Al cuarto día de que Theresa se fue de Wilmington, Garrett soñó con Catherine. En el sueño se encontraban en un campo cubierto de césped, rodeado por un precipicio que daba al mar. Caminaban juntos, tomados de la mano y conversaban, cuando de pronto ella se soltaba. Lo miraba por encima del hombro, reía y lo invitaba a perseguirla. Él lo hacía, y sentía lo mismo que el día en que se casaron.
Se acercaba poco a poco a ella, cuando se daba cuenta de que Catherine se dirigía al precipicio. Garrett le gritaba que se detuviera, pero ella corría aún más de prisa.
Él le gritaba que diera vuelta, pero ella parecía no oírlo. Garrett sentía cómo la adrenalina le corría por el cuerpo alimentada por un temor que lo paralizaba.
– ¡Detente, Catherine! -gritaba.
El precipicio estaba a pocos metros de distancia. Él se acercaba, pero seguía demasiado lejos. “No voy a poder detenerla”, pensaba presa del pánico.
Entonces, de una manera tan repentina como había comenzado a correr, Catherine se detenía. Se volvía a mirarlo a sólo unos centímetros de la orilla.
– No te muevas -gritaba él. Garrett llegaba junto a ella y la tomaba de la mano mientras respiraba pesadamente.
Ella sonreía y miraba a sus espaldas.
– ¿Creíste que me perderías?
– Sí -respondía él en voz baja-. Y te prometo que nunca permitiré que vuelva a pasar.
Garrett despertó con sobresalto, se sentó en la cama y permaneció despabilado durante varias horas. Cuando por fin pudo volver a dormir, cayó en un sueño intranquilo y eran casi las diez de la mañana cuando logró levantarse. Todavía cansado y deprimido, llamó a su padre, con quien se reuniría para desayunar en el lugar acostumbrado.
– No sé si podré ver de nuevo a Theresa -le confesó después de un rato de intercambiar trivialidades.
Su padre enarcó una ceja pero no respondió. Garrett continuó.
– Tal vez no estamos destinados el uno para el otro. Me refiero a que ella vive a miles de kilómetros de distancia, tiene su propia vida, sus propios intereses. No quiero ir a vivir a Boston y estoy seguro de que ella no desea vivir aquí, así que ¿qué nos queda?
Garrett guardó silencio y esperó a que su padre respondiera.
– Me parece que estás inventando pretextos -comentó Jeb en voz muy baja.
– No, papá, no es así. Sólo trato de resolver esta situación.
– ¿Con quién crees que estás hablando, Garrett? - movió la cabeza-. Sé exactamente por lo que estás pasando. Cuando tu madre murió, yo también inventé pretextos. Durante años me dije a mí mismo todo tipo de cosas. Y, ¿quieres saber a dónde me llevaron? -miró a su hijo-. Estoy viejo y cansado, pero sobre todo estoy solo. Si pudiera retroceder en el tiempo, cambiaría muchas cosas -Jeb se detuvo y su tono se hizo más dulce-. Trataría de buscar a alguien. Porque ¿sabes algo, Garrett? Creo que a tu madre le hubiera gustado que yo encontrara a alguien. Ella habría deseado que yo fuera feliz. Y, ¿sabes por qué?
Garrett no respondió.
– Porque ella me amaba. Y si estás convencido de que estás demostrando tu amor por Catherine al sufrir como lo has venido haciendo, entonces, en alguna parte del camino, debo haberme equivocado al educarte.
– No te equivocaste.
– Creo que sí, porque cuando te miro me veo a mí mismo y, para serte franco, preferiría ver algo distinto. Me gustaría ver a alguien que sabe que está bien seguir adelante y que también está bien encontrar a una persona que pueda hacerlo a uno feliz. Sin embargo, en este momento me parece que me miro al espejo y veo como era yo hace veinte años.
Garrett pasó la tarde solo, caminando por la playa y meditando acerca de lo que le había dicho su padre.
Cuando se comunicó con Theresa más tarde, esa misma noche, el sentimiento de traición que le había provocado la pesadilla era menos intenso. Cuando ella respondió el teléfono, lo sintió menguar todavía más.
– Me da gusto que llamaras -le dijo ella con alegría-. Pensé mucho en ti hoy.
– Yo también estuve pensando en ti -aseguró él-. Desearía que estuvieras aquí.
– ¿Estás bien? Te oigo un poco triste.
– No te preocupes, estoy bien. Pero, me siento solo, eso es todo. ¿Cómo estuvo tu día hoy?
– Como siempre. Con mucho que hacer en el trabajo y mucho que hacer en casa. Pero me siento mejor después de oír tu voz. Y a ti, ¿qué tal te fue?
– Hoy te extrañé mucho.
– Sólo hemos dejado de vernos unos cuantos días -comentó ella con suavidad.
– Lo sé. Y hablando del tema ¿cuándo volveremos a vernos?
– Mmm, ¿qué te parece si en tres semanas? Estaba pensando que tal vez tú pudieras venir esta vez. Kevin estará en un campamento de fútbol soccer toda la semana y podremos pasar algún tiempo a solas.
Mientras ella hablaba, Garrett miraba la fotografía de Catherine que tenía sobre la mesa de noche. Necesitó de algunos segundos para responder.
– Bueno, supongo que podría ir.
– No pareces muy convencido.
– Pero lo estoy.
– Entonces, ¿te pasa algo?
– No.
Ella guardó silencio, insegura.
– ¿De verdad estás bien, Garrett?
