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– No lo amenacé, no tomé ninguna decisión.

– ¿De modo que no le dio ninguna oportunidad? ¿No lo avisó?

– Estaba escuchándolo, no lo amenacé.

– No. Usted cogió el arma y le disparó un tiro en la cabeza, con un disparo que, usted lo sabía porque sabe manejar un arma, con toda probabilidad sería mortal. Así satisfacía los pensamientos de venganza con los que había estado ocupado durante todo el día y que lo habían llevado a la casa con intención de ejecutarlos, de un modo u otro. El arma al alcance de la mano era una oportunidad que se le presentaba, de modo que no tuvo que luchar con el hombre a puñetazos, no tuvo que planear otra manera de eliminarlo como rival en su vida, el deseo de hacerlo se realizó.

Motsamai hacía gestos; hay un procedimiento para todo en ese ritual: Señoría, protesto. Pero el juez es urbano y demócrata, deja que todo el mundo diga lo que tiene que decir. Protesta denegada.

La hilera se agitó, la gente dejó pasar a alguien; tras su aparición en el estrado de los testigos, se distinguía de los demás como si fuera una celebridad. Khulu Dladla se acercó y se sentó junto a ellos después de comparecer como testigo de la defensa.

Khulu; los traseros se movieron para dejarle sitio al lado de Claudia. Ella levantó la mano, la dejó caer sobre el regazo y volvió a levantarla, se extendió como un zarcillo, encontró su objetivo y presionó durante un momento el dorso grande y cálido de la mano de Khulu.

Sí, puedo decir que lo conozco bien, muy bien, dijo cuando Motsamai dirigió su testimonio. ¿Y a la joven? Sí, a Natalie también. Desde que vino a vivir con nosotros. Pero a Duncan, desde antes. En el estrado del tribunal, donde no se cruzan gestos de reconocimiento, Khulu sonrió directamente a Duncan, como si acabara de verlo en una habitación normal, en cualquier otro lugar. Hola, Duncan. Por eso Claudia quería tocarlo.

– Antes de que Natalie se sumara al grupo de amigos, ¿cómo eran las relaciones entre los que vivían en la casa?

– Muy buenas. Nos llevábamos bien, por eso estábamos juntos, ¿neee…?

– Usted, David Baker, Cari Jespersen y Duncan Lindgard, ¿eran todos homosexuales?

– En realidad, no lo sé exactamente en el caso de Duncan. No vivía en la casa. De todas maneras, trajo una mujer… Pero los demás, sí, somos todos hombres. Homosexuales.

– ¿Algunos de ustedes eran amigos íntimos?

– Sí.

– ¿Sabían que Duncan había tenido una relación de este tipo?

– Sí.

– ¿Con quién?

– Con Jespersen. Cari era de ese tipo de personas que, cuando se encaprichan con alguien, no hay quien se le pueda resistir. Parecía encantado de estar con Duncan, y no creo que Duncan hubiera tenido nunca antes una experiencia similar: me refiero a que no creo que nunca le hubiera ocurrido que un hombre sintiera algo así por él, y Jespersen sabía ser encantador. Era capaz de hacerte sentir que te perdías algo importante en esta vida si no le hacías caso. Era extranjero y todo eso, se creía algo especial. Como si fuera una bebida o una comida exótica. Algo que no habíamos probado nunca.

– De manera que usted observó que Jespersen tenía una relación con Duncan. No le sorprendería, dado el modo de vida de la casa, ¿no?

– No, sí me sorprendió. Porque Duncan no era homosexual, lo sabíamos. Tenemos muchos amigos heterosexuales. Alquiló la casita y más o menos compartía la casa, pero no porque fuera uno de nosotros, un gay, sino porque nos llevábamos bien en otros aspectos. Es un tipo interesante, diría que es un verdadero artista en lo que respecta a sus diseños de edificios. Se sacan ideas nuevas hablando con él de política, de arte, de música, de Dios: de todo.

