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Por lo menos, como médico, ella tiene algo que decir.

– ¿Cuánto ejercicio haces? ¿Consigues dormir bien?

Sea para dejarlos satisfechos o para desafiarlos, se toma el asunto a la ligera.

– Bueno, no es precisamente el hotel de cinco estrellas que yo recomendaría -dice, echándose a reír.

Esta sala no está acostumbrada a la risa; las paredes la devuelven como un grito.

– Hay una especie de patio por el que ando dos veces al día. Ah, el perro. Supongo que Khulu o alguien le estará dando de comer, pero…

– Porque podría hablar con el funcionario médico y recetarte una pastilla suave para dormir. Y más facilidades para hacer ejercicio.

– No lo hagas. No hace falta. ¿Te ocuparás del perro?

Esto va dirigido a su padre; estos padres piden cosas que hacer.

– Encontraré una solución; me lo llevaré. ¿Y libros?

– Philip me ha traído unos cuantos y puedo comprar los periódicos. Pero podríais traerme alguno de los míos. De la casita. Y ropa.

– ¿Y la llave?

– Khulu.

El tiempo debe de estar a punto de acabarse, eso hace que los tres vuelvan a sentirse muy incómodos: el terror ante su regreso por los pasillos de hormigón y acero, y ante su partida dejándolo allí abandonado; y la vergonzosa impaciencia por que se termine la visita.

El vigilante hace una señal. Los padres no saben si demorarse un poco o partir enseguida; cuál es el protocolo en este tipo de despedida, qué es lo que la hace soportable. Lo abrazan y su padre siente cómo una mano le aprieta tres veces el omoplato. Mientras se llevan a su hijo, se produce un aparte que retrasa durante un momento al vigilante que lo acompaña.

– No me traigáis nada que estuviera leyendo.

¡Qué debe de pensar de nosotros!

¿Pensar de nosotros?

Bueno, ¿qué le hemos dicho? Tan frío todo, tan práctico.

Él echó un vistazo, apartando la vista de la carretera que tenía delante, y la vio con las manos en el regazo, la uña de un pulgar giraba bajo las cortas uñas de la otra mano.

¿Qué podía decirse?

Con el vigilante ahí de pie. Tendremos que averiguar si podremos verlo a solas con el abogado, los abogados tienen el privilegio de reunirse en privado con la persona a la que representan.

No es eso.

La cápsula en la que estaban contenidos mientras se desplazaban entre lo irreconciliable, la cárcel y la vida, de repente se llenó con sus voces, que se expresaban libremente.

Lo cierto es que no sabemos de qué deberíamos haber hablado. No sabemos lo involucrado que está en este terrible… asunto: no nos da ninguna pista. Dice que va a defenderlo un abogado de primera, pero no tenemos ni idea de qué información va a darle a éste; qué línea de defensa podrá seguir el abogado, qué va a probar, cuando lo defienda.

Y qué pasa con el abogado.

Lo han oído al mismo tiempo, sobresaltados por su nombre; ha escogido un negro. Ella no es uno de esos médicos que, en su trabajo, tocan la piel negra igual que la blanca pero conservan prejuicios liberales contra la capacidad intelectual de los negros. No obstante, ahora sí se lo plantea, y él también; en el lodo en que ahora se ahogan, donde se ha cometido el crimen, los viejos prejuicios todavía reptan hacia la superficie. Considerando desde este punto de vista la elección de alguien llamado Motsamai, Harald puede encontrar una respuesta.

Tal vez suponga una ventaja. Si en el estrado se encuentra uno de los jueces negros.

El tono de voz de Harald es seco: por pensar así. Avergonzado. Y por qué tendría que ocurrírsele semejante cálculo: un juez negro predispuesto a favor de un acusado porque ha escogido a un abogado negro, cuando no estamos hablando aquí de que quien aparece ante él sea un criminal, un asesino. ¡De dónde viene semejante idea, por el amor de Dios!

¿Pero sabes algo de él? Quizá sea sólo otro buen amigo.

Podemos enterarnos. Hablaré con uno de los abogados más importantes del país, lo he visto algunas veces, supongo que lo entenderá, aunque imagino que no es frecuente esperar que un abogado opine sobre otro.

Y qué más da lo que es frecuente. Intento pensar. ¿Qué más podríamos hacer, Harald? Quedarnos sentados, charlando. Charlando. Por lo menos, podrías haberle asegurado que pagaríamos los abogados, lo que fuera necesario. ¿Cómo podemos saber si la minuta ha intervenido en su elección? Estos abogados de prestigio cobran una fortuna diaria. Si cree que tendrá que encontrar el dinero por su cuenta, eso puede ser grave.

Él sabe que no es una cuestión de dinero. Sabe que puede depender de nosotros. No era momento ni lugar para hacer una especie de anuncio magnánimo.

Pensé que dirías… su padre… bueno, vale, no sobre el dinero, sino algo…

Y a ti lo único que se te ocurrió fue recetarle una pastilla para dormir.

Ya lo sé. Bueno, por lo menos era una especie de mensaje diciéndole que si no lo trataban bien, me encargaría de hacer valer cierta influencia con quien sea el funcionario médico. Por lo menos, hacer algo.

Eres tú quien me dice lo que tendríamos que haberle dicho.

Ella se da un golpe en los muslos con los puños.

Que le creemos.

¿Cuando dice qué cosa? No ha dicho nada. No sabemos nada. He leído el expediente de las pruebas indiciarias. El hombre está muerto. Un arma en el barro. ¿Qué quiere decir esto?

