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– Hay veces que un hombre no puede resistir la ten?tación, Feeney, y acaba cediendo. ¿Pretende decirme que sería la primera vez que un policía de Ilegales saca algún dinero bajo, mano?

– No. -Feeney suspiró de nuevo. Aquella conversa?ción le estaba poniendo sobrio. Y eso no le gustaba-. A Casto no se le puede imputar nada. Dallas estaba tra?bajando con él. Si fuera un mal policía se lo habría olido. Ella es así.

– Dallas ha estado descentrada -murmuró Roarke recordando las palabras de Eve-. Píenselo, Feeney, por más rápido que ella se movía siempre parecía ir un paso por detrás de los acontecimientos. Si alguien hubiera co?nocido sus movimientos le habría sido fácil anticiparse. Especialmente si era alguien con mentalidad de policía.

– Le cae mal porque es casi tan apuesto como usted -dijo Feeney de mal humor.

Roarke se lo pasó por alto.

– ¿Qué podría usted averiguar de él esta noche?

– ¿Esta noche? Joder, ¿quiere que le busque las cos?quillas a un colega, que investigue los expedientes per?sonales sólo porque dos de sus soplones resultaron muertos? ¿Y encima esta noche?

Roarke le apoyó una mano en el hombro.

– Podemos usar mi unidad.

– Harán buena pareja -masculló Feeney mientras Roarke le empujaba hacia la multitud-. Menudo par de estafadores.

Eve veía a Casto borroso y podía oler el tenue aroma a jabón y sudor que despedía su piel. Pero no lograba en?tender qué hacía él allí.

– ¿Qué ocurre, Casto? ¿Tenemos una llamada? -Miró alrededor buscando a Peabody y vio los chillones cortinajes rojos que se suponía añadían sensualidad a un cuarto destinado al sexo rápido y barato-. Espere un momento.

– Relájese, Dallas. -No quería darle otra dosis,-me?nos teniendo en cuenta lo que ya habría estado bebiendo en su fiesta de soltera-. La puerta está cerrada, o sea que no puede ir a ninguna parte. -Se puso a la espalda un co?jín con bordes de satén-. Habría sido mucho más fácil si lo hubiera dejado correr. Pero no. Usted erre que erre. No me cabe en la cabeza que haya estado machacando a Lilligas.

– ¿Quién… qué?

– La florista de Vegas II. Eso es ir demasiado lejos. Yo mismo he utilizado a esa zorra.

Eve notó una sensación desagradable en el estómago. Cuando notó el sabor de la bilis en la garganta, se inclinó hacia adelante, metió la cabeza entre las rodillas y procuró respirar hondo.

– Hay picos que pueden producir náuseas. La próxi?ma vez probaremos otra cosa.

– Me equivoqué con usted. -Eve trató de concentrar?se en no vomitar la pesada y grasienta comida que había ingerido en lugar de alcohol-. Maldita sea, cómo no me di cuenta.

– Usted no estaba buscando a otro policía. Bueno, ¿por qué iba a hacerlo? Y tenía otras cosas que la preo?cupaban. Ha quebrantado las normas, Eve. Usted sabe muy bien que el primer investigador jamás debe impli?carse personalmente. Estaba demasiado preocupada por su amiga. Es algo que admiro en usted, aun cuando sea una estupidez.

La cogió del pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Tras una rápida ojeada a sus pupilas, decidió que la dosis ini?cial la tendría un rato más a raya. No quería arriesgarse a una sobredosis. Al menos hasta que hubiera terminado.

– De veras que la admiro, Eve.

– Hijo de puta. -La lengua casi le impedía hablar-. Usted los mató.

– Sí. A todos. -Sereno, Casto cruzó los pies por los tobillos-. Ha sido difícil mantenerlo oculto, lo admito. Es duro para el ego no poder demostrar a una mujer como usted lo que un hombre inteligente puede llegar a hacer. Sabe, me preocupé un poco cuando supe que se encargaba de Boomer. -Le acarició con un dedo desde la barbilla hasta los pechos-. Creí que podía cautivarla. Confiese que se sintió atraída.

– Quíteme las manos de encima. -Intentó abofetear?le pero falló por unos centímetros.

– Su percepción de fondo falla. -Rió entre dientes-. La droga es mala, Eve. Se lo digo yo, que lo veo cada puñetero día en las calles. Me harto de verlo. Así empezó todo. Esos tipos estrafalarios sacando dinero a espuertas sin jamás ensuciarse las pulcras uñas. ¿Por qué no yo?