Tuvieron que transcurrir varios días y varias llamadas telefónicas a Theresa para que Garrett comenzara a sentirse mejor. Poco a poco la imagen de la pesadilla comenzó a desvanecerse. El calor de finales de verano parecía hacer que el tiempo pasara con más lentitud de lo normal, pero Garrett se mantenía tan ocupado como podía, haciendo lo posible para no pensar en las complejidades de su nueva situación.
Dos semanas más tarde llegó a Boston.
Después de recogerlo en el aeropuerto, Theresa le mostró a Garrett la ciudad. Comieron en Faneuil Hall, vieron los botes de remos deslizarse por el río Charles y se deleitaron con su mutua compañía. Cuando el día comenzó a refrescar y el Sol se ocultó tras de los árboles se detuvieron en un restaurante de comida mexicana y compraron algo para llevar al departamento. Sentado en el piso de la sala, a la luz de las velas, Garrett miró a su alrededor.
– Tienes un lindo departamento -comentó-. No sé por qué pensé que sería más pequeño, sin embargo veo que es más grande que mi casa.
– Sólo un poco, pero gracias. Para nosotros está perfecto.
Afuera del departamento podía oírse con claridad el ruido del tránsito de la ciudad. Un auto frenó, se oyó el sonido de una bocina y de inmediato el aire se llenó con el ruido de otros autos que se unían al coro.
– ¿Es siempre tan tranquilo y silencioso? -preguntó él.
Ella hizo un gesto hacia la ventana.
– Las noches de viernes y sábado son las peores, pero si se vive aquí el tiempo suficiente, uno termina por acostumbrarse.
Los ruidos de la ciudad continuaron. Una sirena ululó a la distancia y el sonido se hacía cada vez más intenso conforme se aproximaba por las calles.
– ¿Podrías poner algo de música? -preguntó Garrett.
– Claro. ¿Qué te gustaría?
– Me gustan los dos tipos -respondió él haciendo una pausa dramática-. Country y country.
Ella rió.
– De esas no tengo. ¿Qué te parece un poco de jazz ?
Se levantó, eligió un disco que pensó que podría gustarle a Garrett y lo puso en el aparato de sonido. Momentos más tarde la música comenzó a oírse, precisamente cuando el embotellamiento de tránsito en la calle pareció terminar.
– Así que… ¿qué opinas de Boston hasta ahora? -preguntó ella volviendo a sentarse.
– Me gusta. Para ser una gran ciudad no está tan mal. Siempre me la imaginaba muy distinta: con multitudes, asfalto, rascacielos, ni un solo árbol a la vista y asaltantes en cada esquina. Pero no es así en absoluto.
Ella sonrió.
– Es agradable, ¿verdad? Quiero decir, por supuesto que no es como la playa, pero tiene su encanto, sobre todo si consideras lo que la ciudad tiene que ofrecer. Puedes ir a conciertos, museos o simplemente pasear por una zona del centro a la que llamamos Common. Aquí hay algo para todos… incluso un club de yates.
Parecía como si le estuviera vendiendo el lugar, así que Garrett decidió cambiar de tema.
– ¿Dijiste que Kevin se fue a un campamento de fútbol?
A la mañana siguiente Garrett y Theresa pasearon por los vecindarios italianos del North End de Boston, caminaron a lo largo de las calles estrechas y serpenteantes y se detuvieron a comer cannoli y a tomar café. Garrett le preguntó sobre su trabajo mientras recorrían la ciudad.
– ¿Podrías escribir tu columna en casa?
– Con el paso del tiempo supongo que sí, pero por el momento no es posible.
– ¿Por qué no?
– Bueno, para comenzar no está establecido en mi contrato. A menudo tengo que entrevistar gente, y eso toma tiempo… en ocasiones hasta debo viajar un poco. Además, tengo que hacer investigaciones y cuando estoy en la oficina tengo acceso a muchas más fuentes. Y también habría que considerar el hecho de que necesito un lugar donde puedan ponerse en contacto conmigo. Gran parte del material que produzco es de interés humano por lo que recibo llamadas durante todo el día. Si trabajara en casa, sé que muchas personas llamarían por la noche y no estoy dispuesta a sacrificar el tiempo que le dedico a Kevin.
Garrett se detuvo en una tienda que se extendía sobre la acera y que vendía fruta fresca. Tomó un par de manzanas de una canasta y le entregó una a Theresa.
– ¿Qué es lo que más éxito ha tenido de lo que has escrito en tu Columna? -preguntó.
Theresa sintió que se quedaba sin aliento. ¿Lo que tuvo más éxito? Fácil. Una vez encontré un mensaje en una botella y recibí casi doscientas cartas.
Se obligó a pensar en algo más.
– Bueno, recibo mucha correspondencia cuando escribo sobre niños discapacitados -respondió por fin.
– Debe ser gratificante -dijo él mientras le pagaba al tendero.
– Lo es.
Antes de dar una mordida a su manzana, Garrett preguntó.
– ¿Podrías seguir escribiendo tu columna si cambiaras de diario?
Ella sopesó la pregunta.
– Sería difícil, en especial si quiero que mi columna se siga publicando en otros diarios. Apenas me estoy haciendo de un nombre como articulista y el tener el respaldo del Times de Boston me ayuda mucho en realidad. ¿Por qué?
– Simple curiosidad -respondió él en voz baja.
El resto de sus vacaciones, el tiempo pasó volando. Por las mañanas Theresa iba al trabajo algunas horas y luego regresaba a casa para pasar las tardes y noches con Garrett. A veces alquilaban una película para verla en casa después de cenar, pero por lo general preferían pasar el tiempo juntos sin otras distracciones.