Литмир - Электронная Библиотека

– Normalmente no -replicó él-. Lo importante ahora es saber si tú sueles aceptar las invitaciones.

Alice se sentía como si estuviera contemplando la escena desde arriba, mirando a un hombre y a una mujer que se parecía a ella, entrando en una antigua pastelería con tartas y bollos expuestos en largas vitrinas de cristal.

«No puedo creer que esté haciendo esto.»

Visiones, olores, sonidos. Los camareros yendo y viniendo entre las mesas, el aroma amargo del café, el silbido de la leche en la máquina, el tintineo de los cubiertos sobre los platillos, todo le parecía particularmente vivido, sobre todo el propio Will: su forma de sonreír, su manera de inclinar la cabeza o la costumbre de llevarse los dedos, mientras hablaba, a la cadena de plata que tenía al cuello.

Se sentaron a una de las mesas de la terraza. Sobre los tejados sólo se distinguía la aguja de la catedral. Una ligera turbación se apoderó de ambos cuando se sentaron. Los dos empezaron a hablar a la vez. Alice se echó a reír y Will se disculpó.

Con cautela, tentativamente, comenzaron a rellenar los huecos en la historia de sus vidas, desde la última vez que se habían visto, seis años antes.

– Parecías verdaderamente absorto hace un momento, cuando doblaste aquella esquina -dijo ella, dando la vuelta al periódico que llevaba él, para leer el titular.

Will sonrió.

– Sí, lo siento -se disculpó-. Por lo general el periódico local no es tan interesante. Han hallado a un hombre muerto en el río, justo en el centro de la ciudad atado de pies y manos. Lo han apuñalado por la espalda. Las emisoras de radio no hablan de otra cosa. Al parecer, podría tratarse de algún tipo de asesinato ritual. Lo relacionan con la desaparición, la semana pasada, de un periodista que estaba trabajando en un reportaje sobre sociedades religiosas secretas.

La sonrisa se congeló en el rostro de Alice.

– ¿Me lo enseñas? -preguntó, alargando la mano.

– Claro. Míralo tú misma.

Su sensación de inquietud fue en aumento a medida que leía. La Noublesso Véritable. El nombre le sonaba familiar.

– ¿Te sientes bien?

Alice levantó la vista y vio que Will la estaba mirando.

– Lo siento -repuso ella-. Estaba a kilómetros de distancia. Es sólo que he visto algo muy similar hace poco y la coincidencia me ha impresionado.

– ¿Coincidencia? Parece fascinante.

– Es una larga historia.

– No tengo prisa -dijo Will, apoyando los codos en la mesa y animándola con una sonrisa.

Después de tanto tiempo atrapada en sus propios pensamientos, Alice se sintió tentada por la oportunidad de poder hablar finalmente con alguien. Además, él no era un completo desconocido. «Dile solamente lo que quieras.»

– Bien, verás, no sé si le encontrarás mucho sentido a lo que voy a contarte -empezó-. Hace un par de meses, me enteré de manera totalmente inesperada de que una tía de la que nunca había oído hablar había muerto y me había dejado todo lo que tenía, incluida una casa en Francia.

– La señora de la foto.

Ella asintió con la cabeza.

– Se llamaba Grace Tanner. Yo tenía pensado venir a Francia de todos modos, para visitar a una amiga que estaba trabajando en una excavación arqueológica en los Pirineos, por lo que decidí juntar los dos viajes. -Dudó un momento-. En el yacimiento sucedieron algunas cosas, no te aburriré con los detalles, pero te diré que parecía como si… Bueno, no importa. -Hizo una inspiración-. Ayer, después de reunirme con el notario, fui a la casa de mi tía y encontré algunas cosas…, algo, un dibujo que había visto en la excavación. -Vaciló, sin lograr expresarse con claridad-. También había un libro, de un autor llamado Audric Baillard, que estoy casi convencida de que es el hombre de la foto.

– ¿Vive?

– Por lo que sé, sí. Pero no he podido encontrarlo.

– ¿Qué relación tenía con tu tía?

– No lo sé con seguridad. Espero que él mismo pueda decírmelo. Es mi único vínculo con ella. Y con otras cosas.

«El laberinto, el árbol genealógico, mi sueño.»

Cuando levantó la vista, vio que Will la miraba con expresión confusa, pero interesada.

– Todavía no puedo decir que me haya enterado de mucho -dijo él con una sonrisa.

– No me estoy explicando muy bien -reconoció ella-. Hablemos de algo menos complicado. Aún no me has dicho qué estás haciendo tú en Chartres.

– Lo mismo que todos los norteamericanos en Francia: intentando escribir.

Alice sonrió.

– ¿No sería más tradicional hacerlo en París?

– Allí empecé, pero supongo que lo encontré… no sé, demasiado impersonal, no sé si me entiendes. Mis padres tenían conocidos aquí. La ciudad me gustó y acabé quedándome.

Alice hizo un gesto afirmativo, esperando que él continuara; pero en lugar de eso, Will volvió sobre algo que ella había dicho antes.

– Ese dibujo que has mencionado -dijo en tono informal-, ese que encontraste en la excavación y después en casa de tu tía Grace, ¿qué tenía de especial?

Ella titubeó.

– Es un laberinto.

– Entonces, ¿por eso has venido a Chartres? ¿Para visitar la catedral?

