Leta empezó a responder, sólo para darse cuenta de que si se lo contaba, la echaría fuera. Nunca la creería en este dominio.
Querido Zeus, ¿cómo lo iba a convencer alguna vez de la verdad?
– Aidan… -titubeó al intentar pensar en algo razonable que decirle.
– Leta… -se burló-. Te dije que te marcharas de aquí.
– Sé que lo hiciste. Es sólo que quería verte durante unos minutos, y estabas dormido. No quería molestarte.
– ¿Así que dormiste a mis pies como un cachorro? No es por ofender, pero eso es condenadamente escalofriante. Y lo próximo que sabré, es que estarás probándote mi ropa y durmiendo en mi cama.
Ella se burló al empujarse para ponerse en pie.
– No eres Brad Pitt.
– Tienes razón. Soy el hombre que lo sacó de una patada del puesto número uno de actor más guapo, tres años seguidos.
Leta puso los ojos en blanco.
– Es bastante ego el que tienes ahí.
– Sí, lo es, y se refuerza constantemente por mujeres dispuestas a hacer cualquier cosa para llamar mi atención. -La recorrió con una fría mirada-. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar?
Ella torció la cara hacia él.
– No dejes que ese beso se te suba a la cabeza. Simplemente tenía curiosidad.
– Sí, nena, eso es lo que todas… -Aidan se congeló cuando sus palabras atravesaron su ira-. ¿Qué beso?
La cara de Leta palideció.
– ¿Hubo un beso?
– En mis sueños. ¿Cómo supiste eso?
Ella se volvió repentinamente inquieta.
– Suposición afortunada.
– Sí, claro. La única persona que es peor actor que tú es mi antiguo compañero de cuarto cuando estaba borracho. ¿Cómo supiste lo de mi beso en sueños?
Leta tragó mientras trataba de decidir qué contarle. Pero seguía volviendo a la única verdad…
– No vas a creerme.
– Inténtalo.
¿Qué demonios? Lo peor que podía hacer Aidan era echarla, y había intentado hacer eso desde el momento que había llegado. No era como si pudiera morir en la tormenta. En cuanto a eso, la tormenta sólo existía porque ella la había creado, para darle una razón para invitarla.
– Muy bien. Soy un Oneroi.
Las facciones de Aidan no cambiaron mientras parecía aceptarlo.
– ¿Un honor qué?
– No honor. Own-nuh-roy. Es un dios del sueño, y estoy aquí para protegerte.
Él ni siquiera parpadeó ante sus palabras. Simplemente la observó con una expresión vacía mientras continuaba tumbado en el sofá sin moverse.
Finalmente, aspiró profundamente.
– ¿Por qué estoy teniendo este mal recuerdo de Terminator…? Mi nombre es Kyle Rhis. Ven conmigo si quieres vivir.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho.
– Esto no es una broma, Aidan.
Él saltó del sofá y se movió para situarse sobre ella. Ahora era imposible no darse cuenta del desdén e incredulidad que se derramaban de cada parte de él.
– No, no lo es, y no te encuentro en absoluto divertida.
– ¿Entonces cómo supe acerca del beso que tú y yo compartimos en tus sueños?
– Fueron ilusiones que te hiciste.
Ella negó con la cabeza.
– Te dije en tu sueño y te lo vuelvo a repetir… la bravuconería no vencerá a un dios. Si realmente quieres ser el último hombre que quede en pie, vas a tener que confiar en mí a tu espalda.
Aidan se tambaleó ante sus palabras.
No. No era posible. Aún así recordó ese momento de sus sueños cuando le había dicho eso a Leta. Claramente. Normalmente sus sueños se desvanecían cuando se despertaba. Pero en su mente recordaba cada parte de los últimos minutos.
No era posible. Ella no podía haber estado allí. No podía.
– ¿Cuánta cerveza bebí? -susurró, pasándose la mano por el cabello-. ¿Estoy en coma?
Ella negó con la cabeza.
– Estás vivo y despierto. Plenamente consciente.
Sí, claro.
– No -dijo Aidan, todavía negando con la cabeza hacia ella-. No puede ser. Esto está todo equivocado. Tú estás toda equivocada. Cosas como esta no pasan en la vida real. -Se sentía como si hubiera sido atrapado dentro de una de sus películas.
