– ¿Cómo eres capaz de estar aquí?
– Recuerda que cuando te golpearon, no hubo nadie a tu lado para suavizar el golpe. Nadie para ayudarte a que te lamieras las heridas o protegerte.
Pero en su caso, eso no había sido cierto. M'Adoc había estado a su lado, intentando proteger a su familia. Así era como había sido capturado y después torturado. Podría haber sido capaz de escapar y salvarse. En lugar de eso, había elegido ir a avisarla y quedarse con ella cuando Dolor y sus subordinados habían atacado.
Y también casi lo habían matado.
– ¿Y si no estaba sola? -preguntó, su voz sólo un susurro.
– Entonces imagínatelos tomando al que estuvo a tu lado. Imagina la sangre de tu defensor en tus manos mientras lo apuñalan en el corazón.
Era suficiente para hacer que Leta quisiera gritar y dejarse llevar por la rabia de la que él le hablaba.
Aidan tenía razón. Si podía, Dolor mataría a M'Adoc en un instante.
– No sé cómo vencer a Dolor -le confesó Leta-. Lo mejor que pude hacer la última vez que luchamos fue congelarlo y hacerlo esclavo de la invocación de un humano. Pensé que haciendo eso nadie sería tan estúpido como para liberarlo. Ahora que lo han hecho… No sé cómo devolverlo al éxtasis hasta después de que complete su tarea.
– ¿Y esa es?
– Matarte… y no dejaré que eso suceda.
Aidan se alegraba de que esto fuera un sueño. De otra manera, podría haber pensado que estaba loco. Pero mientras las púrpuras olas batían contra la playa cristalina, sabía que estaba a salvo. Aquí no había realidad. Sólo estaban él y Leta.
Aún así, sentía curiosidad sobre por qué su subconsciente crearía todo esto.
– Dijiste que mi hermano lo conjuró para matarme.
Ella asintió.
– ¿Lo hizo desde la prisión? -Tenía tanto sentido como todo lo demás.
– Debió hacerlo. ¿Puedes pensar en alguien más que te quiera muerto hasta el punto de dar su alma por ello?
Aidan soltó una risa amarga.
– La lista de aquellos que me odian es larga, pero aquellos que lo quieren hasta ese extremo es mucho más corta. Tienes razón. Donnie destaca entre los que más me odian.
Ella asintió.
Aidan permaneció sentado en silencio pensando en la tragedia de su pasado. Después de la muerte de sus padres, él y Donnie habían terminado siendo criados por su tío alcohólico. Como padre soltero, el hombre había dejado mucho que desear, y básicamente Aidan y Donnie siempre habían bromeado diciendo que los habían criado los lobos.
Todo lo que habían tenido era el uno al otro. Todavía no podía creer lo que algo tan insignificante como la envidia le había hecho a su hermano. Cómo podía atrapar a un tipo que una vez aceptó puñetazos en su lugar y convertirlo en un usuario de sangre fría dispuesto a hacer cualquier cosa para herirlo. No tenía sentido.
Y ahora esto…
No le extrañaba que sus sueños fueran tan locos. Todavía estaba tambaleándose por la traición y obviamente su subconsciente continuaba intentando conciliarlo todo.
Esos pensamientos le recordaron a sus primeros años en Hollywood.
– Una de las primeras películas en las que aparecí era una de zombis. Recuerdo que en la película, si matabas al que controlaba el zombi, también te cargabas a éste. ¿Funcionaría esto de la misma forma?
Leta lo miró con el ceño fruncido.
– ¿Estás dispuesto a matar a tu propio hermano?
Él ni siquiera vaciló con su respuesta.
– La sangre dejó de unirnos en el instante que vino por mi garganta. Si esta cosa me está acosando por culpa de él, entonces estoy más que preparado para rajarle la garganta y reírme mientras se desangra hasta morir a mis pies. Dame el cuchillo y permanece al margen.
Leta dejó escapar un lento aliento ante la hostilidad en su tono. Debería estar horrorizada por su brutalidad, pero aún así entendía el sentimiento.
– Desafortunadamente, eso no funciona en este caso. Dolor no es un zombi. Es un viejo dios que sólo se mantiene bajo control por una maldición que le puse.
