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– ¿Qué? -comencé a decir, pero no pude añadir más. Bill soltó mi cinturón, echó atrás el asiento y me agarró antes de que lograra terminar la frase. Temí que estuviera furioso, así que al principio luché contra él, pero era como empujar un árbol. Entonces su boca alcanzó la mía, y supe lo que pretendía.

Oh, y tanto que sabía besar. Puede que tuviéramos problemas de comunicación a algunos niveles, pero aquel no era uno de ellos. Pasamos un rato estupendo durante unos cinco minutos; pude sentir las oleadas de sensaciones que me atravesaban el cuerpo. A pesar de la incomodidad de estar en el asiento delantero de un coche, logré sentirme cómoda, principalmente porque él era muy fuerte y delicado. Le mordisqueé la piel con mis dientes, lo que le hizo soltar una especie de aullido.

– ¡Sookie! -tenía la voz entrecortada. Me alejé de él, apenas un centímetro-. Si vuelves a hacerme eso te tomaré tanto si quieres como si no-me dijo, y no me cupo duda de que hablaba en serio.

– No quieres hacerlo -dije por último, tratando de no plantearlo como una pregunta.

– Oh, sí, sí quiero. -Arrastró mi mano y me lo demostró. De repente apareció una brillante luz rotatoria detrás de nosotros.

– La policía -dije. Observé una silueta que salía del coche patrulla y se dirigía hacia la ventana de Bill-. No les permitas descubrir que eres un vampiro, Bill-dije rauda, temiendo las repercusiones de la redada del Fangtasía. Aunque casi todos los cuerpos de policía estaban encantados de tener vampiros en nómina, tenían muchos prejuicios contra los vampiros de a pie, en especial con una pareja interracial.

La pesada mano del policía repiqueteó contra la ventanilla. Bill encendió el motor y pulsó el botón para bajarla, pero no dijo nada y me di cuenta de que no había podido retraer los colmillos. Si abría la boca, resultaría muy obvio que era un vampiro.

– Hola, agente-dije.

– Buenas noches-dijo el hombre con corrección. Se inclinó para mirar por la ventanilla-. Ya sabéis que todas las tiendas están cerradas, ¿verdad?

– Sí, señor.

– Bien, ya veo que estáis retozando un poco, y no tengo nada en contra de ello, pero debéis iros a casa a hacer estas cosas. -Lo haremos -asentí con efusión, y Bill logró inclinar también la cabeza.

– Hemos hecho una redada en un bar a algunas manzanas de aquí-dijo distraídamente el agente. Solo podía verle parte de la cara, pero me pareció fornido y de mediana edad-. ¿Por casualidad venís de allí?

– No -dije yo.

– Un bar de vampiros-remarcó el policía.

– No, nosotros no.

– Déjeme iluminarle el cuello, señorita, si no le importa.

– Por supuesto.

Y vaya si no apuntó con su vieja linterna a mi cuello, y después al de Bill.

– Muy bien, solo era una comprobación. Marchaos ya.

– De acuerdo.

El asentimiento de Bill fue incluso más seco. Mientras el policía aguardaba, me recliné en mi asiento y me puse el cinturón de seguridad. Bill arrancó el coche y dio marcha atrás.

Estaba furioso. Durante todo el trayecto a casa mantuvo un silencio huraño (o eso me pareció), pero yo me sentía más inclinada a considerar gracioso todo lo ocurrido.

Me alegraba haber descubierto que Bill no era indiferente a mis atractivos personales, por escasos que fueran. Comencé a desear que algún día quisiera besarme de nuevo, puede que con más pasión y durante más tiempo, y tal vez incluso… ¿podríamos ir más allá? Traté de no elevar demasiado mis esperanzas. De hecho, había un par de cosas que Bill todavía no conocía de mí, que nadie conocía, por lo que me esforcé por mantener expectativas modestas.

Cuando llegamos a casa de la abuela, Bill rodeó el coche y me abrió la puerta. Eso me hizo arquear las cejas, pero no iba a oponerme a una acción tan cortés. Supuse que Bill se daba cuenta de que mis brazos funcionaban bien y tenía la capacidad mental necesaria para imaginarme cómo funcionaba el mecanismo de apertura. Cuando salí, él se apartó.

