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El aludido, un hombre grande y sudoroso como todos, de unos sesenta años, dejó escapar un bufido de resignación.

– Era como matar un elefante con un palillo. El peral, no sé si lo han visto alguna vez, mide entre dos y tres metros de altura, dependiendo de las zonas, y tiene una consistencia bulbosa, densa, durísima y ligeramente elástica, capaz de resistir una descarga de dinamita; excreta una resina siliconada que lo hace incombustible, y tan sólo cede ante el láser pesado; otra posibilidad de ataque son las inyecciones de cianuro en la raíz. El láser tiene el inconveniente de ser muy lento, y tan delicado que la tasa de accidentes lo haría adecuado para incluirlo entre los Juegos peligrosos, y el cianuro aún es peor, porque además de peligroso y caro, tiene el problema de que deja al peral muerto in situ, y perfectamente trabado, de manera que hasta que no se ha secado es como si estuviera vivo, y una vez se ha secado se convierte en un objeto de consistencia leñosa, que mantiene las dimensiones y la incombustibilidad de la planta viva, agravado por el añadido de una dureza digna del mejor acero. El caso es que, tanto vivo como muerto, el terreno ocupado por el peral espinoso resulta tan intransitable como si estuviera protegido con el más feroz de los alambres de púas electrificados; lo cierto es que si no fuera por la imposibilidad de control y el peligro que eso supone, sería el elemento de protección convencional perfecto. Hace unos años el Departamento General de Mecánica Genética depuró una nueva especie de oruga, la RQHE-390, que se alimenta en exclusiva del peral; están instaladas todas las existencias, pero, a pesar de que está demostrado que sin la RQHE-390 la situación sería mucho peor, las curvas de crecimiento de las dos poblaciones son claramente divergentes, y la oruga no llegará nunca a conseguir el crecimiento cero del peral, a partir del que se podría empezar a pensar en la disminución. Es más, la curva de crecimiento de población del peral parece saltar de geométrica a exponencial.

– Pero -objetó Ígur- Erastre ha dicho que el peral ha encontrado límites naturales; me parece que eso supone una cierta estabilización.

– El peral -prosiguió Iazata- atraviesa en este momento dificultades para extenderse en un ochenta por ciento de sus límites, pero como no puede dejar de crecer, se comporta densificándose y formando oleadas de presión; en la práctica es como una inmensa bomba de relojería, y no hay duda de cómo se comportará, pero sí de qué dirección tomará, si es que no acaba tomándolas todas. En realidad hay lugares en los que la bomba ya ha estallado: la selva retrocede y hay canales de la Isla Central del Delta atravesados por el peral; hay teorías que prevén una mutación en planta acuática, lo que en principio salvaría la presión… pero imaginad en lo que se puede convertir el mar dentro de unos años. Además, se añade un nuevo problema: la oruga es un lepidóptero que se convierte en una especie de polilla de casi tres centímetros de envergadura, que no se alimenta sólo del peral, sino de toda clase de hidratos de carbono, y que, lógicamente, en los límites del peral se convierte a su vez en una plaga, a pesar de que, afortunadamente, es ahí donde vuelve a anidar. -Se pasó la mano por la cabeza-. La última vez que vi el peral, os lo aseguro, no sé qué me impresionó más, si su extensión y la densidad brutal que lo hacía parecer a punto de echársenos encima, sacudiéndose continuamente para desenredarse, o la nube de polillas que casi impedía ver el sol.

