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«¿Porqué?»

«No les di un nombre satisfactorio.»

«¿El tuyo?»

«Les di el mío.»

«Entonces, ¿qué…?»

«El de ella. Su nombre. El de su marido.»

«¿Qué dijiste?»

Guardó silencio.

«¡Despierta! ¿Qué dijiste?»

«Dije que era mi esposa. Dije Katharine. Su marido había muerto. Dije que estaba gravemente herida, en una gruta en el Gilf Kebir, en Uweinat, al norte del pozo de Ain Dua, que necesitaba agua y comida y que yo volvería con ellos para guiarlos. Dije que lo único que necesitaba era un jeep, uno de sus dichosos jeeps… Tal vez pareciera, después del viaje, uno de aquellos locos profetas del desierto, pero no creo. Ya estaba empezando la guerra. Estaban deteniendo a espías en el desierto. Toda persona con nombre extranjero que vagara por aquellos pueblecitos de los oasis resultaba sospechosa. Ella estaba a sólo cien kilómetros y se negaron a escucharme. Una unidad inglesa aislada en El Taj. Entonces debí de perder los estribos. Utilizaban unas cárceles de mimbre, del tamaño de una ducha. Me metieron en una de ellas y me trasladaron en un camión. Empecé a dar tumbos en él hasta que caí a la calle, todavía dentro. Gritaba el nombre de Katharine y el Gilf Kebir, cuando, en realidad, el único nombre que debería haber gritado, que debería haber soltado como una tarjeta de visita en sus manos, era el de Clifton.

«Volvieron a subirme al camión. Era simplemente un posible espía de segunda categoría, otro cabrón internacional simplemente.»

Caravaggio quería levantarse y marcharse de aquella villa, del país, los detritos de una guerra. Lo que Caravaggio quería era rodear con sus brazos al zapador y a Hana o, mejor, a personas de su edad, en un bar en el que conociera a todo el mundo, en el que pudiese bailar y hablar con una mujer, descansar la cabeza en su hombro, reclinar la cabeza en su frente, lo que fuera, pero sabía que primero había de salir de aquel desierto, su arquitectura de morfina. Tenía que alejarse de la carretera invisible que llevaba a El Taj. Aquel hombre -Almásy, según suponía- se había valido de él y de la morfina para regresar a su mundo, para tristeza suya. Ya no importaba en qué bando estuviera durante la guerra.

Pero Caravaggio se inclinó hacia adelante.

«Necesito saber una cosa.»

«¿Qué?»

«Si asesinaste tú a Katharine Clifton. Es decir, si asesinaste a Clifton y, al hacerlo, la mataste a ella.»

«No, ni siquiera se me ocurrió semejante cosa.»

«Te lo pregunto porque Geoffrey Clifton trabajaba para el Servicio de Inteligencia británico. No era un simple inglés inocente, la verdad, vuestro simpático muchacho. Vigilaba a vuestro extraño grupo en el desierto egipcio-libio para informar a los ingleses. Sabían que el desierto sería un día escenario de la guerra. Era un fotógrafo aéreo. Su muerte les preocupó y sigue preocupándoles. Todavía abrigan dudas al respecto. Y el Servicio de Inteligencia estaba enterado de tu historia amorosa con su mujer, desde el principio. Aunque Clifton no lo supiera. Pensaban que su muerte pudo haberse planeado como una protección, para alzar el puente levadizo. Te estaban esperando en El Cairo, pero, claro, tú volviste al desierto. Más adelante, cuando me enviaron a Italia, me perdí la última parte de tu historia. No sabía qué había sido de ti.»

«Conque por fin me has encontrado.»

«Vine por la muchacha. Conocía a su padre. La última persona a la que pensaba encontrar aquí, en este convento bombardeado, era el conde Ladislaus de Almásy. Para ser sincero, he de decir que te he tomado más cariño que a la mayoría de la gente con la que trabajé.»

El rectángulo de luz que había ido subiendo poco a poco por la silla de Caravaggio enmarcaba ahora su pecho y su cara, por lo que al paciente inglés el rostro le parecía un retrato. Con luz mortecina su cabello parecía obscuro, pero ahora su desgreñada cabellera resplandecía, brillante, y las ojeras quedaban eclipsadas por la rosada luz del atardecer.

Había vuelto la silla para poder reclinarse hacia adelante sobre el respaldo, enfrente de Almásy. A Caravaggio no le salían las palabras fácilmente. Se frotaba la mandíbula, arrugaba la cara, cerraba los ojos, para pensar en la obscuridad y sólo entonces soltaba algo, se forzaba a sí mismo a desprenderse de sus pensamientos. Esa obscuridad era la que se percibía en él, sentado ahí, en el romboidal marco de la luz, encorvado sobre una silla junto a la cama de Almásy. Uno de los dos hombres de mayor edad de esta historia.

«Contigo, Caravaggio, puedo hablar, porque tengo la sensación de que los dos somos mortales. La chica, el muchacho, pese a lo que han pasado, no son aún mortales. Cuando conocí a Hana, estaba muy afligida.»

«A su padre lo mataron en Francia.»

«Comprendo. No quería hablar de ello. Se mostraba distante con todo el mundo. La única forma como conseguí comunicar con ella fue pidiéndole que me leyera… ¿Te das cuenta de que ninguno de nosotros tiene hijos?»

Hizo una pausa, como examinando una posibilidad.

«¿Tienes esposa?», preguntó Almásy.

Caravaggio estaba sentado a la rosada luz, con la manos en la cara para borrarlo todo y poder pensar con precisión, como si se tratara de otro de los dones de la juventud del que ya no disfrutaba tan fácilmente.

