– Aidan…
– No. Es imposible creer en el mundo que describes cuando tu propia familia te vendió por nada más que crueldad y dinero.
Él vio el reconocimiento en su mirada antes de que se marchara del cuarto.
Sip, sabía que era un bastardo. Igual que sabía que había personas decentes allí fuera. Ellos no existían en su mundo. Cuando había sido pobre nadie le había ayudado. La gente había atendido sus propias vidas como si él fuese invisible y eso estaba bien con él. No le importaba la invisibilidad.
Realmente, eso no era verdad. Había deseado repetidamente en su vida haber sido realmente tan invisible como lo habían hecho sentir otras personas.
Cerrando los ojos, todavía podía ver la hermosa cara de Heather. Oír su risa. Cuando todo empezó, había pensado que perderla sería intolerable. Que lo destruiría.
Al final, ni siquiera la había extrañado. Ni siquiera un poco, lo cual le hacía darse cuenta de porque habían sido capaces de darle la espalda sin remordimientos. No existía tal cosa como el verdadero amor. El corazón solo era otro órgano, bombeando sangre a través del cuerpo. No había magia en ello. Ningún vínculo espiritual entre amigos y familia.
Las personas eran utilizables, llano y simple. Esperar algo mejor solo los conduciría a una amarga desilusión.
No, esa era su vida. Estaría solo hasta el día que muriera. Pero profundamente en su interior todavía estaba ese insípido y estúpido sueño de tener un día una familia. Desde que sus padres habían sido asesinados por un conductor borracho, había extrañado la sensación de vínculo. De pertenecer a una familia. Sus padres se habían amado el uno al otro cariñosamente y se habían respetado mutuamente, al menos así le había parecido en su mente de siete años.
Quien sabía si esa era la verdad. Quizás se hubieran odiado el uno al otro tanto como su hermano lo odiaba a el, y al igual que Donnie lo mantenían en secreto.
Como Heather, esa zorra era la única que debería haber tenido un Oscar sobre la repisa de la chimenea en vez de él. Su actuación había sido excepcionalmente correcta hasta el final.
Y ahora al otro lado de la puerta estaba la primera mujer que había pisado su casa desde que Heather se había marchado…
– ¿Y qué?-se preguntó a si mismo en voz baja. Una mujer era tan buena como otra y probablemente ella fuera dos veces más traicionera.
Disgustado con todo eso, se tendió en el sofá y encendió la TV para dejar que el DVD de Star Wars lo distrajera de la locura de dejar entrar un extraño en su casa.
Leta se detuvo cuando sintió la leve inconsciencia tironeando en el fondo de su mente. No había palabras para describir la sensación, pero en cualquier momento que un objetivo humano se dormía, un dios del sueño podía sentir. Tan silenciosamente como pudo, regresó al estudio de Aidan donde lo encontró dormitando en el sofá.
Estaba tendido de espalda con un pie todavía en el suelo y un brazo extendido sobre la cara. Inclinando la cabeza, se quedó mirando lo atractiva que era su pose. La desteñida camiseta se le ajustaba al pecho que era absolutamente definido.
La barba en sus mejillas solo enfatizaban los duros rasgos de sus facciones. Se veía vulnerable y todavía al mismo tiempo no dudaba de que si hiciese el más ligero sonido, se despertaría, listo para pelear.
Cuando ella cerró los ojos para espiar sus sueños, vio que la tormenta de nieve que ella había empezado afuera continuaba en su subconsciente. Arrodillándose en el suelo a su lado, dejó que sus pensamientos vagaran hasta que conectaron más profundamente con él.
Aquí en el reino de los sueños ella era una observadora que seguía su estela.
Él estaba de pie fuera de una simple casa de Cape Cod donde las luces titilaban contra una oscura tormenta de nieve. Ella oyó el sonido de risas y música viniendo del interior de la casa.
Curiosa, se movió para quedar al lado de Aidan mientras él espiaba a los asistentes a la fiesta a través de la congelada ventana.
