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– Claro. Es solo que cuando pruebo tu sangre es como una gran apoteosis.

– ¿Será casi igual de bueno sin sangre?

– Nunca puede ser tan bueno, pero no quiero debilitarte.

– Si no te importa… -dije con timidez-. Me lleva unos cuantos días recuperarme.

– He estado siendo egoísta… eres tan buena.

– Si estoy fuerte, será aún mejor-sugerí.

– Muéstrame lo fuerte que eres-dijo, provocándome.

– Ponte boca arriba. No estoy muy segura de cómo se hace esto, pero sé que otras parejas lo hacen.

Me puse a horcajadas sobre él y noté que se le aceleraba la respiración. Me alegré de que la habitación estuviese a oscuras. Fuera todavía diluviaba, y el destello de un relámpago me mostró sus ojos resplandecientes. Me ajusté poco a poco hasta lo que, confié, debía de ser la posición correcta, y lo conduje a mi interior. Tenía mucha fe en mi instinto, y desde luego, no me traicionó.

8

Estábamos juntos de nuevo y mis dudas quedaron amortiguadas, al menos por un tiempo, gracias al miedo que sentí al pensar que podía haberlo perdido. Bill y yo nos adaptamos a una complicada rutina.

Cuando me tocaba trabajar de noche, iba a casa de Bill después determinar el turno y solía pasar allí el resto de la noche. Si trabajaba de día, era Bill el que se venía a mi casa después del ocaso y veíamos la tele, íbamos al cine o jugábamos al Scrabble. Me veía obligada a descansar una noche de cada tres, o en su defecto Bill tenía que evitar morderme esas noches; de lo contrario empezaba a sentirme débil y desganada. Y siempre estaba presente el peligro de que Bill se alimentara demasiado de mí. Estuve trasegando vitaminas y hierro hasta que Bill se quejó del sabor. Entonces reduje el hierro.

Mientras yo dormía, Bill se dedicaba a otras cosas. A veces leía, otras vagaba al amparo de la noche, y en ocasiones salía y arreglaba el jardín bajo la luz de las farolas. Tal vez tomara sangre de otra persona, pero al menos lo mantuvo en secreto y lo hizo lejos de Bon Temps, que era lo que yo le había pedido. He dicho que esta rutina resultaba complicada, porque me daba la impresión de que aguardábamos algo. El incendio del nido de Monroe había enfurecido a Bill, pero creo que también lo asustó. Debe de ser terrible sentirse tan poderoso despierto y tan indefenso dormido. Los dos nos preguntábamos si la opinión pública contra los vampiros amainaría ahora que los más molestos de la zona habían muerto.

Aunque Bill no dijo nada explícito, supe, por el curso que tomaban nuestras conversaciones de vez en cuando, que también le preocupaba mi seguridad con el asesino de Dawn, Maudette y mi abuela aún suelto.

Si la gente de Bon Temps y las ciudades de los alrededores pensó que quemar a los vampiros de Monroe tranquilizaría sus conciencias respecto a los asesinatos, estaban equivocados. Los informes de las autopsias de las tres víctimas aclararon por último que cuando murieron no les faltaba nada de sangre. Además, las marcas de mordiscos en Maudette y Dawn no solo tenían pinta de ser antiguas, sino que se demostró que así era. La causa de las muertes fue el estrangulamiento. Maudette y Dawn habían mantenido relaciones sexuales antes de morir. Y después.

Arlene, Charlsie y yo teníamos cuidado, por ejemplo al salir al estacionamiento solas, y siempre vigilábamos que nuestras casas siguieran bien cerradas antes de entrar en ellas. Tratábamos de fijarnos en qué coches podían seguirnos por la carretera.

Pero es complicado mantener esas precauciones; es un enorme peso para los nervios, y no me cabe duda de que las tres volvimos pronto a retomar nuestra rutina descuidada. Puede que fuese más comprensible en el caso de Arlene o el de Charlsie, porque no vivían solas, como las dos primeras víctimas; Arlene vivía con sus hijos (y con Rene Lenier de tanto en tanto) y Charlsie con su marido, Ralph. Yo era la única que vivía sola.