– ¿No puedes volver a ponerlo en éxtasis?
Ella negó con la cabeza.
– No mientras tú estés vivo. La maldición más fuerte que pude encontrar sólo funcionaría mientras la invocación no sucediera.
Él la observó estrechando la mirada.
– ¿A quién demonios se le ocurrió esta brillante maldición?
– Fue la mejor que pude lograr estando en un apuro -dijo ella defensivamente.
Aidan puso los ojos en blanco.
– Con ese tipo de habilidades de valoración crítica, deberías considerar probar el cargo de político.
Antes de que Leta pudiera responder, un fuerte gruñido desgarró el aire. Leta apretó los dientes con disgusto al reconocer el sonido.
– ¿Qué demonios es eso? -preguntó Aidan.
– Timor.
– Espero que el viejo Tim sea un ex novio.
Cómo lo desearía ella.
– No. Es la personificación del miedo humano.
– Oh, genial -dijo Aidan en tono jovial-. Justo lo que quería añadir a mi sueño. ¿Deberíamos invitarlo a tomar el té?
Aunque ella encontraba su sarcasmo entretenido, todavía no era capaz de hacerla reír o sonreír dada su situación, que iba empeorando.
– Aidan, esto no es un sueño. Quiero decir, sí, estamos en un estado de sueño, pero cuando te despiertes, no va a querer decir que Dolor no será real. Es real, y tiene la intención de matarte.
Él se separó de ella.
– Bien. Que venga. Seré el último que quede en pie.
– La bravuconería no derrota a un dios.
– ¿Entonces qué lo hace?
Ella realmente desearía que no le hubiera hecho esa pregunta en particular.
– No lo sé. Cada uno de nosotros tiene algo que nos vuelve débiles, y que permite que alguien nos mate. Pero no estamos muy dispuestos a dejar que otra gente sepa cuáles son esas debilidades.
– Y tampoco lo hago yo. No tengo intención de que nadie ni nada me derribe.
Leta admiraba eso de él, especialmente dado que era humano.
– Quiero que te agarres con fuerza a ese coraje, Aidan. Puede que sea lo único que salve tu vida.
Y con eso tiró de él hacia sí y lo besó.
Aidan se quedó sin aliento ante la olvidada sensación de una mujer en sus brazos. Sabía a éxtasis y mujer. A malvadas delicias. Y que Dios lo ayudara, quería más de ella.
Con el corazón martilleándole, profundizó el beso mientras la apretaba más contra sí.
Leta no podía pensar con claridad mientras su lengua bailaba con la de Aidan. Habían pasado siglos desde la última vez que había besado a un hombre. Siglos desde que se había sentido tan obligada a tocar a un hombre, a no ser que le estuviera lanzando un puñetazo.
El deseo de Aidan prendió fuego a sus propias emociones atadas. Pero más que eso, liberó la parte largamente enterrada de ella que echaba de menos a su familia. Cerrando los ojos, recordó a su marido y ese milagroso sentimiento de pertenecer. De amar a alguien y ser amado por ellos.
Lo echaba tanto de menos. Lo ansiaba todavía más. Nadie debería tener que pasar la eternidad sólo, aislado de todo el mundo, desprovisto de emociones. Lo que Zeus le había echo a su clase era deplorable.
De nuevo, escuchó el grito de Timor al otro lado del mar que salpicaba contra las arenas cristalinas. Dolor estaba intentando usarlo para romper la barrera del mundo del sueño para poder luchar con ellos en el plano mortal, donde eran más débiles. Necesitaba despertar a Aidan y hacer que entendiera la amenaza que ellos suponían para él.
– Te veré en el otro lado -susurró antes de apartarlo y obligarlo a despertarse.
Aidan se despertó de golpe. Con el corazón golpeando, levantó el brazo de su rostro para intentar orientarse. Su película todavía estaba sonando de fondo mientras los troncos saltaban y se recolocaban a su alrededor.
Fue entonces cuando vio a Leta a sus pies.
Ella abrió los ojos parpadeando como si también se estuviera despertando.
– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -le exigió Aidan.