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– Yo soy incapaz de sentir celos.

– ¿Lo eres?

Ella le cogió del mentón y le obligó a encontrar su mirada.

– En serio, Aidan. En mi mundo, los celos son un hombre, Phthonos. Está en el tribunal de Afrodita y nunca ha echado raíces en mi corazón.

Él tiró de ella para darle un beso tan condenadamente dulce que literalmente hizo que se le curvaran los dedos. Ese beso era el más increible que había conocido y su conocimiento no podía hacer sino que se doliera.

Como si él sintiera su temor, Aidan se puso rígido un instante antes de apartarse de ella.

– Acaba de ocurrírseme algo. ¿Qué pasará contigo cuando esto termine?

Leta apartó la mirada, incapaz de responder esa pregunta. El dolor era insoportable.

Aidan maldijo antes de que respondiera por ella.

– Te irás, ¿No es verdad? Quiero decir, tú eres realmente una diosa. No puedo exactamente retenerte, ¿verdad?

– ¿Lo querrías?

Él se levantó de golpe del sofá de modo que pudiera andar de un lado a otro delante de ella. Todo su cuerpo estaba tenso mientras se movía, y mostraba cada definido músculo en ese magro y duro cuerpo. Ella podía sentir su confusión.

– No lo sé, Leta. Realmente no lo sé. Pero tú eres la única persona que no he querido echar de aquí en realmente mucho tiempo.

Ella le sonrió.

– Bueno, no fue porque no lo intentaras.

– Sip, pero te traje de vuelta.

– Cierto…-ella se puso seria cuando consideró lo que tenían ante ellos.- Yo tampoco lo sé. Personalmente creo que deberíamos centrarnos en sobrevivir los próximos días y después veremos donde estamos… si todavía estamos enteros.

Él se detuvo antes de pasar su mano a través de su pelo rubio.

– ¿Qué no me estás diciendo acerca de a lo que nos enfrentamos?

Ella tiró la pequeña almohada de bajo de su brazo a su regazo.

– Nuestra única opción con Dolor quizás sea volver a ponerle a dormir otra vez.

– ¿Y?

– La última vez que lo hice mis heridas fueron tan graves que tuve que ponerme en éxtasis para curarme. Eso fue hace casi doscientos años.

Ninguna parte de él se movió a excepción de su mirada, la cual cayó al suelo frente a ella.

– Ya veo.

Su corazón se hizo trizas ante el completo significado de esas dos simples palabras.

– No, Aidan. No lo mires así.-Verlo dolido le hacía daño a ella-.Necesito tu rabia. Tu furia alimenta mis poderes y me hace fuerte. Cuanto más fuerte sea yo, menos será él capaz de herirnos a mí o a ti.

Él sonrió ante la ironía.

– Ninguna mujer me había pedido antes cólera.

Ella dejó la almohada a un lado antes de levantarse y cruzar la corta distancia entre ellos.

– No soy la típica mujer.

– En más de un sentido.-él le levantó la mano que contenía el frasco.-Así que, ¿Qué necesitamos?

– Necesitamos una cama.

Él arqueó una ceja ante eso.

– ¿De veras?

Ella se rió.

– Para eso. Ya sabes porqué. Necesitamos estar cómodos porque un chute de esto nos pondrá fuera de combate toda una noche… o más.

Él hizo un puchero.

– Le quitas toda la diversión al asunto.

Sus palabras la confundieron.

– ¿Luchar es divertido?

– Oh, sí. La adrenalina se sitúa aquí mismo por encima del sexo.

Uh-huh…

– Eso es una cosa de hombres, ¿no?

– Yo diría que sí, pero he conocido a bastantes mujeres que dicen que esto no es único a mi género. Me he encontrado a muchos maratonianos fuertes subidos a tacones altos.

Ella puso los ojos en blanco. Dando la vuelta, le tendió la mano.

– Vamos, soldado. Alimentemos tu necesidad.

Él deslizó su mirada ávidamente por su cuerpo.

– ¿Cuál?

– Salvemos tu vida, después nos preocuparemos por tu cuerpo.

Él dejó escapar un sonido de disgusto.

– Hay algunos placeres por los que se puede morir.

– Sí. Pero yo no quiero ser uno de ellos.

