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Volví a la otra estancia e hice una inspección a fondo. Al parecer no faltaba nada. Presentía sin embargo que alguien había introducido una mano furtiva entre la ropa doblada de la cómoda y en los ficheros, dejándolo todo como estaba, pero ligeramente desordenado. Me reventó aquello. Me reventaron la astucia y el cuidado con que se había hecho todo, la satisfacción que el intruso había tenido que sentir al cumplir su cometido con eficacia. ¿Y con qué objeto? Que me maten si era capaz de echar nada en falta. Yo no tengo nada de valor y los ficheros no tienen mucha importancia. Casi todos los expedientes que guardaba en casa pertenecían a casos cerrados y en cuanto a las notas sobre Elaine Boldt, las tenía en el despacho. ¿Qué más obraba en mi poder que pudiera interesar a nadie?

Lo que por otra parte me torturaba era la sospecha de que pudiera ser obra de Pat Usher. Si aparte de ser una salvaje era capaz de conducirse con astucia y sigilo, era mucho más peligrosa de lo que había pensado. Llamé a una cerrajera y quedó en que pasaría más tarde a cambiar todas las cerraduras. El cristal de la ventana lo podía cambiar yo sola. Tomé un par de medidas de urgencia y salí a la calle. Por suerte, no me habían forzado la puerta del coche, aunque no me gustó la idea de que alguien quisiera hacer aquello también. Saqué la 32 de la guantera y me la guardé en los riñones, entre el pantalón y la camisa. Por el momento tendría que guardarla bajo llave en el archivador del despacho. Estaba relativamente convencida de que el despacho era un lugar seguro. Puesto que estoy en el primer piso y el balcón se ve desde los cuatro puntos cardinales, pensaba que nadie iba a arriesgarse a forzar aquella entrada. El edificio se cierra por la noche y la puerta del vestíbulo es un bloque sólido de roble de cinco centímetros de grosor, con una cerradura de doble llave que sólo podría abrirse con una sierra eléctrica. Sin embargo, seguía llena de aprensiones cuando dejé el coche en el parking de detrás y acabé subiendo de dos en dos los peldaños de la escalera trasera. No me tranquilicé hasta que abrí la puerta del despacho y comprobé que allí no había estado nadie.

Guardé la pistola y cogí el expediente de Elaine Boldt. Pasé a máquina más notas y actualicé todos los detalles. Por dentro me seguía sulfurando la idea de que en mi casa se hubiera colado un intruso. Habría tenido que avisar a la policía, pero no quería interrumpirme. Traté de concentrarme en lo más inmediato. Había muchas preguntas sin respuesta y ni siquiera sabía cuáles eran las decisivas en aquel momento. Por ejemplo: ¿por qué Pat Usher se había marchado tan bruscamente después de mi primer viaje a Boca? La intuición me decía que, una vez enterada de que yo buscaba a Elaine, no había tenido más remedio que renunciar a sus planes. Sospechaba que había venido a Santa Teresa y que había sido ella quien había entrado subrepticiamente en casa de Tillie para llevarse el fajo de facturas y recibos. Pero ¿con qué objeto? Las facturas no habían dejado de recibirse y si alguna información útil podía obtenerse analizándolas a fondo, sólo restaba esperar a que llegara la siguiente remesa. Pero también contaba con lo que Mike había visto la noche del asesinato de su tía. No sabía muy bien qué significado atribuirle, en el caso de que tuviera alguno. Entre el momento en que, según su versión, se había producido la muerte de Marty Grice y la hora en que su marido y su cuñada decían haber hablado con ella, había una diferencia de treinta minutos y éste era un dato que seguía sin aclararse. ¿Estaban Leonard y Lily confabulados? También estaba el pequeño detalle aportado por la vecina, May Snyder, que había oído martillazos en casa de los Grice aquella noche. Orris juraba que estaba sorda y que lo confundía todo, pero no estaba dispuesta a descartarla como testigo tan a la ligera.

Sonó el teléfono, di un respingo y cogí el auricular de manera automática. Era Jonah. Ni siquiera se molestó en identificarse. Sólo dijo:

– He recibido contestación del Registro de Vehículos de Tallahassee. ¿Quieres echarle un vistazo?

