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Asentí una vez.

– Hubo otras marcas. El hombre tenía una habilidad verbal muy grande, pero también una gran capacidad cuantitativa, era muy bueno en matemáticas. Volé a Amsterdam, y me las arreglé para ver al holandés antes de que cruzara al otro lado. Cuando volví a Langley, traté de reproducir el efecto del generador.

"Reclutamos hombres y mujeres que parecían tener los requisitos: la memoria, las habilidades verbales y matemáticas y demás. Y, sin revelar la naturaleza verdadera del experimento, los sometimos al generador más poderoso que pudimos localizar. El modelo era de Siemens A.G., de Alemania. Lo modificamos. Pero no tuvimos éxito… hasta usted.

– ¿Por qué? -pregunté, terminando el whisky y dejando el vaso vacío sobre la mesa.

– No sabemos -dijo Rossi como si hablara del clima-. Si supiéramos algo al respecto, podríamos… Pero no. Ciertamente usted tenía los requisitos previos. La inteligencia, obviamente, y las habilidades verbales, la memoria eidética, que se encuentra en menos del 0,1 por ciento de la población. Usted juega ajedrez, ¿verdad, Ben?

– No demasiado mal.

– Bastante bien que yo sepa. Y es excelente en palabras cruzadas, por ejemplo. Creo que hasta tuvo contacto con la meditación Zen en algún momento de su vida.

– Sí, como usted dice, tuve "contacto" con ella…

– Estudiamos los archivos de tu entrenamiento en Campo Peary -interrumpió Toby-, y los estudiamos con mucho cuidado. Eras muy conveniente… pero no sabíamos si tendríamos éxito, de eso no estábamos seguros.

– Parecen muy poco interesados en una demostración de mis habilidades -dije, dirigiéndome a los dos-. Qué raro.

– Al contrario -dijo Rossi-. Estamos interesados. Sumamente interesados. Con su permiso, me gustaría hacerle unas pruebas mañana. Nada muy difícil.

– Eso no me parece necesario -dije-. Si quieren les puedo hacer la demostración ahora mismo.

Hubo un momento de silencio incómodo y después Toby rió entre dientes.

– Podemos esperar.

– Parece saber mucho sobre esta condición mía. Tal vez pueda decirme cuánto va a durar.

Rossi se detuvo de nuevo.

– Eso no lo sabemos. Lo suficiente, espero.

– ¿Lo suficiente! -repetí-. ¿Lo suficiente para qué?

– Ben -dijo Toby con suavidad-, te trajimos aquí por una razón, como ya supondrás. Necesitamos que hagas una serie de pruebas. Y después, te necesitamos a ti.

– A mí. -Esta vez no me molesté en disimular mi hostilidad. -Quieren que les ayude. ¿De qué clase de ayuda se trata?

Un largo silencio en la habitación cavernosa y por fin Toby dijo:

– Supongo que la palabra es espionaje.

Me quedé sentado sin moverme durante casi cinco minutos mientras ellos me miraban.

– Lo lamento, caballeros -dije, poniéndome de pie. Me volví hacia la puerta y empecé a caminar.

Los dos de seguridad se pusieron de pie y uno de ellos dio varias zancadas para alcanzarme y bloquearme la salida mientras el otro se me ponía detrás.

– ¡Ben! -me llamó Toby.

– Vamos, Ben -dijo Rossi simultáneamente.

– Por favor, siéntate -oí decir a Toby con tranquilidad-. Lamento decir que no tienes muchas alternativas.

25

Una de las cosas que aprendí en mis días en la Agencia es cuándo insistir y cuándo darme por vencido. Eran más que yo, no sólo los dos de la sala sino todos los demás que hubiera en la casa, y tenía que haber más. Calculé las posibilidades que tenía y supuse que estaban en mi contra en una proporción de diez mil a uno, de cien mil a uno.

– Estás poniéndonos en una posición difícil -dijo Toby a mis espaldas.

Me volví lentamente.

– No sé por qué me pareció haber oído algo sobre animales enjaulados… -dije, irónico.

Él me estaba mirando con una leve huella de ansiedad en el rostro.

– No quiero… no queremos recurrir a la compulsión. Preferiríamos apelar a tu razón, al deber, a la decencia básica que sabemos que tienes.

– Y a mi deseo de volver a ver a mi esposa -agregué.

– Sí, está eso también, sí -admitió. Nervioso, cerró los dedos en un puño y los abrió de nuevo, varias veces.

– Y, además, por supuesto, me dijeron mucho. Ahora "sé demasiado", ¿no es cierto? ¿No es así como se dice? Así que tengo derecho a salir de la habitación pero si decidiera hacerlo, probablemente no llegaría al portón.

Exasperado, Toby dijo:

– Eso es ridículo. Después de lo que te dije, ¿por qué mierda vamos a querer hacerte daño? Aunque más no fuera por razones científicas…

– ¿La Agencia también arregló que congelaran mis fondos? -pregunté con amargura. Sentía los músculos de las piernas muy tensos, casi acalambrados, el estómago revuelto, me corría la transpiración por la frente. -¿Esa mierda de First Commonwealth?

– Ben -dijo Toby después de un momento de silencio-, preferiríamos mantener las cosas en positivo, apelar a la razón. Creo que cuando escuches todo, querrás llegar a un acuerdo.-Muy bien -dije por fin-. Estoy dispuesto a escuchar. Veamos, ¿qué tienen que decirme?

– Es tarde, Ben -dijo Toby-. Estás cansado. Y sobre todo, yo estoy cansado, aunque claro, ahora me canso muy fácilmente. Mañana, antes de que te llevemos a Langley para las pruebas, hablamos de nuevo, ¿de acuerdo, Charles?

Rossi murmuró su asentimiento, me miró con ojos penetrantes y salió de la habitación.

