– No le hables así a la niña -suplicó doña Luisa.
– Le hablo como es -dijo doña Emma. -Y no es una niña, es ya una señorita y conviene que vaya tomando nota de las jodederas del mundo. Porque, miren ustedes si no es una jodedera todo esto de Pedro Pérez, que no bien llegó a México y se instaló a vivir por ahí, en una buhardilla de la Colonia Doctores, cuando descubre que lo viene siguiendo, un día sí y otro también, un tipo con facha de matón. Y va Pedro, que era un temerario, se encara con él y le dice: "¿Qué, te debo algo, te hice algo? ¿Por qué me andas siguiendo?". Le contesta el hombre aquél: "Te cuido por instrucciones del gobernador", es decir, por órdenes de Margarito. "No quiere que te pase nada". "No necesito que nadie me cuide", le contesta Pedro. "Y si no te desapareces, te voy a pedir cuentas de otro modo". "Yo tengo instrucciones", dijo el otro. "Y las voy a cumplir aunque te pese". Entonces se va Pedro Pérez a ver al general Melgar, que había sido gobernador del territorio, y le dice: "General, me están provocando y siguiendo. Se trata de esto". Y le cuenta a Melgar todo el asunto de don Austreberto, del cine y del exilio que le ordenó Margarito. El general Melgar, ni tardo ni perezoso, va, lo conecta con el secretario de Gobernación y Pedro le cuenta al secretario todo lo que sabía de Quintana Roo. Y el secretario le dice: "Esto lo va a saber el Presidente. Las cosas van a cambiar en Quintana Roo. Por lo pronto ten este dinero para que te ayudes aquí y ven a verme la semana entrante". Diciendo eso, abre un cajón y le pone en la mano a Pedro Pérez un fajo de billetes. Pedro no había visto ese dinero junto en toda su vida, ni había soñado en su más loca imaginería que alguna vez habría de sentarse frente al secretario de Gobernación para soltar la lengua sobre los males de Quintana Roo. Salió de ahí alucinado, rico, envalentonado. Y no se le ocurrió mejor cosa que conseguirse unos paisanos, meterse a una cantina y pagarles la parranda de su vida. Naturalmente, entre los tragos, les cuenta del matón que lo sigue y a uno de sus acompañantes le brota la infeliz idea de prestarle su pistola, para que se defienda llegado el caso.
– A ver -dijo Luis Miguel -. ¿Pero no Melgar estaba contrapunteado con Pedro Pérez? ¿Cómo lo ayuda entonces?
– Bueno, Melgar tuvo aquel problema del muelle con Pedro Pérez, pero acabó haciéndolo su amigo. Lo respetaba y todo. Ahora, ¿por qué lo lleva a Gobernación? Por ayudar, porque ese era el espíritu de Melgar: ayudar a quien pudiera. Ahora, ¿para qué sirvió que Melgar llevara a Pedro Pérez a Gobernación? Para que en Gobernación descubrieran que Pedro Pérez era un excelente testigo contra Margarito. Es lo que digo yo de la política, aun los actos mejor intencionados terminan sirviendo a pasiones dudosas. El secretario de Gobernación andaba en busca de cargos contra Margarito. ¿Para qué? Para quitarlo y poner ahí a alguien más incondicional suyo. ¿Por qué? Porque Margarito no se dejaba de nadie y era un político muy hábil, lo conocía y lo respetaba toda la generación de los políticos revolucionarios, los que habían peleado de verdad en la Revolución y estaban vivos todavía. Margarito había sido gente bragada de la época dura revolucionaria de México. Había salvado a Álvaro Obregón en 1920, cuando Obregón si no huye de la ciudad de México, lo matan. Margarito era amigo y compañero de andanzas de toda esa gente revolucionaria y los licenciaditos que estaban ahora en la política, no tenían fuerza suficiente contra esas influencias. Margarito se la había rifado también en la época cristera, como gobernador de Jalisco. Una época terrible, esas épocas que crean solidaridades a muerte entre los hombres que las viven juntos, porque arriesgan la vida en esos lances. Como te digo, Margarito duró catorce años en el gobierno de Quintana Roo y nadie se explicaba por qué duraba ahí, si todo mundo en México quería tirarlo. Bueno, porque tenía a todo el mundo en contra, menos a los revolucionarios vivos.
– Y a los presidentes -acotó doña Luisa.