«Tienes que hablarme, Caravaggio. ¿O es que soy sólo un libro, algo que leer, un ser al que tentar para que salga de un lago y atracarlo a base de morfina, a base de pasillos, mentiras, vegetación, montículos de piedras?»

«A los ladrones nos han utilizado mucho durante esta guerra. Nos legitimaron. Robábamos. Después algunos de nosotros empezamos a asesorar. Sabíamos por naturaleza desentrañar el disimulo y el engaño mejor que los servicios oficiales de inteligencia. Engañábame por partida doble. De la dirección de campañas entera se encargaba una combinación de estafadores e intelectuales. Estuve por todo el Oriente Medio, allí fue donde oí hablar de ti por primera vez. Tú eras un misterio, un vacío en sus mapas. Habías puesto tus conocimientos sobre el desierto en manos de los alemanes.»

«En 1939, cuando me rodearon creyendo que era un espía, sucedieron muchas cosas en El Taj.»

«O sea, que fue entonces cuando te pasaste a los alemanes.»

Silencio.

«¿Y seguiste sin poder volver a la Gruta de los Nadadores y a Uweinat?»

«No pude hasta que me ofrecí voluntario para guiar a Eppler por el desierto.»

«Tengo que decirte una cosa, relacionada con tu expedición en 1942 para guiar a aquel espía hasta El Cairo…»

«Operación Salaam.»

«Sí. Cuando trabajabas para Rommel.»

«Un hombre brillante… ¿Qué ibas a decirme?»

«Iba a decir que cruzar el desierto, como lo hiciste, con Eppler evitando a las tropas de los Aliados… fue una auténtica heroicidad. Del oasis de Gialo hasta El Cairo. Sólo tú podías haber introducido al hombre de Rommel en El Cairo con su ejemplar de Rebecca.»

«¿Cómo te enteraste de eso?»

«Lo que quiero decir es que no descubrieron sólo a Eppler en El Cairo. Estaban enterados de todo lo relativo al viaje. Hacía mucho que se había descifrado un código de claves alemanas, pero no podíamos permitir que Rommel se enterara, porque en ese caso habrían descubierto a nuestros informadores, conque hubimos de esperar hasta que Eppler llegara a El Cairo para capturarlo.

»Te vigilamos durante todo el trayecto, por todo el desierto, y, como los del Servicio de Inteligencia tenían tu nombre y sabían que tú participabas, estaban aún más interesados. Querían atraparte también a ti. Había orden de matarte… Por si no me crees, te diré que saliste de Gialo y tardaste veinte días. Seguiste la ruta de los pozos enterrados. No podías acercarte a Uweinat por la presencia de las tropas de los Aliados y eludiste Abu Bailas. Hubo momentos en que Eppler contrajo la fiebre del desierto y tuviste que cuidarlo, atenderlo, aunque, según dices, no lo apreciabas…

»Los aviones te "perdieron", supuestamente, pero se te seguía el rastro muy concienzudamente. No erais vosotros los espías, sino nosotros. Los del Servicio de Inteligencia pensaban que tú habías matado a Geoffrey Clifton por la mujer. Habían encontrado su tumba en 1939, pero no había rastro de su esposa. Tú habías pasado a ser el enemigo, no cuando te pusiste de parte de Alemania, sino cuando comenzó tu historia de amor con Katharine Clifton.»

«Comprendo.»

«Después de que abandonaras El Cairo en 1942, te perdimos. Tenían que atraparte y matarte en el desierto, pero te perdieron: al tercer día. Debiste de enloquecer, no debías de actuar racionalmente; de lo contrario, te habríamos encontrado. Habíamos minado el jeep escondido. Más adelante lo encontramos destrozado por la explosión, pero ni rastro de ti. Te habías esfumado. Aquél debió de ser tu gran viaje, cuando debiste de enloquecer, no el otro, con destino a El Cairo.»

«¿Estabas tú en El Cairo siguiéndome la pista con ellos?»

«No, pero vi los archivos. Salía para Italia y pensaron que podías estar allí.»

«Aquí.»

«Sí.»

El romboide de luz se desplazó pared arriba y dejó Caravaggio en la sombra, con el cabello obscuro otra vez. Se echó hacia atrás y apoyó el hombro en el follaje.

«Supongo que no importa», murmuró Almásy.

«¿Quieres morfina?»

«No. Estoy intentando entender. Siempre he sido muy celoso de mi intimidad. Me resulta difícil creer que se hablara tanto de mí.»

«Estabas viviendo una historia de amor con una persona conectada con el Servicio de Inteligencia. Había personas de ese Servicio que te conocían personalmente.»

«Probablemente Bagnold.»

«Sí.»

«Un inglés muy inglés.»

«Sí.»

Caravaggio hizo una pausa.

«Tengo que hablar contigo de una última cosa.»

«Ya lo sé.»

«¿Qué fue de Katharine Clifton? ¿Qué ocurrió justo antes de la guerra para que todos volvierais al Gilf Kebir, después de que Madox se marchara a Inglaterra?»

Yo tenía que hacer un viaje más al Gilf Kebir, para recoger lo que quedaba del campamento en Uweinat. Nuestra vida allí se había acabado. Pensaba que nada más sucedería entre nosotros. Hacía más de un año que no me había reunido con ella como amante. En alguna parte se estaba gestando una guerra, como una mano que entra por la ventana de un ático. Y ella y yo nos habíamos retirado ya tras los muros de nuestros hábitos anteriores, a la aparente inocencia de la falta de relación. Ya no nos veíamos con demasiada frecuencia.

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