– Míralos -dijo él como si aceptara su presencia en sus sueños sin preguntar. Sus labios se curvaron con desdén.
Leta frunció el ceño ante los juerguistas que brindaban los unos con los otros durante una fiesta de Navidad.
– Parecen muy felices.
– Sí, igual que un nido de escorpiones esperando golpearse los unos a los otros -él hizo un gesto con la barbilla hacia una delgada y hermosa mujer en el grupo más cercano-. La rubia es mi exprometida, Heather. El tío casi calvo sobre el que se arrastra es mi hermano, Donnie.
Los dos se estaban haciendo arrumacos antes de beber de la misma copa de vino. Tío, Freud tendría todo un día de campo con los sueños de Aidan.
– ¿Por qué están juntos? -le preguntó ella.
– Esa es una interesante pregunta. Después de que le di a Donnie el trabajo, Heather tuvo un ataque por ello. Lo próximo que supe es que él había empezado a dormir con la zorra. Lo más asombroso es que ella siempre me dijo que lo odiaba completamente. Pensaba que era un estúpido campesino basura que necesitaba que le ayudaran a ponerse los zapatos.
Él negó con la cabeza cuando indicó a un hombre de pelo castaño al otro lado de la mesa frente a Heather y Donnie.
– Ese es Bruce. Era el presidente de mi club de fans y por mucho tiempo un íntimo amigo. Mi sobrino Roland se hizo amigo de él y lo próximo que supe fue que los dos estaban esparciendo más mentiras de las que incluso mi publicista podía desmentir. Lo que me mata es que yo sabía perfectamente lo que pensaba mi sobrino de Bruce. Hombre, si solo supiera lo que Roland decía de él una vez que estaba fuera de su alcance auditivo. De hecho, de todos ellos. Nunca vacilaron en insultarse el uno al otro delante de mí por que sabían que yo nunca los traicionaría. Nunca existió un grupo de serpientes más traicioneras. Y lo que realmente me desconcierta de ellos es que después de haber visto la manera en que todos se volvieron contra mí, sin ninguna otra razón que simples celos, fueron lo bastante estúpidos para creer que la misma persona que me jodió nunca se lo haría a ellos. Increíbles idiotas.
Leta inclinó la cabeza como si oyera sus recuerdos en su mente. Como dijo, cada persona en la habitación había dicho cosas horribles el uno del otro y se las contaron a él. Habían jugado los unos contra los otros y habían hecho todo lo que pudieron para mantener las manos en la fama de Aidan mientras intentaban distanciarlo a él de los otros esperando exprimirlo todavía más. Asustaba tanto el pensar que ellos pudieran ser capaces de llevarse bien los unos con los otros dadas las cosas que se habían dicho a espaldas los unos de los otros para decírselo a Aidan.
– No lo entiendo. ¿Por qué harían eso?
Aidan la condujo lejos de la casa, a través de la tormenta, hasta que estuvieron otra vez dentro de su cabaña. Él fue a sentarse al escritorio que ella había visto dentro del salón. Era un enorme escritorio de estilo colonial, adornado con hojas y adornos estilo Chippendale.
Sin una palabra, abrió un cajón y sacó una hoja de papel doblada. Su mirada era oscura cuando se la tendió.
Desdoblándola, Leta miró por encima la lista de nombres. Algunos estaban tachados mientras que otros estaban marcados con un asterisco.
– ¿Qué es esto?
– La lista de Donnie. Fue a través de todos mis contactos y amigos, intentando sistemáticamente hacerse amigo de ellos. Él seguía diciéndome que yo tenía que pagarle lo que quiera que él quisiera por que si no lo hacía, me arruinaría ya que todos mis amigos eran ahora los suyos. “Me creerán a mí antes que a ti en cualquier momento” -Aidan imitó lo que debía ser la voz de su hermano.
Leta estaba horrorizada.
– Te estás burlando de mí.
– Créeme, no soy tan creativo. Todo el mundo desde mi agente a mi banquero está en esa lista. Los nombres con marcas son los amigos que no pudo convencer con sus mentiras.