– Te has criado en Platte City, ¿verdad?
La pregunta lo sorprendió. Era natural. Asintió de todas formas.
– ¿Qué puedes contarme sobre la vieja iglesia, la que está en el campo?
– Fuimos a verla, si es a eso a lo que se refiere. Lloyd y yo estuvimos allí antes de la nevada y después, otra vez. Tiene las puertas y las ventanas condenadas. No había pisadas ni huellas de neumáticos, como si nadie se hubiera acercado allí en años.
– ¿Está cerca del río?
– Sí, junto a la carretera de la Vieja Iglesia. Supongo que por eso se llama así. Figura como monumento histórico, por eso no la han derribado.
– ¿Cómo sabes todo eso? -fingió estar interesada, aunque su localización era lo único que necesitaba saber. Si Howard iba allí a cortar leña, quizá hubiera visto algo en los alrededores.
– Mi padre tiene una parcela cerca -prosiguió Adam-. Quiso comprar el terreno de la iglesia y tirar abajo el edificio. Es una tierra de cultivo magnífica. El padre Keller le dijo que no podía derribarla por su carácter histórico. Se usó como parte del Ferrocarril Subterráneo de John Brown allá por el 1860. Se supone que hay un túnel que va de la iglesia al cementerio.
Maggie se irguió, repentinamente interesada. Adam parecía complacido.
– Escondían a esclavos fugitivos en la iglesia. De noche, usaban el túnel para llevarlos al río, desde donde viajaban en botes río arriba hasta el siguiente escondrijo. Hay una vieja iglesia cerca de Nebraska City que también formaba parte del Ferrocarril. Ésa la han convertido en un reclamo para los turistas; ésta está demasiado deteriorada. Dicen que el túnel se ha hundido… por estar demasiado cerca del río. Ya ni siquiera se usa el cementerio. Hace años, cuando el río creció, removió algunas tumbas. Hasta aparecieron ataúdes flotando en el río. Fue espeluznante.
Maggie imaginó el cementerio desierto y el caudaloso río sacando a los muertos de sus sepulturas. De pronto, le pareció el lugar ideal para un asesino obsesionado con la salvación de sus víctimas.
Decidió dejar a Nick una nota, aunque no sabía qué decir. Querido Nick, he salido a buscar al asesino a un cementerio. Sonaba extraño, pero sería más de lo que había dejado antes de salir corriendo en busca de Albert Stucky. Salvo que aquella noche, no había tenido intención real de buscar a Stucky; simplemente, había seguido una pista con la esperanza de encontrar su escondrijo. No se le pasó por la cabeza que podía estar esperándola, tendiéndole una trampa, hasta que no fue demasiado tarde. ¿Podía ser lo que tramaba aquel asesino? ¿Le había tendido una trampa y esperaba que cayera en ella?
– Creo que Nick se ha ido -le dijo Lucy desde el final del pasillo al ver a Maggie con la mano en el pomo de la puerta del despacho.
– Lo sé, sólo voy a dejarle una nota.
Lucy no parecía satisfecha, y se plantó las manos en las caderas, como si esperara más explicaciones. Cuando Maggie no se las dio, añadió:
– Te han llamado antes de la archidiócesis.
– ¿Algún mensaje? -Maggie había hablado con un tal hermano Jonathan, y éste le había asegurado que la Iglesia no creía que la muerte del padre Francis pudiera haber sido fruto de un acto criminal, sólo un desafortunado accidente.
– Espera -Lucy suspiró y rebuscó entre el montón de mensajes-. Aquí está. El hermano Jonathan dijo que el padre Francis no tiene parientes vivos. La Iglesia se ocupará de organizar su entierro.
– ¿No han dicho si nos dejan hacer la autopsia?
Lucy la miró, sorprendida. A Maggie ya no le importaba lo que pudiera pensar.
– He tomado el mensaje yo misma -contestó Lucy-. No dijo nada más.
– Está bien, gracias -Maggie volvió a poner la mano en el pomo de la puerta.
– Si quieres, puedo darle a Nick tu mensaje.
– Gracias, pero casi prefiero dejárselo sobre la mesa.
Maggie entró, pero dejó las luces apagadas y se sirvió del resplandor de las farolas de la calle para guiarse. Tropezó con la pata de una silla.
– ¡Mierda! -masculló, y se inclinó para frotarse la espinilla. Al hacerlo, vio a Nick sentado en el suelo, en el rincón. Tenía las rodillas flexionadas contra el pecho y la mirada puesta en la ventana, como si no se hubiera percatado de su presencia.
Sin decir palabra, se acercó a él y se sentó en silencio a su lado. Siguió su mirada. Desde aquel ángulo, el marco recortaba un trozo de cielo negro. Por el rabillo del ojo vio el labio roto, magullado e hinchado, la mandíbula manchada de sangre seca. Seguía sin moverse, sin dar indicios de haber advertido su presencia.
– ¿Sabes, Morrelli? Para haber sido jugador de fútbol, peleas como una nena.
Quería enfurecerlo, sacarlo del aturdimiento. Reconocía aquel aturdimiento, aquel vacío, que podía paralizar a una persona si no se le hacía frente. No hubo respuesta. Ella permaneció sentada en silencio, junto a él. Debía levantarse, irse; no podía permitirse el lujo de compartir su dolor, ni el riesgo de preocuparse por él. Su propia vulnerabilidad ya era un tremendo inconveniente; no podía asumir la de él.
Justo cuando estaba estirando las piernas para levantarse, Nick dijo:
– Mi padre fue injusto al decir lo que dijo sobre ti.
Maggie volvió a recostarse en la pared.
– ¿Quieres decir que no tengo un trasero bonito?
