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– Que digo, don Gerardo, que qué le parece a usted de hoy en día, porque, vamos, hace falta verlo para creerlo lo que se ve hoy en día…

Don Gerardo en este punto y en esta mañana particular se permite -quizá por primera vez en su vida- contradecir a la Matilde, o por lo menos hacer un jueguecillo inocente de palabras.

– Hará falta también creerlo para verlo, Matilde, ¿no le parece a usted?

Cosa que a la Matilde suena, por no se sabe qué motivo -quizá porque la frase lejanísimamente suena a desafío-, a cosa herética, a cura ateo o comunista o marica.

El caso es que la Matilde se queda por un instante sin saber qué decir. Emoción, a lo mejor, de la contradicción y el combate la entrompan la garganta.

– ¿Ah, sí? -dice por fin-. Pues yo no estoy de acuerdo.

Don Gerardo retrocede inmediatamente. ¿Hace bien o hace mal? ¿Hay que dar la batalla siempre o sólo a veces? ¿Cómo hay que darla y cuánto dura -cuánto tiempo tiene que durar- ese gesto terrible, humano y sobrehumano, de la suerte o a muerte? Don Gerardo no lo sabe, esa es la verdad. Pero pocos lo saben, así es que no hay por qué reprocharle el que no lo sepa. Don Gerardo dice una cosa cualquiera y se retira. Al día siguiente es domingo. Y la misa está llena. Don Gerardo predica un sermoncillo sobre la caridad. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» es el tema. Don Gerardo lo expone mal, muy mal. No expone ninguna de las maravillosas implicaciones simbólicas de esa frase. Ni tampoco se sirve del texto paralelo: «No me elegisteis vosotros a Mí, sino que os elegí yo a vosotros.» Texto en que el amor, metafóricamente, alcanza la más pura, alta y generosa expresión de Sí que ha conocido el hombre. Definitivamente escuchar este sermoncillo dominical de don Gerardo no merece la pena. Pero el caso -lo único esencial y que hace al caso- es que se trata de un sermón sobre el amor, cosa que nos preocupa a todos y tanto a la Matilde como a don Gerardo, como al lector, como a mí. No se sabe por qué ese día la iglesia parece más de bote en bote que nunca. Y la Matilde más visible y más comulgante que nunca. Y sus primas del pueblo, que han venido a pasar el domingo con ella. O varios del pueblo de Matilde, también ricos de pueblo. Y la madre de la Matilde, la del supermercado del futuro. Sumidos todos en oración, en éxtasis o en odio. (O sencillamente sumidos en el torpor mortal del mal pensar y el ser falso.)

Termina la misa. Y vuelve a casa don Gerardo. Nada sucede. Abajo almuerzan todos los Matildes, ruidosamente, con la tele puesta. La madre de don Gerardo, en el piso de arriba, ese día habla un poquito.

– Gerardo, tuve carta de Teresina (Teresina es la hermana de la madre de don Gerardo) y me dicen que están bien.

– Le das recuerdos de mi parte cuando escribas.

Don Gerardo se detiene mucho esa mañana en todo. Tarda mucho en todo. Tarda tanto que parece que ha perdido la fuerza. Y la ha perdido. La está perdiendo a cántaros y a chorros, porque le ocupa Dios. ¿Pero cómo le ocupa Dios? ¿Y qué Dios es ese? ¿Es ese el mismo Dios en cuya memoria dice don Gerardo todas las mañanas: Este es mi Cuerpo y mi Sangre? Porque quizá hay dos dioses. Ahora hablando en serio: hay millares de dioses y no porque cada hombre tenga el suyo -eso sería una idea repulsivamente barata y fácil de pensar-, sino porque Dios es Ser y ser es -si se es- a miles, millones y billones. ¿Me estoy equivocando? No, no me estoy equivocando. Yo sólo me equivoco cuando me da la gana. (Mejorando lo presente y con perdón de los presentes.)

