Arregui se descubrió casi al mismo tiempo, respondiendo hidalga y afectuosamente a aquel saludo.
Una salva de aplausos estalló entonces entre el gentío, mientras que mil y mil voces ensordecían el aire, gritando:
– ¡Viva Manuel Venegas!
– ¡Viva Antonio Arregui!
– ¡Viva don Trinidad Muley!
– ¡Viva el Niño Jesús!
Manuel había metido espuelas, entre tanto, y desaparecido como una exhalación, sin que la Volanta , que corría detrás de él, consiguiera darle alcance, ni detenerlo con sus descompasados gritos.