– En seguida estoy ahí -dije, colgué y salí.

Jonah me esperaba en el vestíbulo de Jefatura, cruzamos las puertas de seguridad y me condujo por el pasillo que lleva a Personas Desaparecidas.

– ¿Cómo es que te han respondido tan rápidamente? -pregunté. Me abrió la puerta para que pasara y entré en la zona de los calabozos, donde Jonah tenía el escritorio. Esbozó una ligera sonrisa.

– Pues porque para asuntos así los policías somos mucho más eficaces que los detectives privados -dijo-. Tenemos acceso a cierta información que vosotros no podríais ni oler.

– ¡Oye, fui yo quien envió la solicitud! Es información pública. No la puedo conseguir tan aprisa como tú, pero iba por buen camino y tú lo sabes.

– No te acalores -dijo-. Era una broma.

– Muy original. Enséñamelo -dije, alargándole la mano.

Me dio un dibujo hecho con ordenador, una reproducción electrónica de un permiso de conducir extendido en enero a nombre de Elaine Boldt, domiciliada en la comunidad de propietarios de Florida. Contemplé la foto de la mujer que me devolvía la mirada y lancé un «¡ah!» imprevisto e involuntario. Conocía aquella cara. Era Pat Usher: los mismos ojos verdes, el mismo pelo cobrizo. Había algunas diferencias palpables. Yo la había visto después de sufrir un accidente de tráfico, cuando aún tenía la cara hinchada y con moraduras. El parecido, sin embargo, era manifiesto. Por San Dios que lo era.

– Ya la tengo -dije-. ¡Ya la tengo, yu-juuuuu!

– ¿A quién?

– Pues no lo sé aún. Ella dice que se llama Pat Usher, pero sin duda es un nombre falso. Apuesto lo que quieras a que Elaine Boldt está muerta. Pat tenía que saberlo, de lo contrario no habría tenido ovarios para solicitar un permiso de conducir a nombre de Elaine Boldt. Ha vivido en el piso de ésta desde que desapareció. Ha utilizado sus tarjetas de crédito y probablemente ha metido mano en alguna cuenta corriente. Mierda. ¿Podemos pedir información a los archivos centrales de la Dirección General de la Policía? Este organismo podía suministrarnos información sobre Pat Usher en cuestión de segundos.

– El ordenador acaba de ser desconectado. Acabo de comprobarlo. Me sorprende que no lo pensaras antes.

– Antes no tenía los datos exactos. Contaba con un nombre, pero no con información numérica. Ahora sé la fecha de nacimiento. ¿Puedo hacer una fotocopia?

– Quédatelo -dijo con dulzura-. Yo ya tengo una fotocopia para mis ficheros. ¿Por qué crees que la fecha de nacimiento es auténtica?

– Es sólo una corazonada. Aun en el caso de que el nombre sea falso, lo lógico es que utilizara la fecha de nacimiento auténtica. Ha tenido que inventarse un montón de cosas, ¿para qué complicarse la vida y falsear también esto? Es muy lista. No creo que haya tomado más precauciones de las necesarias. -Inspeccioné la reproducción acercándola a la luz-. Mira esto. Han puesto una cruz en la casilla que dice «lentes de corrección». Asombroso. Tiene que llevar gafas para conducir. Qué fuerte, ¿no? Fíjate en la información que tenemos ya. Estatura, peso. Bueno, parece cansada en la foto. Y mira lo gorda que está. Fíjate en las bolsas que tiene debajo de los ojos. Habrías tenido que oírla cuando hablé con ella en Florida. Es de un creído…

Se había sentado en el borde de la mesa y me sonreía, al parecer porque le hacía gracia mi emoción.

– Bueno, me alegro de haberte sido útil -dijo-. Voy a estar fuera de la ciudad un par de días y ha sido una suerte que esto haya llegado a tiempo.

Me fijé en su expresión por primera vez. Había algo de rigidez en su sonrisa y un poco de preocupación en su actitud.

– ¿Vas a tomarte unas vacaciones? -le pregunté.

– Sí, más o menos. Camilla tiene problemas con una de las niñas y he pensado que es mejor ir personalmente. No es un gran plan, pero ya sabes cómo están las cosas.

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