– ¿Fue Natalie James la causa de la ruptura de la relación?

– No, para nada. Sucedió antes de que ella apareciera en escena. Jespersen se cansó. Rápidamente. Le pasaba igual con todo. Por eso había vivido en tantos países. Rompió con Duncan.

– ¿Cuál fue la reacción de Duncan? ¿Tuvo la misma actitud despreocupada?

– No, en absoluto. Se sintió desilusionado. No podía entender por qué se había comprometido tanto emocionalmente para terminar rechazado.

– ¿Cómo supo usted todo esto? ¿Sólo observando?

Khulu miraba a Duncan otra vez, como si éste fuera a confirmar lo que decía.

– Habló conmigo. Yo no sabía cómo hacerle entender… estaba pasándolo mal… algunas de sus ideas eran distintas de las nuestras y, sin duda, distintas de las de Cari.

– ¿Consiguió usted consolarlo?

– Creo que conseguí que entendiera que su reacción era… cómo lo diría… un poco inapropiada; que hacer un drama, un alboroto, suponía estropear las cosas buenas que tanto le gustaban del tipo de vida que llevábamos en la finca.

– De manera que, a su parecer, ¿el incidente estaba superado?

– Bueno, se calmó.

– ¿Él y Cari Jespersen siguieron viviendo en el grupo como amigos?

– Sí. Y más tarde trajo a la chica y la instaló con él en la casita, parecía ir bien, ser lo adecuado para él. Al principio.

– ¿Por qué «al principio»? ¿Qué sucedió después? ¿A los hombres de la casa no les gustó ella?

– Todos nos llevábamos bien con Natalie, aunque Cari, cuando estaba de mal humor, soltaba siempre lo mismo sobre las mujeres: se burlaba de Duncan a sus espaldas, algunas veces, sobre lo que según él sucedía en la casita entre Duncan y ella: pensamientos sobre las mujeres en general, pero, al mismo tiempo, él, ella y Duncan, bueno, se llevaban bien, eran buenos amigos. Lo cierto es que olvidamos por completo la historia entre Duncan y él. Fue él quien encontró trabajo para ella en su empresa de publicidad, y Duncan estuvo contento de que, por fin, tuviera un trabajo que pudiera interesarle, algo adecuado; ella escribe.

– Entonces, ¿cómo es que la cosa se estropeó para Duncan?

– Ella es una persona extraña. Bueno, él ya lo sabía: ella había intentado suicidarse, está la historia esa del niño. Era capaz de ser el alma de la fiesta y de ser muy cariñosa con él y, al minuto siguiente, empezar a meterse con él, atacarlo porque, según ella, él «quería que fuera así».

– ¿Ser cómo, exactamente?

– Feliz. «Representar su vida para él»: eso es exactamente lo que ella decía siempre, por eso me acuerdo.

– ¿Se lo contó él o formaba parte del tipo de escenas que tenía lugar en la casa, delante de los demás?

– Bueno, estábamos todos allí, por allí, de manera que podíamos verlo, oírlo.

– ¿Cuál era la reacción de Duncan cuando ella lo hostigaba delante de sus amigos?

– Tenía una enorme paciencia. Como si ella fuera una persona enferma. Aunque la vida con ella era un verdadero infierno. Saltaba a la vista, un infierno. Al día siguiente, él se quedaba muy deprimido. Pero no hablaba conmigo ni con ninguno de nosotros sobre ello, como lo había hecho en relación con el asunto con Jespersen, por ejemplo.

– ¿De manera que la relación entre Natalie James y Duncan no era feliz?

– Ella lo torturaba. De verdad. Incluso intentó suicidarse otra vez, con pastillas, y él parecía creer que era culpa suya. Pero los demás veíamos que él hacía esfuerzos continuos para que ella estuviera bien. No se entendía cómo podía seguir adelante.

