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Durante los siguientes dos meses su relación a larga distancia comenzó a evolucionar de un modo que ni Theresa ni Garrett anticiparon, aunque debieron haberlo hecho.

Ajustaron sus calendarios y lograron verse tres veces más, siempre en fines de semana. Una vez Theresa voló a Wilmington para que pudieran estar solos y pasaron el tiempo encerrados en la casa de Garrett. Él, a su vez, viajó a Boston dos veces y pasó la mayor parte del tiempo yendo y viniendo para asistir a los torneos de fútbol soccer de Kevin.

Cuando estaban juntos durante esos fines de semana parecía como si nada más importara en el mundo, pero ninguno de los dos hablaba de lo que ocurriría en el futuro.

Como no se veían muy a menudo, su relación tenía más altibajos de los que ninguno de los dos hubiera experimentado antes. Todo parecía bien cuando estaban juntos y todo iba mal cuando no lo estaban. Para Garrett, cada vez era más difícil tolerar la distancia entre ellos. Como él lo veía, alguno de los dos tendría que cambiar su estilo de vida de manera radical.

Pero, ¿quién?

Él tenía su propio negocio en Wilmington. Theresa tenía una floreciente carrera en Boston.

No quería pensar al respecto. En vez de ello se concentraba en el hecho de que amaba a Theresa y se aferraba a la idea de que si estaban destinados a estar juntos, encontrarían una manera de lograrlo.

Sin embargo, muy en su interior sabía que no iba a ser fácil y no sólo por la distancia entre ellos. Después de regresar de su segundo viaje a Boston, mandó ampliar y enmarcar una foto de Theresa. La colocó en la mesa de noche, frente a la fotografía de Catherine, pero a pesar de lo que sentía por Theresa le parecía que estaba fuera de lugar en su habitación. Unos días más tarde, cambió de sitio la fotografía al otro lado del cuarto, pero eso no sirvió de nada. Sin importar dónde la pusiera parecía como si los ojos de Catherine la siguieran. Por fin, guardó el retrato de Theresa en el fondo de un cajón y tomó el de Catherine. Suspiró, se sentó en la cama y lo sostuvo frente a él.

– Nosotros no teníamos estos problemas -susurró mientras pasaba el dedo sobre la fotografía-. Para nosotros todo fue siempre fácil, ¿verdad?

Al darse cuenta de que la fotografía no iba a responderle, maldijo su estupidez y volvió a sacar el retrato de Theresa.

Cuando los miró, incluso él comprendió perfectamente la razón por la que tenía tantos conflictos con todo aquello. Sí, amaba a Theresa más de lo que pensó que fuera posible, pero todavía estaba enamorado de Catherine. ¿Sería posible amar a dos personas al mismo tiempo?

– Muero de deseos de volver a verte -confesó Garrett.

Era mediados de noviembre, un par de semanas antes del Día de Acción de Gracias. Theresa y Kevin planeaban viajar en avión para pasar ese día con los padres de ella y Theresa había acordado con Garrett que iría a visitarlo el fin de semana anterior para estar más tiempo con él.

– Yo también quiero verte -le aseguró-. Y me prometiste que por fin iba a conocer a tu padre, no lo olvides.

– Planea cocinar una comida anticipada de Acción de Gracias Para nosotros en su casa. No deja de preguntarme qué te gusta comer. Te aseguro que está nervioso.

– ¿Crees que yo le agrade?

– Estoy seguro de ello.

El día anterior a la llegada de Theresa, Garrett podó el césped de la casa de su padre mientras Jeb desempacaba la porcelana de fiesta que ya casi nunca usaba.

– ¿A qué hora crees que querrá comer?

– No lo sé.

– ¿No le preguntaste?

– No.

– Entonces, dime ¿cómo voy a saber en qué momento meter el pavo al horno?

– Prepáralo para que comamos a media tarde. Es más sencillo de lo que parece.

– Tal vez no sea importante para ti, pero es la primera vez y voy a verla y si terminan casados no quiero ser el protagonista de ninguna historia graciosa que puedan contar después.

Garrett enarcó las cejas.

– ¿Quién dijo que nos casaríamos?

–  Nadie.

– ¿Entonces por qué lo dijiste?

– Porque -respondió con rapidez- no estaba seguro de que tú fueras a mencionarlo alguna vez.

Garrett miró a su padre.

– ¿Crees que deba casarme con ella? Jeb hizo un guiño y respondió:

– No importa lo que yo crea. Lo que importa es lo que pienses tú, ¿verdad?

Esa misma noche, Garrett acababa de abrir la puerta del frente de su casa cuando el teléfono comenzó a sonar. Corrió a contestar y oyó la voz que esperaba.

– ¿Garrett? -preguntó Theresa-. Pareces estar sin aliento.

Él sonrió.

– ¡Ah, hola, Theresa! Acabo de llegar. Mi padre me tuvo en su ncasa todo el día, arreglando el lugar. Arde en deseos de conocerte.

Hubo un incómodo momento de silencio.

– Acerca de mañana… -dijo ella por fin.

Él sintió que se le cerraba la garganta.

– ¿Qué pasa?

Transcurrieron unos instantes antes de que respondiera.

– De verdad lo lamento mucho, pero no podré ir a Wilmington.

– ¿Pasa algo malo?

– No, todo está bien. Sólo que me surgió un compromiso de último minuto… hay una conferencia muy importante a la que tengo que asistir.

Él cerró los ojos.

– ¿De qué es?