En un guión, aceptaría esto.
En la vida real…
¡Tonterías!
Ella estiró la mano hacia él, pero Aidan rápidamente se apartó.
– Aidan, escúchame. Todo lo que te dije es cierto. Tienes que confiar en mí.
– Uh-huh. Si eres un dios pruébalo. Haz que deje de nevar.
Ella le lanzó una mirada molesta.
– Trucos de mago barato para entretener a humanos están por debajo de nosotros. Pero ya que insistes. -Chasqueó los dedos e instantáneamente la nieve paró.
Aidan sintió que se quedaba boquiabierto al ver que literalmente las nubes se apartaban para mostrar un día brillante y soleado… justo como en sus sueños. El ondulado paisaje era completamente blanco, como si estuviera totalmente limpio.
Aún así su mente no lo aceptaba. Esto simplemente no podía pasar.
– Bonita coincidencia. Ahora sal de una jodida vez de mi casa.
– No puedo -dijo ella con los dientes apretados-. Necesito tu ira para luchar contra Dolor. Si te dejo, te cortará como un cuchillo caliente sobre la mantequilla.
– Ya le golpeé el trasero.
– En un sueño, Aidan. ¿Alguna vez trataste de manifestar una espada con tus pensamientos en el mundo real? No sucede, ¿verdad?
Aidan odiaba admitir que tenía un argumento válido. Pero aún así, no cambiaba el hecho de que esto era una locura.
– ¿Cómo sé que no me estás mintiendo? -preguntó-. Muéstrame algo contra lo que no pueda discutir.
Ella extendió los brazos, y tan pronto como lo hizo, una espada apareció en su mano derecha. Giró la hoja y le ofreció la empuñadura.
– Pruébala por ti mismo.
Lo hizo, y la sentía lo suficientemente real. Afilada, pesada. De ninguna manera podía haber tenido algo como eso escondido en su cuerpo sin que él no lo supiera.
Por mucho que odiara admitirlo, estaba empezando a parecer que Leta decía la verdad, y que de alguna manera lo imposible era posible.
Bajó la espada.
– ¿Cómo puede ser esto?
– Siempre hemos estado aquí. A veces viviendo entre todos vosotros, a veces sólo como inocuos observadores de vuestras vidas. Yo soy una de los que se ofrecieron voluntarios para proteger a la humanidad.
– ¿Y por qué harías eso?
Él vio un destello de dolor en sus ojos antes de responderle.
– Porque no tengo nada más por lo que vivir. Me contaste la traición de tu hermano. Imagina tu propio padre llamando a sus perros de caza para que maten a tu hija pequeña y a tu marido. Imagina lo que es verlos morir, y que luego te lleven y te castiguen por algo que no hiciste. Que te despojen de tu dignidad y emociones porque tu padre estaba avergonzado por un estúpido e insignificante sueño que había tenido, y culpó a todos los que caminan en sueños por ello. Tú sientes tu dolor, Aidan. Yo siento el mío.
Él hizo una mueca de dolor ante el inimaginable horror que ella describía.
– ¿Por qué haría tal cosa?
– Porque era un dios y podía. No quería que hubiera otro dios del sueño en sus sueños, nunca jamás, gastándole una broma. Pensó que si nos sacaba todas las emociones, ya no seríamos creativos u obtendríamos placer en burlarnos de él o de cualquiera. Todo lo que importaba era su vida y su dignidad. Las nuestras no eran nada en comparación con las suyas.
Aidan sintió que un tic empezaba en su mandíbula cuando las palabras de ella penetraron.
– Así que los dioses griegos son tan mezquinos y egoístas como la humanidad. Estupendo.
– Y al igual que los humanos, no todos somos así. Algunos somos muy conscientes de nuestros poderes, y sabemos bien que no se debe abusar de ellos.
Tal vez. Pero a él le sonaba bastante mal. Aidan no podía comprender lo que ella debía haber soportado… si esto no era una vana ilusión creada por un tumor cerebral y si Leta no mentía. Hacía que su propia traición pareciera insignificante en contraste con el sueño de su padre, que había provocado que matara a su familia.