– En cualquier caso -intervino una joven muy atractiva, pero con aire de necesitar quince días de reposo absoluto-, se han elaborado estudios de población sobre el peral con resultados curiosos: si consideramos crecimiento cien el del peral en condiciones óptimas y sin la presencia de la oruga, y crecimiento menos cien el del peral asediado por la oruga en inmejorables condiciones de devoración, una gráfica de posiciones intermedias con el consecuente estudio de otros factores de incidencia como pueden ser el terreno, el clima, la naturaleza de los límites o la proximidad o hasta el fracaso de una población de orugas, puede determinar un horizonte de sucesos con una fiabilidad estable, lo que permite relacionarlo con la incidencia de recursos disponibles, entre los que la oruga continúa ocupando el primer lugar; el problema es que las condiciones óptimas de crecimiento de las orugas pasan por la devoración del peral, es decir, que puesto que toda la población de orugas está dedicada a ello, es imposible que aumente, porque no hay en ningún otro lugar, y para llevar orugas a devorar a un sitio determinado hay que sacarlas de otro, con lo que, contando el tiempo que se pierde con la extracción, el transporte y la reaclimatación, además de las que se mueren en el proceso, resulta del todo contraproducente.

– Aún te has olvidado de un factor -la interrumpió Erastre, porque nadie más que él hacía caso del discurso de la joven salvo otro individuo, el más sudoroso de todos, que no paraba de echarle furtivas miradas al escote-: que no se conoce la esperanza de vida del individuo pero, por su evolución celular, existe la sospecha de que puede superar los dos mil años, así es que la política actual es de tratamiento de prioridades, y el orden me parece recordar que comienza por los palacios principales y continúa por la industria, el comercio y las comunicaciones y, finalmente, la residencia social, el río y el desierto -se detuvo un momento, y esbozó un gesto de impaciencia, como si la cuestión fuera un lugar común de las conversaciones y no mereciera la pena extenderse-. El peral espinoso es la causa de muchos problemas, pero también hay quien dice que es la excusa para no solucionarlos, cosa que está por ver que se hiciera de no haberse producido la invasión vegetal: Bracaberbría vive en orfandad comercial, porque el transporte aéreo es antieconómico salvo el de pasajeros, y la única vía para las mercancías pesadas es por Marlú, y a partir de ahí, donde el Sarca es navegable, hasta el puerto; pero por el Sur, entre la selva de Sadelac, la montaña y el peral, estamos prácticamente aislados de las Ovbinas medias, y con Perighart sólo existe relación por aire.

– ¿Y el desierto de Irgul? -preguntó Silamo.

– En caso de necesidad se puede cruzar, claro está -dijo la joven de antes, una tal Ivana-; incluso hay rutas turísticas organizadas, pero para el tránsito comercial es inviable.

– Tal vez se debería pensar en la relación que tiene el estado presente de cosas con la evolución de las filosofías del bienestar -dijo Ígur, con ganas de comprometer ideológicamente al anfitrión.

– Desde hace más de trescientos años -dijo Erastre-, la justicia social se ha enterrado, según se nos continúa queriendo hacer creer, por razones prácticas, y sobre los escombros han aparecido formas más o menos selváticas y originales de ética personal, por decirlo de una forma que se entienda, pero con todas las reservas. Parece ser que entre las dos revoluciones, es decir a mediados del Siglo II, Bracaberbría como polis había llegado a construir una sociedad ideal, un mundo perfecto, no guerrero, no cerrado, no coercitivo, y las poblaciones vecinas, ya plenamente, o aún plenamente si se quiere expresar de forma optimista, delictivas y corruptas, ayudaban a mantenerla con un respeto extraño y un orgullo ajeno sobre el que se han construido muchas teorías: el pago de una deuda, expiación, cada cual que piense lo que quiera. Los fundamentalistas sostienen que se trataba de la preservación de un misterio, quizá incluso de amplia dimensión crematística: quien tiene todas las manzanas podridas, ¿qué no hará por conservar la sana? Todo el mundo había predicho que el paraíso estético, ético y espiritual de Bracaberbría se acabaría con una invasión exterior, quizá como última forma de esperanza, pero el gusano se formó dentro de la propia manzana sana, lo que permitió inferir que tal bondad no había sido más que una apariencia engañosa inventada y mantenida con oscuras finalidades; ¡pero de qué manera se lo habrían creído los que murieron serenos en la edad de oro de Bracaberbría!

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