Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Soy el tipo que va a hacerte bajar de este coche.

– Vaya, ¿te crees que no tengo nada más que hacer, te crees que sólo tengo que esperar, te crees que tengo ganas de estar todo el día parada a tu espalda mientras tú estás atrancado en tu jodido libro de mierda?

– Creo que te gusta demasiado follar. Eso es lo que creo.

– Ya vale, ¿no? No vas a hacer una montaña de eso.

– Tú eres una chica de ideas modernas -le dije-. Pero ni te imaginas hasta qué punto me fastidian esas ideas.

– Y para empezar, ¿qué significa este coche?

– No te esfuerces ni trates de desviar la conversación. Te he pedido que bajes.

En lugar de hacerlo, tomó un cigarrillo del salpicadero y lo encendió nerviosamente.

– Así que otra vez hemos empezado mal -comentó.

– Lo hemos intentado -dije.

Tiró su cigarrillo por la ventana sin dejar de mirarme y luego bajó. Sólo que en lugar de cerrar la puerta se inclinó hacia mí con la mirada brillante:

– ¡¡¡ LA VERDAD ES QUE ERES UN AUTÉNTICO GILIPOLLASÍ -gritó-. ¡¡¡NUNCA ENTIENDES NADA!!!

Sentí que me envolvía una oleada de calor, como si ella hubiera escupido en el coche.

– ¡¡jDE ACUERDO -vociferé-, ACABAS DE DAR EN EL CLAVO!!! ¡¡¡HABÍA LLEGADO A CREER QUE PODÍA CONFIAR EN TI!!!

Se apartó del coche y se plantó en medio de la calle, con los puños en las caderas, golpeada en plena cabeza por el primer rayo del sol naciente.

– ¡¡¡LO QUE TÚ NECESITAS ES UNA MÁQUINA DE JODER, NO UNA MUJER!!! -opinó.

Salí para demostrarle que podía gritar tanto como ella:

– ¡¡¡CLARO, ¿PERO DÓNDE SE PUEDE ENCONTRAR UNA MARAVILLA ASÍ?!!!

– ¡JA, JA, TODOS LOS INDIVIDUOS DE TU ESTILO SE ENCUENTRAN CON EL MISMO PROBLEMA! -se burló.

No le contesté, sabía que no me iba a dejar la última palabra. Coloqué las dos manos estiradas sobre el capó, miré a derecha y a izquierda asintiendo con la cabeza y luego volví a subir al coche. Ella no dejaba de mirarme.

Giré la llave de contacto y arranqué suavemente. La vi desaparecer por el retrovisor, vi desaparecer a la chica más hermosa que había tenido en mi vida.

18

Tuve que aprender de nuevo a vivir solo. Tardé bastante, hay que encontrar un ritmo, tardé tal vez varios días, hay toda una serie de problemas fastidiosos a solucionar, pero uno siempre acaba saliendo más o menos bien.

En general, por la mañana iba de compras con aire estúpido o ausente; siempre me cuesta mucho despertarme cuando estoy solo, cuando la casa está silenciosa y oscura y cuando tengo toda esa cama sólo para mí. Tenía que hacer esfuerzos para no pensar en ella, trabajaba un poco más, ponía música y, cuando no tenía nada más que hacer, me iba a dar un baño a las olas y miraba las gaviotas.

A veces venía gente a verme o yo iba a pequeñas fiestas, por la noche, pero nada realmente importante. Generalmente terminab; medio borracho y volvía solo, ni siquiera cansado, y me quedaba durante horas enteras con los ojos abiertos en la oscuridad, estirado encima de las sábanas y con una jarra de agua al alcance de la mano.

Y una mañana ocurrió una catástrofe espantosa, era a fines de verano y las mañanas eran tibias, nunca me despertaba antes de Ia diez. Me tomé mi café y salí, sin esperar nada concreto. Como costumbre, abrí el buzón, y entonces me encontré con aquel mierda incomprensible. Encontré una carta que me anunciaba que mi beca había quedado suspendida por no sé qué absurdas razones, algo que no había rellenado, o que no había enviado a tiempo, o que no había encontrado, yo qué sé. Bastaba con que hubiera olvidado firmar uno de sus estúpidos cuestionarios para que toda la maquinaria se parara. Santo Dios, si me quitan eso estoy cazado, pensé. Y lo hicieron. Me cortaron los suministros de plano. Entonces fue cuando comprendí que había hecho una imbecilidad comprándome un «Jaguar», pero ya estaba hecho.

