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El juez responde a esta conversación entre ambos.

– Muy interesante, doctor, pero lo que el tribunal espera oír es un informe sobre el estado mental del acusado y no sobre el de la ciudad.

– Con todo respeto, el acto que el acusado admite haber cometido no tuvo lugar en el vacío. Igual que existe un control inconsciente procedente del clima moral, también puede existir una autorización inconsciente de la violencia, en su uso general, en el recurso generalizado a ella. Esto puede superar las inhibiciones protectoras de la moralidad consciente del individuo para el que un acto semejante resultaría aborrecible. Es necesario tener presente este contexto, en el cual los acontecimientos que condujeron al acto, y el acto mismo, tuvieron lugar.

– ¿Propone usted, doctor, que los atracos y actos similares autorizan el asesinato como solución para un conflicto personal?

El sarcasmo del juez no altera al hombre; Motsamai no habría escogido a nadie capaz de ser desconcertado con modales corteses.

– No propongo nada tan inmoral como eso, señoría… Me limito a cumplir mi deber de informar al tribunal sobre la metodología seguida en los exámenes psiquiátricos.

La atención del público ha ido en aumento, incluso un policía cambia el peso de un pie al otro como un caballo de tiro. El público disfruta ante el diálogo entre dos hombres tan seguros de su superioridad. Este espectáculo gratuito mejora por momentos, es tan bueno como los programas de entrevistas presenciados en los estudios de televisión. Pero Harald y Claudia le prestan atención de un modo distinto, analizan al instante cada palabra. Ese hombre está de su parte, de parte de Duncan, están seguros. Lo que haya encontrado en su hijo sólo puede ser su salvación.

Lo que ha encontrado es que el acusado se había visto precipitado a un estado de disociación de sus actos la tarde del 19 de enero, fue incapaz de ejercer un control adecuado sobre lo que hacía, que culminó en la muerte de Cari Jespersen.

Motsamai reclama su atención.

– Doctor, ¿cuándo diría que empezó ese estado?

En opinión del doctor, era ésa la condición del acusado antes de salir de la casita y entrar en la casa. El examen psiquiátrico no había encontrado pruebas para poner en duda que el acusado dijera la verdad cuando afirmaba que había ido a la casa para detenerse en el mismo lugar que la noche anterior; su incredulidad ante lo que había visto desde allí formaría parte de un estado de disociación de la realidad. Tampoco aparecía ningún indicio de que faltara a la verdad cuando hablaba de confusión, ausencia de recuerdos sobre una secuencia detallada de sus actos cuando se encontró en la casa y Jespersen estaba tendido en el sofá. El acusado sufre de verdadera amnesia en relación con ciertos acontecimientos de aquella tarde.

El juez atrae la atención al mover los hombros. Cada vez que emite esta señal, la sala oscila entre lo que se ha dicho y lo que puede pronosticar el gesto. En esta ocasión, avanza la barbilla, ladea la cabeza y pregunta:

– El acusado hizo una narración detallada y coherente de lo que le dijo el difunto. ¿Cómo es que lo recuerda?

– Para la cabeza, un tremendo golpe emocional es tan fuerte como pueda serlo cualquier golpe externo. Cuando Jespersen dijo: «Sírvete una copa», la crueldad de esta actitud supuso para él otro golpe fortísimo. Estaba confuso antes; no puede recordar lo que dijo, si es que dijo algo, a Jespersen. Con el impacto de las últimas palabras que recuerda que Jespersen pronunciara, habría entrado en un estado de automatismo en el que se desintegraron las inhibiciones.

– ¿Y cómo pudo utilizar un arma? Si se encontraba en ese estado de disociación, de disminución de su capacidad cognoscitiva? Ha testificado que no podía saber si el arma estaba cargada. ¿No habría tenido que quitar el seguro, si estaba cargada, y lo estaba, y no habría sido ése un acto completamente consciente, un acto racional?

– Para cualquiera que ha manejado un arma, se habría tratado de una reacción automática, sin cognición. Como montar en bicicleta para cualquiera que sepa hacerlo.

Con permiso de su señoría, Motsamai tiene preguntas que hacer.

– Doctor, dada su experiencia sobre estados en los que se produce una perturbación parcial o total de las facultades de un individuo, ¿qué fue lo que causó, que fue lo que hizo que el acusado pudiera coger el arma y utilizarla?

– Una acumulación de provocaciones que alcanzó su punto culminante en una total pérdida de control del sujeto.

– ¿Podría explicar la morfología, la historia del caso, por así decir, de esta acumulación?

– Lindgard es un hombre de naturaleza bisexual. Eso, por sí mismo, es ya una fuente de conflicto de personalidad. Cuando siguió los instintos que lo llevaban a sentirse atraído por un hombre y tuvo una relación amorosa que su compañero, Jespersen, no se lo tomó en serio y rompió cuando se le antojó, sufrió un estado de angustia emocional. Superó la tristeza producida por el rechazo y se volvió hacia el otro lado de su naturaleza, probablemente dominante, con una alianza heterosexual que, otra vez, se tomó muy a pecho. Más aún, dado que esta alianza se produjo con una joven de personalidad evidentemente neurótica con complejas tendencias autodestructivas por las que, cuando se le llevaba la contraria en lo que ella consideraba su derecho a seguirlas, lo castigaba denigrándolo y con agresiones mentales. Cuando la vio realizando el acto sexual con su anterior amante, un varón, se sintió castrado por ambos.

Éste es el modelo elaborado a partir de su hijo, al igual que un ser humano puede estar comprendido en placas de rayos X y escáneres que se iluminan en una pantalla, mediante el método dialéctico de un tribunal y el conocimiento de expertos en el misterio de lo que siente, piensa y hace el modelo. Duncan, conducido fuera de la sala para que el juez haga su pausa de mediodía, es el Doppelgdnger. ¿Cómo pueden preguntarle: ése eres tú, hijo mío?

