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El folleto del rabino que permitió esta descripción se hallaba depositado hasta antes de la última Guerra Mundial en la Universidad de Munich. Doloroso resulta decirlo, pero en la actualidad ese documento también ha desaparecido, no se sabe si a consecuencia de un bombardeo o por obra de los nazis.

Es de esperar que, si fue esta última la causa de su pérdida, con el tiempo reaparezca para adornar alguna biblioteca del mundo.

LA QUIMERA

LA PRIMERA noticia de la Quimera está en el libro VI de la Ilíada. Ahí está escrito que era de linaje divino y que por delante era uti león, por el medio una cabra y por el fin una serpiente; echaba fuego

por la boca y la mató el hermoso Belerofonte, hijo de Glauco, según lo habían presagiado los dioses. Cabeza de león, vientre de cobra y cola de serpiente, es la interpretación más natural que admiten las palabras de Homero, pero la Teogonía de Hesíodo la describe con tres cabezas, y así está figurada en el famoso bronce de Arezzo, que data del siglo y. En la mitad del lomo está la cabeza de cabra, en una extremidad la de serpiente, en otra la de león.

En el sexto libro de la Eneida reaparece " la Quimera armada de llamas"; el comentador Servio Honorato observó que, según todas las autoridades, el monstruo era originario de Licia y que en esa región hay un volcán, que lleva su nombre. La base está infestada de serpientes, en las laderas hay praderas y cabras, la cumbre exhala llamaradas y en ella tienen su guarida los leones; la Quimera sería una metáfora de esa curiosa elevación. Antes, Plutarco había sugerido que Quimera era el nombre de un capitán de aficiones piráticas, que había hecho pintar en su barco un león, una cabra y una culebra.

Estas conjeturas absurdas prueban que la Quimera ya estaba cansando a la gente. Mejor que imagi-narla era traducirla en cualquier otra cosa. Era de-masiado heterogénea; el león, la cabra y la serpiente (en algunos textos, el dragón) se resistían a formar un solo animal. Con el tiempo, la Quimera tiende a ser "lo quimérico"; una broma famosa de Rabelais ("Si una quimera, bamboleándose en el vacío, puede comer segundas intenciones") marca muy bien la transición. La incoherente forma desaparece y la palabra queda, para significar lo imposible. Idea falsa, vana imaginación, es la definición de quimera que ahora da el diccionario.

RÉMORA

RÉMORA, en latín, es demora. Tal es el recto sentido de esa palabra, que figuradamente se aplicó a la echeneis, porque le atribuyeron la facultad de detener los barcos. El proceso se invirtió en español; rémora, en sentido propio, es el pez y, en sentido figurado, el obstáculo. La rémora es un pez de color ceniciento; sobre la cabeza y la nuca tiene una placa oval, cuyas láminas cartilaginosas le sirven para adherirse a los demás cuerpos submarinos, formando con ella el vacío. Plinio declara sus poderes:

Hay un pescado llamado la rémora, muy acostumbrado a andar entre piedras, el cual, pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y de aquí le pusieron el nombre, y por esta causa es también infame hechicería, y para detener y obscurecer los juicios y pleitos. Pero estos males los modera con un bien, porque retiene en el vientre las criaturas hasta el parto. No es bueno ni se recibe para manjares. Entiende Aristóteles tener este pescado pies, pues tiene puestas de tal manera la multitud de sus escamas que lo parecen… Trebio Negro dice que este pez es del largo de un pie y del grueso de cinco dedos y que detiene los navíos y, fuera de esto, que poniéndole conservado en sal tiene la virtud de que el oro caído en profundísimos pozos lo saca pegado a él [10].

Extraño es comprobar cómo de la idea de detener

los barcos se llegó a la de detener los pleitos y a la de detener las criaturas.

En otro lugar, Plinio refiere que una rémora decidió la suerte del Imperio romano, deteniendo en la batalla de Accio la galera en que Marco Antonio revistaba su escuadra, y que otra rémora paró el navío de Calígula, a pesar del esfuerzo de los cuatrocientos remeros. Soplan los vientos y se encolerizan las tempestades -.exclarna Plinio-, pero la rémora sujeta su furia y ordena que los barcos se detengan en su carrera y alcanza lo que no alcanzarían las más pesadas áncoras y los cables.

"No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora", repite Diego de Saavedra Fajardo [11].

UN REY DE FUEGO Y SU CABALLO

HERÁCLITO enseñó que el elemento primordial era el fuego, pero ello no equivale a imaginar seres hechos de fuego, seres labrados en la momentánea y cambiante substancia de las llamas. Esta casi imposible concepción la intentó William Morris, en el relato El anillo dado a Venus del ciclo El Paraíso terrenal (1868-70). Dicen así los versos:

El Señor de aquellos demonios era un gran rey, coronado y cetrado. Como una llama blanca resplandecía su rostro, perfilado como un rostro de piedra; pero era un fuego que se transformaba y no carne, y lo surcaban el deseo, el odio y el terror. Su cabalgadura era prodigiosa; no era caballo ni dragón ni hipogrifo; se parecía y no se parecía a esas bestias, y cambiaba como las figuras de un sueno.

Tal vez en lo anterior hay algún influjo de la deliberadamente ambigua personificación de la Muerte en el Paraíio perdi4o (II, 666-73). Lo que pa-rece la cabeza lleva corona y el cuerpo se confunde con la sombra que proyecta a su alrededor.

LA SALAMANDRA

No SÓLO es un pequeño dragón que vive en el fuego; es también (si el diccionario de la Academia no se equivoca) "un batracio insectívoro de piel lisa, de color negro intenso con manchas amarillas simétricas". De sus dos caracteres el más conocido es el fabuloso, y a nadie sorprenderá su inclusión en este manual.

En el libro X de su Historia, Plinio declara que la salamandra es tan fría que apaga el fuego con incrédulamente que si tuviera esta virtud que le han atribuido los magos, la usaría para sofocar los incendios. En el libro XI, habla de un animal alado y cuadrúpedo, la pyrausta, que habita en lo interior del fuego de las fundiciones de Chipre; si emerge al aire y vuela un pequeño trecho, cae muerto. El mito posterior de la salamandra ha incorporado el de ese olvidado animal.

El fénix fue alegado por los teólogos para probar la resurrección de la carne; la salamandra, como ejemplo de que en el fuego pueden vivir los cuerpos. En el libro XXI de la Ciudad de Dios de San Agustín, hay un capítulo que se llama Si pneden los cuerpos ser perpetuos en el fuego y que se abre así:

¿A qué efecto he de demostrar sino para convencer a los incrédulos de que es posible que los cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se deshagan y disuelvan con la muerte, sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no les agrada que

atribuyamos este prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso, ruegan que lo demostremos por medio de algún ejemplo. Respondemos a éstos que hay efectivamente algunos animales corruptibles porque son mortales, que, sin embargo, viven en medio del fuego.

A la salamandra y al fénix recurren también los poetas, como encarecimiento retórico. Así, Quevedo, en los sonetos del cuarto libro del Parnaso espaflol, que "canta hazañas del amor y de la hermosura":

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[10] 9-41: Versión de Gerónimo Gómez de Huerta. (1604). 125

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[11] Empresas políticas, 84.

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