– Bueno, Ben -dijo Toby cuando nos quedamos solos-. Creo que el personal ya organizó todo lo que necesitas por esta noche: un cambio de ropa, el baño y todo eso. -Sonrió con amabilidad. -Un cepillo de dientes.

– No, Toby. Falta un detalle. Quiero ver a Molly.

– No puedo permitirlo, Ben, todavía no. No es físicamente posible…

– Entonces, no creo que lleguemos a ningún acuerdo.

– No está en esta área.

– Entonces, quiero hablar con ella por teléfono y quiero hablar ahora.

Toby me miró, estudiándome, por un momento, y después hizo una señal a los de seguridad. Uno de ellos salió de la habitación y volvió con un teléfono negro, que conectó a una toma cercana. Luego, puso el aparato sobre la mesa, a mi lado.

Levantó el receptor y apretó varios números. Conté: once dígitos, tal vez larga distancia; después, otros tres. Un código de acceso, probablemente. Dos más. Escuchó sin cambiar de expresión durante un rato y después dijo:

– Noventa y tres. -Escuchó de nuevo y me entregó el teléfono.

Antes de que pudiera decir nada, oí la voz de Molly, aguda, angustiada.

– ¿Ben? ¿Dios, eres tú?

– Estoy aquí, Molly -dije con toda la tranquilidad que pude.

– ¿Estás bien? ¡Dios mío!

– Estoy… estoy bien, Molly. ¿Y tú cómo…?

– Bien, bien. ¿Adonde te llevaron?

– A un refugio en Virginia -dije, mirando a Toby. El asintió, como para confirmarlo. -¿Dónde estás tú?

– No sé, Ben. Algo… un hotel o algo así, un departamento. Creo. En las afueras de Boston. No muy lejos.

Sentí que me enfurecía de nuevo.

Mirando a Toby dije:

– ¿Dónde está?

Toby no dijo nada.-Custodia de protección. Suburbios de Boston -respondió finalmente.

– ¡Ben! -La voz de Molly salía por el auricular, desesperada. -Dime quiénes son, por favor…

– No hay problema, Molly. Por lo que sé. Mañana voy a saber más…

– Tiene que ver con… -susurró-, con…

– Lo saben -dije.

– Por favor, Ben. ¿Qué diablos pasa, en qué estoy metida? ¡No pueden hacernos esto! ¿Es legal? ¿Pueden…?

– Ben -dijo Toby-. Voy a tener que desconectar la llamada, lo lamento…

– Te amo, Mol -dije-. No te preocupes.

– ¿Que no me preocupe! -La voz parecía incrédula.

– Todo estará bien pronto -dije sin creerlo.

– Te amo, Ben.

– Lo sé -dije y de pronto, estaba oyendo el tono.

Puse el receptor en su lugar.

– No creo que tengan derecho a asustar a Molly de ese modo -dije a Toby.

– Es para protegerla, Ben.

– Ya veo. Como me protegen a mí.

– Correcto -dijo, pasando por alto el sarcasmo.

– Máxima seguridad -insistí-. Estamos tan seguros como dos prisioneros.

– Vamos, Ben. Mañana, después de que hablemos, cuando nos escuches, si quieres irte, te prometo que no voy a impedírtelo.

Con un ruidito eléctrico guió la silla a través de la larga alfombra persa hacia la puerta.

– Buenas noches. Ya van a mostrarte tu habitación.

En ese momento, se me ocurrió la idea, y mientras la pensaba, seguí a los dos guardias hacia la escalera principal.

26

La habitación que me habían dado era cómoda y tranquila, amueblada al estilo de una hostería campestre de Vermont: pocas cosas pero mucha elegancia. Había una cama mullida de dos plazas y media por lo menos, envuelta en una colcha blanca y colocada contra una pared. Parecía muy acogedora después de ese día largo, agotador, interminable, pero yo no podía irme a dormir todavía. Noté que los muebles estaban fijos, como ajustados al suelo. El baño era elegante y espacioso, con piso de mármol verde, paredes revestidas con cerámicas blancas y negras más o menos de los años 30.

El piso, que crujía como para dar confianza a los que caminaban sobre él, estaba cubierto de una alfombra de pared a pared. Había algunas pocas pinturas, de buen gusto: óleos de temas náuticos en un estilo indefinido. Estaban clavadas directamente a la pared como para que nadie pudiera moverlas. Era como si hubieran esperado la presencia de un animal salvaje que podía ponerse a tirar cosas por el aire en cualquier momento.

Había unas cortinas pesadas que llegaban hasta el piso, color castaño y oro, detrás de las cuales se escondían unas ventanas adornadas. Estaban reforzadas por una malla de metal casi invisible por lo fina: probablemente imposibles de romper y con alarma electrónica.

Me tenían prisionero.

Me di cuenta de que esta habitación particular en este "refugio" se usaba probablemente para mantener a otros agentes o desertores con quienes toda precaución era poca. Evidentemente yo estaba incluido en la categoría.

A pesar de lo que decían, era un rehén, sí, a pesar de la retórica suave de Toby. Me habían atrapado y encerrado allí, como a un espécimen exótico de laboratorio para hacerme pasar por una serie de pruebas completas y luego presionarme para que entrara en su servicio.

Pero todo tenía la marca de la improvisación. Generalmente, cuando se planea una operación por anticipado, se cubren todos los ángulos, uno por uno, todos los detalles, a veceshasta la ridiculez más absoluta. Muchas veces, las cosas salen mal de todos modos -esas cosas pasan dicen las calcomanías de los autos-, pero nunca es por falta de planificación. Sin embargo, yo me daba cuenta de que aquí los arreglos habían sido súbitos, apresurados, ad hoc, y eso me daba esperanzas.

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