Cuando salieron del edificio de los juzgados, un hombre hacía cabriolas en cuclillas delante de ellos, un mono domesticado ante una cámara. La fotografía que apareció en un periódico de la tarde también los colocó juntos, a ambos, como parte de una colección de nociones: madre y padre de un asesino.

Las preguntas del fiscal al hombre de Motsamai, el hombre de todos ellos, el psiquiatra de la defensa, se convirtieron en un interrogatorio dirigido hacia ellos mismos. Los comentarios de él discurrían como la desesperada narración de los suyos. ¿El tribunal iba a creer que el día de inacción en la casita era un vacío? El acusado testifica que se limitó a «pensar». ¿Es posible pensar en nada? ¿No estaba claro que el día transcurrido en la casita sólo encajaba con una de las interpretaciones, la premeditación racional de la intención, movida por los celos, de enfrentarse a la víctima en venganza, una intención llevada a cabo de acuerdo con lo previsto? El acusado «se encontró en el jardín»; ¿no podía haber ido a la casa a mirar de nuevo el sofá, el escenario de los acontecimientos de la noche anterior, en cualquier otro momento del día? ¿Por qué, en lugar de ello, escogió una hora en que la víctima habría regresado del trabajo? Y, en relación con el uso del arma, el acusado decía en su declaración que no estaba familiarizado con las pistolas; era la única que había cogido nunca. ¿Entonces, cómo pudo usarla con tanta eficiencia, asegurarse de que estaba cargada y montada, si se encontraba en un estado de automatismo? ¿No tuvo que llevar a cabo acciones racionales, deliberadas, para aprovechar la proximidad de un arma que realizara su intención mortal?

¿Qué decía aquel hombre, qué decían ellos, qué iba a pensar el tribunal? ¿Que la defensa se había condenado a sí misma a través de las palabras de su propio psiquiatra?

No podían pedir a Motsamai una interpretación de lo que se deducía de sus palabras: una señal ominosa o una derrota disfrazada; estaba en su sitio, en el estrado de la sala, preparándose para terminar con su caso.

Claudia vio que Harald deslizaba una mano en el bolsillo de la americana y sacaba un cuaderno cuando Motsamai se levantó para dirigirse al tribunal. Era el típico cuaderno pequeño de tapa de cartón que utilizan los niños en el colegio, no el tipo de cuaderno de cuero repujado con bolígrafo dorado que se le presentaba abierto en las reuniones de la dirección. Pertenecía a la otra vida recortada, humilde, que él y ella vivían ahora, debía de haber ido a una papelería para comprarlo: el tipo de recado que le hacía su secretaria. Claudia tuvo la delicadeza de no ceder a la distracción de mirar a hurtadillas lo que estaba escribiendo mientras Motsamai hablaba; sintió una cálida sensación de empatía con él, como una suave marea que se fue retirando bajo el interés con que seguía cada una de las sílabas que pronunciaba Motsamai. No sólo le tocaba a Motsamai captar la atención; era, se había convertido en el centro de la sala. Su presencia afirmaba que la sala era suya, de ese hombre bajo con la cara llena de arrugas profundas como un guante oscuro y gastado que parecía contener con dificultad unos ojos duros como el cristal, brillantes sobre el color negro; tras todos los años que había estado encerrado al otro lado de la ley, reclamaba ahora el derecho a llevar su dignidad con arrogancia.

– Se dice que una persona es legalmente imputable, es decir, que tiene capacidad criminal, cuando puede apreciar lo erróneo de su acto en el momento de cometerlo. Para valorar esta capacidad criminal, es necesario tener pleno conocimiento de los acontecimientos y el estado mental de tal persona antes de que se cometiera el acto. ¿Cuáles fueron los acontecimientos y el estado mental en el caso de Duncan Lindgard?

»La noche anterior, hacia las primeras horas de la madrugada, se siente preocupado por la seguridad de la mujer que ama porque no ha regresado a la casita donde vive con él como pareja. Ahora me gustaría volver un poco a ciertos aspectos de esta relación porque es importante para el personaje: el carácter constantemente afectuoso, el sentido de responsabilidad humana de Lindgard. Natalie James intentó suicidarse, quitarse la vida, y Duncan Lindgard le salvó la vida. Gracias a sus desesperados esfuerzos, ella resucitó. En aquel momento, no había ningún vínculo afectivo ni relación sexual; apenas la conocía. Tras ello, se desarrolló una amistad y la alojó en su casa. Convivían en la casita, en la finca donde vivían tres amigos de Lindgard, y ocupaban la propiedad, tal como el acusado ha descrito al tribunal, como algo parecido a una familia, no constituida por madre, padre, hijos y demás, sino por adultos unidos por una amistad leal, en armonía, los tres miembros homosexuales y la pareja heterosexual. Lindgard no sólo hizo que Natalie James volviera a la vida físicamente; tal como ha testificado un miembro de esta supuesta familia, por amor a ella, hizo suya la pesada carga de reconciliarla con los problemas de su pasado tormentoso (el hijo que había tenido y dado en adopción, y otros problemas de personalidad) y se dedicó a intentar ayudarla para que desarrollara su lado positivo, el potencial que veía en ella constantemente amenazado por unas irresponsables tendencias autodestructivas. Durante los dos años, más o menos, que convivieron como amantes, no hay prueba de que él respondiera a su agresión mental ni a las diversas transgresiones que amenazaron la relación con otra cosa que paciencia y deseo de ayudarla. Ninguna de las provocaciones de ella lo llevaron nunca a actuar con violencia durante este período.

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