Me sentí herida. No quería volver a besarme, lamentaba el episodio anterior. Seguramente languidecía por esa maldita Pam. O tal vez incluso por Sombra Larga. Empezaba a darme cuenta de que la posibilidad de mantener relaciones sexuales durante varios siglos proporcionaba oportunidades de sobra para experimentar largo y tendido. ¿Tan malo sería añadir una telépata a su lista?

Encogí los hombros y me rodeé el pecho con los brazos.

– ¿Tienes frío? -me preguntó al instante, poniendo su brazo sobre mis hombros. Pero no era más que el equivalente físico de un abrigo; parecía tratar de mantenerse todo lo alejado de mí que le permitía la longitud de su extremidad.

– Lamento haberte molestado. No te volveré a pedir una cita -le dije, manteniendo la voz serena. Mientras hablábamos me di cuenta de que la abuela aún no había fijado una fecha definitiva para que Bill diera la conferencia ante los Descendientes, pero tendrían que arreglarlo entre los dos.

Se quedó inmóvil. Por último dijo:

– Eres increíblemente ingenua -y ni siquiera añadió esa coletilla sobre mi sagacidad, como la vez anterior.

– Vaya -dije sin comprender-, ¿de verdad?

– O puede que seas uno de los inocentes de Dios-añadió, y eso sonó mucho menos agradable, como si yo fuera Quasimodo o algo así.

– Supongo -dije con amargura-que eso tendrás que descubrirlo.

– Mejor que sea yo quien lo descubra-dijo de modo misterioso, y entendí aún menos. Me acompañó hasta la puerta, y yo ansiaba otro beso, pero solo me dio un besito en la frente-. Buenas noches, Sookie-susurró.

Dejé mi mejilla contra la suya por un instante.

– Gracias por sacarme-dije. Me alejé con rapidez antes de que pensara que le pedía otra cosa-. No te volveré a llamar.- Antes de que mi determinación flaqueara, me introduje en la oscura casa y cerré la puerta delante de sus narices.

5

Durante el siguiente par de días me sobraron cosas en las que pensar. Para ser alguien que siempre ansiaba lo nuevo para no aburrirse, ya había tenido suficientes novedades en mi vida para unas cuantas semanas. Solo con la gente del Fangtasía tenía material de análisis de sobra, y eso por no hablar de los vampiros. De soñar con conocer a un vampiro había pasado a alternar con más de los que desearía.

Muchos hombres de Bon Temps y de las cercanías habían tenido que acudir a la comisaría de policía para responder algunas preguntas sobre Dawn Green y sus hábitos. Además, el detective Bellefleur solía pasarse por el bar en su tiempo libre, sin beber más alcohol que el de una cerveza, pero observando con detenimiento todo lo que tenía lugar a su alrededor. Resultó embarazoso, pero como Merlotte's no era de ningún modo un centro de actividad ilegal, a nadie le preocupó mucho una vez todos se acostumbraron a la presencia de Andy.

Él siempre parecía escoger una mesa de mi zona, y comenzó a entablar un juego silencioso conmigo. Cuando iba a su mesa, pensaba algo provocador para tratar de que yo dijera algo; no parecía comprender lo indecente que resultaba aquello. La clave era la provocación, no el insulto: quería que volviera a leerle la mente, aunque no se me ocurría por qué.

Entonces, puede que la quinta o la sexta vez que le tuve que llevar algo (me parece que era una Coca-Cola Light) me representó en su cabeza retozando con mi hermano. Ya estaba tan nerviosa al ir a su mesa (sabiendo que me esperaría con algo, pero sin saber con exactitud el qué) que había dejado atrás la posibilidad de enfadarme y me encontraba ya en el terreno de las lágrimas. Me recordaba a los tormentos menos sofisticados que tuve que soportar en la escuela primaria.

Andy me observaba con rostro expectante, y cuando vio mis lágrimas un asombroso abanico de sentimientos cruzó su cara en rápida sucesión: triunfo, desazón y después una gran vergüenza.

Le volqué la maldita Coca-Cola encima de la camisa. Dejé atrás la barra y atravesé la puerta posterior.

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