La alejé de la calle, a través de unos dobleces de nilón azul dejaba al descubierto el balanceo de sus oscuros pezones en el extremo de dos alerones de piel. La puerta de una casa pequeña -Lou Souliou escrito en hierro forjado- estaba abierta a sus espaldas. Le ofrecí ayuda para vestirse o volver a la cama (suponiendo que hubiera estado en la cama: ella misma no lo sabía). Pero en cuanto estuvimos dentro empezó a charlar con una animación normal y cotidiana. No mencionamos lo que había ocurrido en la calle. Se puso algo más parecido a un traje de terciopelo que a una bata. Me ofreció café… o vodka. Tenía que haber una botella de vodka en la nevera. ¿Un poco de zumo de tomate? Cuando oyó mi francés macarrónico respondió en inglés con el formal fraseo norteamericano de un personaje de Henry James. Fotografías y recuerdos en una acogedora habitación con tenue luz… como todas las casas de las mujeres que viven por aquí. Una vida de amplio alcance; algunos objetos parecían peruanos, mejicanos… de los indios norteamericanos. El panetiere provenzal con libros y pequeños tesoros detrás de sus barras de madera, el ahusado escritorio con fiorituras cargado de periódicos arrollados, sin abrir.
– Tú eres la amiguita de Arnys, ¿no? En su bar nos hemos visto. Arnys adora a la gente.
El amiguito de Arnys es Bernard, pero supongo que ésta debía de ser una de las mujeres que me han visto tan a menudo en el bar este verano. Cuando vuelva otro año tal vez recuerden a tu chica, la chica de Madame Bagnelli, el gran amor del profesor parisino que estaba escribiendo un libro.
Yo quería irme y ella quería retenerme por si la mujer que había conocido en la calle volvía a tomar posesión de su cuerpo. Volé cuesta arriba a buscarte, a oírte cantar mientras tapizabas una vieja silla o pintabas las uñas de tus pies con una valiente capa de esmalte rojo. Quería preguntarte quién era y contarte lo que había ocurrido. Pero al verte, Katya, no dije nada. A ti podría ocurrirte lo mismo. Cuando yo no esté. Algún día. Cuando esté en mi país, o en Camerún reuniendo cosas con las que me encapriche, los recuerdos que me llevaré.
Las perspectivas: ¿cuáles son las perspectivas? Para la primera mujer de Burger, la amante de Ugo Bagnelli, para Rosa Burger.
Tú tienes los ruiseñores cada mes de mayo, y los pechos que dieron tan dulces placeres son palpados clínicamente cada tres meses en la rutina de prolongar la vida. La cama donde se acostaba Ugo Bagnelli cuando podía alejarse de su familia en Toulon -en la que yo duermo ahora con Bernard- no será ocupada por otro hombre tuyo. Como dice Gaby Grosbois, sólo puede haber un acuerdo, una paga la habitación de hotel, como la mujer del dentista de Pierre y el policía. El querido y viejo Pierre con su Levis azul… a su esposa no le preocupa que todavía pudiera encontrarse deseable; lo único que queda es hacer una broma entre vosotras a costa de su impotencia. Te ríes de ella cuando dice: «Todavía conservas tu belleza, Katya»; hoy te vi bajo la buena luz que sólo se encuentra en el cuarto de baño entre las habitaciones en penumbra de esta casa en la que ojalá pudiera quedarme el resto de mi vida… te he visto arrancándote cerdas de la barbilla.
Es posible vivir dentro del ámbito de una persona, no de un país. París, Camerún, Brazzaville; el terruño. Existe la posibilidad con Chabalier, mi Chabalier. Me dice que una vez instalados en París, tendría a mi Chabalier, que es el único que cuenta. No es desleal. No dice que no ama a su mujer y a sus hijos: «Vivo entre ellos, no con ellos». Entre nosotros no pronunciamos palabras rituales; no quiero usar las que tuve que emplear para entrar bonafide en una cárcel. ¿Cómo lo sabía él? Pero de alguna manera lo estaba reconociendo en su disgusto por coquetear como es debido aquella primera noche en el bar.
– A veces tengo que satisfacerla.
