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Ígur hizo un gesto de escepticismo.

– ¿Se dan a menudo esa clase de Juegos de Combate?

– Acabas de proferir una redundancia -sonrió el Consultor, y repasó un calendario-. ¿Tienes acceso al Palacio Triddies? ¿No? ¿Al Palacio Lodeya? ¿Al Palacio Conti? -Ígur dudó si descubrirse o no, pero el otro ya lo había calado-; muy bien, ve al Palacio Conti el sábado de la semana que viene, y verás un buen espectáculo.

– Me pregunto cómo se ha evaluado el coste social de todo esto, y si realmente vale la pena mantenerlo para evitar males mayores.

– ¿Lo dices por la función guerrera del hombre? -dijo Gemitetros con ironía, y con un gesto Ígur negó-. Desengáñate, la catarsis laxante nunca movilizaría semejante esfuerzo, porque además las ganancias son más que opinables; el problema es de orden práctico: el bienestar material ha engendrado una clase social ociosa y subvencionada que ha despoblado los oficios más gravosos de la comunidad. Se han acabado los espectáculos directamente dependientes de la especulación con los espíritus, los deportes en los que el riesgo físico no ofrece sólidas garantías de peligro extremo, se ha acabado la ficción; la gente quiere sangre, y la quiere en vivo. En otro orden de cosas, se han acabado también definitivamente, incluso como lujo sentimental, los gremios artesanos, en beneficio de la industria que gestionan los Príncipes, y eso significa que no hay sustrato social con el grado de autosuficiencia necesario para amortiguar el contacto de los sectores extremos. A la vez que toda reclusión ejemplar ha perdido ya el sentido, la solución se ha implantado por la vía de la reforma penal. Como debes saber, la Apotropía de Justicia hace diez años que está totalmente colapsada. Por un lado, la falta de funcionarios propició una forma especial de reinserción de los condenados, en forma de exenciones para trabajos subsidiarios al principio, pero más tarde, cuando el problema se agravó, en puestos de responsabilidad: fiscales, jueces y alcaides. ¡Al fin y al cabo -rió- conocen mejor el sistema ellos que los que han llegado estudiando la carrera! La solución paró el golpe, en principio, y con bastante eficacia, pero pronto, ante la inoperancia total de Protección Civil y paralelamente a la proliferación de bandas armadas de autodefensa, un sector importante de la ciudadanía desarrolló una psicosis social que degeneró en delirio colectivo de evolución paranoica querellante, la subespecie más curiosa, y más en aumento, del cual es la autoinculpadora, y en pocos meses los juzgados se convirtieron en aglomeraciones histéricas de acusadores sistemáticos que cuando, finalmente, son expulsados del mostrador, compulsivamente se vuelven a poner a la cola. Ve un día a ver un juzgado, es todo un espectáculo. Viven allí familias enteras.

– ¿Y por qué no son más rigurosos a la hora de admitir los trámites?

– Por la misma razón por la que tantas y tantas cosas quedan por resolver. Busca la relación entre los costes de la solución y el beneficio obtenido, y sabrás de inmediato qué prosperará y qué no. Volviendo a lo que nos ocupa: como no hay juicios, los contenciosos y los delitos se resuelven de oficio desde el Cuantificador, por el procedimiento de la factorialidad; los condenados vulgares, me refiero a los que no son elementos peligrosos que haya que vaciar antes de eliminar, como va no hay sitio donde emplearlos en la Administración, no van a la Cárcel, sino que son ocupados en los trabajos más duros de acuerdo con sus condiciones personales y el grado de condena; así pues peones, barrenderos, ganaderos y guardabosques, ladrones convictos metidos en la prostitución masculina, activistas de la subversión en espectáculos de circo, y los criminales más célebres y brillantes, irrecuperables para la propaganda negativa, consagrados como productivos gladiadores a muerte.

– Ya lo entiendo -dijo Ígur sin demasiado interés por llegar al fondo del asunto-, la Apotropía de Juegos tiene una doble misión, en cierta manera un filtro entre dos necesidades: por una parte ofrecer espectáculos de acuerdo con la demanda social, y por otra canalizar los problemas residuales.

