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Besos, Ruby

Tiene un mensaje instantáneo de: ROSIE

Rosie: Dieciséis. ¡Mi angelito cumple dieciséis! ¿Qué demonios tengo que hacer ahora? ¿Dónde está el manual de instrucciones?

Ruby: Tampoco es que ayer tuviera dos años, ¿sabes? Has tenido un total de…, veamos…, dieciséis años para prepararte. No tendrías que estar tan impresionada.

Rosie: Ruby, bruja desalmada, ¿es que no sientes nada? ¿Eres insensible a las emociones? ¿Qué sentiste cuando Gary cumplió los dieciséis?

Ruby: Lo que pasa es que veo las cosas de otra manera. No me quitan el sueño la edad y los cumpleaños: para mí sólo son un día más. No significan nada más que un puñado de definiciones y generalizaciones que la gente se ha inventado para tener tema de conversación, y hacer debates y charlas en televisión. Por ejemplo, Katie no va a descarrilarse porque de repente una mañana se despierte y tenga dieciséis años. La gente hace lo que le viene en gana a la edad que le apetece. El mes pasado tenías treinta y cinco. Eso significa que te faltan cinco para cumplir cuarenta. ¿Piensas que el día que cumplas cuarenta serás diferente a como eras a los treinta y nueve o a como serás a los cuarenta y uno? La gente se inventa cosas sobre las edades para poder escribir ridículos libros de autoayuda, imprimir sandeces en tarjetas de felicitación, poner nombres a los foros de chateo de internet y tener excusas para las crisis que sufren en la vida.

Por ejemplo, la tan cacareada «crisis de la edad madura» de los hombres no es más que un montaje publicitario. La edad no es el problema. El problema es el cerebro del macho. Los hombres han puesto los cuernos desde que eran simios (inserta tu propia broma aquí), desde la edad de piedra (y también aquí) hasta la actualidad, edad en que se supone que vive el hombre civilizado. Se debe simplemente al modo en que fueron hechos; La edad no es la cuestión.

Tu hija seguirá siendo tu hija hasta que en un momento dado tenga su propio hijo. No te preocupes por eso.

Rosie: No quiero que mi niña tenga un niño hasta que sea mayor, esté casada y tenga dinero. O sea, cuando pienso en las cosas que hice cuando cumplí dieciséis años… En realidad, no recuerdo exactamente qué hice.

Ruby: ¿Por qué?

Rosie: Porque me porté de una forma infantil y estúpida.

Ruby: ¿Qué hiciste?

Rosie: Alex y yo falsificamos las firmas de nuestras madres y escribimos notas para la maestra diciendo que aquel día no podíamos ir a clase.

Ruby: Casualmente.

Rosie: Exacto. Fuimos a un pub del centro que regentaba un viejo que no pedía el carné y estuvimos bebiendo todo el día. Por desgracia nuestro plan se vino abajo porque me caí y me di un golpe en la cabeza, y tuvieron que llevarme al hospital en ambulancia, donde me pusieron siete puntos y me hicieron un lavado de estómago. A nuestros padres no les hizo ninguna gracia.

Ruby: No me extraña. ¿Cómo te caíste? ¿Estabas haciendo uno de tus originales pasos de baile en la pista?

Rosie: En realidad, no. Estaba sentada en mi taburete.

Ruby: Ja, ja. Sólo tú podrías caerte al suelo estando sentada.

Rosie: Ya sé que es raro, ¿verdad? ¡Me pregunto cómo ocurrió!

Ruby: Bueno, podrías preguntárselo a Alex. Me sorprende que no se te haya ocurrido preguntárselo antes.

Rosie: ¡Buena idea! Vaya, veo que está on-line. Voy a preguntárselo.

Ruby: No te va la vida en ello, pero digo yo que cualquier excusa es buena para hablar con él. Te espero fingiendo que trabajo mientras preguntas. Estoy intrigada…

Tiene un mensaje instantáneo de: ROSIE

Rosie: Hola, Alex.

Alex: Hola. ¿Alguna vez trabajas? ¡Cada vez que me conecto estás on-line!

Rosie: Estaba chateando con Ruby. Así sale más barato y no tenemos que contestar preguntas capciosas a propósito de la factura del teléfono. El uso de internet es ilimitado si pagas una cuota mensual y, por otra parte, cuando escribes parece que estés ocupada. Pero da igual, sólo quería hacerte una pregunta.

Alex: Dispara.

Rosie: ¿Recuerdas que el día en que cumplí los dieciséis me caí y me di un golpe en la cabeza?

Alex: Ja, ja. ¿Cómo iba a olvidarlo? ¿Te has acordado porque falta poco para el cumpleaños de Katie? Lo digo porque si se parece un poco a ti, deberías tener miedo, mucho, mucho miedo. ¿Qué puedo regalarle? ¿Un cubo para vomitar?

Rosie: La edad sólo es un número, no un estado mental o una razón que explique un comportamiento determinado.

Alex: Muy… bien, pues. ¿Cuál es tu pregunta?

Rosie: ¿Cómo demonios me las arreglé para caerme al suelo y abrirme la cabeza si estaba sentada?

Alex: Dios mío. La pregunta. LA PREGUNTA.

Rosie: ¿Qué pasa con mi pregunta?

Alex: Rosie Dunne, he estado esperando casi veinte años a que me hicieras esta pregunta y creía que ya no lo harías nunca.

Rosie: ¿¿Qué??

Alex: Por qué no me la hiciste nunca es algo que no alcanzo a comprender, pero al día siguiente te despertaste y aseguraste no tener ni idea de lo que había ocurrido. No quise sacar el tema. ¡Bastante habías sacado la noche anterior!

