así. Los marinos han decidido no dar esta historia por terminada, y como los que vienen tienen siempre pinta nueva, ¿cómo saber si son amigos o enemigos?
Así, pues, hemos vendido el restaurante, pero no al precio que lo habíamos comprado. La verdad es que, con la fama que había cobrado, los compradores no hacían cola.
– ¿Qué vamos a hacer, manco?
– Mientras esperamos a que salga Cuic, descansaremos. No podemos volver a lo de la carreta y el asno, pues los vendimos junto con la clientela. Lo mejor es no hacer nada, reposar. Ya veremos después.
Cuic ha salido. Nos dice que lo han tratado bien. El único inconveniente ~-cuenta- es que estaba cerca de dos condenados a muerte. Los ingleses tienen una cochina costumbre: advierten a un condenado cuarenta y cinco días antes de la ejecución de que será colgado alto y corto tal día a tal hora, que la reina ha rechazado su petición de clemencia. “Entonces -nos cuenta Cuic-, todas las mañanas, los dos condenados a muerte se gritaban uno a otro: “Un día menos, Johnny, ¡no quedan más que tantos días! “ Y el otro no paraba de insultar a su cómplice toda la mañana.” Aparte de eso, Cuic estaba tranquilo y bien considerado.
La Cabaña de Bambú
Pascal Fosco ha bajado de las minas de bauxita. Es uno de los hombres que habían intentado un atraco a mano armada contra la oficina de Correos de Marsella. Su cómplice fue guillotinado. Pascal es el mejor de todos nosotros. Buen mecánico, sólo gana cuatro dólares diarios y, con eso, siempre encuentra el medio de alimentar a uno o dos forzados en dificultades.
Esa mina de tierra de aluminio está muy adentro de la selva. Se ha formado una aldea alrededor del campamento, donde viven los obreros y los ingenieros. En el puerto, se carga sin cesar el mineral en numerosos barcos de carga. Se me ocurre una idea: ¿por qué no vamos a montar un cabaret en ese rincón perdido en la selva? La gente debe de aburrirse mortalmente por la noche.
– Es verdad -me dice Fosco-, aquello no es jauja en cuanto a distracciones. No hay nada.
Indara, Cuic, el manco y yo ya estamos, algunos días después, a bordo de un cascarón que, en dos días de navegación, nos lleva por el río a “Mackenzie”, nombre de la Í *
El campamento de los ingenieros, los jefes y los obreros especializados es limpio, claro, con casitas confortables, todas provistas de tela metálica para protegerse de los mosquitos. La aldea, por su parte, es un asco. No tiene ninguna casa de ladrillo, piedra o cemento. Nada más que barracas hechas de arcilla y bambúes, con los techos de hojas de palmera silvestre o, las más modernas, de chapas de cinc. Cuatro bares-restaurantes llenos de clientes. Los marinos se dan de bofetadas por una cerveza caliente. Ningún comercio posee un frigorífico.
Tenía razón Pascal, hay mucho que hacer en este rincón. Al fin y al cabo, soy un fugado, y eso significa la aventura, no puedo vivir normalmente como mis camaradas. Trabajar para ganar justo con que vivir no me interesa.
Como las calles están pegajosas de lodo cuando llueve, escojo, un poco apartado del centro de la aldea, un lugar más elevado. Estoy seguro de que, incluso cuando nueva, no me veré inundado ni en el interior ni en torno de la construcción que pienso levantar.
En diez días, ayudados por carpinteros negros que trabajan en la mina, edificamos una sala rectangular de veinte metros de largo por ocho de ancho. Treinta mesas de cuatro sitios permitirán a ciento veinte personas sentarse cómodamente. Un estrado por el que pasarán las artistas, un bar de la anchura de la sala y una docena de taburetes altos. Al lado del cabaret, otra construcción con ocho habitaciones donde podrán vivir cómodamente dieciséis personas.
Cuando he bajado a Georgetown a comprar el material, sillas, mesas, etc., he contratado a cuatro jóvenes negras espléndidas para servir a los clientes. Daya, que trabajaba en el restaurante, ha decidido venir con nosotros. Un coolí aporreará el viejo piano que he alquilado. Falta el espectáculo.
Después de muchas dificultades y mucho bla-bla-bla, he conseguido convencer a dos javanesas, una portuguesa, una china y dos morenas para que abandonen la prostitución y se conviertan en artistas del desnudo. Un viejo telón rojo comprado en casa de un chamarilero servirá para abrir y cerrar el espectáculo.
Regreso con toda mi gente en un viaje especial que me hace un pescador chino con su bongo. Una casa de licores me ha proporcionado todas las bebidas imaginables a crédito. Tiene confianza en que pagaré cada treinta días lo que haya vendido, previo inventario. A medida que se vayan terminando, me proporcionará los licores que me sean necesarios. Un viejo fonógrafo y discos gastados difundirán música cuando el pianista cese de martirizar el piano. Toda clase de vestidos, enaguas, medias negras y de color, ligas y sostenes aún en muy buen estado y que he escogido por sus colores vistosos en casa de un hindú que había recogido los despojos de un teatro ambulante, serán el “guardarropa” de mis futuras “artistas”.
Cuic ha comprado el mobiliario y las camas. Indara, los vasos y todo lo necesario para un bar. Yo, los licores, y también me ocupo de la cuestión artística. Para poner en marcha todo eso en una semana, ha sido preciso trabajar duro. Al final, ya está, y material y personal ocupan toda la embarcación.