Por fin, reconoció un atisbo de sonrisa.
– Está bien, sólo medio injusto.
– No te preocupes, Morrelli, he oído cosas peores -aunque siempre la sorprendía lo mucho que escocían.
– ¿Sabes? Cuando empezó todo esto, lo único que me importaba era lo que dirían de mí, si pensarían que soy un incompetente.
Nick siguió mirando por la ventana para no tener que mirarla a ella. Maggie ya se había acostumbrado a la oscuridad y podía observarlo a placer. A pesar de su desaliño, era notablemente atractivo, con todos los rasgos clásicos: mandíbula fuerte y cuadrada, cabellos oscuros sobre piel morena, labios sensuales… hasta las orejas las tenía perfectamente esculpidas. Sin embargo, todas aquellas características físicas que le habían parecido tan atractivas en un principio habían quedado relegadas a un segundo plano. Era su voz fluida y firme lo que anhelaba oír, y sus cálidos ojos celestes los que le dejaban débiles las rodillas. Le gustaba su manera de abrazarla, como si fuera la persona más importante del mundo, y su manera de mirarla a los ojos, como si quisiera vislumbrar su alma. Aquellos ojos la hacían sentirse desnuda y viva. Vuelta como tenía Nick la cara, se sentía privada de su luz, del vínculo íntimo que había empezado a formarse entre ellos. Al mismo tiempo, sabía que no debía sentirse tan compenetrada con un hombre al que sólo conocía desde hacía una semana. Guardó silencio y esperó, temiendo que le revelara algún secreto que los uniría aún más. Al mismo tiempo, en parte, deseaba que lo hiciera.
– Soy un incompetente. No sé cómo dirigir la investigación de un asesinato. Si lo hubiera reconocido en un principio quizá… quizá Timmy no habría desaparecido.
La confesión la sorprendió. No era el mismo sheriff arrogante y gallito de días atrás. Sin embargo, no se estaba compadeciendo de sí mismo, ni siquiera lamentándose. Maggie intuía que, para él, era un alivio poder decirlo en voz alta.
– Has hecho todo lo que has podido, Nick. Créeme, si pensara que deberías haber hecho alguna otra cosa o que deberías estar actuando de otra manera, te lo habría dicho. Por si no te has dado cuenta todavía, no soy tímida en ese aspecto.
Otra sonrisa. Nick apoyó la espalda en la pared y separó las rodillas del pecho. Después, estiró aquellas piernas fuertes y largas.
– Maggie, estoy tan… No hago más que imaginar que lo encuentro. No hago más que verlo… tumbado en la hierba, con esa misma mirada vacía. Nunca me había sentido… -la voz fuerte y fluida se atascó con el nudo que se le había hecho en la garganta-. Me siento tan endiabladamente impotente -volvió a flexionar las rodillas, rozándose la barbilla.
Maggie levantó la mano, pero la dejó en el aire, cerca de la nuca de Nick. Quería consolarlo, acariciarlo. Retiró la mano, se apartó un poco más e intentó ponerse cómoda, controlar aquel poderoso impulso de tocarlo. ¿Qué tenía Nick Morrelli que le hacía desear estar entera otra vez? ¿Que le hacía comprender que no lo estaba?
– Sabes que me he pasado la vida haciendo lo que mi padre me decía… me sugería que hiciera -mantuvo la barbilla sobre las rodillas-. Ni siquiera era por el deseo de complacerlo; simplemente, me resultaba más fácil así. Sus expectativas siempre me parecían menores que las mías. Se suponía que ser sheriff de Platte City consistía en poner multas, rescatar a perros perdidos y poner fin a unas cuantas peleas de bares de vez en cuando. Quizá hasta un accidente de tráfico. Pero no un asesinato. No estoy preparado para afrontar un asesinato.
– Nada puede preparar a una persona para el asesinato de un niño, por muchos cadáveres que haya visto.
– Timmy no puede acabar como Danny y Matthew. No puede. Y aun así… No hay nada que pueda hacer para impedirlo -volvía a hablar con voz entrecortada. Maggie lo miró y él volvió la cabeza hacia el otro lado para que no lo viera-. No hay ni una maldita cosa que pueda hacer.
Oyó las lágrimas en su voz, aunque hacía lo posible por camuflarlas con ira. Maggie volvió a alargar el brazo, volvió a vacilar con la mano en el aire. Por fin, le tocó el hombro. Imaginó que se sobresaltaría, pero permaneció inmóvil y en silencio. Empezó a acariciarle los omóplatos y la espalda. Cuando el consuelo comenzó a resultarle demasiado íntimo, retiró la mano, pero él se la atrapó y la envolvió con suavidad en la suya, más grande. La miró a los ojos y acercó la palma de Maggie a su rostro para frotarla contra su mandíbula hinchada.
– Me alegro de que estés aquí -la miró a los ojos-. Maggie, creo que…
Maggie recuperó la mano, repentinamente incómoda ante aquella inminente revelación. Ya no era un mero coqueteo, veía que estaba experimentando, forcejeando, con sentimientos de los que ella no quería saber nada.
– Pase lo que pase, no será culpa tuya, Nick -cambió de tema aun fingiendo seguir con él-. Estás haciendo todo lo que está en tu mano. Llega un momento en que uno tiene que desvincularse.
Él la miró con aquella mirada profunda que la hacía sentirse como si estuviera desnudándole el alma.
– Tus pesadillas -le dijo en voz baja-. Hay algo de lo que tú no te has desvinculado. ¿De qué, Maggie? ¿De Stucky?
– ¿Cómo sabes lo de Stucky? -Maggie se incorporó, tratando de repeler la tensión que le producía la sola mención de aquel hombre.