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XIII LA NOCHE

CAPÍTULO 40

Por la noche, el calor es peor que durante el día. A pesar de que el ventilador está encendido, todo permanece inmóvil; las paredes acumulan calor y lo despiden como si fueran un horno encendido. Seguramente lloverá pronto. ¿Por qué lo deseo? Sólo significará que habrá más humedad. A lo lejos se ve un relámpago, pero no se oye el trueno. Puedo verlo desde la ventana, una luz trémula -como la fosforescencia que se percibe en un mar agitado- detrás del cielo nublado, muy bajo y de un color gris infrarrojo apagado. Los reflectores están apagados, cosa que no es habitual. Un fallo en la corriente eléctrica. O Serena Joy lo habrá dispuesto así.

Me siento en la oscuridad; no tiene sentido dejar la luz encendida, se darían cuenta de que aún estoy despierta. Estoy completamente vestida, otra vez con mi hábito rojo, después de haberme quitado las lentejuelas y de haberme limpiado el lápiz labial con papel higiénico. Espero que no se note nada, espero no oler a maquillaje, ni a él.

Estará aquí a medianoche, tal como dijo. Puedo oírla, un débil golpecito, un débil arrastrar de pies sobre la alfombra espesa del pasillo, y después un suave golpe en la puerta. No digo nada, pero la sigo por el pasillo y luego escaleras abajo. Camina rápidamente, es más fuerte de lo que yo pensaba. Aprieta la barandilla con la mano izquierda, tal vez a causa del dolor y también para sujetarse. Pienso: se está mordiendo los labios, está sufriendo. No hay duda de que quiere al bebé. En el ojo de cristal que forma el espejo, mientras bajamos, nos veo a las dos, una silueta azul, una silueta roja. Yo y mi anverso.

Vamos hasta la cocina. Está desierta y han dejado encendida una lamparilla; se percibe la calma que reina durante la noche en las cocinas vacías. Los bols en la repisa, las latas y los recipientes de barro surgiendo amenazadoramente bajo la luz sombría. Los cuchillos están guardados en su soporte de madera.

– No saldré contigo -susurra. Resulta extraño oírla susurrar, como si fuera una de nosotras. Normalmente, las Esposas no bajan la voz-. Sal por la puerta y gira a la derecha. Encontrarás otra puerta; está abierta. Sube las escaleras y golpea, él te está esperando. Nadie te verá. Yo me quedaré aquí -entonces me esperará, por si surge algún problema. Por si Cora o Rita se levantan, vaya uno a saber por qué, y vienen a la parte de atrás de la cocina. ¿Qué les dirá? Que no podía dormir. Que quería un poco de leche caliente. Será lo suficientemente hábil para contarles una mentira, eso ya lo sé-. El Comandante está arriba, en su habitación -me explica-. No bajará a estas horas de la noche. Nunca lo hace -eso es lo que ella cree.

Abro la puerta de la cocina, salgo y espero un momento para que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. Hace mucho tiempo que no estoy fuera sola, por la noche. Ahora se oye un trueno, la tormenta se está acercando. ¿Qué habrá hecho con respecto a los Guardianes? Podrían dispararme pensando que soy un merodeador. Les habrá pagado con algo, o eso espero: cigarrillos, whisky, o tal vez ellos lo saben todo, todo este asunto del semental, tal vez si esto no funciona, después me hará probar con ellos.

La puerta que da al garaje está a pocos pasos de distancia. Camino sobre la hierba con paso silencioso y me deslizo en el interior. La escalera está a oscuras, tanto que no veo nada. Subo a tientas, escalón por escalón: hay una alfombra, me imagino que es de color champiñón. Alguna vez esto debió de ser un apartamento para un estudiante, una persona joven y soltera con un trabajo. Por aquí había un montón de casas grandes en las que vivían ellos. Un piso de soltero, así es como le llamaban a este tipo de apartamento. Me gusta comprobar que soy capaz de recordarlo. Entrada particular, ponían en los anuncios, lo cual significaba que podían llevar a alguna amiguita sin que nadie lo advirtiera.

Llego al final de la escalera y llamo a la puerta. Él mismo es quien abre, ¿quién si no? Hay una lámpara encendida, sólo una pero lo suficientemente potente para hacerme parpadear. Miro el interior de la habitación, no quiero mirarlo a los ojos. Es una habitación individual con una cama plegable, que ya está preparada, y una cocina pequeña empotrada en el otro extremo y otra puerta que debe de conducir al lavabo. Una habitación desmantelada, estilo militar y minúscula. No hay cuadros en las paredes, ni plantas. Él acampa aquí. La manta que hay sobre la cama es gris y lleva la inscripción U.S.

Da un paso hacia atrás y me hace entrar. Va en mangas de camisa y en la mano tiene un cigarrillo encendido. Percibo el olor del humo, en él, en el aire caliente de la habitación, en todas partes. Me gustaría quitarme la ropa y bañarme en este olor, frotar mi piel con él.

