Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Fuiste a la casa.

– Sí. Lo vi. No podía creérmelo.

Para ellos, lo que vio fue el hombre del depósito de cadáveres (Claudia conoce el procedimiento de la autopsia: a veces guardan el cadáver durante días antes de que se realice el proceso). Pero -se ve en su rostro- para este tal Julián Verster, lo visto era su amigo Duncan, ya que Duncan es su amigo. El que se den cuenta de eso permite que empiecen a decirle qué quieren de él. Por un acuerdo instintivo, ninguno de los dos tiene más derecho que el otro, lo interrogan alternativamente; han encontrado una fórmula o, por lo menos, cierta estructura que han elaborado para sí sin que exista precedente.

– ¿Podrías darnos alguna idea de cómo Duncan puede haberse visto metido en todo esto? ¿En qué medida su… cómo podría decirlo… su posición como algo así como inquilino, su relación con los hombres de la casa, esos amigos, podría haberle llevado a las pruebas indiciarías que parece haber contra él? Hoy he ido al abogado. Tú formas parte de ese grupo de amigos, ¿verdad? En realidad, no conocemos a ninguno…

Claudia se volvió hacia Harald, pero intervino con ojos bajos y distantes.

– Excepto a la chica, su novia, la ha traído una vez o dos. Pero, por lo que parece, el viernes no estaba allí. No la han mencionado.

– ¿Podrías decirnos algo sobre esa amistad? Más o menos comparten la finca, debían de llevarse bien, si decidieron eso, vivir tan cerca, ¿qué pudo llevar a que Duncan haya sido acusado de semejante horror? Como verás, mi mujer y yo, padres e hijo, hemos vivido como tres adultos independientes, tenemos una relación estrecha, pero no pretendemos meter la nariz en todo lo que hace. Relaciones distintas. Nosotros tenemos una relación con él, él tiene la suya con otros. Hasta ahora todo ha ido bien. Pero cuando algo como esto te cae encima, te das cuenta de lo que este… llamémoslo respeto mutuo puede implicar. No sabemos nada de lo que necesitamos saber. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué tenía que ver Duncan con él? ¡Seguro que lo sabes! No podemos ir a ver a Duncan mañana y preguntárselo, ¿no? ¿En la sala de visitas de una cárcel? Con vigilantes y demás…

– Hace bastante tiempo que somos todos amigos. Dave, desde luego; estudió arquitectura con Duncan, y yo también: trabajo con Duncan en la misma empresa. Pero no me uní a ellos cuando alquilaron juntos la casa y la casita. Khulu es periodista, creo que Duncan lo conoció a él primero, cuando Khulu quería trasladarse a la ciudad desde Tembisa. Cari, Cari Jespersen -es difícil hablar de él, oír hablar de él, en el tono en que se da una información anodina, un hombre tendido en el depósito de cadáveres-, Jespersen llegó hace unos dos años, con un equipo danés de filmación, o a lo mejor noruego, y, no sé por qué, no volvió. Trabaja, trabajaba, en una agencia de publicidad. Los tres alquilaron la casa principal y Duncan se quedó con la casita. Pero más o menos lo llevan todo juntos. Quiero decir que yo voy por ahí muchas veces, es una casa abierta, hemos pasado muy buenos ratos.

Hay que superar sus inhibiciones; su lealtad, la preciosa confidencialidad depositada en el mensajero, gracias al privilegio de la amistad con una persona que él admira o que, tal vez, profesionalmente es más hábil que él. Lo que emerge es un dato marginal: la naturaleza de su relación con su hijo. Es difícil no impacientarse.

– Así que todos se llevaban bien, estupendo. ¿No sabías nada sobre, alguna tensión? Tenían que ser muy graves, si tenemos que creer que Duncan, ¡Duncan…! ¡Da lo mismo el arma, da lo mismo lo que diga que vio el hombre del jardín! ¿No hay nadie más que tenga lo que considere un motivo para atacar a Jespersen? ¿Por qué iba a hacerlo Duncan? ¿Conoces a alguien…?

