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– Lo sé. Ya he pasado por eso.

– También viste…

– Sí. Y los turcos también. Pero creo que tu experiencia resultó más larga de lo normal.

– El fondo estaba lleno de cadáveres… -Lisán aún tenía en la mente esos últimos y agónicos instantes-. ¿Qué pretendían con todo eso?

– Creo que la idea al arrojar a alguien a un Cenote Sagrado, es que los dioses lo devuelvan con algún mensaje importante. Pero si éstos no están muy habladores, el sujeto se ahoga…

¡Habían intentado sacrificarlo! Como a sus compañeros, aunque por un sistema distinto. Pero lo importante era que aquella gente también había intentado acabar con su vida para satisfacer sus demenciales rituales de idólatras. Su situación no había mejorado, seguía prisionero de unos seres sanguinarios que acabarían con su vida tarde o temprano.

¿Jugáis el juego de los dioses? , le había preguntado la sacerdotisa. Y ahora esa pregunta parecía cargada de amenazas. El juego de los dioses…

– Dime -siguió diciendo Baba-, ¿llegaste a ver algo?

– No lo sé. Todo era muy confuso.

– Los efectos te van a durar unos días. Durante ese tiempo te va a resultar difícil concentrarte en las cosas y evitar que tu mente se disperse.

– ¿Es lo que vosotros sentisteis?

– Sí. En tu caso puede que sea incluso peor, pues estuviste más tiempo ahí abajo.

Lisán quiso ponerse en pie. Pero se sentía demasiado mareado y volvió a sentarse sobre la litera.

– Quizá sólo hemos tenido alucinaciones por culpa de ese maldito hongo. ¿Qué fue lo que visteis tú y los turcos?

– Vi animales fabulosos, gigantescos dragones y monstruos como murciélagos gigantes con una cabeza de lagarto… Y de repente, todo fue borrado por una ola de fuego y la oscuridad lo cubrió todo. Entonces aparecieron unos pequeños seres cubiertos de pelo que construyeron los templos y las pirámides, trabajando la piedra en la más completa oscuridad. Dragut y Piri vieron aproximadamente lo mismo. Por supuesto, Jabbar lo olvidó todo a la mañana siguiente. ¿Qué viste tú?

Lisán le habló del abismo de oscuridad donde flotaban los cometas como grandes montañas de hielo, y de las criaturas que surgieron de él.

– Allí estaban, en medio de la negrura del cielo -dijo-, pendientes de lo que sucede en este mundo. Y de repente acabó. El cometa se lanzó contra la Tierra y todo fue arrasado.

– La ola de fuego que vimos nosotros.

El faquih se presionó las sienes con los dedos. En aquel momento la cabeza empezó a dolerle. Había estado a punto de ahogarse y su vida seguía amenazada.

– ¿Cuándo se han visto cosas como ésas? Hombres que se transforman en bestias. Seres que habitan en montañas de hielo que flotan en los cielos… La Tierra tal y como la contemplaría Allah desde las alturas.

– Es un aviso, faquih. Como el que recibieron tantos profetas de la Antigüedad. El mundo está amenazado por los ÿinn.

– ¿Crees que lo que vimos tiene alguna relación con ellos?

– ¿Qué otra cosa pueden ser esas criaturas que viste aparecer sobre el hielo?

– No lo sé. La verdad es que no lo sé.

Lisán cerró los ojos y volvió a tumbarse sobre la litera. Su viejo deseo de despertar en su casa de al-Andalus y descubrir que todo había sido una pesadilla acudió de nuevo a su mente, como cada vez que la realidad se le hacía insoportable.

– Aún no me encuentro bien -dijo.

– Hablaremos más tarde -dijo Baba mientras se dirigía hacia la puerta-. Descansa ahora.

Le fue imposible conciliar el sueño.

El silencio de la noche acrecentaba los rumores de la jungla; el croar de una rana, el aullido lejano de un mono, o el roce contra la hierba de un jaguar. Sus oídos captaban estos y otros sonidos, por sutiles que fueran, y le venían a la mente imágenes como las que había contemplado en el fondo del cenote. Y todas estas sensaciones se le presentaban con una nitidez estremecedora que lo mantenía despierto y con el cuerpo cubierto de sudor.

Cuando ya no pudo aguantar más, abandonó su choza y se dirigió hacia la Gran Ceiba.

Al llegar al pie del Yaxcheelcab, vio que había una luz en la plataforma de piedra encaramada entre sus ramas. Trepó por la escalerilla de cuerda que colgaba a un lado.

A una altura de unos cincuenta codos se detuvo para recuperar el aliento. Desde allí contempló las interminables copas de los árboles iluminadas por la luna llena que cubrían como una manta de hierba los cuatro puntos cardinales, interrumpida sólo por las cúspides de blanco reluciente de las pirámides y templos tragados por la selva. Una línea perfectamente recta dividía el azul oscuro del cielo con el límite de la jungla. Bandadas de murciélagos revoloteaban alrededor de la Ceiba, manchando el cielo como sombras nerviosas que se rompieran y se rehicieran continuamente.

– Ni una montaña, ni una pequeña colina… -musitó.

Entonces vio algo. El viento agitaba las copas de los árboles y sus hojas temblaban formando hondas como la hierba en un prado… y de repente se formó una imagen. Eran grupos de hojas alineadas por el viento, que reflejaban con precisión la luz de la luna para dibujar varios círculos de gran tamaño. Éstos cubrían una gran extensión de selva, pegados unos a otros como las cuentas de un collar y con otros círculos menores intersecándolos. El dibujo sólo duró un instante y de inmediato se difuminó, para acabar de desaparecer completamente mientras el viento seguía agitando la selva. Todo fue tan breve que Lisán se quedó pensando si habría sido fruto de su imaginación. Porque él había reconocido esos dibujos; eran los mismos que decoraban el disco de oro que colgaba de su pecho.

