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– Las vio con los ojos de la imaginación -jugueteó Luis Miguel. -Pero no te nos pongas culta ahora. Tu compromiso es ser una narradora natural. Nada de refinamientos, ni alusiones al diccionario.

– Mi compromiso fue hacerte leer a ti lo que no pudimos leer nosotras -dijo doña Emma, incluyendo en ese nosotras a su hermana Luisa. -Y no sé si lo habremos logrado bien, donde tanto presumes. Lo que bien se sabe no se ostenta, pero tú, hijo mío, pareces diccionario cuando hablas.

– Todas las voces que incluyo declinan mi amor por ti -coqueteó Luis Miguel con su madre.

– Declinaciones es lo que tú necesitas -dijo doña Emma. -Mejor dicho: inclinaciones ante tu madre, que soy yo.

– Me inclino y me declino -dijo Luis Miguel, que en el entretanto llevaba varios brandys de sobremesa.

– Y sobre todo interrumpes -dijo doña Emma.

– De acuerdo, madre. Soy una calamidad genésica -dijo Luis Miguel. – ¿Pero qué pasó después?

– Llega tu padre un día, muy preocupado, y me dice: "Estuve donde Fina Musa. Si Pedro sigue hablando así de Margarito y de Arreóla, lo van a matar". Y le brinca tu tía: "No lo digas, porque lo convocas". Tu tía ya ves que ha sido siempre medio bruja.

– Bruja, nada -dijo doña Luisa, al sentirse aludida. -Todo el pueblo decía lo que yo, pero lo decían en voz baja. Esa era la única diferencia.

– Pero vas a ver por qué tu tía fue una bruja en esto -siguió doña Emma. -Dice tu papá: "Pedro está contando unas cosas de Margarito que no tienen otra salida que el desastre. Y la gente de Margarito anda contando de él que mató a un hombre a sangre fría y que le ha pedido dinero al gobernador para callarse. Lo están provocando y él está tomando mucho. Pinta muy mal". "¿Qué podemos hacer?", le pregunto yo a tu padre, y me dice: "Habla con tu comadre Mercedes y que se vuelvan a México. Yo me voy mañana a Fallabón", que era el campamento maderero de tu padre, en la frontera de Belice y Guatemala, "pero aquí te dejo este dinero y que se vaya Pedro con su familia de Chetumal, porque lo van a matar". Entonces dice tu tía, en uno de esos trances de calma que le dan, pero que la ponen a hablar como si no hablara ella, dice tu tía, con una vocecita perdida, mirando a la ventana: "Lo van a matar de noche, cuando tú no estés". Y tu padre, que sabía cómo se las gastaba tu tía Luisa, se pone como loco y empieza a gritarle a tu tía: "No hables así, cállate la boca, esa boca que tú tienes Luisa, no la metas en este asunto que es muy serio". Total, tu padre se va a Fallabón, pasan los días y una mañana, poco antes de la comida, viene Antonino Sangri, muy divertido, diciendo: "Acabo de pasar una de las mejores cosas de mi vida". Antonino era el encargado de Mexicana de Aviación en Chetumal, despachaba y recibía los vuelos, los pocos vuelos que había en el pueblo, así que estaba al tanto de quién viajaba y quién llegaba. Había sido masón y comecuras, pero se había convertido al catolicismo. Lo criticaban mucho por eso sus antiguos compañeros y también la gente de Margarito lo criticaba, porque se había rajado, según ellos. Creo que ya les conté que la gente de Margarito era anticristera y mantenía su posición jacobina en Chetumal. Eran terribles, difamaban a los sacerdotes, ofendían a las monjitas, se sentaban fuera de la Iglesia a burlarse de los hombres que iban a misa y a gritarles que comían en el mandil de sus señoras. Bueno, pues nos dice Antonino: "En el vuelo de hoy, regresó de Jalisco Inocencio Arreóla. Fue a la fiesta de veintiún años de su hija mayor. ¿Y qué creen que le pasó?", nos pregunta Antonino, tragándose las carcajadas. "¿Pues qué le pasó, Antonino?", le preguntamos. "Le pasó que, acabando de cumplir veintiún años, su hija lo llamó aparte y le dijo: 'Papá, sé que esto le va a doler como ninguna cosa, pero hoy cumplo veintiún años, tengo la mayoría de edad y puedo decidir lo que quiero ser en la vida. Quiero decirle que voy a dedicarme al magisterio de Cristo'. Lo cual, traducido al cristiano, quiere decir que se iba a ir de monja. Estaba el hombre desolado", nos dijo Antonino, "tanto, que apenas bajó del avión vino a donde yo estaba y me lo contó todo. 'Tenía que contárselo a alguien', me dijo. 'Llevo cuatro días con esa daga atravesada y no puedo reponerme. Llévame donde Fina Musa que voy a emborracharme como nunca en mi vida'. Ahí lo acabo de dejar", dijo Antonino, "desecho, porque él, el Anticristo de los Altos de Jalisco, tiene una hija que se va a ir de monja. ¿Qué te parece? Este señor Dios es experto en golpear a los bajos, le gustan los descontones", nos dice Antonino, riéndose hasta retorcerse el condenado. Bueno, pues eso fue como a la una. No recuerdo que hiciéramos nada especial ese día. Abrimos la tienda por la tarde, cerramos por la noche, los acostamos a ustedes y nos sentamos tu tía y yo en el comedor a conversar con Ángela, la cocinera, ¿se acuerdan de Ángela?