La línea de pensamiento de Harald se cruzaba con la de ella.

– Y la chica. ¿Dónde estaba el viernes? ¿Se ha terminado la relación, ya no eran amantes?

El joven ha de hacer un esfuerzo para comunicarse con un padre que no necesita el eufemismo «novia», tal como acostumbra a ser necesario en la comunicación con los padres.

– Siguen juntos. Si ya lo sabéis… estaba allí. El día antes, el jueves por la noche. Cenamos todos en la casa. Cari y David prepararon la comida para todos.

¿No había nada más que decir? ¿Nada más que extraerle? Él es el mensajero, no debe saber nada más que el texto que se le ha confiado. Claudia deja caer las manos a los lados; los dedos se agitan.

– Por favor, cuéntanoslo.

Harald se levanta.

El joven los miró alternativamente, como pidiendo clemencia, y empezó de la única manera que pudo, con el tono monótono y apagado de quien narra las circunstancias de un accidente de tráfico en el que nadie resultó herido: el tono prosaico que defiende a la emoción acorralada.

– El año pasado, en junio, Cari encontró trabajo para ella en la agencia de publicidad y empezaron a ir al trabajo en el coche de ella todos los días. O, algunas veces, en el de él. No sé qué acuerdo tenían. De manera que muchas veces comían juntos también. Pero todo iba bien.

– ¿Qué quieres decir? -Harald lo mira desde arriba.

– A Duncan no le importaba. No tenía motivo para preocuparse.

– ¿No le importaba que su amante pasara todo el día con otro hombre?

– Bueno, Cari y David eran pareja. Los tres de la casa son homosexuales, Khulu también. Los homosexuales muchas veces son muy buenos amigos de las mujeres y no suponen una amenaza para los novios de éstas, claro está. Cari, Duncan y Natalie son grandes amigos. Amigos muy especiales, dentro del grupo que pulula por la casa. Lo eran…

– Entiendo.

Pero Harald, consciente de que su reacción es la habitual en un hombre heterosexual, no entiende cómo a Duncan no le molestaba que su mujer pasara el día entero con otro varón, al margen de cuál fuera el sexo que resultara atractivo a ese varón. Su breve respuesta abre el camino, tanto para él como para Claudia, para que regrese el terror, el terror que vino cuando se pronunció el primer mensaje, esa noche; ese viernes.

– Por favor, cuéntanoslo.

Las palabras de Claudia son un toque de difuntos.

– El jueves, nos quedamos todos en la casa hasta bastante tarde. Había más gente, una pareja de amigos de Khulu. Cuando nos fuimos, Khulu se había ido ya con sus amigos, y volví con Duncan a la casita. Natalie se había ofrecido a ayudar a Cari a fregar los platos, David había bebido un poco de más y se fue a la cama. Pero, cuando parecía que todo estaba recogido en la cocina, Natalie no fue a la casita. Duncan se despertó hacia las dos y vio que no estaba allí con él. Se asustó, pensando que podía haberle pasado algo al cruzar el jardín a oscuras, y se dirigió a la casa. Sí. Cari estaba haciendo el amor con ella en el cuarto de estar. Duncan no fue a trabajar el viernes por la mañana y me llamó al estudio. Me lo contó. Dijo que los había encontrado en el sofá: ese sofá, ya sabéis. En fin: no era la primera vez que Natalie tenía algún lío con otro. Todos le conocemos un lío, por lo menos. Ella es así, pero creo que lo quiere, a Duncan. A su manera. Y él… él le es absolutamente fiel, completamente posesivo, las otras mujeres no existen para Duncan. Recriminaciones y lágrimas, lo de siempre, y ella vuelve con él. Pero esta vez… fue Cari. Un hombre al que no le gustan las mujeres, pero se siente atraído por Natalie. Para decirlo crudamente. Natalie es para él una excepción, deja a su amante dormido en la habitación y hace el amor a Natalie en ese sofá. Duncan estaba… no puedo describirlo, destrozado. Ella no volvió a la casita, supongo que tenía miedo de él. Se marchó. Subió a su coche, se marchó en plena noche y tampoco volvió el viernes. No estaba allí cuando sucedió lo que sucedió. Esto es todo lo que sé y no estoy diciendo con esto que Duncan haya hecho lo que se supone que ha hecho, no estoy implicando nada, no quiero que penséis que lo que os he contado es definitivo, yo no estaba allí, no lo vi; aunque conozco bien a Duncan, vuestro hijo, no sé qué pasó dentro de él…