– ¿La quería?

El testigo miró al juez, insensible a los ojos que se fijaban en él. Khulu apeló al juez, a todos los que juzgan, divinos o humanos.

– Quién de nosotros puede decir qué significa querer.

Interpretando el personaje del samurai, cuando llegó su turno de interrogar a Dladla, el fiscal volvió su rostro al público, buscando su favor.

– «Quién puede decir qué significa querer.» Lo cierto es que podemos decir que es bien sabido qué significa ser celoso. La de los celos es la pasión que surge del amor, llega a ser más fuerte que el amor mismo y abandona despiadadamente todo respeto por el derecho a la vida de aquello que provoca los celos, el hombre que ha ocupado el lugar del amante en los brazos del ser querido. Usted ha descrito el modo en que el acusado se entregó al cuidado de Natalie James, protegiéndola en exceso hasta el punto que, tal como ella ha testificado, resultaba ofensivo para la dignidad de ella, usted ha contado la conducta y la dependencia servil de Duncan. ¿No cree que, con estos antecedentes en la relación, al encontrar a Cari Jespersen en pleno acto amoroso con la persona querida, su reacción tuvo que ser, inevitablemente, de celos? Unos celos violentos. El shock que él ha descrito, ¿no se debe al impacto extremo de los celos? Esa noche, cuando volvió a la casita, cuando esperó en vano a que ella regresara, cuando pasó el día solo, ¿no estaba dándole vueltas a una cuestión de celos?

– No lo sé.

– ¿No diría usted que era extremadamente posesivo en relación con ella, si consideramos su conducta general?

– Se sentía responsable de ella.

– Podría ser otra manera de decir lo mismo. ¿Por qué cree usted que su amigo mató a Cari Jespersen si no fue por una venganza premeditada, debida a los celos, por haber hecho el amor con Natalie James?

– Matar a una persona…

A su alrededor, el público aguarda en silencio, expectante. ¿Cómo seguirá? Excita a la audiencia, que ha entrado de balde, pensar que el samurai ha acorralado a su víctima.

– Conozco a Duncan; lo conozco bien. No tiene un arma. Nada. No estuvo ahí sentado planeando ir a matar a Jespersen. Matar es algo ajeno a su naturaleza. En absoluto. Lo juro por mi propia vida. Bajo ningún concepto pudo ir a buscar a Cari para matarlo. No sé cómo sucedió, pero no fue así. Dios sabe cómo fue. No entiendo el asesinato.

El hombre de Motsamai, el psiquiatra de la defensa -en la confusión provocada por el intento de advertir quién iba y venía en el estrado, sólo se hacía notar la aparición de cualquier irrelevancia- llevaba un aparatoso reloj como un arma, su mano levantada lanzaba destellos que llegaban hasta Harald y Claudia. Se dirigió directamente al juez, en lugar de hacerlo al abogado defensor. ¿Para poner énfasis en su objetividad? ¿O porque son iguales en autoridad: el juez decide quién es culpable, el psiquiatra decide quién está loco? Motsamai le preguntó su opinión sobre el estado mental del acusado en relación con los acontecimientos sucedidos en la casa el 18 y el 19 de enero.

– En psiquiatría, consideramos que los «acontecimientos de la vida» son los que precipitan la conducta anormal, pero también los vemos como algo que refleja de manera consciente o subconsciente cualquier distorsión de las normas sociales. En una sociedad donde la violencia es frecuente, los tabúes morales contra la violencia están devaluados. Donde, por una serie de razones históricas, la violencia se ha convertido en el modo habitual de enfocar la frustración, la desesperación o las ofensas, la aversión por ella está en suspenso. Todo el mundo se acostumbra a la violencia como solución, sea como víctima, agente u observador. Se vive con ella. Al considerar una conducta anormal, debemos tener en cuenta el clima general de conducta en el que ha tenido lugar.

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