Mientras él habla, ella repite mentalmente sus palabras, como un martilleo. ¡Que creemos en él!¡Que creemos en él! ¡Que no existe la posibilidad, jamás, en este mundo, de que no lo hagamos! Eso es lo que ahí no apareció, lo que no se dijo…

Él se detuvo, obedeciendo a un semáforo. Su mano bajó para poner punto muerto y ella se movió ligeramente para evitar el contacto con la mano. El esperó, con la luz roja, y después habló.

¿Creer?

Ya sabes.

No hubo respuesta.

Que creemos que no ha podido hacer nada semejante y tenemos razón en ello.

El fue arrastrado por el tráfico, como si el coche anduviera solo. Su mente se agitaba, casi serpenteaba, envuelta en un conflicto que no podía compartir, una reticencia intolerable.

Claudia… sabía que debía añadir a su nombre algún calificativo íntimo, pero los viejos epítetos, los diminutivos y las palabras cariñosas quedaban fuera de lugar ante lo que había que decir, tan difícil. Vuelta a empezar.

Ni siquiera sabemos si acepta que creamos en él.

¿Aceptar? ¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Y eso qué tiene que ver?

Él no puede permitir que se haga real pronunciándolo, la voz del padre enunciándolo a la madre, pero está ahí, oculto en el coche entre ellos, mientras él llega a las puertas de seguridad de la urbanización: porque sabe que él hizo aquello. Ése es el motivo de que no se dijera nada durante la media hora de visita en la cárcel; la premisa en la que se basaba nuestra presencia ahí no existe. Eso es lo que nuestro hijo nos ocultaba. Eso es lo que hay que creer.

El pulsa el adminículo electrónico que les permite entrar en su casa pero no les da refugio.

La dirección de su empresa cuenta con un importante despacho de asesores jurídicos, uno de los cuales forma parte de ésta. Harald le consulta su opinión en todas las cuestiones legales.

En circunstancias normales. Pero ahora puede hacer lo que no le parecería adecuado en circunstancias normales. Puede recurrir a su contacto superficial en cenas públicas para importunar a una figura prestigiosa en la abogacía y pedirle su opinión confidencial sobre la competencia, reputación y consideración del abogado Motsamai. No tiene escrúpulos en ser atrevido. Qué importan ahora los convencionalismos habituales en su vida.

Naturalmente, el hombre conoce la historia, todo el mundo la conoce, ha sido un regalo para los periódicos del domingo. Pero en qué estará pensando mientras escucha la reiteración de los hechos: mi hijo está acusado de asesinato, se ha tomado la decisión de poner el caso en manos del abogado Hamilton Motsamai. Mi esposa y yo no conocemos a esta persona, no tenemos nada a favor o en contra de él, lo único que nos preocupa es si se trata del mejor profesional posible para defender a nuestro hijo.

¿Interpreta, bajo uno de los familiares silencios de los abogados, traduce el idioma privado de lo que no se ha dicho: ese abogado es negro? ¿Es así?

Aunque, por el momento, el tema no debe plantearse entre ellos. En primer lugar, para proteger al hablante de observaciones contrarias a la ética profesional, debe hacerse una rectificación:

– Habría toda una serie de abogados que podríamos considerar «los mejores posibles», supongo que lo entiendes. No me atrevería a colocar a ninguno por encima de los demás. Pero Motsamai es conocido como alguien muy capaz. Y con mucha experiencia. En los cuatro años transcurridos desde que regresó al país ha intervenido con éxito en una serie de casos difíciles. Políticos, sí, pero también de otras clases. Tiene el tipo de talante agresivo, aunque controlado, por supuesto, por una gran inteligencia, que da muy buen resultado en el interrogatorio de los testigos de la parte contraria. Muy hábil; algunos dirían que excepcional.

Harald no necesita la opinión general, que puede darse sin faltar a la imparcialidad; debe saber lo que piensa de veras este hombre. No hay tiempo, no hay espacio entre los muros de una celda para las peligrosas reservas de hablar con «toda imparcialidad».

– ¿Y tú? ¿Tú qué piensas?

Debe de ser imposible encontrarse ante Harald Lindgard en este momento y no sobresaltarse -y el sobresalto está siempre a un paso del miedo- ante lo que puede suceder a un hombre como él; como uno mismo. ¡La última vez que se habían visto estaban con una bebida en la mano, discutiendo con el viceministro de Finanzas sobre los pros y los contras de eliminar los controles de cambio de moneda extranjera! Aunque aquel hombre no conocía a Lindgard más íntimamente, tuvo que poner a un lado su profesionalidad como si se quitara la toga negra que llevaba en el tribunal.

– Mira, no soy muy dado a los calificativos exagerados, pero puedo asegurarte que el individuo es fuera de serie. ¿No sabes nada de él? No recuerdo en qué zona del país se crió: es la historia de siempre, un muchacho pobre, hijo de padres sin instrucción, que consiguió llegar a la universidad de Fort Haré y licenciarse en derecho a finales de los sesenta. Después se mezcló en la actividad política del Youth Group, fue detenido. Cuando lo pusieron en libertad, se marchó a Inglaterra y de alguna manera, con becas, siguió estudiando ahí derecho. Antes de que volviera en los años noventa, había sido aceptado en Gray's Inn y trabajó como defensor en el Old Bailey. De modo que difícilmente podrían haberse puesto objeciones a su admisión en el colegio de abogados de aquí. Francamente, ya puedes imaginar, después de tantos años en que la capacidad intelectual de los negros no gozaba de consideración alguna entre los abogados, ahora existe un deseo ferviente de mostrarles aprecio cuando se lo ganan. En realidad, Motsamai es una figura providencial… hacía falta una estrella y apareció en nuestra constelación… Es lo que la prensa popular llamaría un personaje muy solicitado.

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