Rosie: ¿Qué tema no quisiste sacar? ¡Dímelo, Alex! ¿Cómo me caí del taburete?

Alex: Creo que no estás preparada para saberlo.

Rosie: Eh, corta el rollo. Al fin y al cabo soy Rosie Dunne: nací para estar preparada para cualquier cosa.

Alex: Muy bien, pues, si tan segura estás de ti misma…

Rosie: ¡Lo estoy! ¡Y ahora larga!

Alex: Nos estábamos besando.

Rosie: ¿¿Nos estábamos qué??

Alex: Eso. Estabas inclinada en el taburete besándome. El taburete se tambaleaba un poco, estaba mal fijado entre las ranuras de los ladrillos viejos del suelo. Y te caíste.

Rosie: ¿¿QUÉ??

Alex: Ay, las palabras de amor que me susurraste al oído aquella tarde, Rosie Dunne. Y me quedé hecho polvo cuando al día siguiente te despertaste y lo habías olvidado. Después de pasarme toda la noche sosteniéndote la mano mientras devolvías.

Rosie: ¡Alex!

Alex: ¿Qué?

Rosie: ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

Alex: Porque no dejaron que nos viéramos durante una temporada y no quería decírtelo por escrito. Y luego dijiste que querías olvidar todo lo que había pasado aquella noche, así que pensé que a lo mejor te acordabas vagamente y te arrepentías de ello.

Rosie: Tendrías que habérmelo contado.

Alex: ¿Por qué? ¿Qué habrías dicho?

Rosie: Bueno…, eso es ponerme contra las cuerdas, Alex.

Alex: Sí, perdona.

Rosie: No puedo creerlo. Por culpa de la caída nos pillaron y me pasé una semana encerrada en casa mientras tu castigo era empezar a trabajar en la oficina de tu padre, donde conociste a Bethany. La chica con quien dijiste que te ibas a casar…

Alex: ¡Es verdad, dije eso!

Rosie: Sí, lo dijiste…

Alex: Bueno, en realidad sólo lo dije para ponerte a prueba, pero como no me pareció que te importara demasiado salí con ella de todos modos. Qué gracia. ¡Había olvidado que había dicho eso! ¡A Bethany le encantará saberlo! Gracias por recordármelo.

Rosie: No, no, gracias a ti por recordármelo a mí…

Tiene un mensaje instantáneo de: RUBY

Ruby: Venga, Doña Batacazo, que tengo que fingir que estoy currando. ¿Ya has descubierto qué pasó?

Rosie: Sí, he descubierto que soy la idiota más grande del mundo entero. ¡Aaaaaaaah!

Ruby: ¿Para eso he estado esperando? Podría habértelo dicho yo hace siglos.

Querida Katie:

¡Felices dieciséis! Besos,

Mamá

Para nuestra nieta ¡Feliz cumpleaños!

Te queremos,

Abuelo y abuela

Para mi novia ¡Felices dieciséis!

Te quiero,

John

Para Katie

Feliz cumpleaños, pesada. Unos meses más y te quitarán los aparatos. Entonces ya nunca sabré qué has comido para cenar.

Toby

Para mi hija

Enhorabuena, Katie. ¡Felices dieciséis!

¡Espero que John no intente besarte!

Te quiere,

Papá

Queridos papá y mamá:

No volveré a hablar con Rupert nunca más. Felices dieciséis… ¡y un bledo!

Katie me pidió que le diera el dinero que me iba a gastar en su regalo para poder ir al centro y elegir ella misma lo que más le gustara, cosa que me vino muy bien porque así no tendría que pasar noches enteras en vela pensando el regalo «perfecto» que inevitablemente detestaría y escondería debajo de su cama. Total, que se presenta en el piso cogida de la mano del gigantón simpático (John) sonriendo de oreja a oreja, de modo que enseguida he sabido que estaba pasando algo sospechoso. Se ha levantado la blusa, se ha bajado los pantalones unos centímetros y allí estaba.

El tatuaje del infierno.

Un tatuaje espantoso, sucio, asqueroso, muy feo… Acabo de darme cuenta de que empiezo a parecerme a ti, madre. Allí estaba, en el hueso de la cadera de mi hija, sacándome la lengua.

Mamá, es muy feo. Para colmo, sangraba y empezaba a formar una costra cuando lo he visto. Según parece, Rupert ha dicho que sus clientes sólo necesitaban tener dieciséis años para hacerse un tatuaje, cosa con la que no estoy nada de acuerdo de modo que he bajado a comprobarlo en internet. Resulta que tiene razón, pero ojalá encontrara una laguna legal que me permitiera darle una patada en el culo…

El guapote del ciber café me ha preguntado si estaba bien y parecía realmente preocupado, lo cual he pensado que quizá fuese el principio de algo nuevo para nosotros dos. Pero entonces me he dado cuenta de que estaba aporreando el teclado con los puños, así que lo más probable es que sólo estuviera preocupado por su ordenador. No dispongo de tiempo en mi vida para hombres tan egoístas, de modo que he decidido que no hay ninguna posibilidad de que surja una apasionada aventura amorosa entre nosotros pese a las horas que pasamos juntos ante los ordenadores. Aunque la decisión ha sido sólo mía.

Y encima resulta que cuando estaba intentando estudiar para mis exámenes finales y el ruido de la perforadora que me llegaba desde el garito de los tatuajes no me dejaba concentrar, lo que estaba oyendo realmente era cómo mutilaban el cuerpo de mi propia hija.

Me ha resultado bastante complicado decirle a Rupert lo que pensaba porque no podía manifestar mi odio por los tatuajes sin ofenderle, puesto que, como quien dice, él es un tatuaje andante. Sería como hablar pestes de un miembro de su familia.

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