Él todavía estaba haciendo pucheros cuando tiró de él hacia el dormitorio. Leta lo hizo acostarse primero de modo que pudiera depositar tres gotas de suero sobre su lengua.

Aidan puso mala cara.

– Ack, es amargo.

– Lo sé.

Ella observó como empezaba a parpadear, intentando permanecer despierto.

– No luches. Te veré en el otro lado.

Sus ojos verdes encontraron los suyos.

– Más te vale. Confío en que estés allí, Leta. Te necesito allí.- y con eso, él se durmió.

Leta se tomó un momento para pasar su mirada sobre él. Realmente era hermoso. No queriendo nada más que salvarle, ella se tendió a su lado y descansó la cabeza sobre su hombro antes de beber el suero.

No sabía que los esperaba en el reino de los sueños, pero sería duro y frío.

Aún así, lo encararían juntos.

– No te traicionaré, Aidan.- Aún así mientras decía esas palabras, no estaba segura de si podría mantener esa promesa. La única cosa que había aprendido a lo largo de su vida era que las buenas intenciones eran a menudo las más letales.

Todo lo que esperaba era que Aidan no fuera su próximo arrepentimiento.

CAPÍTULO 7

Aidan estaba en el centro de un cegador vendaval. El viento se estrellaba contra él, aullando en sus orejas. A su alrededor todo era oscuridad tan amarga que impregnaba cada parte de él. No sabía a dónde ir. Cada movimiento estaba acompañado por vientos tan brutales que todo lo que hacían era sofocarle. No se atrevió a dar un paso por miedo a que empeorara.

El pánico se asentó mientras luchaba por mantenerse firme y en pie. No se había sentido así desde el día en que su hermano se había vuelto en su contra y le quitara a todas las personas en las que había confiado y lo dejaron solo. La furia le nubló la vista, pero no le sirvió de nada. La cólera no era nada en comparación con el sentimiento de pérdida que abrumaba todo su ser.

Y todavía el viendo le azotaba.

Sálveme… Por favor… La llamada dentro de su cansado corazón era débil, como la de un niño pequeño, y odiaba esa parte de sí mismo que se sentía tan perdida y abandonada.

Sálvate.

La rabia intentaba salir de nuevo a la superficie. Eso era lo que él conocía. Era quien y que era. Pero ya estaba cansado de estar solo. Cansado de pelear por su propia cuenta.

¿Cómo podía continuar solo?

– ¿Aidan?

Su corazón se encogió ante la suave llamada de la voz de Leta que se filtraba en él de alguna forma haciéndole regresar de la locura. Entonces lo sintió… ese tierno toque que le cortaba profundamente en el alma. Esto lo puso en pie y lo arrancó del borde del pánico.

Actuando por instinto, tiró de ella contra él y la mantuvo apretada. Dejó que su esencia se quedase en él incluso más. Esto era lo que necesitaba, alguien para equilibrar la locura. Alguien en quien él pudiera confiar incluso durante el más brutal de los ataques. Alguien que no escaparía por miedo, ira o celos.

Y allí estaba ella, de pie a su lado sin sobresaltarse o añadirle dolor a aquello. Ese conocimiento le chamuscó.

Leta cerró los ojos, asombrándose por la manera en que Aidan se aferraba a ella, como si fuese sagrada para él. Más que eso, realmente temblaba en sus brazos. Era una vulnerabilidad que estaba segura que habría escudado de cualquier otro. Era la única a la que todavía tenía confianza para exteriorizar esta parte de sí mismo y la llenó de una increíble alegría.

– No dudas de mí, ¿no es así? -Bromeó ella.

Su agarre sobre ella se tensó.

– Todo el mundo ha desertado, ¿por qué no lo harías tú?

Ella oyó la rasgada y cruda emoción en su voz y eso le trajo lágrimas a los ojos.

– Siempre estaré aquí.

– Sí, claro.

Ella retrocedió para ahuecar su cara con las manos.

– Mírame, Aidan. No dudes nunca de mi sinceridad. No hago promesas que no pueda mantener.

Y allí en la escasa luz vio la cosa más increíble de todas, el rayo de confianza en sus ojos verdes un instante antes de que le diera un beso tan poderoso, que le robó la respiración.

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