Bueno, ella podía entenderlo. Cuando todavía tenía sus emociones, una vez se había aparecido a M´Adoc desde atrás, cuando él le estaba diciendo a su hermano M´Ordant que ella pensaba que él era a veces un presuntuoso. Había estado tan humillada y mortificada de que M´Adoc hubiese repetido una conversación privada y después la usara para herir a alguien a quien quería muchísimo. Había tomado la precaución durante semanas de no decírselo a nadie, pero al final se había olvidado y cambiado de tema.
Esa experiencia era ciertamente menor en comparación a lo que había pasado Aidan. Honestamente, no podía imaginarse teniendo que hacer frente a algo tan intrusivo o una persona tan babosa. M´Adoc solo se lo había dicho a una persona, no a todo el mundo, y él había citado sus palabras sin embellecerlas.
Que se hubiera dicho, no quería decir que Aidan debiera perder a las personas y no confiar en nadie. La gente necesitaba amigos en el mundo.
– Bueno, la traición de una persona no hace…
– Éramos lo mejores amigos desde el colegio -dijo entre dientes-. Estamos hablando de veinte años de amistad que voló en tres segundos por que alguien le dio cinco mil dólares -él curvó los labios con amargura-. Cinco de los grandes. Eso es todo lo que mi amistad durante todos esos años valió para él. Lo gracioso, es que yo se los hubiese dado si tan solo me los hubiera pedido.
Leta se encogió en simpatía. No le extrañaba que estuviese tan amargado. Ella sabía que pasaban tales cosas, pero como regla general los dioses de los sueños no se traicionaban los unos a los otros de esa manera, especialmente ahora que sus emociones se habían ido. Había sido unos pocos durante siglos, pero no demasiados, y ellos habían sido una excepción a las que se le había dado caza y muerte.
Aidan entrecerró sus ojos en ella.
– Dime ahora como puedes ser de fiar cuando justo acabas de atravesar mi puerta.
Ella alzó las manos a modo de rendición.
– Tienes razón. No puedes confiar en mí ni en nadie. Nunca había entendido en mi vida porqué las personas se traicionan unas a otras. No creo que lo haga jamás.
Él bufó ante sus palabras.
– Como si tú nunca hubieses traicionado a nadie.
Leta lo contradijo rápidamente con una simple pregunta.
– ¿Tú sí?
– Diablos, no -rugió el como si el simple pensamiento lo enfermara-. Mi madre me educó mejor.
– También la mía -ella se detuvo antes de añadir-. Realmente, eso no es verdad. Mi hermano me educó mejor. Y cuando estamos bajo fuego, él hice todo lo que puede para protegerme sin importar el costo para si mismo.
– Entonces tienes suerte. Mi hermano está en prisión por intentar quitarme la vida.
Eso la golpeó inesperadamente.
– ¿Qué?
– Ya me oíste -su voz se rompió, aunque ella no vio otra emoción que la rabia en su expresión-. ¿No lo leíste en los periódicos? Durante seis meses, no podía ver la televisión sin ver su cara que me miraba fijamente desde la fotografía en su ficha.
Desde que no podía explicar porque no lo había oído, simplemente negó con la cabeza.
– No lo entiendo. ¿Por qué intentaría matarte?
Él le dedicó una oscura carcajada.
– Oh, matarme habría sido de lejos lo más amable que habría hecho. El quería quitarme todo lo que había construido en este mundo. Estaba intentando chantajearme.
– ¿Sobre qué?
– Nada más que su propia buena disposición para mentir y la ingenuidad de las personas para creerlo. Dijo que lo había hecho todo desde decir que yo era un pedófilo, a actos de sacrificar animales, que maltrataba a mujeres y niños. Incluso fue tan lejos para acusarme de burlarme de mis fans y atacar la reputación de otros actores, productores y agentes. Ninguna parte de mi vida se libraba de sus mentiras y no había vacilado en falsificar documentos o mentir a los tribunales o a la policía. Gracias a Dios, McCarthy está muerto o estoy seguro de que yo acabaría en su lista negra y habría sido encarcelado.
Eso no tenía sentido para ella.
