Siguió luego doña Luisa:
– Don Lupe pensó: "Aquí hay gato encerrado", y decidió ir a la cárcel a entrevistarse con el Peruano. "Déjennos solos", le dijo a los guardias. Los dejaron solos sin chistar, porque tu abuelo Aguilar puesto a dar órdenes era una fiera. Entonces tu abuelo se sacó del pantalón una anforita de aguardiente y se la dio al Peruano. "Toma", le dice. "Ya bastantes desgracias tienes tú encima para que además te falte guaro". Cuando el Peruano se hubo tranquilizado con el aguardiente, le dijo tu abuelo: "Ahora quiero que me cuentes a mí, nada más a mí, qué te hizo Epitacio". "A usted sí", le dijo el Peruano, y entonces le va contando. Resulta que el pervertido de Epitacio se había dedicado un buen tiempo a fastidiar al Peruano diciéndole que quería casarse con Violeta. Y le ofrecía esto a cambio de la mano de Violeta y le ofrecía aquello, le pagaba los tragos en la cantina al Peruano y se hacía el yerno, con su ridiculez de hombre de cuarenta años pretendiendo llevarse a su escondrijo aquel tesoro de catorce que era Violeta. El Peruano lo ignoraba, lo esquivaba, le palmeaba el hombro, pero no le decía ni sí ni no, tan descabellado le parecía el propósito de Epitacio, que no valía la pena ni hablar de ello. Pues un día se presenta Epitacio en la casa del Peruano con una muñeca preciosa, casi de tamaño natural, y le dice, fíjate, el lenón, el pervertido éste: "Aquí le traigo este regalo a Violetita. Quiero que lo acepte como inicio de nuestro compromiso para casarnos dentro de un año". "Tú estás loco", le dice el Peruano. "Ya te he dicho que de eso no hay ni qué hablar. Violeta es una niña". "Tú hija ya es una mujer", le contesta Epitacio. "Y el único que no se da cuenta de eso eres tú". Entonces el Peruano se enoja y empieza a insultar a Epitacio, sin reparar en lo peligroso que era ese hombre. Y al final le dice: "Tú eres el último hombre en el mundo con el que Violeta puede meterse. Tú eres un enfermo, un pistolero, y además estás viejo para ella". Epitacio lo deja terminar y le dice, sin inmutarse: "Quise llegar a tu casa bien y me insultas. Entonces voy a llegar como yo sé. Me voy a hacer de tu hija como yo pueda, y tú lo vas a saber. Voy a cambiar esta muñeca que traigo de regalo y que no aceptas, por la tuya. Cuando tú tengas esta muñeca en tu casa, será señal que yo he tenido a Violeta en la mía". Y entonces va y pone la muñeca en el estante más alto de la Casa Aguilar, prohibida su venta, porque es de Epitacio, esperando cumplir su infamia con Violeta para mandársela de contraseña al Peruano. Bueno, pues esa es la muñeca que en su prisa y sus ganas de quedar bien le localizan a Pedro Infante, la muñeca que Infante le regala a Violeta y la muñeca que Violeta lleva a su casa la noche de aquel domingo. Cuando el Peruano la ve llegar con la muñeca, lo que entiende es que Epitacio le cumplió la palabra y se aprovechó ya de su hija. Por eso sale con el machete a buscar a Epitacio, y por eso no quiere decir nada después, porque no quiere manchar más a Violeta voceando su deshonra.
– Fíjate el lío que armó Infante -dijo doña Emma. -Para que me digan si no fue un pelma. Y todo por quedar bien.
– Pero mamá, cómo iba a saber -dijo mi hermana Emma.
– Si los hombres se quedaran quietos, en vez de andar haciéndose los interesantes, otro gallo nos cantara -dijo doña Emma, con vuelo estoico.
– ¿Y qué hizo el abuelo Aguilar? -pregunté yo.