– Es para editores importantes y gente de los medios de comunicación. Se reunirán en Dallas este fin de semana. Deanna piensa que es una buena idea que me reúna con algunos de ellos.

– ¿Acabas de enterarte?

– No… bueno, sí. Sabía que habría una conferencia, pero no se suponía que yo fuera a asistir. Deanna utilizó sus influencias -ella titubeó-. De verdad lo lamento mucho, Garrett, pero es la oportunidad de mi vida.

Él guardó silencio por un momento. Luego dijo simplemente:

– Lo entiendo.

– Estás enojado conmigo, ¿verdad?

– No.

Theresa se dio cuenta por el tono de voz que no decía la verdad, pero no creyó que hubiera algo que pudiera decir para que Garrett se sintiera mejor.

– ¿Le dirás a tu padre que lamento no poder ir?

– Sí, se lo diré.

– ¿Puedo llamarte el fin de semana?

– Si quieres.

Al día siguiente Garrett comió con su padre, quien hizo lo posible por restarle importancia al asunto.

– Si es como ella te dijo -razonó su padre-, tiene una buena razón. Tiene un hijo al que debe mantener y debe hacer lo mejor que pueda para darle todo lo necesario. Además es sólo un fin de semana no es nada en el gran esquema general de las cosas.

Garrett se retrepó en la silla y con un movimiento hizo a un lado su plato a medio comer.

– Yo entiendo todo eso, papá. Es sólo que hace un mes que no la veo y esperaba con ansia su visita.

– ¿No crees que ella también quería verte?

– Eso me dijo.

Jeb se inclinó sobre la mesa y volvió a colocar el plato de Garrett frente a él.

– Toma tu comida -le dijo-. Pasé todo el día cocinando y no vas a desperdiciarla.

Garrett miró su plato. Aunque ya no tenía apetito, tomó en tenedor y probó un pequeño bocado.

– ¿Sabes? -dijo su padre mientras seguía comiendo-. No será la última vez que esto suceda. Mientras sigan viviendo a miles de kilómetros de distancia, seguirá pasando, y no se verán tanto como quisieran.

– Lo sé -respondió Garrett sencillamente.

Su padre enarcó la ceja y esperó. Al ver que Garrett no decía nada más, Jeb continuó:

– ¿Lo sé? ¿Es lo único que tienes que decir?

Garrett se encogió de hombros.

– ¿Qué más puedo decir?

– Puedes decir que la próxima vez que la veas tratarán de resolver esto. Es lo que puedes decir.

– ¿Por qué eres tan drástico al respecto?

– Porque -dijo- si no lo resuelven, tú y yo vamos a seguir comiendo juntos y solos durante los próximos veinte años.

– ¿Estás cansada? -preguntó Garrett. Estaba tendido en su cama mientras hablaba con Theresa por teléfono.

– Sí. Acabo de llegar. Ha sido un fin de semana muy largo.

– ¿Salió todo como lo esperabas?

– Eso creo. No hay modo de saberlo todavía, pero conocí a mucha gente que con el tiempo podría ayudarme con mi columna.

– Entonces fue bueno que asistieras.

– Bueno y malo. La mayor parte del tiempo la pasé deseando estar contigo y no ahí.

Hubo una breve pausa.

– ¿Garrett?

– Sí.

– ¿Sigues enojado conmigo?

– No -respondió él con suavidad-. Tal vez me siento triste, pero no enojado.

– ¿Porque no fui este fin de semana?

– No. Porque no estás aquí todos los fines de semana.

Ella respondió con dulzura.

– Sólo quiero que sepas que lamento no haber estado contigo este fin de semana.

– Lo sé.

– ¿Puedo compensarte?

– ¿Qué tienes en mente?

–  Bueno, ¿crees que podrías venir a visitarme después del Día de Acción de Gracias?

–  Supongo que sí.

– Qué bien, porque voy a planear un fin de semana especial sólo para nosotros dos.

Cuando llegó a Boston dos semanas más tarde, Theresa lo recibió en el aeropuerto. Ella le había pedido que usara algo elegante y él bajó del avión vistiendo un saco.

– ¡Vaya! -exclamó ella-. ¡Te ves estupendo!

Del aeropuerto fueron directamente a cenar. Theresa había hecho reservaciones en el restaurante más elegante de la ciudad.

Disfrutaron tranquilos de una maravillosa comida y después llevó a Garrett a ver la obra musical Les Misérables, basada en la novela de Víctor Hugo que se estaba presentando en Boston.

Cuando llegaron al departamento de Theresa ya era tarde. Para Garrett el siguiente día fue igualmente apresurado. Theresa lo llevó a su oficina y lo presentó con todos sus compañeros; por la tarde Visitaron el museo de arte de Boston, y esa noche se reunieron con Deanna y Brian para cenar en Anthony’s, un restaurante en el piso más alto del Prudential Building que ofrecía una vista maravillosa de toda la ciudad.

Garrett nunca había visto nada parecido.

La mesa estaba muy cerca de una ventana. Deanna y Brian se levantaron de sus asientos para recibirlos y Theresa realizó las presentaciones pertinentes.

– Me da mucho gusto conocerte, Garrett -dijo Deanna-. Siento haber obligado a Theresa a ir conmigo a esa conferencia. Espero que no te hayas enfadado mucho con ella.

– No, no te preocupes -respondió él mientras asentía con cierta rigidez.

– Me alegra, porque al verlo en retrospectiva, estoy segura de que valió la pena.

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