– En realidad no es… -empezó ella, pero en seguida se interrumpió, cautelosa-. Bueno, sí, en parte he venido por eso, pero sobre todo porque espero localizar a una amiga. Shelagh. Hay cierta… posibilidad de que esté en Chartres.

Alice sacó de la mochila la hoja de papel con la dirección garabateada y se la pasó a Will a través de la mesa.

– He pasado antes por allí -prosiguió-, pero no había nadie. Así que decidí hacer un poco de turismo y volver dentro de una hora, más o menos.

Alice observó con asombro que Will había palidecido. Parecía haberse quedado sin habla.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– ¿Por qué crees que tu amiga podría estar ahí? -dijo Will con voz débil.

– No lo sé con certeza -repuso ella, intrigada por el cambio que se había producido en él.

– ¿Es la amiga que habías ido a visitar a la excavación?

Ella asintió.

– ¿Y ella también ha visto el dibujo del laberinto? ¿Como tú?

– Supongo que sí, aunque no lo mencionó. Parecía obsesionada con algo que yo había encontrado y que…

Alice se interrumpió, al ver que repentinamente Will se levantaba de la silla.

– ¿Qué haces? -exclamó ella, intimidada por la expresión de su cara mientras la cogía de la mano.

– Ven conmigo. Hay algo que tienes que ver.

– ¿Adonde vamos? -preguntó ella una vez más, apresurándose para seguirle el paso.

Entonces doblaron la esquina y Alice se dio cuenta de que estaban en el otro extremo de la Rue du Cheval Blanc. Will se acercó a la casa a grandes zancadas y subió corriendo los peldaños de la puerta delantera.

– ¿Te has vuelto loco? ¿Y si hubiera alguien dentro?

– No hay nadie.

– Pero ¿cómo lo sabes?

Alice se quedó mirando estupefacta al pie de los escalones, mientras Will sacaba unas llaves del bolsillo y abría la puerta.

– Date prisa. Entra antes de que alguien nos vea.

– ¡Tienes la llave! -exclamó ella, incrédula-. ¿Te importaría empezar a contarme qué demonios está pasando aquí?

Will retrocedió escaleras abajo y la agarró de la mano.

– Aquí hay una versión de tu laberinto -dijo con voz sibilante-. ¿Lo entiendes? ¿Vas a venir ahora?

«¿Y si fuera otra trampa?»

Después de todo lo sucedido, tenía que estar loca para seguirlo. El riesgo era excesivo. Ni siquiera había nadie que supiera que ella estaba allí. Pero la curiosidad pudo con su sentido común. Alice levantó la vista hacia el rostro de Will, expectante y a la vez angustiado.

Decidió darle otra oportunidad y confiar en él.

CAPÍTULO 55

Alice se encontró en un amplio vestíbulo, más parecido al de un museo que al de una casa particular. Will fue directamente hacia el tapiz suspendido frente a la puerta delantera y lo apartó de la pared.

– ¿Qué estás haciendo?

Corrió tras él y vio un diminuto picaporte de bronce disimulado entre los paneles de madera. Will lo sacudió, lo empujó y lo hizo girar con frustración.

– ¡Maldición! Está cerrada por dentro.

– ¿Es una puerta?

– Exacto.

– ¿Y el laberinto que viste está ahí detrás?

Will asintió.

– Hay que bajar un tramo de escalera y seguir por un pasillo bastante largo que conduce hasta una especie de cámara extraña. Hay signos egipcios en las paredes y una tumba con el dibujo de un laberinto, igual al que tú has descrito, labrado encima. Ahora bien… -se interrumpió-. Lo que ha aparecido en el periódico, el hecho de que tu amiga tuviera esta dirección…

– Estás haciendo demasiadas suposiciones, sin suficiente base -dijo ella.

Will dejó caer la esquina del tapiz y se dirigió a grandes pasos al extremo opuesto del vestíbulo. Tras un instante de vacilación, Alice lo siguió.

– ¿Qué estás haciendo? -susurró cuando Will abrió la puerta.

Entrar en la biblioteca fue como retroceder en el tiempo. Era una sala formal, con el aire de un club inglés para hombres. Las persianas parcialmente cerradas proyectaban rayas de luz amarilla, que se alineaban sobre la alfombra como franjas en un paño dorado. Había un aire de permanencia, una atmósfera de antigüedad y lustre.

Las estanterías ocupaban tres lados de la estancia, del suelo al techo, con escalerillas corredizas que permitían acceder a los estantes más altos. Will sabía exactamente adonde iba. Había una sección dedicada a obras sobre Chartres, con libros de fotografías junto a ensayos más rigurosos sobre la arquitectura y la historia social.

Volviéndose angustiosamente hacia la puerta, con el corazón desbocado, Alice vio que Will sacaba un libro con el escudo de la familia grabado en la tapa y lo llevaba a la mesa. Mirando por encima de su hombro, lo vio pasar rápidamente las páginas. Ante sus ojos desfilaron láminas de colores en papel satinado, viejos mapas de Chartres y reproducciones de dibujos a lápiz y a tinta, hasta que Will llegó a la sección que buscaba.

– ¿Qué es esto?

– Un libro sobre la casa De l’Oradore. Esta casa -dijo-. La familia vive aquí desde hace cientos de años, desde que fue construida. Hay planos arquitectónicos y proyecciones verticales de cada planta de la casa.

Will pasó página a página, hasta encontrar lo que quería.

– Aquí está -dijo, volviendo el libro, para que ella lo viera bien-. ¿Es esto?

79
{"b":"98885","o":1}