Siguió subiendo y llegó a la amplia plataforma de piedra que se había elevado por el crecimiento del árbol. Un sacerdote estaba sentado al borde de ésta, con un pincel en una mano y una especie de libro forrado con piel de jaguar sobre sus rodillas. Ni siquiera lo miró. Sus ojos estaban fijos en la selva y Lisán logró distinguir el dibujo de círculos intersecados que había copiado cuidadosamente. No había sido una alucinación.

En el centro geométrico de la plataforma había una humilde choza de palos y techo de paja. Y, frente a ella, estaba el Uija-tao. Lisán caminó hacia él.

– Te esperaba -dijo el anciano.

Estaba tirado sobre el suelo de piedra, con las manos cruzadas contra el pecho y la cabeza girada hacia la selva. Miraba hacia lo lejos por encima de la manta de árboles. Respiraba lentamente, como si tragar cada bocanada de aire representara un gran esfuerzo.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? -le preguntó Lisán.

– Estoy llegando al final de este cuerpo, pero no te preocupes, mi alma permanecerá en el mundo y quizá volvamos a encontrarnos algún día.

– ¿Cómo puede ser eso?

El anciano suspiró y dijo:

– El chu'lel es nuestro origen y nuestro destino. De él derivan los hombres y las cosas, y todo retorna a él indefinidamente. Tras la muerte el alma regresa al chu'lel y pierde su identidad, como un cuenco de agua vertido en el mar… Pero algunos hemos aprendido a preservar nuestras almas íntegras. De ese modo podemos regresar una y otra vez a este mundo, siempre con los mismos recuerdos.

– ¿Tú recuerdas otras vidas?

– Sí. -El anciano sonrió con su boca rígida y desdentada-. Y tú también lo harás, si verdaderamente eres un Perceptor.

– ¿Tú crees que lo soy?

– Eso ya se verá.

– ¿Por qué siempre eludes darme respuestas claras?

– No aprenderás nada haciendo preguntas.

– ¿Cómo entonces?

– Debes experimentar el Verdadero Conocimiento, como hiciste en el fondo del cenote.

– ¿Debo morir? Porque eso fue lo que pretendías cuando me llevaste allí.

– Tu vida está en manos de los dioses, como la de todos nosotros en estos tiempos de transición, a medio camino entre la predestinación y el libre albedrío. Pero las visiones que obtuviste son de un gran valor y hubieran justificado tu sacrificio.

– ¿Acaso tú sabes qué fue lo que vi?

– Apenas has rozado la verdadera piel del Universo. Y el chu'lel te mostró algo… ¿No es así? ¿Qué crees que era eso que viste?

– El futuro. El Fin del Mundo.

El Uija-tao torció el gesto y se echó un poco hacia atrás. Se diría que Lisán le había dado una respuesta realmente estúpida y se sintiera decepcionado. Sin embargo, al hablar sus palabras fueron suaves:

– Ma'. No es exacto. El futuro no está escrito y nadie puede verlo. Tan sólo es posible inferirlo. Y lo que viste fue el fin de uno de los cuatro mundos que existieron antes que el nuestro. El pasado, no el futuro. Esos acontecimientos sucedieron muy cerca de aquí. -El Uija-tao señaló hacia el horizonte plano-. Fíjate en que todo lo que nos rodea estuvo una vez bajo el mar y emergió cuando la roca caída de los cielos golpeó la piel de la Tierra, sacudiéndola como a una manta vieja. Fue una gran catástrofe, que acabó con casi toda la vida, con las enormes bestias que entonces habitaban aquí. Está escrito: «Como ya aconteció en el pasado remoto, los dioses lo destruirán todo y todo volverá a empezar en un nuevo mundo».

– ¿Por qué? -preguntó Lisán-. ¿Qué sentido tiene tanta muerte?

– Muerte y resurrección, ése es el principio básico del Universo. El mundo inanimado avanza irremediablemente hacia el caos. Ésta es una fuerza imparable que hace girar los engranajes del tiempo y que arrastra al Universo hacia su destrucción. Y sólo la vida es capaz de remontar esa catarata, de obligarla a fluir hacia arriba.

– ¿La vida?

– Beey, dzul. La vida ha creado el Universo a su imagen y conveniencia, y lo mantiene… Es la fuerza más poderosa y la más compleja… -El Uija-tao arrancó un trocito de piedra de una de las losas del suelo y lo desmenuzó entre sus dedos-. Fíjate, dzul , la piedra se degrada y se convierte en polvo. Hasta el Sol se transformará algún día en cenizas, pero la vida permanecerá, como este árbol que ha crecido a través de las viejas piedras, creando orden a partir del caos. La fuente trascendente de la vida es la energía que proviene del Gran Todo.

– ¿Estás hablando de Allah?

– ¿Allah?

– Es el nombre que le damos a Dios en mi mundo.

El Uija-tao le dirigió una desdentada sonrisa de complicidad.

– No lo sé. Ni siquiera yo sé tanto. Pero Dios, o Allah, o Hunab Ku, son sólo palabras que inventamos los humanos para describir ese poder autotrascendente que obligó al Universo a conformarse de tal manera que permitiera la existencia de la vida.

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