Se lo pregunté francamente: tendrás que hacerle el amor cuando vuelvas a casa. Sabíamos que no sólo me refería al día en que se fuera de aquí, sino cuando esté viviendo «cerca» del lycée y él haya estado conmigo. Nunca miente y la mía era una pregunta que, sin duda, sólo puede hacer una extranjera. Lo comprendo. No estoy celosa aunque he visto su foto… ella aparecía en la que me mostró cuando le dije que quería ver a sus hijos. Es una mujer bonita, con una cabeza insolente y decidida, a la que imagino diciendo, como me contaste que dijo la mujer de Ugo: Puedes tener todas las mujeres que quieras mientras yo no me entere.
– Una burguesa indestructible -dijiste de la mujer de Ugo y reiste generosamente, Katya-. Eso estaba muy bien. Yo no quería destruir a nadie, no quería nada de ella -y tuviste a tu Bagnelli más de quince años. Bobby tuvo a su coronel. Es posible.
Incluso podríamos tener un hijo.
– Eres el tipo de mujer que puede hacerlo -me ha dicho-. No tendría miedo de que tuviéramos un hijo. En general no estoy de acuerdo con la idea de que una chica deba seguir adelante y tener un hijo sólo porque quiere demostrar que no necesita un marido… lo mismo que demostrar que es capaz de obtener un título. Ahora no es más fácil que antes. Un chico sin familia, sin hermanos mi hermanas… pero nuestro. Un niño para tu padre.
En la edad mediana tendré un hijo joven que ira al Liceo Louis le Grand y llevará el nombre de Lionel Burger; no necesitará reivindicar el apellido de los hijos de Chabalier. Tenemos familia en París, mi niño y yo: a veces pienso que algún día, cuando viva allá, la buscaré, buscaré a la prima Marie, que promociona naranjas. En París no habrá ninguna razón para evitar a nadie en cuanto tenga documentos nuevos. Seré libre de hablar. Libre. ¿Y
si encuentro a Madame Chabalier en compañía de su marido en una de las reuniones de izquierdistas?
– No importa. Probablemente os caeréis bien. Tú hablarás con ella como con cualquiera con quien tienes ideas políticas más o menos semejantes… eso es todo. Ella intenta aguantar -saca la correosa rodaja de limón del vaso después que se ha comido la suya, y la chupa-. No le has hecho ningún daño.
No quiero saber nada más de ella, no quiero conocer sus debilidades ni calcularlas. Lo que yo tengo no es para ella; él me da a entender que su mujer no sabría qué hacer con eso y que no es culpa suya.
– Uno está casado y no hay nada que hacer.
Sin embargo me ha dicho que se casaría conmigo si pudiera, queriendo decir: deseo intensamente estar casado contigo. Lo ofendí un poco al no mostrarme conmovida. Son otras cosas que me ha dicho las que corresponden al texto según el cual vivo. En realidad no sé si deseo alguna forma de manifestación pública, de posición, de código como el matrimonio. No hay nada más privado y personal que la vida de una amante, ¿verdad? Externamente, nadie sabe siquiera que somos responsables el uno ante el otro. La amante de Bernard Chabalier no es la hija de Lionel Burger; indudablemente no es responsable del Futuro, puede ir a hacer buenas obras en Camerún o contemplar el unicornio en la foresta de tapicería. «Este es el ser que nunca ha sido», me recitó una poesía acerca de este unicornio, traducida del alemán. Una criatura mítica. Un paradis inventé.
Cuando te vi arrancarte la barba cruel de tu suave mentón, tendría que haberme acercado y haberte besado y rodeado con mis brazos para protegerte de la perspectiva de la decadencia y la muerte.
Después de un breve viaje de investigación a Córcega para su tesis, Bernard Chabalier dedicó sus pensamientos a encontrar una sólida razón para justificar su necesidad de ir también a Londres. Era bueno en estas cuestiones; sumamente experimentado y práctico, empezó convenciéndose a sí mismo. Una vez superada esta prueba -el rostro que habitualmente se arrugaba en irónico escepticismo y diversión ante proposiciones sospechosas, aceptó ésta como pasable-, confiaba en poder convencer a quien fuera necesario.