– Pero eso es tan absurdo. ¿Quién cree tan ridículas mentiras?
– Todo el que estuviese celoso de que fuese mi cara la que aparecía en las revistas y no las de ellos. Cada persona que no puede creer o aceptar que alguien pueda alcanzar mi nivel de éxito sin ser un total gilipollas. Créeme, no son las mentiras las que hieren a la gente. Es la buena disposición de todo el mundo para creerlas. Y después están los que salen de la carpintería para volver a acusarte porque esto les da tres segundos bajo los focos. No pueden soportar el hecho de que dejes atrás tu pasado y que no tengan ninguna escusa para no dejar atrás el suyo. En sus mentes, tú debes bajar un peldaño para que ellos puedan subir el suyo, lejos de las mentiras que han dicho de ti. Por que al final, te conocen, ven tu verdadero yo, y por apoyar a los que te acusan, hacen que otras personas piensen que quizás están más cerca de ti, al menos eso es lo que ellos claman. Es un mundo enfermo y estoy asqueado de ello.
Ella parpadeó ante la furia y el dolor que sangraba por cada parte de él.
Él tenía razón: no había manera en que pudiera discutírselo. La vida podía ser cruel y las personas incluso más. Había tanta agonía en su interior que debería estar agradecida de la fuerza que le daba.
Pero la verdad, no lo estaba. Sus emociones eran tan potentes que la estaban alimentando incluso en este reino.
Y esas emociones hacían que quisiera llorar por él y la dura capa de hielo que encerraba su corazón. Nadie se merecía tal aislamiento. Nadie.
Queriendo aliviarlo, se estiró y tomó sus manos en las suyas.
Aidan cerró los ojos ante la suavidad de su piel sobre la suya. Le quemaba hasta el interior. Había pasado tanto tiempo desde que alguien lo había tocado con bondad que quería saborear la sensación de su gentil caricia.
Pero él sabía la verdad.
Hoy amabilidad… mañana una patada en los dientes.
Jamás te olvides de eso.
Nadie lo protegería. Todo el mundo le había enseñado que cuando venía el fuego las llamas se asentaban a su alrededor. Lo habían dejado solo, sin amigos, familia, y bondad.
Y estaba demasiado marcado por ello como para simplemente hacer el pasado a un lado y confiar otra vez. Las heridas eran demasiado profundas y perjudiciales.
Recordándose a sí mismo a Heather, se apartó de Leta para mirar por la ventana. Maldita nieve. Todavía estaba cayendo, incluso más rápido que antes.
– Deberías intentar llamar otra vez.
– Acabo de hacerlo. Todavía no hay señal.
Él había considerado eso alguna vez un inconveniente. ¿Cuántas veces había querido llamar a su hermano cuando no había señal? Estaba tan lejos de todo que esa compañía de teléfono se había negado a llevar la línea hasta su cabaña. Así que había dependido de su teléfono móvil el cual funcionaba de casualidad en esa área.
Ahora deseaba vivir en medio de la ciudad, así podría echar su culo fuera que lo estaba volviendo loco de deseo. Dios, ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que olió a una mujer tan cerca de él? ¿Oír el sonido de una voz femenina en el interior de su casa, pronunciando su nombre?
Esto es el cielo.
Y el más bajo nivel de infierno.
– Mira, admito que pareces una persona decente. Por todo lo que se, te detendrías y apartarías la tortuga de la carretera siempre que vieras el modo de evitar que la atropellaran. Pero esta tortuga está cansada de tener los intestinos esparcidos por el pavimento mientras otras personas le pasan directamente por encima. Solo quiero arrastrarme hasta ponerme en pie y ocultarme en los bosques, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
– Te dejaré solo -aclarándose la garganta, se alejó de él, y le costó toda su fuerza no atraerle hacia ella.
»Solo recuerda, algunas veces las personas te pondrán a ti delante de ellos. Eso sucede.
Él bufó.
– Sí, todo el mundo es solo arco iris y cachorros. Los Boy Scouts ayudan realmente a las ancianas a cruzar la calle sin atracarlas y nadie ignora lo gritos de una víctima traumatizada.