Jason venía albar casi cada noche, y se aseguraba de charlar siempre conmigo. Me di cuenta de que trataba de reparar la brecha que había entre nosotros, y respondí todo lo que pude. Pero Jason también bebía más, y su cama tenía tantas usuarias como unos baños públicos, aunque parecía abrigar fuertes sentimientos por Liz Barrett. Colaboramos con meticulosidad hasta resolver el tema de las herencias de la abuela y del tío Bartlett, aunque en ese caso él tenía más que ver con el asunto que yo: el tío Bartlett había dejado a Jason todo salvo mi dinero.

Una noche en la que se había tomado una cerveza de más, Jason me contó que había tenido que volver otras dos veces a la central de policía, y que lo estaban volviendo loco. Al fin había hablado con Sid Matt Lancaster, y este le había aconsejado que no volviera a la comisaría si no era en su compañía.

– ¿Cómo es que siguen molestándote?-le pregunté-. Tiene que haber algo que no me hayas contado. Andy Bellefleur no ha acosado a nadie más, y sabemos que ni Dawn ni Maudette erandemasiado melindrosas respecto a quién se llevaban a la cama.

Jason pareció avergonzado. Nunca había visto a mi atractivo hermano mayor tan sonrojado.

– Películas -murmuró.

Me incliné para asegurarme de que lo había oído bien.

– ¿Películas?-dije, incrédula.

– Shhh -chistó, pareciendo muy culpable-. Hacíamos películas.

Supongo que me sentí tan avergonzada como Jason. Hermana y hermano no tienen por qué saberlo todo el uno del otro.

– Y les diste una copia -sugerí con timidez, tratando de adivinar lo tonto que había llegado a ser. Él miró en otra dirección, con aquellos confusos ojos azules titilando románticamente con las lágrimas-. Bobo-dije-, incluso teniendo en cuenta que no podías saber cómo iba a salir a la luz, ¿qué hubiera sucedido cuando decidieras casarte? ¿Y si uno de tus antiguos amores le envía una copia de vuestro pequeño tango a tu futura esposa?

– Gracias por hacer leña del árbol caído, hermanita.

Respiré hondo.

– Vale, vale. Has dejado de hacer esos vídeos, ¿verdad?

Asintió con énfasis. No lo creí.

– Y se lo has contado a Sid Matt, ¿verdad?

Asintió con menos convicción.

– ¿Y crees que es por eso que Andy va tanto tras de ti?

– Sí-confirmó Jason malhumorado.

– Entonces, si comprueban tu semen y no coincide con el que estaba dentro de Maudette y de Dawn, estás a salvo -en ese momento yo parecía tan furtiva como mi hermano. Nunca antes habíamos hablado de muestras de semen.

– Eso es lo que dice Sid Matt. Pero no me fío de esas cosas.

Mi hermano no confiaba en la evidencia científica más fiable que se podía presentar ante un tribunal. Estupendo.

– ¿Crees que Andy va a falsificar los resultados?

– No, Andy es un buen tipo, solo está haciendo su trabajo. Pero es que no sé nada de todo eso del ADN.

– No seas tonto -dije, y me alejé para llevar otra jarra de cerveza a cuatro chavales de Ruston, estudiantes universitarios que disfrutaban de una noche loca lejos de su hogar. Solo quedaba la esperanza de que Sid Matt Lancaster fuera bueno convenciendo a la gente. Volví a hablar una vez más con Jason antes de que se marchara del bar.

– ¿Podrías ayudarme? -me preguntó, poniéndome una cara que me costó reconocer. Yo estaba junto a su mesa, y su cita de aquella noche había ido al servicio. Mi hermano nunca antes me había pedido ayuda.

– ¿Cómo?

– ¿Podrías leer la mente de los hombres que vienen aquí y descubrir si uno de ellos lo hizo?

– Eso no es tan sencillo como parece, Jason-respondí con lentitud, pensándolo mientras lo decía-. Para empezar, ese hombre tendría que estar pensando en su crimen mientras estuviera aquí, en el momento exacto en que yo le escuchara. Y además, no siempre recibo pensamientos claros. Con alguna gente es como escuchar la radio, puedo oírlo todo, pero con otros solo recibo una serie de impresiones sin vocalizar; es como oír a alguien hablar en sueños, ¿comprendes? Oyes que están hablando, puedes saber si están tristes o contentos, pero no logras identificar las palabras exactas. Y encima, a veces puedo oír un pensamiento pero no logro identificar su origen si hay mucha gente en la sala.

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