Lo que allí iteaba era que esta starria ptitsa, de bolosos muy grises y litso arrugado, estaba echando el viejo moloco de una botella en varios platitos, y poniendo los platitos en el piso, de modo que podía adivinarse que había montones de cotos y cotas meneándose por allí. Y pudimos videar uno o dos, scotinas grandes y gordas, saltando a la mesa con las rotas abiertas haciendo meeer meeer meeer. Y también se videaba a la vieja bábuchca hablándoles, goborando con lenguaje regañón a los gatitos. En la sala se videaba un montón de antiguas fotos sobre las paredes, y relojes starrios y muy complicados, y también algunos vasos y adornos que parecían starrios y dorogos . Georgie murmuró: -Por esas vesches conseguiríamos dengo de verdad y joroschó . Will el Inglés está muy entusiasmado. -Pete dijo: -¿Cómo entramos? -Ahora era mi turno, y scorro, antes que Georgie nos dijese su idea.- La primera vesche -murmuré- es probar lo común, por el frente. Le hablaré con cortesía y le diré que uno de mis drugos ha tenido un raro desmayo en la calle. Georgie puede hacer la demostración, cuando ella abra. Después pedimos agua, que nos deje telefonear al médico. Lo que sigue es fácil.
– Tal vez no quiera abrir -dijo Georgie.
– Probemos, ¿no? -le contesté, y Georgie medio encogió los plechos, poniendo rota de sapo. Así que les dije a Pete y al viejo Lerdo: -Ustedes, drugos, uno a cada lado de la puerta. ¿De acuerdo? -Asintieron en la oscuridad, cierto cierto cierto.- Bueno -dije a Georgie, y avancé derecho hacia la puerta de calle. Había un timbre, y apreté el botón, y brrrrr brrrrr sonó en el vestíbulo. Parecía que se habían parado a slusarnos, como si la ptitsa y los cotos estuviesen con las orejas vueltas hacia el brrrrr brrrrr, preguntándose qué pasaba. De modo que apreté el viejo svonoco un malenquito más urgente. Acerqué la rota al agujero de las cartas y hablé con golosa refinada: -Auxilio, señora, por favor. Mi amigo acaba de enfermarse en la calle. Le ruego que me permita telefonear a un médico. -Ahí pude videar que se encendía una luz en el vestíbulo, y luego oí las nogas de la vieja bábuchca y las chinelas que hacían flip flap flip flap, acercándose a la puerta, y se me ocurrió, no sé por qué, que llevaba un gato grande y gordo debajo de cada brazo. Me habló, y la golosa era extrañamente profunda:
– Váyanse. Váyanse o disparo.
Georgie la oyó y casi larga una risita. Repliqué, con acento de dolor y apremio en mi golosa de caballero:
– Oh, se lo ruego, señora. Mi amigo está muy mal. -Váyanse -repitió-. Conozco esas sucias trampas, me hacen abrir la puerta y después me obligan a comprar cosas que no necesito. Les digo que se vayan. -Verdaderamente, qué hermosa inocencia.- Váyanse -repitió- o les echo los gatos encima. -Estaba un malenquito besuña , era evidente, de pasarse toda la chisna odinoca. Entonces levanté los ojos y pude videar que encima de la puerta había una ventana de guillotina, y que sería mucho más scorro trepar a fuerza de plechos y entrar de ese modo. De lo contrario, esa discusión podía durar toda la larga naito. Así que dije:
– Muy bien, señora. Si no quiere ayudarme, llevaré a otro lado a mi doliente amigo. -E hice un guiño a mis drugos para que se estuviesen calladitos, mientras yo seguía hablando: -Está bien, viejo amigo, seguro que encontraremos en otro sitio alguna buena samantina . Quizá no sea justo censurar a esta anciana señora que se muestra tan suspicaz, con tantos granujas y vagabundos que andan por la noche. No, realmente no podemos criticarla. -Esperamos nuevamente en las sombras, y yo murmuré: -Bueno, vol- vamos a la puerta. Me alzo sobre los plechos del Lerdo. Abro la ventana y entro. Luego le tapo la boca a la vieja ptitsa y abro a los demás. Sin problemas. -Yo estaba demostrando que era el líder y el cheloveco que tenía ideas.- Vean -dije-. Sobre la puerta hay un joroschó reborde de piedra, justo para mis nogas . -Todos lo videaron, se me ocurrió que con admiración, y dijeron y afirmaron cierto cierto cierto en la oscuridad.
Así que volvimos en puntas de pie a la puerta. El Lerdo era nuestro málchico ancho y fuerte, y Pete y Georgie me alzaron hasta los plechos bolches y masculinos del Lerdo. Y mientras tanto, gracias sean dadas a los programas mundiales de la glupa televisión, y sobre todo al temor de los liudos a andar de noche por la calle, en vista de la falta de policía: la calle estaba desierta. De pie sobre los plechos del Lerdo vi que el reborde de piedra aguantaría bien mis botas. Primero apoyé las rodillas, hermanos, y un segundo después me encontraba de pie en el reborde. Como había supuesto, la ventana estaba cerrada, pero le di un golpe con el puño de hueso de la britba y rompí limpiamente el vidrio. Mientras tanto, abajo, mis drugos respiraban afanosos. Metí la ruca por el agujero y subí despacio y en silencio la mitad inferior de la ventana. Y así fue, como meterse en la bañera. Y abajo estaban mis ovejas, las rotas abiertas mirándome, oh hermanos.