– Sí, pero por sus amistades de la época revolucionaria -contestó doña Emma. -A los presidentes les era indispensable andar bien con esa gente que olía todavía a pólvora. Un pleito con esa gente por Quintana Roo, no valía la pena. ¿Qué importancia podía tener Quintana Roo? Ninguna. Es lo que te digo de la política: al final a los políticos no les importa sino fregarse o ayudarse unos a otros. Es una cosa entre ellos, el bienestar o los sufrimientos de sus gobernados son cosas secundarias, casi pretextos para ellos dirimir sus pleitos.
– ¿Y qué pasó entonces con Pedro Pérez? -preguntó Rosario.
– Lo inevitable -dijo doña Emma. -Lo que habían construido los políticos. Pedro regresó a su casa ese día, envalentonado con el apoyo del secretario de Gobernación y con sus copas de la larga noche, se topó con el matón que lo vigilaba, se hicieron de palabras, sacaron las pistolas y Pedro mató al tipo.
– Porque Pedro Pérez tenía entrenamiento en armas -explicó doña Luisa. -Era gente de aduanas y de migración, gente que recibía entrenamiento militar para su trabajo.
– Pues lo mata, muchacho -siguió doña Emma. -Y viene el lío y el juicio. Claro, apoyado por el secretario de Gobernación, el juicio es como debe ser, se finca un homicidio en defensa propia, a Pedro lo amparan durante el juicio y sale libre. Naturalmente, todo ese embrollo dura meses. Pues durante los meses que dura, en Chetumal corre el rumor de que Pedro Pérez está preso, porque mató a un tipo en una borrachera. Se dice también que sus hijos viven de la caridad pública y de los dineros que les dan los que azuzaban a Pedro Pérez contra Margarito Ramírez desde la capital.
– Era una cosa contra Melgar -dijo doña Luisa. -Sonaba lógico en Chetumal: que un exgobernador como Melgar protegiera a Pedro Pérez para fastidiar al gobernador siguiente, que a su vez había fastidiado a Melgar.
– Es lo que digo yo desde el principio -recordó doña Emma. -La pasión política enfermándolo todo.
– Qué pasó entonces -dijo Luis Miguel. -Les recuerdo que tenemos que llegar a la noche canónica de Pedro Pérez. Han metido ustedes tantas interpolaciones en esta historia que ya casi no la reconozco.
– Pero qué es lo que pretende este morón -preguntó doña Emma al resto de la mesa, descalificando la impaciente lógica narrativa de su hijo menor, al que adoraba. -Lo que pasó ya lo sabes, lo saben todos aquí: en cuanto Pedro Pérez fue declarado libre de culpa en México, se volvió a Chetumal, precisamente a que lo vieran libre. Y como para ese momento no iba solo, sino era ya protegido de la secretaría de Gobernación desde México, era ya, como si dijéramos, el aviso viviente para Margarito de que le estaban contando los días en Gobernación. Entonces es que empieza esta cosa sorda y loca en Chetumal, este duelo verbal de Pedro Pérez, envalentonado, bebiendo y hablando como nunca contra Margarito y contra Inocencio Arreóla y contra todo Dios. Dondequiera contaba Pedro Pérez su caso, burlándose y desafiando a Margarito con esa lengua ardiente que Dios le había dado.
– Para perderlo -sugirió con vuelo teológico doña Luisa.
– Para hacerlo su profeta -dijo Luis Miguel mi hermano, que insistía en su herética familiar, ahora con énfasis bíblico.
– Ustedes pueden interrumpir lo que quieran -dijo doña Emma, sin aflojar su tranco narrativo, -pero la lengua de Pedro Pérez siguió funcionando como la mía, más y mejor que antes. Dondequiera contaba su caso. Y dondequiera era cualquier parte, pero sobre todo la cantina de Fina Musa.
– ¿Fina Musa? -preguntó Luis Miguel, que siempre recusaba con humor el increíble nombre de la increíble Fina Musa.
– Sí, Fina Musa, hermana de Julieta y Sara Musa -respondió doña Emma como al paso, pero se detuvo en el recodo para fastidiar otro poco a su hijo, diciéndole: -Y antes de que vengas tú con juegos, digo aquí que Fina Musa se llamaba así, no venía de ningún diccionario de la mitología griega, sino de Líbano, igual que tantos otros chetumalenses de primera calidad, llenos de apellidos que parecían nombres propios y de historias que no contó el ciego de La Ilíada. Por cierto, yo creo que ese ciego, si estaba ciego, no vio las batallas, ¿no?