– Lo hizo por dinero…

– ¿Qué, si no? Hace un par de años di con el enlace de Immortality. Fue cosa del hado. Me tomé las cosas con calma, hice mis deberes, utilicé una fuente que tenía en la colonia Edén para que me consiguiera una muestra. El pobre Boomer lo descubrió… mi contacto en la Edén.

– Boomer se lo dijo.

– Claro. Cuando averiguaba algo en el mercado de ilegales, venía a decírmelo. Él entonces no sabía que yo estaba metido en eso. Ignoraba que Boomer tenía una copia de la jodida fórmula. Ignoraba que él estaba aguantando para ver si sacaba una buena tajada.

– Usted le mató. Le hizo pedazos.

– Sólo cuando fue necesario. Nunca hago nada a me?nos que sea imprescindible. Fue culpa de la hermosa Pandora, ¿comprende?

Eve escuchaba, pugnando por recuperar el control de su cerebro, mientras él le relataba una historia de sexo, poder y beneficios.

Pandora le había visto en el club. O se habían visto mutuamente. A ella le gustó la idea de que él fuera poli?cía, y la clase de poli que era. Él podía meter mano a un montón de golosinas, ¿no? Y lo habría hecho con gusto. Estaba obsesionado, hechizado por ella. Era un adicto a Pandora. Admitirlo ya no podía hacerle ningún daño. Su error había sido compartir la información acerca de Immortality, prestar oídos a las ideas de ella sobre cómo ganar dinero. Unos beneficios enormes, le había prome?tido ella. Más dinero del que podían gastar en tres vidas. Y además juventud, belleza y sexo a lo grande. Ella se había convertido rápidamente en adicta, siempre quería más droga, y le había utilizado a él para conseguirla.

Pero Pandora también había sido útil. Su carrera, su fama, le permitían viajar, traer más de aquello que en?tonces se fabricaba exclusivamente en un pequeño labo?ratorio privado de Starlight Station.

Entonces descubrió que había metido a Redford en el negocio. Él se había puesto furioso, pero ella había conseguido aplacarlo con sexo y promesas. Y dinero, por supuesto.

Pero las cosas habían empezado a torcerse. Boomer le había exigido dinero, se había adueñado de una bolsa de droga en forma de polvo.

– Yo debería haber podido manejar a ese mequetrefe. Le seguí hasta aquí. Estaba despilfarrando a manos lle?nas los créditos que yo le había dado para que callara la boca. Yo no podía saber qué le había dicho a aquella puta. -Casto se encogió de hombros-. Usted lo imagi?nó. Acertó en una cosa, Eve, pero se equivocó de perso?na. Tuve que cargarme a la chica. Estaba demasiado me?tido como para cometer errores. Y ella sólo era una furcia.

Eve recostó la cabeza en la pared. La cabeza casi no le daba vueltas. Dio gracias de que la dosis hubiera sido tan pequeña. Casto estaba lanzado. Lo mejor era hacerle hablar. Si no conseguía salir de allí por sí misma, alguien vendría a buscarla tarde o temprano.

– Y entonces fue por Boomer.

– No podía sacarlo de su pensión. En esa zona mi cara es demasiado conocida. Le di un poco de tiempo y luego me puse en contacto con él. Le dije que podíamos hacer un trato. Lo queríamos de nuestro lado. Y él fue lo bastante tonto para creerme. Entonces lo liquidé.

– Primero le hizo una buena faena. No se dio prisa en matarle.

– Tenía que averiguar hasta qué punto había habla?do, y con quién. Boomer no soportaba bien el dolor, po?bre. Sacó hasta la primera papilla. Descubrí lo de la fór?mula. Eso me cabreó mucho. Yo no pensaba estropearle la cara como a la furcia, pero perdí los estribos. Así de sencillo. Estaba emocionalmente implicado, como si di?jéramos.

– Es un cabrón de mierda -masculló Eve, fingiendo una voz débil y velada.

– Eso no es verdad, Eve. Pregúntele a Peabody. -Casto sonrió y acto seguido le pellizcó un pecho ha?ciendo que la rabia la embargara de nuevo-. Le tiré los tejos a DeeDee en cuanto vi que usted no iba a morder el anzuelo. Estaba demasiado embobada con ese cerdo de irlandés como para fijarse en un hombre de verdad. Y DeeDee, pobrecilla, estaba a punto de caramelo. De todos modos, no llegué a sacarle gran cosa sobre lo que usted se traía entre manos. DeeDee tiene madera de buen policía. Pero con un pequeño aditamento en el vaso de vino se muestra más cooperadora.

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