Oh Dios, perdóname -piensa don Gerardo toda esta mañana-, porque aunque no he querido ser como Tú, he querido ser digno de Ti. Y no he sabido. Ahora una indecible corriente me embaraza, que no es amor por Ti, ni es amor tuyo, pero que Tú entiendes, porque Tú eres Dios y entiendes la grandeza del hombre hecho a Tu imagen.

Don Gerardo vuelve una vez más al pinar esa tarde. La luz dormía en las orillas de la hierba brumosa como todos los niños que coleccionaban conchas y se alegrarán de sus inmerecidos premios.

Álvaro Pombo

Nacido en Santander en 1939, es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid y Bachelor of Arts en Filosofía por el Birkbeck College de Londres, donde vivió desde 1966 a 1977.

Desde que en 1973 se publicó su primer libro de poesía, Protocolos, Álvaro Pombo se ha considerado una voz personal y única en la Literatura española. Sólo cuatro años después de la publicación de aquellos versos, Pombo ganó el Premio El Bardo con su obra Variaciones en 1977. Ese año regresó a España, publicándo su primera incursión en la narrativa, Relatos sobre la falta de substancia, que contenía un gran número de historias cortas con abierto carácter homosexual.

En 1983, ya instalado en Madrid por considerar Santander una ciudad infeliz que lo convertiría en "un ser murrioso", gana el primer Premio Herralde de Novela con El héroe de las mansardas de Mansard, crónica familiar en la que, como en un teatrillo de cartón piedra, los personajes interpretan un selecto ritual en el mejor estilo de un rancio melodrama inglés, deformado por la profunda ironía del autor.

Entre sus novelas, caracterizadas por una sutil extravagancia y por el uso magistral del humor negro, destacan El hijo adoptivo y Los delitos insignificantes (ambas de 1986) y El parecido (1988). Si bien estas primeras obras pueden considerarse pesimistas, presentando siempre situaciones, argumentos y personajes sin esperanza, su narrativa da un vuelco giro en 1990 con la publicación de El metro de platino iridiado, quizás su obra maestra y ganadora del Premio Nacional de la Crítica. En ella Pombo empieza a ejercer lo que llamó «la poética del Bien», donde la ética, la humanidad y, en definitiva, el Bien, parecen ser el objetivo de su trabajo.

En esta línea siguen la excelente Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey (1993), Donde las mujeres (con la que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 1996), Cuentos reciclados (1997), La cuadratura del círculo (1999), El cielo raso (2001), Una ventana al norte (2004).

En su novela Contra natura (2005), Pombo expresa sus críticas hacia una excesiva «mercadotecnia» y «trivialización» de la homosexualidad que, en su opinión, está llevando a cabo una parte del colectivo.

En 2006 su novela La fortuna de Matilda Turpin se alzó con el Premio Planeta, galardón al que el mismo autor no duda en tachar de mero fenómeno «mercantil».

A pesar de considerarse a sí mismo como poeta, siempre ha sido más conocido como novelista, ganando varios galardones por sus obras. Su estilo, único y original, a pesar de ser clasificado dentro del realismo subjetivo, lo ha situado siempre como una figura crucial en las letras españolas. La maestría con la que usa el lenguaje, propia de un poeta verdadero, y el uso chocante y contagioso del humor en todas sus novelas, dan forma a una prosa única, elogiada por críticos y escritores de toda índole.

Aficionado a la historia medieval y la filosofía fenomenológica, en todos sus libros se mezclan la investigación psicológica y la preocupación filosófica. Él mismo define su método literario como «psicología-ficción».

Álvaro Pombo accedió a la Real Academia Española en junio de 2004. En su discurso de ingreso, titulado «Verosimilitud y Verdad», Pombo reflexionó acerca de la reserva del término «verdad» para el razonamiento y «verosimilitud» para lo narrativo-contemplativo.

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