– Más o menos -dijo Gemitetros muy satisfecho-; y fíjate que no estamos tan sólo en contacto con la Apotropía de Justicia, sino con muchas otras: la de Obras Públicas, la de Hacienda… y también con departamentos subsidiarios; por ejemplo, nuestra colaboración con la Gestión Social ha sido decisiva para solucionar el problema de los jubilados -Ígur jugueteaba con el casco de las panteras-murciélago, pero el Consultor, entusiasmado con su propio discurso, continuó indiferente a la expectativa del interlocutor-. Hace unos años, cuando del total de jubilados que pedían pensión se concedía tan sólo al cinco por ciento, el resto se convirtió en una lacra de difícil solución: exasperados, muchos de ellos emprendían atentados contra próceres o bienes públicos, o matanzas colectivas indiscriminadas antes de suicidarse, así es que, por iniciativa del Apótropo, firmamos un convenio con el Agon de Gestión Social que permitiera asimilar los jubilados no pensionistas a los perdedores en ley de fugas (artículo A cuarenta y dos apartado siete) y, por riguroso sorteo mensual, con una posibilidad entre cuatro aproximadamente, al sujeto afectado se le envía un terminador, por lo que pedir una pensión, o bien afiliarse al subsidio social, equivale en la práctica a meterse en un Juego técnicamente asimilable a ciertas modalidades de Fonotontina Cubierta.

– Curioso -dijo Ígur, pensando que eso sí que no guardaba relación con el Laberinto-; ¿y en qué radica la colaboración con la Apotropía de Obras Públicas?

– Intervenimos en la Gestión, cuyo mecanismo original ya debes conocer. -Como Ígur negara, Gemitetros prosiguió con aire doctoral-:

En primer lugar había la planificación del conjunto edificable. Pongamos por ejemplo un palacio: necesidades, presupuestos, condiciones de órdenes diversos, planos. Después, planificación de los trabajos de la obra: personal, plazos, obras auxiliares, coordinación con industrias subsidiarias, modificaciones provisionales en el entorno, previsión de posibilidades de otras definitivas, dispendios adicionales, margen de modificaciones y de imprevistos aceptable, previsiones políticas. Después, el tercer grado, estudio y planificación de los trabajos de planificación de la obra: elección del equipo que los redacte y los lleve a término, presupuestos, plazos y, lo más importante, estudio y cuantificación de las interacciones posibles entre la planificación del palacio, la planificación de la obra del palacio y la planificación de la planificación de la obra del palacio, y posibles impactos en los presupuestos, en los plazos, etcétera.

– ¿Las vicisitudes de la planificación no dificultaban la construcción del palacio? -dijo Ígur.

– El palacio raras veces llegaba a construirse. De cada cien empresas constituidas para construir, tan sólo una culminaba en obra acabada. El problema se producía porque cuando, por las razones que fuera y en cualquier fase de las obras, la realización se paralizaba, los constructores ya se habían cubierto las espaldas para que el déficit no les pillara los dedos, y los excedentes del crédito obtenido les proporcionaban margen suficiente para iniciar una nueva planificación.

– Ya entiendo.

– Hace unos años -prosiguió el Consultor-, la Agonía de Gestión Social halló la manera de compensar las pérdidas del endeudamiento y las sanciones del proceso. Con una exención desgravadora de recuperación de obras interrumpidas, financiaban la operación con bonos de altísimo riesgo que eran papel mojado, y equilibraban la menor deuda con un canon directo de la Agonía, a cambio, en teoría, de un porcentaje de los beneficios; en cierta manera, era una forma de subvención. Pero la gestión solía ser abandonada de nuevo, en el punto de inflexión del óptimo rendimiento de la empresa, y así sucesivamente hasta que el porcentaje de participación de la Agonía de Gestión Social hacía que la recuperación no fuera rentable, y la obra quedaba definitivamente abandonada. Hubo una época de gran pesimismo social; Bracaberbría estaba en plena decadencia después de abierto el Laberinto, y el desconcierto acechaba Gorhgró, un núcleo urbano en busca de un modelo estable de robo institucional: nadie sabía quién pagaba el dinero que, habiéndose perdido, no había sido a expensas del promotor, ni del constructor, ni de la Agonía de Gestión Social, a quien tampoco le convenía destruir el sistema por el desbarajuste laboral que hubiera comportado, y porque, además, también recuperaba la inversión en forma de beneficios en el momento de finiquitarse la gestión. El círculo no parecía tener beneficiarios ni perdedores, sino partes en descubierto o en cobertura sucesivamente intercambiables. Una vez más se tomó conciencia de que la riqueza es un Juego sin relación necesaria con los bienes reales, y Gorhgró se encontró llena de obras de palacios abandonadas.

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