Al teléfono me contestó un tipo que parecía estar luchando contra el sueño:

– ¿Qué ha pasado? -pregunté-. No lo entiendo…

– Bueno, en mi opinión debe faltar algo en su expediente o algo por el estilo, pero no puedo decirle más… Tendría que mirarlo en la máquina.

– ¿Que tendría que mirarlo dónde? -solté.

– En la máquina, todo está clasificado en la máquina y está averiada desde hace tres días. Tendría que esperar.

– Pero, oiga, le aseguro que no estoy en situación de poder esperar. Me voy a ver obligado a comer, a pagar el alquiler y aquí afuera a nadie le importa nada que su máquina se haya estropeado…

– Y además -añadió el tipo-, todo eso nos va a retrasar, lo que no arreglará las cosas.

– Está de broma, ¿no? -pregunté.

– Qué va, no tengo fuerzas para estar de broma -contestó-. Cuando veo esas pilas de expedientes delante de mí, se me van las fuerzas.

Pensé que me quedaba lo suficiente para resistir algo así como te días. No podía dormirme, tenía que encontrar una solución rápidamente. Era preciso que lo dejara todo y que me dedicara a ganar dinero. Sentía que aún iba a tener problemas. Hacía ya mucho, casi un año, que no tenía que preocuparme, había estado tranquilo durante un año; evidentemente no era más que un pequeño cheque ridículo, pero había logrado resistir con él y ahora ya no lo tenía, se había terminado.

Es duro encontrar trabajo, pero aún es más duro encontrarlo rápidamente. Me decidí por un pequeño anuncio que decía que pagaban por días y daban la comida. Ya me veía con una bata y con cajas para llenar, un asunto en el que iba a tener dificultades par luchar contra el sueño, con la mirada clavada en el reloj como si fuera un tipo perdido en alta mar que nada hacia una boya. Pero no tenía elección, no soy como esos tipos que se dejarían morir de hambre antes que abandonar su obra. Así que me acosté temprano para despertarme en forma. Hasta pronto, novela querida, dije antes de dormirme, ojalá que el puño de mi talento pueda hundir el puto culo de esos chorbos que me obligan a abandonarte.

Me levanté temprano y me dirigí a la dirección indicada. Me sentía un poco espeso pero no me inquieté, siempre me ocurría cuando encontraba un nuevo empleo. Aparqué en una especie de patio en el que los tipos esperaban fumando colillas y haciendo muecas al cielo. Todo el mundo se volvió hacia mí cuando bajé del coche. A lo mejor nunca habían visto a un escritor de carne y hueso, me dije, quizás el mejor en kilómetros a la redonda. Me acerqué a los tipos. Era el único que vestía normalmente, todos los demás llevaban monos o shorts, eran más o menos viejos, fuertes, y también me di cuenta de que llevaban ENORMES zapatones en los pies. Me sentí a disgusto con mis sandalias, llevaba el modelo de suelas con los colores del arco iris y con una trenza plateada entre los dedos de los pies. Hice como si no me preocupara por ese tipo de detalles, hundí las manos en los bolsillos y sonreí a la gradería.

Un tipo se subió a la plataforma de una camioneta, con un montón de hojas en la mano. Era un tipo con un bigotito, de alrededor de treinta y cinco años y con la piel muy blanca y enfermiza. Debía de pesar unos cincuenta kilos pero tenía la mirada dura. Miró hacia mí:

– ¡Eh, usted! -soltó-. El del «Jaguar», ¿está seguro de que no se ha colado? ¿Está seguro de que quiere trabajar?

– Totalmente seguro -dije yo-. Cómo va ser mío ese coche: sería incapaz de llenarle el depósito de gasolina.

Me miró de arriba abajo, a continuación nos hizo una señal indicándonos que subiéramos a la camioneta y él se puso al volante. Atravesamos la ciudad de pie en la plataforma, agarrados a los costados, y luego un tipo se sentó en el suelo y yo hice lo mismo. Rodamos más de un cuarto de hora por campos soleados y cuando nos detuvimos yo aún no sabía de qué iba la cosa. Me daba igual manipular latas que compresas para bebé o puré en copos, no tenía referencias. Bajamos todos y nos encontramos al pie de una pared gris. El tipo nos lanzó un pequeño discurso:

39
{"b":"101399","o":1}