– Le dijo al Peruano: "Todo esto es un malentendido de película" -siguió doña Luisa. -Le explicó que él mismo había autorizado la entrega de la muñeca para Infante, porque se lo había pedido Pepe Almudena, y que Epitacio no había metido la mano en eso. "Por eso lo encontraste tan desprevenido", le dijo. "De otro modo, te hubiera estado esperando, y el que estaría a estas horas en el hospital, o en el cielo, serías tú. Pero no te preocupes. Entiendo tu rabia y te voy a ayudar". Con la misma, sale don Lupe de la cárcel y se va al hospital a ver a Epitacio. "Ésta te la ganaste", le dice. "Pero si no hice nada, don Lupe", le contesta Epitacio. "Con la intención que tenías es suficiente", le dijo don Lupe. "Que te matara merecías, pero nada más te hirió". "No me hable así, don Lupe", le dice Epitacio. "Mire, me chapeó dos dedos", mostrándole la mano izquierda vendada, ensangrentada. "Te sobraban para robarme", le dijo don Lupe. "Quiero que no pongas demanda contra el Peruano". "Don Lupe, pero si me dejó cucho ese hijoeputa. Eso no se puede quedar así". "Así se va a quedar", le dijo don Lupe. "Yo te voy a dar a cambio todo el dinero que necesites y una buena chamba en el campamento de Plancha Piedra, en Guatemala. Te va a convenir". "Exige usted mucho, patrón", le dijo Epitacio. "Y te aguanto mucho, también", contestó tu abuelo. "¿Quiénes estaban presentes de los muchachos cuando llegó el Peruano?". Le dice Epitacio y se va tu abuelo a buscarlos al aserradero. "Ustedes no vieron nada aquí", les dice. "Mucho menos al Peruano con un machete". "Pero don Lupe", le dice Encalada, uno que luego trabajó con tu padre, "si nosotros lo llevamos preso, ¿cómo vamos a decir que no lo vimos?". "Porque nadie les va a preguntar", dijo don Lupe. Al día siguiente fue a la comisaría a hablar con el juez y le dice: "Hay un error en la detención del Peruano. Ya hablé yo con Epitacio, el herido. Dice que el Peruano no fue". "Pero si aquí lo trajeron sus muchachos, don Lupe". "Mis muchachos no trajeron a nadie", dijo don Lupe. "Y el Peruano no pudo ser porque yo estuve bebiendo con él toda la tarde y la noche de ayer. Estuvo conmigo". "Pero si usted no bebe, don Lupe", le dice el juez. "Precisamente por eso me acuerdo", le contesta don Lupe. "Y tú, que entiendes muy bien las cosas, no te pongas delicado. Epitacio se merece lo que le pasó y más". Y entonces le cuenta al juez la confusión del asunto y la amenaza previa de Epitacio sobre Violeta. "Pues tiene usted razón", dice el juez. "Y tengo también unos regalos para ti y tu familia", le dice don Lupe. "Pásate a buscarlos a la tienda por la tarde. Esta vez, a la mejor violamos la ley, pero vamos a impartir justicia".
– Impartió justicia violando la ley -resumió doña Emma.
– ¿Y qué pasó con el Peruano? -preguntó mi hermana Emma que en verdad se había uncido a su destino.
– Salió libre por falta de méritos -dijo doña Luisa. -Todo el mundo se reía en Chetumal de la justicia de tu abuelo Aguilar, al extremo que le pusieron el Rey Salomón y cada vez que había un pleito a machetazos entre chicleros o mayas, lo cual era cosa relativamente común, la gente decía: "Llamen a don Lupe, que hace justicia y desaparece hasta los muertos si hace falta". Luego le dio un empleo al Peruano, allá en unos negocios que tenía de traer y llevar mercancía por los pueblos de la ribera del Río Hondo, y se hizo cargo de sus hijos, los mandó a la escuela, los cuidó y hasta apadrinó a uno de los muchachos en su comunión, él que no creía en la existencia ni del pesebre de Belén. No creía en nada religioso, pero supongo que se sintió culpable de esos niños y de la tragedia que había estado a punto de provocar el Epitacio aquél, que era su protegido y su perro de presa. "Me salió barato", decía después el malvado viejo acordándose, el pícaro.
– ¿Pero cuál tragedia? -alegó Emma. -Si salió herido nada más quien lo merecía.
– La tragedia que hubiera sido, hija -dijo doña Luisa escandalizada. -La tragedia de que Epitacio hubiera violado a Violeta. Que hubiera esperado al Peruano y lo hubiera matado. Y que tu abuelo Aguilar hubiera tenido que hacerle frente a los crímenes de su cancerbero. Se le hubiera echado el pueblo encima a él.
– ¿Y la bella Violeta? ¿Qué pasó con ella? -preguntó Luis Miguel.
– Pues mira lo que son las cosas -dijo doña Luisa. -Violeta creció, dejó de ser una adolescente y con la adolescencia aquella belleza suya turbadora, iluminada, como te digo, se eclipsó. Embarneció mal y se quedó chiquita, no muy alta, de modo que su esbeltez desapareció y quedó una mujer hermosa, claro, siempre muy hermosa, pero nada que ver con lo otro, de la época en que el Peruano madrugó a Epitacio. Ahora, a esa muchacha no la abandonó del todo la mala suerte. Luego que murió el Peruano, ahogado, porque se cayó en la noche, dormido de la borda del barco donde llevaba su mercancía por el río: nunca lo encontraron, Violeta casó con un muchacho llamado Romero, un muchacho excelente, trabajador, serio y adoraba a Violeta. Bueno, pues quién iba a decir que de pronto, sin ninguna razón porque en todo le iba bien, a lo mejor por eso, lo mismo que al Peruano, a Romero le dio por beber. Y en lo que tú volteas a ver, ya todo Romero era nada más beber. Beber, y beber, y beber. Tuvieron un hijo igualito al Peruano. Un día, borracho, Romero vino y le pegó una tunda chetumaleña a la Violeta, una tunda de las que estilaban los machos chetumaleños. Pero Violeta ya estaba curada de espanto con la historia de su padre, mandó llamar al hermano que ya era un hombrón y el hermano le dio una tunda de regreso a Romero que tardó días en poder decir su nombre de nuevo. Violeta nunca más volvió a ver a Romero, a dirigirle la palabra siquiera. Tomó su hijo, salió de la casa del borrachín y hasta no verte Jesús mío. Nunca más.