Ahora están los tres de pie como si, de nuevo, fuera a suceder algo para lo que no existe preparación posible. De la misma manera que la ansiedad puede hacer que el cuerpo rompa a sudar, ellos reproducen la presión atmosférica de aquella casa en la que Duncan entra -el otro hombre está solo en aquel sofá bebiendo un Bloody Mary - y ésta los abruma. Pero no pueden admitirlo; deben transformarla en algo comprensible, controlable. El mensajero se dispone a hacer que su corcel gire en redondo y partir: eso es. No puede soportar más su necesidad, ya tiene bastante.

– No te vayas -le pide Claudia, aunque él no se ha movido. De modo que queda aceptado; lo que iba a suceder era que él iba a abandonarlos. Ella abre las manos señalando el lugar donde estaban sentados y vuelve a ocupar su sitio.

Para retenerlo con ellos, pasan a discutir temas prácticos. La posibilidad de pedir una vez más la libertad bajo fianza cuando el caso comparezca en una primera vista; las condiciones en las que se encuentra un preso a la espera de juicio. Podrían seguir preguntado muchas cosas, él y ellos lo saben, y él podría seguir contando sobre aquella casa con sofá, sobre la casita y la vida que su hijo llevaba allí, pero les parece evidente que el joven se encuentra en un conflicto entre lo que es una obligación para con ellos y la traición a los códigos de la amistad. Lo más cerca que pueden llegar de esa zona es preguntándole si, últimamente, Duncan parecía tener algún problema, pongamos, en el trabajo (que no es un contexto íntimo). ¿Lo habían notado? Eso era lo máximo que Harald podía acercarse a cualquier estado mental enloquecido que hubiera podido darse en la casita.

– Duncan es una persona fuerte.

Esto podría satisfacer a Harald, pero Claudia apartó la vista de los dos hombres con un gesto brusco.

– Trabajas con él en el mismo despacho, ¿quieres decir que, sencillamente, oculta su estado de ánimo, sus sentimientos? ¿Incluso a ti? Te llamó, habló contigo, el viernes.

– Si nos apetece hablar de algo, lo hacemos; si uno de nosotros no quiere, no lo hacemos. Lo dejamos correr.

– Siempre ha sido una persona reservada. Tal vez habría sido mejor si hubiera hablado antes.

– ¿Reservado? Cómo puedes decir eso, Harald: siempre ha sido abierto y afectuoso; no ibas a esperar que hablara de sus asuntos amorosos contigo.

Hablaban de su hijo, el amigo de Julián Verster, como si estuviera muerto. Estar en la cárcel es estar muerto a la conexión con la conciencia exterior, existir en ella sólo en pasado. Un silencio horrorizado los interrumpió. Harald miró a Claudia con la expresión que, según los signos familiares entre ellos, sugería que deberían ofrecer una bebida al joven. Ella parecía atónita, inabordable. Harald cogió unos vasos y botellas, latas de soda y zumo de frutas, el hábito usual de la hospitalidad. Los vasos llenos les dieron algo que hacer con las manos; si no podían hablar, por lo menos podían tragar.

6
{"b":"95897","o":1}