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Ese domingo por la mañana el chaplino leyó un pasaje del libro acerca de los chelovecos que slusaban el slovo y se les importaba un cuerno, y dijo que eran como un domo levantado sobre arena, y después venía la lluvia golpeando y el viejo bum-bum rajaba el cielo, y ahí se terminaba el domo. Pero se me ocurrió que únicamente un veco muy estúpido podía levantar un domo sobre arena, y qué montón de drugos aprovechados y malos vecinos debía de tener un veco como ése, pues nadie le explicaba qué estúpido era construir esa clase de domo. Entonces el chaplino crichó: -Bien, ustedes. Terminaremos con el himno número 435, del Himnario de los Prisioneros. -Se oyó pum y plop y jush juish jush mientras los plenios recogían, soltaban y lamivolvían las páginas de los roñosos y malencos himnarios, y los guardias prepotentes crichaban: -Dejen de hablar, bastardos. Te estoy mirando, 920537. -Por supuesto, yo ya tenía preparado el disco en el estéreo, y la sencilla música de órgano se inició con un grouuuouuuouuu. Y los plenios empezaron a cantar y las voces eran de veras horribles:

Somos un té flojo, recién hervido,

si nos revuelven nos coloreamos.

No conocemos el alimento de los ángeles

y largo es este momento de prueba.

Todos aullaron y gimieron esos slovos estúpidos mientras el chaplino los fustigaba gritando: -Más fuerte, malditos, levanten la voz -y los guardias crichaban-: Espera que ya te echaré las manos encima, 7749222- y -Ya verás luego, roña. -Al fin todo terminó y el chaplino dijo: -Que la Sagrada Trinidad os guarde por siempre, y os haga buenos, amén -y un hermoso trozo de la Segunda Sinfonía de Adrian Schweigselber, elegido por vuestro Humilde Narrador, oh hermanos, sonó en los parlantes. Qué manada, pensé de pie al Iado del starrio estéreo de la capilla, videándolos salir con mucho arrastre de pies, haciendo muuuu y aaaa como animales, y apuntándome con los grasños dedos, pues se decía que yo gozaba de cierto favoritismo. Cuando se fue el último, las rucas colgándole como un mono, y el guardia que había quedado en la capilla lo siguió asestándole un tolchoco bastante fuerte en la golová, y una vez que apagué el estéreo, el chaplino se me acercó fumando un cancrillo, todavía con los platis starrios de ceremonia, todo puntilla y blanco como una débochca.

– Gracias como siempre, pequeño 6655321 -me dijo-. ¿Y qué noticias tienes hoy para mí?

Como yo bien sabía, este chaplino quería llegar a ser un cheloveco muy grande y santo en el mundo de la Religión Carcelera, y deseaba obtener un testimonio realmente joroschó del director, y por eso de tanto en tanto se le acercaba y le goboraba discretamente acerca de los sombríos complots que se cocinaban entre los plenios, y gran parte de toda esa cala la recibía de mí. Mucho era puro invento, pero había cosas ciertas, como por ejemplo la vez que llegó a nuestra celda por las cañerías cnoc cnoc cnocicnocicnoc cnoenoc que el gran Harriman pensaba escaparse. Quería tolchocar al guardia a la hora de comer, y después se escaparía con los platis del otro. La idea era tirar al diablo la horrible pischa que nos daban en el comedor; y yo sabía el plan, y lo pasé. Luego, el chaplino lo transmitió, y fue elogiado por el director, quien dijo que tenía mucho Espíritu Público y un Oído Agudo. Esta vez le dije, y no era cierto:

– Bueno, señor, por los caños llegó la noticia de que entró irregularmente una partida de cocaína, y de que el centro de distribución se instalará en una celda del bloque 5. -Imaginé todo mientras caminábamos, como había hecho otras veces, pero el chaplino de la prisión se mostró muy agradecido y dijo: -Bien, bien, bien. Se lo comunicaré a Él mismo -así se refería siempre al director. Luego dije:

– Señor, he hecho todo lo posible, ¿verdad? -Cuando yo goboraba con los vecos de autoridad mi golosa era siempre muy cortés y de caballero.- Me he esforzado,¿verdad?

– Creo -dijo el chaplino- que en general te has portado bien, 6655321. Colaboraste, y creo que has mostrado verdaderos deseos de reformarte. Si sigues así, conseguirás fácilmente que te reduzcan la pena.

– Pero, señor -lo interrumpí-, ¿qué puede decirme de eso que se comenta ahora? ¿Qué hay de ese nuevo tratamiento que permite salir en seguida y garantiza que uno nunca vuelve?

– Oh -dijo el chaplino , de pronto muy cauteloso-. ¿Dónde oíste eso? ¿Quién te contó?

– Esas cosas se comentan, señor -dije-. A veces hablan dos guardias, y uno no puede dejar de oír lo que dicen. O uno recoge un pedazo de diario en los talleres, y hay un artículo que lo explica todo. ¿Qué le parece si me propone para ese asunto, señor, si me permite la audacia de insinuárselo?

Se podía videar que el chaplino pensaba en el asunto mientras fumaba el cancrillo, preguntándose qué podría decirme, y lo que yo sabría de esa vesche. Al fin habló, pero sin dejar de mostrarse cauteloso: -Supongo que te refieres a la técnica de Ludovico.

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