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Hago verdad la Fénix en la ardiente
Llama, en que renaciendo me renuevo,
Y la virilidad del fuego pruebo
Y que es padre, y que tiene descendiente.
La Salamandra fría, que desmiente
Noticia docta, a defender me atrevo,
Cuando en incendios, que sediento bebo
Mi corazón habita, y no los siente…

Al promediar el siglo XII, circuló por las naciones de Europa una falsa carta, dirigida por el Preste Juan, Rey de Reyes, al emperador bizantino. Esta epístola, que es un catálogo de prodigios, habla de monstruosas hormigas que excavan oro, y de un Río de piedras, y de un Mar de Arena con peces vivos, y de un espejo altísimo que revela cuanto ocurre en cl reino, y de un cetro labrado de una esmeralda, y de guijarros que confieren invisibilidad o alumbran

la noche. Uno de los párrafos dice: "Nuestros dominios dan el gusano llamado salamandra. Las sala-mandras viven en el fuego y hacen capullos, que las señoras de palacio devanan, y usan para tejer telas y vestidos. Para lavar y limpiar estas telas las arrojan al fuego."

De estos lienzos y telas incombustibles que se limpian con fuego, hay mención en Plinio (XIX, 4) y en Marco Polo (XXXIX). Aclara este último:

"La salamandra es una substancia, no un animal." Nadie, al principio, le creyó; las telas, fabricadas de amianto, se vendían como de piel de salamandra y fueron testimonio incontrovertible de que la salamandra existía.

En alguna página de su Vida, Benvenuto Cellini cuenta que, a los cinco años, vio jugar en el fuego a un animalito, parecido a la lagartija. Se lo contó a su padre. este le dijo que el animal era una salamandra y le dio una paliza, para que esa admirable visión, tan pocas veces permitida a los hombres, se le grabara en la memoria.

Las salamandras, en la simbología de la alquimia, son espíritus elementales del fuego. En esta atribu-ción y en un argumento de Aristóteles, que Cicerón ha conservado en el primer libro de su De at ura deorum, se descubre por qué los hombres propendieron a creer en la salamandra. El médico siciliano Empédocles de Agrigento había formulado la teoría de cuatro "raíces de cosas", cuyas desuniones y uniones, movidas por la Discordia y por el Amor, componen la historia universal. No hay muerte; sólo hay partículas de "raíces", que los latinos llamarían elementos, y que se desunen. astas son el fuego, la tierra, el aire y el agua. Son increadas y ninguna es más fuerte que otra. Ahora sabemos (ahora creemos saber) que esta doctrina es falsa, pero los hombres la juzgaron preciosa y generalmente se admite que fue benéfica. "Los cuatro elementos que integran y mantienen el mundo y que aún sobreviven en la poesía y en la imaginación popular tienen una historia larga y gloriosa", ha escrito Theodor Gomperz. Ahora bien, la doctrina exigía una paridad de los cuatro elementos. Si había animales de la tierra y del agua, era preciso que hubiera animales del fuego. Era preciso, para la dignidad de la ciencia, que hubiera salamandras.

En otro artículo veremos cómo,Aristóteles logró animales del aire.

Leonardo da Vinci entiende que la salamandra se alimenta de fuego y que éste le sirve para cambiar la piel.

LOS SERES TÉRMICOS

AL VISIONARIO y teósofo Rudolf Steiner le fue revelado que este planeta, antes de ser la tierra que conoeemos, pasó por una etapa solar, y antes por una etapa saturnina. El hombre, ahora, consta de un cuerpo físico, de un cuerpo etéreo, de un cuerpo astral y de un yo; a principios de la etapa o época saturnina, era un cuerpo físico, únicamente. Este cuerpo no era visible ni siquiera tangible, ya que en-tonces no había en la tierra ni sólidos ni líquidos ni gases. Sólo había estados de calor, formas térmicas.

Los diversos colores definían en el espacio cósmico fi-guras regulares e irregulares; cada hombre, cada ser, era un organismo hecho de temperaturas cambiantes. Según el testimonio de Steiner, la humanidad de la epoca saturnina fue un ciego y sordo e impalpable conjunto de calores y fríos articulados. "Para el investigador, el calor no es otra cosa que una substancia aún más sutil que un gas", leemos en una página de la obra Die gebeimwissenschaft im Umriss (Bosquejo de las ciencias ocultas). Antes de la etapa solar, espí-ritus del fuego o arcángeles animaron los cuerpos de aquellos "hombres", que empezaron a brillar y a resplandecer.

¿Soñó estas cosas Rudolf Steiner? ¿Las soñó por. que alguna vez habían ocurrido, en el fondo del tiempo? Lo cierto es que son harto más asombrosas que los demiurgos y serpientes y toros de otras cosmogonías.

EL SIMURG

EL SIMURG es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Yggdrasill.

El Thalaba (1801) de Southey y la Tentación de San Antonio (1874) de Flaubert hablan del Simorg Anka; Flaubert lo rebaja a servidor de la reina Belkis y lo describe como un pájaro de plumaje anaranjado y metálico, de cabecita humana, provisto de cuatro alas, de garras de buitre y de una inmensa cola de pavo real. En las fuentes originales el simurg es más importante. Firdusí, en el Libro de Reyes, que recopila y versifica antiguas leyendas del Irán, lo hace padre adoptivo de Zal, padre del héroe del poema; Farid al-Din Attar, en el siglo XIII, lo eleva a símbolo o imagen de la divinidad. Esto sucede en el Mantiq al-tayr (Coloquio de los pájaros). El argumento de esta alegoría, que integran unos cuatro mil quinientos dísticos, es curioso. El remoto rey de los pájaros, el simtag, deja caer en el centro de China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su presente anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la tierra. Al principio, algunos pájaros se acobardan: el ruiseñor alega su amor por la rosa; el loro, la belleza que es la razón de que viva enjaulado; la perdiz no puede prescin dir de las sierras, ni la garza de los pantanos ni la lechuza de las ruinas. Acometen al fin la desesperada aventura; superan siete valles o mares; el nombre del penúltimo es Vértigo; el último se llama Aniquilación. Muchos peregrinos desertan; otros mueren en 'la travesía. Treinta, purificados por sus trabajos pisan la montaña del simurg. Lo contemplan al fin:

perciben que ellos son el simurg, y que el simtø'g es cada uno de ellos y todos ellos.

El cosmógrafo Al-Qazwiní, en sus Maraviilas de la creación, afirma que el simurg Anka vive mil setecientos años y que, cuando el hijo ha crecido, el padre enciende una pira y se quema. Esto, observa Lane, recuerda la leyenda del Fénix.

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