Nada de preliminares; él sabe por qué estoy aquí. Ni siquiera dice nada, para qué perder el tiempo en tonterías, se trata de un trabajo. Se aparta de mí y apaga la lámpara. Afuera, como una puntuación, se ve el destello de un relámpago; casi inmediatamente se oye el trueno. Él me está quitando el vestido, es un hombre hecho de oscuridad, no puedo ver su cara, apenas puedo respirar, apenas lo resisto, y no me estoy resistiendo. Siento su boca sobre mí, sus manos, no puedo esperar y él ya se está moviendo, amor, hace tanto tiempo, siento que la vida late en mi piel, otra vez, los brazos alrededor de él, como si cayera al agua suavemente, sin encontrar el fin. Sabía que podría ser sólo una vez.

Me lo inventé. No ocurrió así. Lo que ocurrió es lo siguiente:

Llego al final de la escalera y llamo a la puerta… Él mismo es quien abre. Hay una lámpara encendida; parpadeo. Miro el interior de la habitación, es una habitación individual, desmantelada, de estilo militar, la cama ya está preparada. No hay cuadros, pero la manta lleva la inscripción U.S. Él va en mangas de camisa y tiene un cigarrillo.

– Ten -me dice-, da una calada -nada de preliminares, sabe por qué estoy aquí. Para quedar embarazada, para meterme en problemas, en camisa de once varas, como se decía antes. Cojo el cigarrillo de sus manos, doy una profunda calada y se lo devuelvo. Nuestros dedos apenas se tocan. Incluso esa calada me produce un mareo.

Él no dice nada, se limita a mirarme con expresión seria. Sería mejor y más agradable si él me tocara. Me siento estúpida y horrible, aunque sé que no lo soy. Sin embargo, ¿qué piensa él, por qué no dice nada? Quizá piensa que en Jezebel’s me he estado revolcando con el Comandante. Me molesta el hecho de que aún me preocupa lo que piensa. Seamos prácticos.

– No tengo mucho tiempo -le advierto. Suena torpe e inoportuno, no es lo que quería decir.

– Podría echar un chorro en una botella y tú después podrías metértelo -replica. No sonríe.

– No hay necesidad de que seas cruel -le digo. Tal vez se siente usado. Quizá espera algo de mí, alguna emoción, algún reconocimiento de que él también es humano, de que es algo más que una simple simiente-. Sé que para ti es difícil -sugiero.

Se encoge de hombros.

– Recibo una paga -dice en tono malhumorado. Pero sigue sin moverse.

Yo recibo una paga, tú te vas a la cama, canturreo mentalmente, O sea que así es como lo haremos. A él no le gusta el maquillaje ni las lentejuelas. Vamos a ser duros.

– ¿Vienes aquí a menudo?

– ¿Y qué hace una chica como yo en un sitio como éste? -respondo. Ambos sonreímos: eso está mejor. Es un reconocimiento de que estamos actuando porque, ¿qué otra cosa podemos hacer en semejante situación?

– La abstinencia ablanda el corazón -estamos citando frases de películas antiguas, de otros tiempos. Y ya en aquel entonces eran películas antiguas: esa manera de hablar corresponde a una época bastante anterior a la nuestra. Ni siquiera mi madre hablaba así, que yo recuerde. Tal vez nadie habló así jamás en la vida real y todo fue una cosa fabricada desde el principio. Sin embargo, resulta asombrosa la facilidad con que acuden a la mente estas bromas de tipo sexual trilladas y falsamente alegres. Ahora comprendo qué sentido tienen, qué sentido han tenido siempre: mantener la esencia de cada uno fuera de peligro, encerrada, protegida.

Estoy triste, la manera de hablar de ambos es infinitamente triste: una música que se desvanece, flores de papel que se marchitan, raso desgastado, el eco de un eco. Todo ha terminado, ya nada es posible. Repentinamente me echo a llorar.

Finalmente él se mueve, me rodea con sus brazos, me acaricia la espalda, me consuela.

– Venga -dice-. No tenemos mucho tiempo -sin quitarme el brazo de los hombros me conduce hasta la cama plegable y me acuesta, apartando antes la sábana. Empieza a desabotonarse, luego me acaricia y me besa la oreja-. Nada de fantasías románticas -me dice-. ¿De acuerdo?

Alguna vez esto habría significado otra cosa. Alguna vez habría significado: nada de ataduras. Ahora significa: nada de heroísmos. Significa: si se diera el caso, no te arriesgues por mí.

Y así fue como ocurrió.

Sabía que podría ser sólo una vez. Adiós, pensé incluso en ese momento, adiós.

Sin embargo, no sonó ningún trueno, lo agregué yo. Para tapar los ruidos que me avergüenza hacer.

Tampoco ocurrió así. No estoy segura de cómo ocurrió, no exactamente. Todo lo que puedo hacer es una reconstrucción: el modo en que se siente el amor siempre es aproximado.

En medio de todo esto pensé en Serena Joy, que estaba sentada en la cocina, pensando a su vez: ha resultado fácil. Se abrirían de piernas por cualquiera. Todo lo que tienes que hacer es darles un cigarrillo.

Y después pensé: esto es una traición. No el hecho en sí mismo, sino mi reacción. Si estuviera segura de que está muerto, ¿habría alguna diferencia?

Desearía no sentir vergüenza. Me gustaría ser una descarada. Me gustaría ser ignorante. Entonces no sabría lo ignorante que soy.

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