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– No tienes por qué protestar, muchacho. Elegiste, y esto es el resultado de tu elección. Lo que venga ahora es lo que elegiste tú mismo. -Pero el chaplino de la prisión crichó:

– Oh, ojalá pudiera creerlo. -Y se podía videar que el director lo miraba como diciéndole que no ascendería en la religión carcelera tan alto como él creía. Aquí recomenzó la discusión a gritos, y entonces pude slusar el slovo Amor que iba de un lado para otro, y el propio chaplino de la prisión crichaba tan alto como los demás sobre el Amor Perfecto que Destruye el Miedo, y el resto de esa cala. Y aquí el doctor Brodsky dijo, sonriendo con todo el litso:

– Me alegro, caballeros, de que se haya suscitado esta cuestión del Amor. Ahora veremos en acción una forma del Amor que creíamos muerta, junto con la Edad Media. -Se apagaron las luces y otra vez se encendieron los reflectores, uno enfocado sobre vuestro pobre y doliente Amigo y Narrador, y en el pedazo iluminado por el otro rodó o se deslizó la más hermosa débochca joven que uno hubiera podido imaginar en toda la chisna. Es decir, tenía unos grudos realmente joroschós, que casi se videaban enteros, porque llevaba unos platis que bajaban y bajaban y bajaban por los plechos. Y tenía las nogas como Bogo en el Paraíso, y cuando caminaba uno sentía que se le revolvían las quischcas , aunque el litso era un litso dulce y cordial, joven e inocente. Se me acercó y era de luz, como la luz de la gracia celestial y toda esa cala, y lo primero que me vino a la golová era que quería tumbarla ahí mismo, sobre el suelo, para hacer el viejo unodós unodós realmente salvaje, pero scorro como un tiro me atacó la náusea, como un detective que hubiese estado vigilando desde la esquina y ahora viniese a hacer el arresto. Y el vono del agradable perfume de la débochca inició un movimiento en mis quischcas, y así entendí que tenía que pensar de otro modo en ella, antes que el dolor, la sed y la náusea horrible se me echasen encima verdaderamente joroschós. Así que criché:

– Oh, la más bella y dulce de las débochcas, pongo el corazón a tus pies para que lo pises. Si tuviera una rosa te la daría. Si el suelo estuviera mojado y caloso extendería mis platis para que caminaras encima y no mancharas tus nogas exquisitas con la roña y la cala. -Y mientras decía todo esto, oh hermanos míos, sentía que la náusea iba cediendo.- Permite -criché- que te venere y sea tu auxilio y protector en este mundo perverso. -Entonces me vino el slovo justo, y me sentí mejor, y le dije:- Déjame ser tu auténtico caballero -y otra vez me arrodillé, inclinado casi hasta rozar el suelo.

Y entonces me sentí de veras schuto y tonto, porque todo había sido teatro, y la débochca sonrió y se inclinó ante el público, y salió con paso ágil y elegante, y las luces se encendieron y se oyeron algunos aplausos. Y los glasos de algunos de los starrios vecos del público se les salían de las órbitas al mirar a esta joven débochca, y se videaba en ellos el deseo sucio e impío, oh hermanos míos.

– Será nuestro auténtico cristiano -estaba crichando el doctor Brodsky- dispuesto a ofrecer la otra mejilla, dispuesto a dejarse crucificar antes que a crucificar, que se enfermará ante la mera idea de matar siquiera a una mosca. -Y era cierto, hermanos, porque cuando dijo eso pensé en matar una mosca, y comencé a sentir una ligera náusea, pero ahogué la sensación imaginando que yo alimentaba a la mosca con pedacitos de azúcar, y la cuidaba como a un animalito regalón, y toda esa cala.- Recuperación -crichó el doctor Brodsky-. Alegría ante los Angeles del Señor.

– El hecho es -estaba diciendo con voz gronca el ministro del Inferior- que funciona.

– Oh -dijo el chaplino de la prisión, medio suspirando-, por cierto que funciona, Dios nos asista a todos.

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