– Nos acordamos, pero sigue -dijo Luis Miguel.

– Pues estamos conversando, en ese silencio único de Chetumal, donde sólo se oyen la brisa y los grillos en la maleza, estamos limpiando frijol, hablando, y en eso tu tía se pone de pie, va a la terraza, ve el cielo y regresa. Se está otro rato sentada, se pone de pie, va por un bordado y empieza a bordar. Al rato echa el bordado sobre la mesa, una mesa grande y redonda de caoba que temamos en el comedor, y dice: "Voy a poner café". Pone el café, regresa, se sienta otro rato, vuelve a pararse y dice: "Voy a ver si están bien tapados los niños". Va a la recámara, regresa, vuelve a asomarse al patio a ver el cielo y cuando regresa le digo yo: "Coño, Luisa, quédate quieta un minuto, me estás poniendo nerviosa". Entonces se sienta tu tía en la mesa, toma el bordado, la estoy viendo como si la tuviera enfrente, y en lo que va a reclinarse en el respaldo de la silla para tratar de reiniciar su bordado, se oyen, en ese silencio único de Chetumal, los cuatro tiros. Paf. Paf. Paf. Paf. Se para tu tía temblando, blanca, más blanca aún de lo que es, con los labios secos, como manchados de harina, y nos dice a Ángela y a mí: "¡Mataron a Pedro Pérez!" Salimos al corredor y nos quedamos ahí paralizadas un rato, cuando vemos venir por la acera al hijo de doña Paula Peyrefitte, que vivía enfrente de nosotros, lo vemos venir desencajado, corriendo, y le decimos: "¿Qué pasó, fulano? ¿Qué fueron esos disparos?". "Doña Emma", me dice el muchacho, temblando, "le acaban de disparar a Pedro Pérez y se lo están llevando al hospital muy mal herido". En eso se asoma papá, y nos pregunta: "¿Qué pasó? Creí oír unos tiros". "Papá", le digo yo. "Le dispararon a Pedro Pérez y lo están llevando al hospital". Se puso papá una camisa y salió sin decir palabra al hospital. Como a la media hora regresó con la noticia: Pedro había llegado muerto al hospital, no habían tenido siquiera oportunidad de atenderlo.

– ¿Pero qué pasó? ¿Cómo lo mataron? -preguntó Luis Miguel.

– Pasó que esa noche Pedro, como acostumbraba, se había ido a echar unos tragos a la cantina de Fina Musa y ahí se encontró a Inocencio Arreóla, que llevaba tomando desde el mediodía. En lugar de retirarse, al ver a Arreóla, Pedro fue y se sentó en otra mesa a pedir sus tragos. Naturalmente, al poco rato Arreóla hizo un comentario en voz alta para que lo oyera Pedro Pérez, insultándolo. Y Pedro, con la lengua que tenía, algo le respondió. Al rato volvió a hablar Arreóla y Pedro le contestó. Ahí se estuvieron un buen tiempo cambiando insultos y albures hasta que, como a eso de las nueve de la noche, Arreóla, ya muy borracho, calentado por la lengua de Pedro, se para, va hasta su mesa y lo empieza a insultar sin más y a llamarle poco hombre y qué sé yo cuánto. Entonces Pedro Pérez se pone de pie, ya también con sus copas y le dice: "No traigo conmigo mi pistola, pero voy a buscarla a mi casa, y aquí nos vemos". Con la misma, sale de la cantina y echa a andar para su casa. Pero Inocencio Arreóla no lo dejó. Salió tras él, lo alcanzó a la media calle y al doblar la esquina, a espaldas de nuestra casa, le disparó por la espalda. Paf. Paf. Paf. Paf. Los tiros que oímos en casa tu tía, Ángela y yo. La misma gente de la cantina, salió a recogerlo y lo llevó al hospital, pero no hubo nada qué hacer. Cuando llegó al hospital, estaba muerto.

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